sábado, 21 de marzo de 2015

Aquella tarde

Antes o después supo que aquel no era su lugar. Un día abrió la puerta de esta casa, y se sentó en aquel sillón. Se dijo para sí que de allí no se movía, que aquel era su sitio. Era tal su certidumbre que nadie atisbó a reprenderle o a insinuar siquiera que pudiera estar equivocado, que se lo pensara un poco más. El tiempo nos quitó la razón. Vivía sin necesidad de otear otros horizontes ni de dibujar otros destinos. Todo cuanto ambicionaba lo abarcaba su mirada. Lo que no veía, no le interesaba o no existía.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Sabía que el mundo se prolongaba más allá, que otros pajares podían emular, en belleza, a estas colinas pardas, verdes en primavera, amarillas o pajizas en otoño. No le importaba que la ambición moviera a otros hombres a un peregrinaje eterno en busca de un espíritu anhelado. Él estaba aquí, pisando unas tierras que eran fructíferas y acogedoras. Fue así, sin embargo, hasta aquella tarde que los sueños se le desordenaron, y donde había paz, anidó la duda; y donde el cielo era azul, una masa turbia ensombreció el día.

Hizo el equipaje sin pena, sin pensar que se hubiera equivocado durante todos aquellos años. Pero una sensación al principio tenue, y después cada vez más punzante, le decía que el camino continuaba y que, a lo lejos, donde el paisaje se difuminaba, tal vez hubiera otra casa y otro árbol, parecidos o diferentes a estos, y eso ya le bastaba. No dijo hasta luego, porque nunca supo si volvería por aquí, pero quienes le vimos partir aquella tarde adivinamos en su gesto de indiferencia un adiós definitivo. Él también sabía que el tiempo del ayer había tocado a su fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario