lunes, 31 de marzo de 2014

Paisaje roto

La imaginó sola en la habitación, desvistiéndose para encamarse, encerrada en sus propias obsesiones, extraviada en los desbarajustes de la noche. Se prometió, como cada vez, huir de aquellos sueños que la hacían feliz y que la abandonarían al radiar el día. Estaba convencida de que habría otro método para sacarle punta a la vida que no pasara obligatoriamente por aquellos desequilibrios oníricos. Pero tampoco aquella vez pudo ordenar sus sentimientos.

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Se vio caer sin renuncia en un campo poblado de amapolas y se vio corriendo sin que nadie la persiguiera y feliz en su huida, con una sonrisa de niña traviesa que le atravesaba el alma. Cuando despertó no acertó a interpretar aquella imagen que se le grabaría nítida para casi toda la vida. Se preguntó desde entonces quién le perseguiría en esos sueños sin sentido o si realmente corría contra el viento y contra ella misma en aquellas praderas de ensueño.

Vio todo el paisaje rojo a su alrededor y no supo discernir si todo aquello tenía sentido o guardaba alguna relación con la realidad. Un día aquella imagen se le fue de los sueños y no regresó. Buscó alguna razón dónde no la había y le inquietó sobre todo aquella obsesión terca por adivinar visiones desvaídas. Se acostumbró a vivir más vacía y a caminar más despacio, porque ya no tenía prisa por llegar a ninguna parte ni acertijos que desenredar.

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