domingo, 2 de diciembre de 2012

Luis Landero: “A los que somos más o menos infelices nos gusta vivir”

Sorprendió para siempre a sus lectores hace 23 años cuando invadió la escena editorial con Juegos de la edad tardía, una joya al servicio de un absurdo sin límites y de una imaginación desbordante. Ahora publica Absolución (Tusquets, 2012), su séptima novela, posiblemente su obra más podada, de estructura bien planteada, y cerrada con acierto y precisión.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Una historia que versa sobre la búsqueda de la felicidad, pero que, en manos de un insatisfecho crónico como es Luis Landero, se traduce en un intento absurdo e inútil por dar sentido a la vida. Él, en cambio, lo dice de otra manera: “En los libros yo he encontrado, a veces, más vida que en la vida real”. De todo un poco tiene este libro tan bien escrito, incluso algo de suspense para tensar su lectura como la cuerda de un arco.

—Publica ahora su séptima novela, Absolución, a la que no le ha importado calificar como la “más redonda”.

—Esto, en realidad, ha sido un mal entendido, porque a mí me preguntó una periodista: “¿Considera que esta es la más redonda de sus novelas?”. Pero porque lo pensaba ella. Digo: “Pues puede ser”. Y entonces, a partir de ahí, resulta que me han atribuido a mí solo esto, si es la más redonda. Pero creo que en cierto modo quizás sea la más podada, la que menos ramas superfluas tiene, la que menos digresiones. Lo cual no quiere decir que sea la mejor, pero sí la más redonda en ese sentido, en el sentido de una acción más bien planteada o, por lo menos, lo he intentado, y bien cerrada.

—Una novela que versa sobre la búsqueda de la felicidad en un momento en el que el único relato imperante es la crisis y la incertidumbre.

—Bueno, claro, el problema este de la crisis es que se encuentra el mismo discurso en la radio, en la televisión, en internet, cuando quedas con los amigos y demás. La política es un arte de convivencia y no mucho más. Y más allá de eso puede llegar a embrutecer si realmente llena nuestra vida más de lo que debe. La vida hay que enriquecerla.

—La novela la escribe además un insatisfecho crónico que solo ha conseguido en su vida momentos de felicidad, sobre todo cuando escribe.

—Pero eso nos pasa a todos. Todos somos más o menos insatisfechos y todos conseguimos momentos más o menos efímeros de felicidad. Lo que pasa es que hay quien negocia con la vida y consigue un negocio de mínimos. Tú no me jodes mucho, pero yo tampoco te pido más. Y hay quien no se conforma buscando, buscando, hasta el final de sus días. Y mi personaje es uno de ellos. Es un insatisfecho crónico como lo soy yo. Y como creo que lo es mucha gente.

—Le gusta Absolución, pero también Juegos de la edad tardía. ¿Son sus mejores novelas o siempre a la última se le tiene un cariño especial?

—No lo sé, porque con las novelas uno tiene una época de idilio con ellas en las que uno es el mejor escritor del mundo, quiere mucho a la novela y la novela quiere mucho al autor. Es la época de idilio que todos hemos conocido. Y luego viene una época ya de contrariedades conyugales, en que uno ya no está contento con la novela, empiezan los reproches, todo esto. Son dos novelas a las que tengo mucho cariño, pero también a alguna otra.

—García Márquez, después del éxito de Cien años de soledad, se quedó bloqueado. No sabía por dónde seguir. ¿Qué se podía escribir después de Juegos de la edad tardía?

—Pues se trataba de seguir para adelante con otras historias. Aunque a mí casi todas las historias me salen con unos cuantos temas sucesivos de los que no puedo escapar. Tengo que escribir historias que me salen muy del fondo y que todas tienen un aire de familia.

—¿Cuáles son esos temas que tanto le obsesionan?

—Pues uno de ellos es el absurdo de la vida. Y cómo el hombre intenta buscar un sentido a la existencia. De ese desnivel que hay en el hombre entre lo que es, que es muy poco, que es frágil, que es breve, y la enorme paciencia que tiene para soñar, para intentar trascender su condición humana. Entonces, de ahí surgen, entre la realidad y los deseos.

—Esta novela es también una obra de aprendizaje. ¿En qué sentido?

—Eso también lo ha dicho un crítico. Tiene algo de verdad, porque es la historia de alguien desde los 15 años a los 33. Si ahí está la adolescencia, la primera juventud y demás, pues cómo no va a ser de aprendizaje. Incluso Don Quijote y Sancho, ya talluditos los dos, también inician una historia de aprendizaje. De manera que esto de vivir es un oficio que lo estamos aprendiendo hasta el final y no lo aprendemos bien.

—Lino, el protagonista, es un fugitivo. ¿Somos todos también un poco fugitivos permanentes en nuestras vidas?

—Sí, porque buscamos algo que probablemente no existe, porque existe un desasosiego esencial en el hombre que le hace buscar cosas, que le hace moverse, ir, venir. Y lo vemos en la sociedad actual cómo la gente no para de viajar, no para de inventar cosas, se tira de un puente con una cuerda atada al tobillo, se aturde de algún modo por medio de la acción o del alcohol o de lo que sea. Y todo es una forma de huida para no enfrentarte a tu propio destino cara a cara.

—Dice usted que el dinero tiende a “corromper y vulgarizar” todo lo que toca. Pero con diez euros no podemos comprar la botella de vino que a los dos nos gusta.

—No, claro. Pero también el vino de diez euros puede estar bien. Tampoco hay por qué comprar vino de 40 euros. Y lo peor de todo es que el escritor que tiene éxito luego ya no escribe lo que quiere sino lo que demanda el mercado. El escritor ya lo que quiere es gustar. El éxito es una droga adictiva y quien lo conoce, no todos pero muchos, ya no quiere renunciar a él. Teme ser olvidado. Teme perderlo. En esa medida, el éxito puede corromper.

—Dice usted: “Lo mejor que tiene escribir es que sin necesidad de mirar por la ventana estás viendo la vida”.

—Escribir es un modo de vivir. No hay que darle vueltas. Don Quijote se educa en una biblioteca. En los libros yo he encontrado, a veces, más vida que en la propia vida real. Si miro para atrás, he vivido la vida, pero he vivido más la literatura.

—El argumento es importante en una novela, pero en sus obras los protagonistas cobran una relevancia especial.

—Para mí el personaje es el pilar fundamental de la novela. Yo siempre parto del personaje. Es el que me inspira. Habrá otros para quienes es más importante la acción que el personaje. En mi caso, el personaje es muy importante. Y luego equilibrarlo con la acción. Un personaje se define actuando, claro.

—¿Y se deja llevar por la historia y el personaje o necesita esbozar un guion previo?

—No. Yo soy de escaleta y de cosas de estas. En la novela anterior, no tanto. Fue un tanto anárquica. Me dejé llevar. Pero es la excepción. Normalmente, sí tengo claro lo que voy a escribir. Lo que pasa es que realmente son generalidades lo que uno sabe. Es la historia en general. Cuando realmente uno conoce una novela es cuando se pone a hacer camino, cuando se pone a escribir.

—El lector se mete de lleno en su novela y de golpe se da cuenta que el suspense es otro de sus ingredientes básicos.

—Es una novela más de relojero. Las dos primeras partes transcurren en unas horas. Se va viendo cómo se va acercando algo fatal que va a ocurrir y que termina ocurriendo. Y sí, tiene algo de intriga, lo cual está muy bien. Incluso para el propio autor, que el relato esté tenso como la cuerda de un arco está muy bien, porque a veces ayuda a escribir también.

—¿Le incomoda que todo en la novela actual esté al servicio del entretenimiento?

—Leer a Kafka o a Fernando de Rojas es una gran placer. Lo que pasa es que hay placeres que hay que merecérselos. Vivimos en una sociedad muy aniñada donde se mima mucho al lector, y los lectores se vuelven antojadizos, inapetentes, donde todo es demasiado fácil. El verdadero placer de la lectura es un placer muy intenso y hay que merecerlo.

—“Da igual estar en tiempos de crisis o de bonanza, el hombre no acaba de ser feliz”. Así es.

—Eso es verdad. Lo que pasa es que es mejor estar en época de bonanza. Pero de todos modos el hombre no acaba de ser feliz, porque sabe cuál es su destino. Su destino es envejecer, enfermar y es morir. Y eso es una cosa que lo invalida para una felicidad plena, no para momentos de felicidad estupendos. A los que somos más o menos infelices nos gusta vivir, aunque haya una cierta melancolía. Pero nos gusta vivir. Como decía aquel: “Ya que estamos en la ratonera, pues vamos a comernos el queso”.

Publicado en el diario Córdoba el 17 de noviembre de 2012

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