Élmer Mendoza (Culiacán, México, 1949) es uno de los escritores más reconocidos en su país y allende sus fronteras. Vuelve a España con nueva novela, La prueba del ácido (Tusquets, 2011) en la que recupera al zurdo Mendieta, un personaje tal vez sacado de su propio perfil, aunque él prefiere pensar que no se parecen en nada y menos aún en “ese sentido fatalista que tiene de la vida”. Este detective investiga el asesinato de una bailarina de striptease llamada Mayra Cabral de Melo, a quien Mendieta había conocido meses atrás.
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
El libro no es solo una novela negra sino un informe pormenorizado sobre los bajos fondos del narcotráfico, un relato en el que la utilización del lenguaje es la principal herramienta a la vez que una estructura exigente que no deja al lector indiferente. Piensa Mendoza que el narcotráfico no tiene fin, porque, donde el ser humano no encuentra una alternativa de trabajo digno, la corrupción se abre camino a sus anchas.
Es un hombre educado, sonriente. Su timbre de voz es bajo, la barba desaliñada de poeta consumado, un humor a prueba de falsos chistes y una mirada de hombre de mundo que no deja de sorprenderse del momento que le ha tocado vivir. Viste de oscuro, con chaqueta gris de pata de gallo, tiene una altura que le gusta a las mujeres y una ternura que ellas valoran en lo que vale.
Piensa que la novela mexicana vive un momento único y que dejará a la humanidad alguna que otra obra maestra. Él no quiere perderse la oportunidad de participar de este momento de gloria. Desde agosto, es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y entiende que el español cada vez “tiene que ser más fuerte y más claro”. Su primera obra, Mucho que reconocer, le solventó todas sus dudas: sería escritor. Después vinieron El amante de Janis Joplin, Cóbraselo caro o Balas de plata. Trabaja ahora en dos obras. En una de ellas, por supuesto, el protagonista es el zurdo Mendieta. La historia sigue.
—“El narcotráfico no se va a acabar”. Lo dice usted. ¿Le puede el pesimismo?
—Bueno, no es el pesimismo. Es una realidad, porque yo veo muy difícil que acaben los adictos. Y veo muy difícil también que un negocio muy lucrativo, si lo legalizas, significa que vas a cambiar de status y significa que eso se va a abaratar. Yo no creo que a nadie le convenga. Entonces, realmente, sin ser pesimista, no creo que se termine el tráfico de estupefacientes.
—La periodista mexicana Lydia Cacho asegura que en varias décadas el tráfico de personas será un negocio más rentable que el tráfico de drogas o de armamento. ¿Comparte ese futuro negro que ella vaticina?
—No lo había pensado así, pero sí tengo informes de que ahora el tráfico de personas se está convirtiendo en el delito más grave. Lo que pasa es que no sé qué tan rentable es, pero si Lydia lo dice, Lydia que es muy estudiosa, debe tener sus razones y no me queda nada más que adherirme a ella.
—Probablemente lo más grave es la fascinación que los narcos producen en los jóvenes: no descartan ser sicarios, visten sus camisetas, niños de doce años ya están fichados como delincuentes.
—Sí. Eso es muy grave porque ellos, digamos, se han convertido en una convención que los jóvenes quieren seguir. Porque es una región donde no hay empleos y donde los empleos legales son pésimamente pagados. Digamos que el sueldo mínimo debe ser así como cuatro euros, y hay quien vive con eso. Entonces, la opción de hacer un trabajo lucrativo como delincuente siempre lo seducen.
Aparte está toda la épica que implica andar armado y andar armado la posibilidad de traer un buen auto y un buen auto significa que puedes subir a una chica hermosa, pues significa que todos los que verán que hace eso lo van a admirar. Y, bueno, los hombres muchas veces son capaces no solamente de cambiar su reino por un caballo, sino de cambiar un momento de admiración, quince minutos de fama, por lo que sea.
—El narcotráfico ha ido evolucionando con los años. Se han incorporado mujeres a sus filas. También niños. Se va adaptando a la sociedad.
—Sí, se va adaptando y también las condiciones económicas que no permiten otra salida. A mí lo que me parece muy interesante es la incorporación de las mujeres porque las mujeres son como el elemento más importante de la cultura, porque son el instrumento de transmisión de una generación a otra. Entonces, ahora que ellas se están incorporando a actividades delictivas, realmente tenemos que confiar en que Dios nos coja confesados, porque eso va a evolucionar y va a evolucionar de una manera muy fuerte, y pienso que muy violenta.
—Ahora publica La prueba del ácido. Podríamos decir que, a su modo, es una novela negra, pero sobre todo es una cámara fotográfica que retrata los bajos mundos del narcotráfico.
—Eso no lo puedo evitar. Aparte de todos los intereses que tengo en relación a la utilización de instrumentos narrativos contemporáneos, me seduce lo que vive la gente, lo que la gente experimenta, lo que la gente tiene, el que tiene esperanza espera, y toda esa parte emocional tan complicada que es la vida actual de las personas me seduce. Y son parte importante de mi novelística actualmente.
—Lo que más me sorprende del libro es el tratamiento del lenguaje con su incorporación de habla popular pero también, como escribe Rosa Mora, porque es de “rabiosa modernidad”. ¿La vida de una novela está en el lenguaje?
—El lenguaje es muy importante y el instrumento fundamental, y creo que en mi novelística es capital la utilización del lenguaje; es decir, conseguir darle estatura a una forma de contar y utilizando ciertas expresiones. Pero yo también creo que hay una estructura con aspiración de influir de otra manera en el lector, una estructura exigente, una estructura que no permite que el lector se distraiga y, desde luego, lo otro pues es la carga social que las historias tienen.
—Sicarios, antihéroes, balaceras, traiciones, sangre una complicada trama que logra desenrollar con un humor a prueba de bombas. Valga el símil.
—(Ríe). Sí. Bueno, es que el humor a veces creo que permitirá a mis lectores no caer en el tremendismo ni pensar en las desesperanzas, en los problemas que estoy contando, sino que son situaciones que si todos participamos terminaremos por resolverlas a nuestro favor.
—Recupera en esta novela la figura del zurdo Mendieta. No sé por qué veo en el detective algunos rasgos autobiográficos. Su amor por la música, una visión nostálgica y cínica de la vida, su capacidad de sobrevivir a los reveses del destino.
—Cada vez me lo dicen más y yo creo que terminaré por, al menos, meditarlo y por aceptarlo. No creo que Mendieta tenga mucho de mí pero, si tuviera algún rasgo, espero que no sea ese sentido fatalista que tiene de la vida, sino todo lo contrario, o sea, como una capacidad implacable de enfrentar la realidad y no darse jamás por vencido, sea lo que sea que lo que se tenga que hacer.
—La novela mexicana, según usted, está viviendo un renacimiento espectacular, en gran medida gracias a la violencia del narcotráfico.
—Bueno, sí, la violencia se ha convertido en un territorio narrativo que no existía y creo que muchos escritores, incluyendo al maestro Carlos Fuentes, están entrando al territorio, y creo que eso tiene que llegar a una meta que es la meta de la escritura no de una sino de varias obras maestras, que yo espero no equivocarme en eso. Porque también hay libros de no ficción pero mandados por periodistas que son extraordinarios y que se convierten en material de información para nosotros, de tal manera que los novelistas no tendrán ninguna excusa a la hora de tratar un tema, digamos, a medias porque careciera de información. Yo espero poder participar en una época de la literatura mexicana que quede para siempre.
—Mientras México se muere en una sangrienta guerra civil, el mundo intenta sobrevivir a una crisis sin precedentes. Las revueltas árabes, el 15-M en España o los vándalos del Reino Unido son algunos síntomas. ¿Cómo se ve desde México este paisaje desolador y confuso?
—Pues no dejamos de ponerlo dentro del mismo paquete que nos entró y que nosotros estamos viviendo porque, como quiera que sea, allá dicen que si a Estados Unidos la tos, a nosotros nos da la gripe completa. (ríe). Y creo que nosotros también estamos sufriendo los empates de la crisis, y sí nos impacta muchísimo lo que pasa de este lado, sobre todo en Inglaterra y aquí, porque de alguna manera son países modelos, son países, digamos, con un nivel cultural, con un nivel de vida deseable para nosotros, y no aceptamos la explicación fácil de que pudiera ser el gran fracaso del capitalismo salvaje, sino que tiene que haber cosas y esas cosas son los errores humanos, y los errores humanos los cometen los que dirigen los países, y estos países que he mencionado tienen que ser cuidadosos porque nosotros estamos en el fondo y es una experiencia brutal la que vivimos todos los días. Yo creo que sería muy doloroso no poder visitar países que nos gustan mucho y que vemos que están iguales o peores que nosotros.
—También la crisis ha golpeado tremendamente a Estados Unidos.
—Se está acabando. Sí. Ese país tiene la deuda más grande, más gorda de todos.
—Usted dirige programas de fomento a la lectura con niñas violentadas, en prisiones para jóvenes y en colegios con estudiantes que muestran “tendencias delicuenciales”. ¿Todavía le queda tiempo para intentar cambiar la vida?
—Claro. Porque yo no soy solo, y no he ganado un status intelectual para quedarme en casa. Yo tengo que ir ahí, tengo que hablar con otras personas con esa aspiración de que se puede, que es posible, que seguir el camino de la legalidad es largo pero termina uno por tener estabilidades emocionales, estabilidad económica y, bueno, una serie de cosas que siendo delincuentes pues la vida es corta.
—En agosto fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. ¿Es el único lujo que se permite, además de los habanos y algún tequila?
—(Ríe).No. Me permito otros lujos, pero ha sido una sorpresa para mí que me hayan nombrado miembro y, de verdad, tengo muchos deseos de hacer el trabajo que me corresponde. Curiosamente, desde que me han nombrado, no he parado en casa viajando todo el tiempo, pero lo tengo en la cabeza y creo que me gustaría mucho contribuir a conseguir información para explicar el español, que cada vez tiene que ser más fuerte y más claro.
—Sus narraciones son intensas y concentradas. Su lectura no es fácil y el lector requiere concentración. ¿No teme que por el camino se le pierda alguna admiradora embrujada?
—No, claro que no, porque prefiero apostar como siempre a mi lector ideal que es un ser inteligente, curioso, muy acucioso en el sentido de que no se da por vencido y que, bueno, termina por querer concluir mis novelas.
—Su lenguaje y su ironía –tal vez humor negro- a veces concluyen en sabias sentencias sobre el lugar del hombre en este mundo. ¿Lo escucha en la calle o lo lleva por dentro?
—Pues yo creo que lo aprendo en las lecturas, lo escucho en la calle, lo aprendo en los poetas y de pronto sale, surge así, ésa es la magia de hacer literatura, tiene esos pequeños momentos. Yo no le encuentro mayor explicación más que surge y hay que ponerlo.
—Se crió con sus abuelos en plena naturaleza. Ya entonces aprendió a imaginar y a soñar. ¿No le gustaba ya entonces cómo era este mundo?
—Sí, sí me gustaba, pero era más fascinante el otro, el mundo mágico, el mundo donde había fantasmas, donde había sombras móviles, donde había sueños y donde, por ejemplo, el que traía los juguetes en la Navidad, el 6 de enero, no siempre llegaba, y entonces era como otra manera de vivir la niñez. Eso me encanta porque además las ocasiones en que me ha ayudado a vivir momentos de mi vida son innumerables. Que yo me puedo quedar en una carretera y voy a pedir ayuda a los que viven cerca y son campesinos, y entonces yo sé cómo hablarles y siempre me ayudan y se sorprenden y dicen: “Habla como nosotros”. (Ríe).
—En 1978 se autopublicó su primer libro, Mucho que reconocer. ¿Fue entonces cuando decidió definitivamente ser escritor?
—Fue ese año, 1978, que después de hacer un ejercicio muy extraño, una experiencia que nunca había tenido –yo soy un hombre muy disciplinado en relación a mis horas de sueño-, estuve una noche completa, más o menos de las 11.30 a las 6 de la mañana, escribiendo cosas y, cuando terminó, dije: “¿Esto cómo lo he conseguido? ¿Qué me pasó?”. Y como era lector, dije, voy a ser escritor. Y a partir de ahí.
—Dijo usted algún día: “Soy escritor más bien en relación conmigo mismo que con el mundo”. Hoy nadie lo diría.
—Pero ¿por qué eres tan cobarde? (Ríe). Tú tomas la decisión de lo que quieres ser. Ya lo sé que en este tiempo las circunstancias son las que te ponen y que en mi país el 90% de las personas trabajan en trabajos que no les gustan, pero yo trabajaba en algo que me gustaba y lo dejé. Yo lo asumo como mi destino y ahí estoy. Y creo que no me he equivocado. No sabía al principio el esfuerzo brutal que tenía que hacer, pero cuando me di cuenta, dije, ya estoy en esto y lo tengo que hacer. Y tardé veinte años en conseguir lo que estaba buscando.
—Usted figura en La Reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte como personaje. ¿Soñó alguna vez con ser un personaje de ficción?
—Jamás (ríe). Me gustan mucho las circunstancias en que sale el personaje de La Reina del Sur y, bueno, de pronto me trae preguntas como ésta, porque uno mete los dos pies cuando estás creando en la ficción, tienes que entrar todo porque moverte dentro de esas leyes implica que hay una entrega absoluta. Pero cuando eres personaje estás igual, pero es de otra manera, eres un poco espectador. Es una distinción grande para mí.
—El azar también desempeña un papel trascendente en su novela, en la anterior también. Tal vez el azar pueda enderezar nuestras vidas.
—Yo creo que sí. Hay un timing que tu conducta que te conduce tarde o temprano a ese instante que es único y que obliga o te induce o te requiere tomar alguna decisión que no habías pensado, que temías tomarla, y esa decisión te va a llevar a situaciones, podíamos decir, diferentes. Es lo que a mí me ha pasado. Entonces quizá yo creo en ese principio y, bueno, recién me entero que también lo estoy utilizando en el absurdo Mendieta.
—¿Volverá el zurdo Mendieta?
—Tengo interés en escribir otra novela con Mendieta y estoy trabajando en un proyecto sobre Edward James, que era un mecenas del grupo de los surrealistas. Por ejemplo, uno de sus protegidos más importantes fue Salvador Dalí. Lo tengo como personaje porque él creó en la selva mexicana un jardín surrealista que es un sitio alucinante. Lo he visitado algunas veces, y más que tomar notas lo que anoto son percepciones del sitio.
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
El libro no es solo una novela negra sino un informe pormenorizado sobre los bajos fondos del narcotráfico, un relato en el que la utilización del lenguaje es la principal herramienta a la vez que una estructura exigente que no deja al lector indiferente. Piensa Mendoza que el narcotráfico no tiene fin, porque, donde el ser humano no encuentra una alternativa de trabajo digno, la corrupción se abre camino a sus anchas.
Es un hombre educado, sonriente. Su timbre de voz es bajo, la barba desaliñada de poeta consumado, un humor a prueba de falsos chistes y una mirada de hombre de mundo que no deja de sorprenderse del momento que le ha tocado vivir. Viste de oscuro, con chaqueta gris de pata de gallo, tiene una altura que le gusta a las mujeres y una ternura que ellas valoran en lo que vale.
Piensa que la novela mexicana vive un momento único y que dejará a la humanidad alguna que otra obra maestra. Él no quiere perderse la oportunidad de participar de este momento de gloria. Desde agosto, es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y entiende que el español cada vez “tiene que ser más fuerte y más claro”. Su primera obra, Mucho que reconocer, le solventó todas sus dudas: sería escritor. Después vinieron El amante de Janis Joplin, Cóbraselo caro o Balas de plata. Trabaja ahora en dos obras. En una de ellas, por supuesto, el protagonista es el zurdo Mendieta. La historia sigue.
—“El narcotráfico no se va a acabar”. Lo dice usted. ¿Le puede el pesimismo?
—Bueno, no es el pesimismo. Es una realidad, porque yo veo muy difícil que acaben los adictos. Y veo muy difícil también que un negocio muy lucrativo, si lo legalizas, significa que vas a cambiar de status y significa que eso se va a abaratar. Yo no creo que a nadie le convenga. Entonces, realmente, sin ser pesimista, no creo que se termine el tráfico de estupefacientes.
—La periodista mexicana Lydia Cacho asegura que en varias décadas el tráfico de personas será un negocio más rentable que el tráfico de drogas o de armamento. ¿Comparte ese futuro negro que ella vaticina?
—No lo había pensado así, pero sí tengo informes de que ahora el tráfico de personas se está convirtiendo en el delito más grave. Lo que pasa es que no sé qué tan rentable es, pero si Lydia lo dice, Lydia que es muy estudiosa, debe tener sus razones y no me queda nada más que adherirme a ella.
—Probablemente lo más grave es la fascinación que los narcos producen en los jóvenes: no descartan ser sicarios, visten sus camisetas, niños de doce años ya están fichados como delincuentes.
—Sí. Eso es muy grave porque ellos, digamos, se han convertido en una convención que los jóvenes quieren seguir. Porque es una región donde no hay empleos y donde los empleos legales son pésimamente pagados. Digamos que el sueldo mínimo debe ser así como cuatro euros, y hay quien vive con eso. Entonces, la opción de hacer un trabajo lucrativo como delincuente siempre lo seducen.
Aparte está toda la épica que implica andar armado y andar armado la posibilidad de traer un buen auto y un buen auto significa que puedes subir a una chica hermosa, pues significa que todos los que verán que hace eso lo van a admirar. Y, bueno, los hombres muchas veces son capaces no solamente de cambiar su reino por un caballo, sino de cambiar un momento de admiración, quince minutos de fama, por lo que sea.
—El narcotráfico ha ido evolucionando con los años. Se han incorporado mujeres a sus filas. También niños. Se va adaptando a la sociedad.
—Sí, se va adaptando y también las condiciones económicas que no permiten otra salida. A mí lo que me parece muy interesante es la incorporación de las mujeres porque las mujeres son como el elemento más importante de la cultura, porque son el instrumento de transmisión de una generación a otra. Entonces, ahora que ellas se están incorporando a actividades delictivas, realmente tenemos que confiar en que Dios nos coja confesados, porque eso va a evolucionar y va a evolucionar de una manera muy fuerte, y pienso que muy violenta.
—Ahora publica La prueba del ácido. Podríamos decir que, a su modo, es una novela negra, pero sobre todo es una cámara fotográfica que retrata los bajos mundos del narcotráfico.
—Eso no lo puedo evitar. Aparte de todos los intereses que tengo en relación a la utilización de instrumentos narrativos contemporáneos, me seduce lo que vive la gente, lo que la gente experimenta, lo que la gente tiene, el que tiene esperanza espera, y toda esa parte emocional tan complicada que es la vida actual de las personas me seduce. Y son parte importante de mi novelística actualmente.
—Lo que más me sorprende del libro es el tratamiento del lenguaje con su incorporación de habla popular pero también, como escribe Rosa Mora, porque es de “rabiosa modernidad”. ¿La vida de una novela está en el lenguaje?
—El lenguaje es muy importante y el instrumento fundamental, y creo que en mi novelística es capital la utilización del lenguaje; es decir, conseguir darle estatura a una forma de contar y utilizando ciertas expresiones. Pero yo también creo que hay una estructura con aspiración de influir de otra manera en el lector, una estructura exigente, una estructura que no permite que el lector se distraiga y, desde luego, lo otro pues es la carga social que las historias tienen.
—Sicarios, antihéroes, balaceras, traiciones, sangre una complicada trama que logra desenrollar con un humor a prueba de bombas. Valga el símil.
—(Ríe). Sí. Bueno, es que el humor a veces creo que permitirá a mis lectores no caer en el tremendismo ni pensar en las desesperanzas, en los problemas que estoy contando, sino que son situaciones que si todos participamos terminaremos por resolverlas a nuestro favor.
—Recupera en esta novela la figura del zurdo Mendieta. No sé por qué veo en el detective algunos rasgos autobiográficos. Su amor por la música, una visión nostálgica y cínica de la vida, su capacidad de sobrevivir a los reveses del destino.
—Cada vez me lo dicen más y yo creo que terminaré por, al menos, meditarlo y por aceptarlo. No creo que Mendieta tenga mucho de mí pero, si tuviera algún rasgo, espero que no sea ese sentido fatalista que tiene de la vida, sino todo lo contrario, o sea, como una capacidad implacable de enfrentar la realidad y no darse jamás por vencido, sea lo que sea que lo que se tenga que hacer.
—La novela mexicana, según usted, está viviendo un renacimiento espectacular, en gran medida gracias a la violencia del narcotráfico.
—Bueno, sí, la violencia se ha convertido en un territorio narrativo que no existía y creo que muchos escritores, incluyendo al maestro Carlos Fuentes, están entrando al territorio, y creo que eso tiene que llegar a una meta que es la meta de la escritura no de una sino de varias obras maestras, que yo espero no equivocarme en eso. Porque también hay libros de no ficción pero mandados por periodistas que son extraordinarios y que se convierten en material de información para nosotros, de tal manera que los novelistas no tendrán ninguna excusa a la hora de tratar un tema, digamos, a medias porque careciera de información. Yo espero poder participar en una época de la literatura mexicana que quede para siempre.
—Mientras México se muere en una sangrienta guerra civil, el mundo intenta sobrevivir a una crisis sin precedentes. Las revueltas árabes, el 15-M en España o los vándalos del Reino Unido son algunos síntomas. ¿Cómo se ve desde México este paisaje desolador y confuso?
—Pues no dejamos de ponerlo dentro del mismo paquete que nos entró y que nosotros estamos viviendo porque, como quiera que sea, allá dicen que si a Estados Unidos la tos, a nosotros nos da la gripe completa. (ríe). Y creo que nosotros también estamos sufriendo los empates de la crisis, y sí nos impacta muchísimo lo que pasa de este lado, sobre todo en Inglaterra y aquí, porque de alguna manera son países modelos, son países, digamos, con un nivel cultural, con un nivel de vida deseable para nosotros, y no aceptamos la explicación fácil de que pudiera ser el gran fracaso del capitalismo salvaje, sino que tiene que haber cosas y esas cosas son los errores humanos, y los errores humanos los cometen los que dirigen los países, y estos países que he mencionado tienen que ser cuidadosos porque nosotros estamos en el fondo y es una experiencia brutal la que vivimos todos los días. Yo creo que sería muy doloroso no poder visitar países que nos gustan mucho y que vemos que están iguales o peores que nosotros.
—También la crisis ha golpeado tremendamente a Estados Unidos.
—Se está acabando. Sí. Ese país tiene la deuda más grande, más gorda de todos.
—Usted dirige programas de fomento a la lectura con niñas violentadas, en prisiones para jóvenes y en colegios con estudiantes que muestran “tendencias delicuenciales”. ¿Todavía le queda tiempo para intentar cambiar la vida?
—Claro. Porque yo no soy solo, y no he ganado un status intelectual para quedarme en casa. Yo tengo que ir ahí, tengo que hablar con otras personas con esa aspiración de que se puede, que es posible, que seguir el camino de la legalidad es largo pero termina uno por tener estabilidades emocionales, estabilidad económica y, bueno, una serie de cosas que siendo delincuentes pues la vida es corta.
—En agosto fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. ¿Es el único lujo que se permite, además de los habanos y algún tequila?
—(Ríe).No. Me permito otros lujos, pero ha sido una sorpresa para mí que me hayan nombrado miembro y, de verdad, tengo muchos deseos de hacer el trabajo que me corresponde. Curiosamente, desde que me han nombrado, no he parado en casa viajando todo el tiempo, pero lo tengo en la cabeza y creo que me gustaría mucho contribuir a conseguir información para explicar el español, que cada vez tiene que ser más fuerte y más claro.
—Sus narraciones son intensas y concentradas. Su lectura no es fácil y el lector requiere concentración. ¿No teme que por el camino se le pierda alguna admiradora embrujada?
—No, claro que no, porque prefiero apostar como siempre a mi lector ideal que es un ser inteligente, curioso, muy acucioso en el sentido de que no se da por vencido y que, bueno, termina por querer concluir mis novelas.
—Su lenguaje y su ironía –tal vez humor negro- a veces concluyen en sabias sentencias sobre el lugar del hombre en este mundo. ¿Lo escucha en la calle o lo lleva por dentro?
—Pues yo creo que lo aprendo en las lecturas, lo escucho en la calle, lo aprendo en los poetas y de pronto sale, surge así, ésa es la magia de hacer literatura, tiene esos pequeños momentos. Yo no le encuentro mayor explicación más que surge y hay que ponerlo.
—Se crió con sus abuelos en plena naturaleza. Ya entonces aprendió a imaginar y a soñar. ¿No le gustaba ya entonces cómo era este mundo?
—Sí, sí me gustaba, pero era más fascinante el otro, el mundo mágico, el mundo donde había fantasmas, donde había sombras móviles, donde había sueños y donde, por ejemplo, el que traía los juguetes en la Navidad, el 6 de enero, no siempre llegaba, y entonces era como otra manera de vivir la niñez. Eso me encanta porque además las ocasiones en que me ha ayudado a vivir momentos de mi vida son innumerables. Que yo me puedo quedar en una carretera y voy a pedir ayuda a los que viven cerca y son campesinos, y entonces yo sé cómo hablarles y siempre me ayudan y se sorprenden y dicen: “Habla como nosotros”. (Ríe).
—En 1978 se autopublicó su primer libro, Mucho que reconocer. ¿Fue entonces cuando decidió definitivamente ser escritor?
—Fue ese año, 1978, que después de hacer un ejercicio muy extraño, una experiencia que nunca había tenido –yo soy un hombre muy disciplinado en relación a mis horas de sueño-, estuve una noche completa, más o menos de las 11.30 a las 6 de la mañana, escribiendo cosas y, cuando terminó, dije: “¿Esto cómo lo he conseguido? ¿Qué me pasó?”. Y como era lector, dije, voy a ser escritor. Y a partir de ahí.
—Dijo usted algún día: “Soy escritor más bien en relación conmigo mismo que con el mundo”. Hoy nadie lo diría.
—Pero ¿por qué eres tan cobarde? (Ríe). Tú tomas la decisión de lo que quieres ser. Ya lo sé que en este tiempo las circunstancias son las que te ponen y que en mi país el 90% de las personas trabajan en trabajos que no les gustan, pero yo trabajaba en algo que me gustaba y lo dejé. Yo lo asumo como mi destino y ahí estoy. Y creo que no me he equivocado. No sabía al principio el esfuerzo brutal que tenía que hacer, pero cuando me di cuenta, dije, ya estoy en esto y lo tengo que hacer. Y tardé veinte años en conseguir lo que estaba buscando.
—Usted figura en La Reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte como personaje. ¿Soñó alguna vez con ser un personaje de ficción?
—Jamás (ríe). Me gustan mucho las circunstancias en que sale el personaje de La Reina del Sur y, bueno, de pronto me trae preguntas como ésta, porque uno mete los dos pies cuando estás creando en la ficción, tienes que entrar todo porque moverte dentro de esas leyes implica que hay una entrega absoluta. Pero cuando eres personaje estás igual, pero es de otra manera, eres un poco espectador. Es una distinción grande para mí.
—El azar también desempeña un papel trascendente en su novela, en la anterior también. Tal vez el azar pueda enderezar nuestras vidas.
—Yo creo que sí. Hay un timing que tu conducta que te conduce tarde o temprano a ese instante que es único y que obliga o te induce o te requiere tomar alguna decisión que no habías pensado, que temías tomarla, y esa decisión te va a llevar a situaciones, podíamos decir, diferentes. Es lo que a mí me ha pasado. Entonces quizá yo creo en ese principio y, bueno, recién me entero que también lo estoy utilizando en el absurdo Mendieta.
—¿Volverá el zurdo Mendieta?
—Tengo interés en escribir otra novela con Mendieta y estoy trabajando en un proyecto sobre Edward James, que era un mecenas del grupo de los surrealistas. Por ejemplo, uno de sus protegidos más importantes fue Salvador Dalí. Lo tengo como personaje porque él creó en la selva mexicana un jardín surrealista que es un sitio alucinante. Lo he visitado algunas veces, y más que tomar notas lo que anoto son percepciones del sitio.
Publicado en el diario Córdoba el 9 de octubre de 2011
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