Poeta y escritor, José Manuel Caballero Bonald publica Entreguerras, un poema de casi tres mil versos, sin metro, sin rima y sin puntuación. Es su mejor obra y un libro imprescindible ya en nuestra literatura. Dice que le cuesta escribir mal, porque está habituado al esfuerzo y a tropezarse con las palabras y domeñarlas hasta que le saca todo el jugo. Tal vez sea su mejor título, sí. En cualquier caso, está escrito con el mismo tesón que sus otros libros.
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
—Me conmueve la perfección de su escritura.
—Bueno, yo siempre digo que no estoy capacitado para escribir mal.
—Un poema fluvial de casi 3.000 versos sin metro, sin rima, sin puntuación. ¿No temió naufragar en el intento?
—Sí. Muchas veces. Pero salí a flote porque también ese poema fluvial forma parte de mi memoria que también es fluvial.
—J. J. Armas Marcelo afirma que es usted el mejor escritor de la España actual.
—Bueno, Armas Marcelo es muy amigo mío.
—En su libro hay algo de testamento, de acabamiento, de punto final, de expurgo, de purificación personal. ¿Ha logrado saldar las deudas con usted mismo?
—No. Nunca se terminan de saldar a no ser que uno termine por acabar con la propia vida. Ese libro tiene mucho de acabamiento porque también mi vida está llegando al final.
—No sé por qué. Pero me da la impresión de que éste no será su último libro, aunque ni usted mismo lo crea.
—Pensar en un libro a largo plazo ya no lo voy a hacer. Pero un poema se presenta de pronto y no voy a rechazar la tentación, claro.
—Dice usted: “Siempre he tratado de ahondar en mi propia memoria en busca de explicaciones”. ¿Es un recurso para buscar o para huir?
—Para buscar, pero generalmente no encuentro nada.
—“Lo que te ofrece la vida hay que aprovecharlo”. Me da la impresión de que en ese sentido está en paz con usted mismo.
—En paz no estoy. Yo estoy en esa tregua que te concede la edad. Estoy en un paréntesis que no sé cuándo se va a cerrar.
—La noche, los bares, la bebida, los amigos, los días de la dictadura. Cuánto cabe en tan pocas palabras.
—Esa experiencia para mí es inolvidable y usábamos la bebida, la noche, la libertad para enfrentarla a la falta de libertades del exterior.
—Advierte en la nota previa del libro: “También yo he aceptado a veces la tentación de copiarme”.
—Sí. Yo, cuando sé que un verso es de alguna forma válido, me gusta volver a usarlo para que la gente se dé cuenta de que no me he equivocado.
—Y más adelante también advierte: “…escribir y no hacerlo son renuncias iguales”.
—Me gusta ese verso porque, claro, no escribir es una renuncia, pero al escribir también renuncias a muchas cosas que no vas a poder decir.
—¿Juan Carlos Onetti es el Cervantes del siglo XX?
—Sí. Lo pienso. Onetti es para mí uno de los grandes escritores del siglo XX en todas las lenguas que yo puedo conocer.
—Dígame, ¿por qué los intelectuales, los escritores, los periodistas, los profesores universitarios no se implican con lo que está cayendo?
—Hay como una tendencia acomodaticia de aceptar las cosas tal como vienen sin comprometerse a intentar corregirlas, y todo eso no puede conducir más que a una mala meta, a una meta desafortunada.
—Las nuevas tecnologías, la precariedad laboral, un futuro incierto. ¿Ayudan o condenan a la literatura?
—En cierto modo, deben de estimularla porque hay que salir al paso de esos desastres que estamos viviendo. Las calamidades del paro, la corrupción, del retroceso hacia la derecha. Con todo eso el escritor tiene, de alguna forma, que salir al paso. No hace falta que lo haga como escritor. Basta con que lo haga como persona, como ciudadano.
—¿En este libro alcanza los momentos culminantes de su poesía?
—Yo creo que sí. Porque en este libro, que tiene algo de testamentario, también está aquí todo lo que yo puedo hacer.
—Y también tiene algo diferente a los demás.
—Sí. He procurado, por lo menos, tener una voz propia, crear un mundo propio, que es lo primero que todo artista debe plantearse.
—La última pregunta se la hace usted mismo: “¿Eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?”.
—Eso es una esperanza, una utopía. Pero yo creo que la utopía es una esperanza sucesivamente aplazada.
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
—Me conmueve la perfección de su escritura.
—Bueno, yo siempre digo que no estoy capacitado para escribir mal.
—Un poema fluvial de casi 3.000 versos sin metro, sin rima, sin puntuación. ¿No temió naufragar en el intento?
—Sí. Muchas veces. Pero salí a flote porque también ese poema fluvial forma parte de mi memoria que también es fluvial.
—J. J. Armas Marcelo afirma que es usted el mejor escritor de la España actual.
—Bueno, Armas Marcelo es muy amigo mío.
—En su libro hay algo de testamento, de acabamiento, de punto final, de expurgo, de purificación personal. ¿Ha logrado saldar las deudas con usted mismo?
—No. Nunca se terminan de saldar a no ser que uno termine por acabar con la propia vida. Ese libro tiene mucho de acabamiento porque también mi vida está llegando al final.
—No sé por qué. Pero me da la impresión de que éste no será su último libro, aunque ni usted mismo lo crea.
—Pensar en un libro a largo plazo ya no lo voy a hacer. Pero un poema se presenta de pronto y no voy a rechazar la tentación, claro.
—Dice usted: “Siempre he tratado de ahondar en mi propia memoria en busca de explicaciones”. ¿Es un recurso para buscar o para huir?
—Para buscar, pero generalmente no encuentro nada.
—“Lo que te ofrece la vida hay que aprovecharlo”. Me da la impresión de que en ese sentido está en paz con usted mismo.
—En paz no estoy. Yo estoy en esa tregua que te concede la edad. Estoy en un paréntesis que no sé cuándo se va a cerrar.
—La noche, los bares, la bebida, los amigos, los días de la dictadura. Cuánto cabe en tan pocas palabras.
—Esa experiencia para mí es inolvidable y usábamos la bebida, la noche, la libertad para enfrentarla a la falta de libertades del exterior.
—Advierte en la nota previa del libro: “También yo he aceptado a veces la tentación de copiarme”.
—Sí. Yo, cuando sé que un verso es de alguna forma válido, me gusta volver a usarlo para que la gente se dé cuenta de que no me he equivocado.
—Y más adelante también advierte: “…escribir y no hacerlo son renuncias iguales”.
—Me gusta ese verso porque, claro, no escribir es una renuncia, pero al escribir también renuncias a muchas cosas que no vas a poder decir.
—¿Juan Carlos Onetti es el Cervantes del siglo XX?
—Sí. Lo pienso. Onetti es para mí uno de los grandes escritores del siglo XX en todas las lenguas que yo puedo conocer.
—Dígame, ¿por qué los intelectuales, los escritores, los periodistas, los profesores universitarios no se implican con lo que está cayendo?
—Hay como una tendencia acomodaticia de aceptar las cosas tal como vienen sin comprometerse a intentar corregirlas, y todo eso no puede conducir más que a una mala meta, a una meta desafortunada.
—Las nuevas tecnologías, la precariedad laboral, un futuro incierto. ¿Ayudan o condenan a la literatura?
—En cierto modo, deben de estimularla porque hay que salir al paso de esos desastres que estamos viviendo. Las calamidades del paro, la corrupción, del retroceso hacia la derecha. Con todo eso el escritor tiene, de alguna forma, que salir al paso. No hace falta que lo haga como escritor. Basta con que lo haga como persona, como ciudadano.
—¿En este libro alcanza los momentos culminantes de su poesía?
—Yo creo que sí. Porque en este libro, que tiene algo de testamentario, también está aquí todo lo que yo puedo hacer.
—Y también tiene algo diferente a los demás.
—Sí. He procurado, por lo menos, tener una voz propia, crear un mundo propio, que es lo primero que todo artista debe plantearse.
—La última pregunta se la hace usted mismo: “¿Eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?”.
—Eso es una esperanza, una utopía. Pero yo creo que la utopía es una esperanza sucesivamente aplazada.
Publicado en el diario Córdoba el 25 de febrero de 2012
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