domingo, 25 de octubre de 2015

Sin decir palabra

Después de todo, dice, este es mi lugar. Busca con la mirada los campos rotos por la lluvia, los árboles enhiestos que se cruzan al final del camino, los perros que ladran a los pájaros descarriados, las sombras que deja la noche cuando todos huyen a cobijarse en sus sueños alquilados. No le importa comenzar de nuevo. Siempre que regresa de cualquier parte, repite el mismo mensaje: comenzará de nuevo. Aquí, donde todo es viejo, partir de la nada es una ilusión baldía y torpe. Yo no le digo nada, porque escruto en lo hondo de sus ojos y encuentro razones justificadas para engañar a las intenciones del alma.

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Se basta con muy poco para sobrevivir a su propia existencia. Le sobra el lujo sobrevalorado y le basta con saber que en esa esquina el sol se pone ya muy tarde. A veces, se balancea en aquel columpio, huyendo de algunos recuerdos que no conozco, y en su leve sonrisa apenas cabe otra imagen que no sea aquella que ella elige para volver a aquellos momentos que la hipnotizan. Yo la llamo desde las colinas rojas donde apenas percibo su perfil de dama encumbrada a la soledad, y percibo, sin entender, su voz aguda que grita queriendo decir algo, probablemente todo aquello que calla cuando estoy a su lado y me mira sin decir palabra.

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