jueves, 2 de octubre de 2014

Nunca quiso ser un ángel

Se quedó mirándolo. Inerte. Pensando que no había ocurrido. Lo vio vestirse sin prisas. Tal vez con parsimonia. Ella estaba desnuda, tirada en la cama. Sin saber cómo había llegado hasta aquella habitación de hotel. Él se despidió con pocas palabras. Tenía que madrugar. O algo así, le pareció escuchar. Nunca imaginó que el amor fuese tan efímero. Se volvió a tender en la cama, con la mente vacía, esperando un amanecer que nuca soñó.

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Él era como lo había imaginado: romántico, eficaz en sus acrobacias –reía cuando lo recordaba-, excesivamente galante. Tal vez demasiado para el currículum que le atribuían las malas lenguas. No le disgustó en absoluto. Y tampoco le importó saber si volvería a verlo. Había sido la primera vez. Y fue tan fugaz, se decía sin remordimientos. Y después se dijo en voz alta: Ha sido todo tan rápido y extraño. También tan reconfortante, añadió. Ahora no recordaba cómo ella imaginaba que sería aquella primera vez. Probablemente tampoco tenía una idea preconcebida.

Las primeras luces de la mañana le devolvieron una ciudad limpia y sin lluvia. Se duchó como quien se muda de piel sin demasiado dolor, sin la sensación absurda de que su vida había cambiado. Pero se sintió más ligera, como quien se quita años u olvida un tiempo pretérito donde no había recuerdos que almacenar. Sentada en el asiento trasero del taxi, se sintió volátil y feliz, como si le crecieran alas a sus espaldas. Sabía que nunca sería un ángel y eso ahora le importaba un bledo.

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