El hombre mira la quietud reinante en el dormitorio. La mujer le pregunta hasta cuándo se quedará con ella. El hombre observa ensimismado una tarde que es distinta a todas. Siente el cuerpo de esta mujer cada vez más próximo, como si fuera parte de él mismo. No dice nada. No sabría qué responder. Tampoco sabe si debe responder cualquier cosa.
Hay preguntas que no tienen respuesta, porque no las hay, o no se conocen, o no se deben tentar con premoniciones que las delimitan en su proyección definitiva. Pero sabe que esta mujer necesita una respuesta para acallar su inquietud. Y no cualquier respuesta. La mujer lo mira esperando incluso una sorpresa. No le importa cuál. Y le repite hasta cuándo se quedará allí. El hombre mira una luz extenuante que se difumina y se apaga, y solo se atreve a decir:
- De momento, hasta siempre.
Hay preguntas que no tienen respuesta, porque no las hay, o no se conocen, o no se deben tentar con premoniciones que las delimitan en su proyección definitiva. Pero sabe que esta mujer necesita una respuesta para acallar su inquietud. Y no cualquier respuesta. La mujer lo mira esperando incluso una sorpresa. No le importa cuál. Y le repite hasta cuándo se quedará allí. El hombre mira una luz extenuante que se difumina y se apaga, y solo se atreve a decir:
- De momento, hasta siempre.
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