domingo, 15 de marzo de 2015

Andrés Trapiello: "Cervantes nos ha hecho creer que somos mejor de lo que somos"

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) comenzó a escribir El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino, 2014) hace quince años. Un libro publicado en dos momentos y que con la muerte de Sancho Panza y de otros personajes de la novela toca definitivamente a su fin. No habrá secuelas. Fascinado por el mundo creado por el autor del Quijote, solo a cierta a decir: “Lo mejor de Cervantes es que nos ha hecho creer a todos en sus libros que somos mejor de lo que somos”. Reconoce, no obstante, que desgraciadamente este no es un país cervantino, sino quevedesco, donde “no gusta la sencillez” sino el barroquismo.

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FOTOS: Miguel Ángel León

Habla con un tono medio de voz, como si no quisiera molestar a quien no está, maneja un lenguaje preciso que conduce con cautela, como el cura en el púlpito, y no le importa lanzar dardos intencionados, siempre que no provoquen moratones físicos o morales. Le gusta meterse en uno y otro género, ir del diario a la novela, y del cuento al ensayo, porque sabe que cada registro exige su propia voz. En cualquier caso -ya sea artículo, ensayo o poema-, le gusta escudriñar cualquier tema con una cierta visión poética de la vida. En fin, darle a cada texto el latido del que se nutre y que lo diferencia de otros para sobrevivir a los reveses del mercado literario.

En su última obra, Sancho Panza echa de menos a su caballero y señor, ha aprendido a leer y se embarca a las Indias buscando oro y plata. El escudero se ha quijotizado. Tal vez así lo hubiese querido también Don Quijote. Trapiello tampoco escapa a la realidad que le rodea: tarjetas opacas, mordidas, dimisiones. Una realidad de novela picaresca pero que, en este caso, asegura que es “como la industrialización de la picaresca”. Tampoco le confunde, pero sí le desconcierta lo que ocurre en Cataluña. Y a ama sobre todo a periodistas como Manuel Chaves Nogales. De él dice que su mejor obra es El maestro Juan Martínez que estaba allí. No sabe exactamente en qué género encajar esta obra tan singular, pero a él no le importa: “Los buenos libros al final no se sabe qué son”, dice.

Ha publicado ensayos, novelas, ocho libros de poemas, un libro sobre el maquis en Madrid, La noche de los Cuatro Caminos (2001), y un diario titulado Salón de pasos perdidos, del que han aparecido dieciocho entregas, y próximamente verá la luz un nuevo volumen. Ha recibido, entre otros, el Premio Internacional de Novela Plaza & Janés 1992 por El buque fantasma, El Premio Nadal 2003 por Los amigos del crimen perfecto, y el Premio de Novela Fundación José Manuel Lara 2005 por Al morir Don Quijote.

- Las grandes obras, como el Quijote, no terminan nunca. Si hacemos caso al título de su última novela va a resultar que es cierto.

- Las obras importantes, las obras clásicas, se caracterizan precisamente por eso, porque son obras que se van completando a medida que transcurre el tiempo, y nunca se agotan. Y por eso volvemos a ellas, incluso en el curso de la vida de un hombre tampoco las agota él. Las va a leer una y otra vez y, cada vez que las lee, les van a parecer diferentes, y va a encontrar en ellas, en la segunda lectura, lo que no había en la primera, y en la tercera lo que no había en la segunda, etcétera. Por tanto, tienen esa virtualidad.

- ¿Qué le empujó a poner punto y seguido a esa historia que no escribió Cervantes?

- Éste es un libro que empecé hace 14 o 15 años y que termina ahora. Es decir, es un libro que se ha publicado en dos momentos, pero ya está. Con el final de Sancho Panza, que es su muerte, y el de algunos de los personajes de la novela, yo ya he terminado. No quiere decir ello que otros no quieran continuarlo porque quedan muchos personajes vivos en mi novela. Pero yo ya he terminado con ella.

- Llama la atención la recreación del estilo de Cervantes en un castellano que parece una mezcolanza de ayer y de hoy.

- No es el lenguaje de Cervantes porque eso es imposible, porque Cervantes tiene una gracia inimitable, pero además es que no solamente no la podríamos imitar sino que quedaría mal si la imitáramos. No hay competencia posible con él. Entonces quedaría probablemente un pastiche como, de hecho, ocurre cuando ha habido en el siglo XIX las imitaciones del estilo de Cervantes, pues las leemos hoy como acartonadas y falsas.

- Tiene suerte de que Cervantes y los suyos estén muertos, si no le hubiera pasado como le ocurrió a Fernández Mallo con la viuda de Borges, María Kodama, que le embargó la edición de El hacedor (de Borges), remake.

- No lo creo. Con la mayor modestia, no lo creo. Cervantes habría encontrado el espíritu que mueve este libro, que es un libro al contrario, que lo que trata es de reconocer y de propagar las virtudes de Cervantes como autor y las virtudes de su obra como obra. Por tanto, esto no es un plagio ni por supuesto un ataque como había en él. Esto es exactamente un homenaje al mundo de Cervantes y al Quijote.

- El libro de Fernández Mallo también era un homenaje y un juego literario.

- Pero, bueno, también el Quijote fue parte probablemente de una idea que no es original. O sea, que es una idea de un romance, como demostró en su día Menéndez Pelayo. Es que la originalidad absoluta no existe. Todos escribimos una historia común que unos vamos amplificando, etcétera.

- Usted es antólogo de Unamuno. Dice de él que era quijotesco. ¿Contamos en este país ahora con muchos escritores quijotescos?

- Lo mejor de Cervantes es que nos ha hecho creer a todos en sus libros que, primero, somos mejor de lo que somos. Eso es, digamos, la virtud de un gran escritor, porque descubre en ti cosas realmente buenas, pero te exige también que luego tú tengas que estar a la altura de aquello que te ha hecho creer. Y todos los escritores en España y en casi todo el mundo encuentran afortunadamente en sí mismos algo quijotesco. Luego, este país es diferente, porque este país no es un país cervantino. En general, es un país quevedesco, un país donde no gusta la sencillez sino donde gusta el barroquismo y ese tipo de cosas.

- Como la de Unamuno, su obra es prolífica. Ha escrito diarios, novelas, ensayos, columnas. ¿Necesita mudarse de género según el ánimo, el tema o las circunstancias?

- Sí, porque cada cosa te exige su propia voz. Y eso viene dado de una manera muy natural. No está buscado exactamente. Sabe uno más o menos el tono que tiene que emplear. Como cuando le habla uno a la persona que ama, no le habla de la misma manera que al funcionario o no le habla del mismo modo que a un niño, pero la voz que dice es la misma en todos los casos; es decir, la persona es la misma. Y debe estar animada del mismo espíritu. Pues yo creo que la literatura, si está viva, es un poco lo mismo.

- Sus columnas en La Vanguardia le permiten situarse en la realidad, ejercer la inmediatez, pensar en su interlocutor. ¿La ficción lo lleva a las nubes?

- Yo lo que no sabría distinguir muchas veces es si entiendo el tono que empleo en un artículo y el que empleo en un poema, pero en el fondo el arranque quiero creer también que es el mismo, que es una cierta visión poética de la vida, tanto en el artículo, como en el ensayo, como en el poema.

- Escribe usted: “¡Melancólico Sancho, quijotizado Sancho! ¡El mundo al revés! Se hubiera dicho que don Quijote había muerto cuerdo para que Sancho pudiera enloquecer a su sabor.”

- Bueno, sí, porque lo que se ve al final, en la segunda parte del Quijote sobre todo, cuando ya Sancho está desengañado del gobierno de la ínsula, ahí vemos que en los parlamentos de Sancho, o sea en los coloquios que tiene con Don Quijote, es muy difícil distinguir quién habla, porque realmente Sancho se ha quijotizado y Don Quijote se ha sanchificado. Entonces, son intercambiables los dos. Y eso es lo que pasa a veces en la realidad. Y por eso es un libro complejo, porque hace que veamos lo que la realidad tiene de quijotesco y lo que tiene de sanchesco.

- Un escudero que ha aprendido a leer, que lee lo que Cervantes ha escrito de él, que se embarca a las Indias buscando oro y plata.

- Bueno, en la segunda parte del Quijote se dice que el bachiller Sansón Carrasco le da a Don Quijote la primera parte del Quijote que él no lee, él pregunta cómo nos trata. En mi novela dice sí, al principio fue así, pero luego se arrepintió y tuvo una curiosidad muy humana y Don Quijote lee su propia historia en el libro de Cervantes. En mi novela al final le ocurre lo mismo a Sancho. Sancho echa en falta a Don Quijote y decide aprender a leer para ver su historia. Y esto es lo que cambia enteramente al personaje, que se ha quijotizado por completo; es decir, que ya es un personaje prendido por la literatura.

- Volviendo al presente. ¿Le confunde lo que está ocurriendo en Cataluña?

- No me confunde. Me desconcierta. Y, desde luego, me asombra realmente ver la impunidad continuada en la que están quedando, y sistemáticamente, los abusos de poder, la prevaricación, los fraudes de ley. Eso es lo que me asombra. Y me preocupa obviamente, porque realmente llegará un momento en el que habrá que poner coto a esto para que realmente todos seamos libres e iguales, que es lo qe tenemos que ser. Es decir, este es un país de gentes distintas pero en la libertad y en la igualdad. Lo que no podemos hacer es someternos ni a las pistolas de ETA ni a los fraudes de ley de cualquier otro. Eso no puede ser. La ley está para que todo el mundo la cumpla, les guste o no les guste. Y eso que es tan elemental pues parece que decirlo así es no hacer política. Esto es política. Cumplir la ley una parte de la política.

- Tarjetas opacas, mordidas, imputados casi a diario, dimisiones. ¿Con todas estas palabras se podría escribir una novela picaresca?

- Esto es una novela picaresca. Lo que pasa es que a gran escala. Porque los pícaros lo que robaban eran unas monedas por lo general. Estos no es que sean pícaros. Estos son pícaros industriales realmente. Esto es como la industrialización de la picaresca, la producción en masa de la picaresca y, desde luego, hace intolerable cualquier proyecto de nación de prosperidad, porque está constantemente sangrándose por este tipo de abusos.

- Antonio Machado hablaba de dos Españas. Usted habla de tres. ¿A este paso cuántas Españas seremos capaces de identificar?

- Yo creo que en realidad habrá que hablar de una España común. No sé si de dos, o de tres, o de diez, pero sí una común. Y esa España común es una España trabada en principios democráticos, que son los principios, como decía antes, de la igualdad y la solidaridad, y de la libertad obviamente. Con estos tres principios, que son los principios de la Ilustración francesa, con eso tendríamos suficiente. Eso ya está inventado. Cualquier caso que sea un tipo de España en el que alguna de estas tres cosas o las tres pasaran a mejor vida, pues sería una mala solución. Un país sin libertad es malo. Un país sin igualdad es malo. Un país sin solidaridad es malo. No te digo ya un país sin ninguna de estas tres cosas.

- ¿Manuel Chaves Nogales defendía una tercera España o le decepcionaron las dos que conoció?

- Yo creo que a Chaves lo que le ocurre, como a unos pocos, muy pocos, en los años 30, es que se dan cuenta que dos Españas minoritarias han metido a una tercera España mayoritaria en una falsa solución que se vuelve curiosamente a oír en estos días con la solución de populismos que están emergiendo. El otro día, a uno de estos populistas le oí decir exactamente: “Queremos un cambio ya sea para bien o para mal”. Bueno, yo no quiero un cambio para mal. Yo quiero un cambio para bien y, como dicen los ingleses, lo que no está roto, no lo arregles. Y la Constitución todavía no está rota. Y, por tanto, la podemos reformar, pero no romper. Si la rompemos, probablemente a lo mejor nos encontramos la sorpresa de que no podemos recomponerla.

- Dice usted que El maestro Juan Martínez que estaba allí es su obra preferida del periodista sevillano. Pero no sabe si es crónica, reportaje o novela. O tal vez si tiene algo de cada género. ¿Un libro inclasificable?

- Sí. Es que es bastante inclasificable. Es decir, sabemos que es una crónica en el fondo. Si no supiéramos que era una crónica, tampoco nos importaría. Si se nos hubiera presentado como una novela, también la consideraríamos un buen libro. Los buenos libros al final no se sabe qué son, porque rompen los moldes, porque tienen un cierto carácter genuino. Y nos da lo mismo, porque cada libro tiene como una cierta verdad dentro, que es propia del libro. El Quijote sabemos que es una novela. Desde el momento que Cervantes introduce la segunda parte, sabemos también que es un libro real. Entonces, es una novela pero es una novela que también parece que es una crónica.

- Hay una tendencia en el libro a imitar el lenguaje oral del maestro Martínez y el gracejo de este personaje, poco habitual en la obra de Chaves.

- Es muy difícil dilucidar lo que hay de ficción y lo que hay de realidad. Se mezclan tanto los lenguajes incluso. Yo creo que todo está basado en hechos reales, pero si no fueran hechos reales tampoco importaría. Es un reportaje de la realidad pero está tratado de una manera muy literaria.

- Usted coloca a Chaves Nogales junto a Pla, Camba o Ruano. Pero los tres eran de derechas, fueron espías y alguno, como Ruano, de una honestidad muy dudosa. Acaso Chaves fue más libre y ecuánime. Y tal vez por eso estuvo más solo y murió solo.

- Sí hay diferencias personales, pero en la literatura, lo que significó la literatura de estos cuatro periodistas, yo creo que no mucho. Sin visiones diferentes pero todos están preocupados por dar una visión lo más fidedigna posible de la realidad, y lo hacen con una cierta honestidad. Es decir, no son plumillas vendidas y ni siquiera Ruano, que es el más venal de todos, ni siquiera él es un hombre enteramente venal cuando escribe. Cuando escribe, también encontramos en él una cierta verdad. Sobre todo según qué temas, pues no lo hará nadie mejor que él. Sus entrevistas son entrevistas modélicas.

(Publicada en el diario Córdoba el día 8 de marzo de 2015)

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