sábado, 14 de marzo de 2015

Unos ojos hondos

Tiene una voz arrastrada de oler la tierra y unos ojos hondos de mirarse solo por dentro. Anda por el mundo como si los recuerdos no la ataran ni conociera la nostalgia. Sus manos son generosas en gestos y medidas en caricias. Si habla, cuando lo hace, es para puntualizar pormenores que apenas le atañen. Si no la conociera tan a fondo, diría que está herida de caprichos y desorientada sin compasión. Pero no es cierto. Nadie la conoce así, nadie estuvo tan cerca de ella para haberla amado tanto como ella hubiese pedido.

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No hay demanda que ella no haya atendido, siquiera por simple placer, o sencillamente por complacer, que no es lo mismo ni da igual. Tiene los pasos seguros y fieros, como si el dolor del mundo no le importara nada, pero no es así. Vive en mitad de un tumulto que no le interesa. Ella es de otros torbellinos, en los que los manejos del corazón cotizan a la baja o nunca cotizaron.

A veces, se olvida de su vida cotidiana por repetida y sale a la calle a respirar el humo seco del olvido, y es ahí donde las penas le duelen y le sobran. Quiere pensar que los años no pasaron en balde. A su edad, le cuesta cambiar de parecer, cuando ya la vida se le apaga. Pero tampoco quiere pensar que es así. A veces, muchas, no quiere pensar. Es su manera de vivir. Tal vez también de haber vivido.

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