lunes, 23 de marzo de 2015

Ladrillos

Ella le propuso una colusión contra el mundo, heteróclitamente aceptada sin remisión por ambas partes, con riesgo de confundir una soledad compartida y una guerra sin fuego contra nadie. Como si aquella atracción inevitable conllevara para siempre un compromiso sin sentido, oscuro, abrasador. Sin más libertad que una relación cerrada entre dos. Ella le propuso alcanzar la estrella más rutilante y lejana, dedicar la vida a una búsqueda baldía y justa, descifrar un modelo fractal que les acercara a la felicidad más pura, como quien busca, y no halla, un dorado inexistente y necesario. Ella no quería pisar los días sin morderlos, ni quitarle la cáscara al amor por temor a que el aire enmoheciera tanta pureza acariciada.

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Había tanta transparencia en aquel impulso absurdo e inevitable que no pudo reparar en gastos ni en energías, hasta que sucumbió a la melancolía maledicente del fracaso. Supo de golpe que cualquier exceso se rompe con la fragilidad de un vidrio en el aire. Desde entonces, las noches se le tornaron barracones asfixiantes y masificados, y el aire caliente y reseco le provocaba náuseas y un vacío de desconsuelo que nunca logró combatir del todo. Aún hoy, cuando la primavera le devuelve una mayéutica que traduce sin reproches, piensa que le hubiera propuesto también entrar en el mismo paraíso que hoy sabe imposible y frugal. Y esa sensación tórrida tampoco le calma ni ensombrece una esperanza descalichada que ya nunca –y lo sabe- logrará reconstruir. Mira y ve una pared de ladrillos vivos. Como si la soledad fuera eso nada más.

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