domingo, 6 de diciembre de 2015

Inevitablemente

Ha despertado de un sueño maltratador. Ahora corre desnuda por campos ajenos, en una mañana templada de diciembre. Se había escondido en un rectángulo de hormigón y ladrillos, con fotografías colgadas en las paredes y trofeos de una juventud acabada. No buscaba una meta, sino un hospedaje. En realdad, huía de ella misma. Pero con ella iba a todas partes, sobre todo con aquella otra que traía el pasado desvencijado en el equipaje. Ahora corre sin rumbo rompiendo amapolas con sus pies descalzos y, en esa alegría descontrolada que parte el viento en trozos inexistentes, ella encuentra una razón rota que no la envilece. Al contrario, la transmuta por instantes en aquella mujer que siempre quiso ser: libre, loca, saltarina, feliz.

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A la vuelta, ha descolgado los cuadros de la pared, ha movido los muebles de ángulo. Ha abierto las ventanas, y el aire ha impregnado la habitación de un aroma desconocido que reconforta a los pulmones esponjados. Se ha duchado con una parsimonia que anhelaba, se ha vestido con una elegancia descuidada de niña alegre. La hemos visto cruzar la plaza dando saltitos rápidos y monocordes, como un polluelo de codorniz, y más abajo, donde el río ensancha sus brazos hasta el mar, cantaba estribillos usados y fáciles. Después, se ha perdido entre los árboles y el tiempo, buscando tal vez el alma extraviada que guarda tan adentro, allí donde todos alguna vez nos metemos a buscarnos inevitablemente.

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