lunes, 25 de abril de 2016

Cuando la tierra tiembla

Cuando la tierra tiembla, el mundo se descompone en millones de puntos microscópicos que se balancean sin rumbo en la misma habitación del desorden impuesto y de la ansiedad creciente y batalladora. Basta apenas una nube para que el día se oscurezca de repente y por las alcantarillas serpientes multicolores inunden las vías de un tránsito que se apaga, de un claxon que se lame su propio ruido antes de nacer. Tiembla la tierra y el reloj se come la arena que no quiere y hay un respirar aturdido sin sentido que busca la puerta de salida pero no huye, hay una indefensión en el alma que cura los días roídos entonces por el desencanto y una lluvia delgada que nadie ve y que todo lo cubre.

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Cuando la tierra deja de temblar, todos huyen escalera abajo dejando atrás el aire estancado en los ascensores, y las calles de habitan de seres desesperados que se precipitan hasta las escombreras que todo lo cubren y retienen. Y hay entonces, sin que nadie lo busque, un silencio deshabitado de alarmas y de lloros y de auxilios, un silencio hecho de otra materia que nos habita más adentro, fabricado de puro miedo, de desconcierto extenuante, de un paisaje de fin de mundo que no concuerda con el cielo limpio y azul que se pierde en lontananza. Después todos se miran como si lo hicieran por primera vez y saben que es inevitable que la tierra tiemble otra vez sobre sus pies desnudos y desnutridos, extraviados en mitad de la nada.

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