sábado, 3 de octubre de 2015

Impostura

La lluvia rompe la monotonía de un verano prolongado y las montañas caen y se diluyen en un torrente inusitado que explosiona los sentidos. El agua abundante corrobora que la tierra está herida, gastada o asustada. Quién sabe. Nadie sabe nada. Esta mujer abre los ojos a un paisaje que nunca vio, aunque siempre estuvo ahí. Sabe ahora que las cosas están, que existen, pero que no siempre las vemos. Las espoleamos, tal vez, con botas de diseño, abriendo paso a la soberbia que alimentamos sin decoro, por pura ambición.

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Nos alimentamos de los muertos, como aves carroñeras, y adoramos sus biografías de seres inermes y desaparecidos, olvidando que, cuando nos abrazaban en vida, evitábamos sus besos y sus confusiones de criaturas mortales y efímeras. Nos sujetamos a la razón que más nos conviene o que mejor se ajusta a nuestro perfil prefabricado con hojas marchistas, escrito con tinta resbaladiza que apenas nos deja leer en el papel los sentimientos menos siniestros que escondemos para no asustar a los pájaros y a los perros.

Esta mujer reconoce este paisaje manchado por la lluvia que no cesa y no se reconoce en él. Ya no quiere vivir detrás de la máscara, apostando por la impostura que le dio el éxito y la vistió de miss en cada festejo, de puta mayor en el más prestigioso de los prostíbulos, frecuentado por duques sin dinero y por sabios con fotocopia de título compulsado por la institución o academia competentes. Ya no quiere ser la amante virtual de los locos que transitan por las redes sociales sin comerse un colín, ni la loca que grita incongruencias en los sueños que nadie conoce, ni la mujer abandonada en los años más fértiles del amor.

Ahora quiere reconstruirse desde la nada, se pone en mitad de la lluvia, desnuda y sola, esperando que este agua nueva le limpie de toda impureza, y la alivie de otros males que creyó impunes, y le devuelva la mirada de niña extraviada que siempre amó para ella, sin que las secuelas de un tiempo que ya no reconoce le apuntalen los pies en las arenas movedizas que fermentan con los errores que no conocen el olvido.

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