jueves, 23 de agosto de 2012

Araceli Manjón: “Hay que aprender a vivir con las drogas”

Araceli Manjón-Cabrera, profesora titular de Derecho Penal y “número dos” con Baltasar Garzón en el Plan Nacional sobre Drogas, publica La solución, donde propone legalizar la droga como la única respuesta. Ha ocupado los cargos de magistrado suplente en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y es asesora de organismos internacionales en materia de droga y blanqueo de capitales. Su experiencia le ha permitido desarrollar su línea de investigación principal: el tratamiento legal de las drogas.


FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Leo en la portada de su libro: “La guerra contra las drogas ilegales mata más que su consumo”. ¿No se habrá fumado un canuto?

—No. No me he fumado un porro, pero la realidad es esa. Un ejemplo. En seis años en México la guerra narco se ha saldado con 50.000 muertos. En seis años no hay 50.000 muertos como consecuencia del consumo de drogas.

—A finales del siglo XIX, Estados Unidos emprende una cruzada contra la droga, y la exporta al resto del mundo. Y yo que pensaba que todo se quedaba en la hamburguesa y la Coca-Cola.

—Pues no. Además, exportaron el prohibicionismo, lo sacaron de sus fronteras, se lo impusieron a otros países que son los que ponen la sangre, y de esa manera Estados Unidos plantea su situación hegemónica.

—Pero hubo un tiempo en que las drogas no estaban prohibidas. ¿Qué pasó?

—Pasó que se encontraron los moralistas que perseguían todas las drogas, los médicos que querían la exclusiva a la dispensación, los racistas que querían acabar con los chinos, los negros y los mejicanos porque consumían marihuana u opio. Y todos juntos pusieron en marcha el prohibicionismo.

—Usted denuncia el fracaso del prohibicionismo, que califica como “un instrumento salvaje e ineficaz” y “una parte importante del problema”.

—La prohibición no ha conseguido su meta, que era acabar con las drogas. Esa meta es imposible. Entonces, lo que hay que hacer es aprender a vivir con las drogas, reducir sus daños lo más posible y, desde luego, no asumir que se causen daños que no son consustanciales a su consumo.

—En contra de la legalización de las drogas se dice que acabaría con el crimen organizado pero que también aumentaría su consumo.

—Probablemente habría un inicial repunte no muy grande de consumo. Lo que ocurre es que los beneficios de reducir los daños para todos los consumidores compensaría perfectamente ese repunte.

—Usted opina, citando a Douglas Husak, que la utilización del derecho penal contra quienes consumen drogas es injusta.

—Es injusta e es inhumana. Encarcelar a un consumidor por el hecho de serlo es la peor estrategia que se puede utilizar. Por eso, la única estrategia es la reducción de daños, que es más humana.

—¿Con la legalización de la droga se minimizarían o desaparecerían los problemas que conlleva el tráfico prohibido?

—La gran mayoría, sí. El crimen organizado se debilitaría muchísimo, dejarían de circular venenos por las calles, existiría una dosificación correcta, al tener menos dinero los criminales tendrían menos capacidad de corrupción, y algunos estados, que hoy están embargados, empezarían a ser libres.

—¿Las razones que avalan la legalización de las drogas son las mismas que derogaron la Ley Seca en Estados Unidos?

—Son las mismas. Lo que ocurre es que ahora se presentan con muchísimas más intensidad. Aquel crimen organizado era un juego de niños al lado del que tenemos ahora.

—Concluye usted en su libro: “Legalizar no es perder la batalla, sino buscar otro escenario para ganarla; tampoco es perder el control, sino empezar a recuperarlo”.

—Efectivamente. Es que la ilegalización lo que quiere decir en la práctica es que no se controlan las drogas, ni sus efectos, ni su calidad, y que los únicos que mandan son los criminales. La legalización supondría que el estado intervendría en materia de drogas.

—Usted fue “número dos” con Baltasar Garzón en el Plan Nacional sobre Drogas. ¿Cómo ha vivido estos meses su proceso y su sentencia?

—Bueno, el proceso lo ha vivido con mucha angustia porque, a pesar de que no había ninguna razón para que se le hubiese perseguido, sin embargo estaba convencido de cuál iba a ser el final. Y la situación que viva ahora es la de un exiliado.

—Según esto, la pregunta es inevitable. ¿Qué cambiaría de la justicia en este país?

—Los últimos años.

Publicado en Diario Córdoba el 30 de junio de 2012

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