lunes, 20 de mayo de 2013

Rosa Regàs: “Soy más radical ahora que cuando tenía veinte años”

Hija de republicanos españoles, Arcadia vuelve a Barcelona en 1949, acompañada por su tía Inés, una viola y una maleta llena de recuerdos. Así comienza la novela que ahora publica Rosa Regàs (Barcelona, 1933), Música de cámara, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve. La obra es una crítica a la posguerra y a la Transición y es asimismo la novela que menos le ha costado escribir.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Está convencida de que vivimos una época trágica que, además, no tiene ningún respeto por el pasado. Por eso tal vez se considera una mujer comprometida: “Intento ser y soy más radical ahora que cuando tenía veinte años”. Dedica el libro a Carlos Barral, de quien dice que, si hubiese nacido en Inglaterra, “sería considerado uno de los grandes editores de todos los tiempos”. En 1994 publicó Azul, novela por la que recibió el Premio Nadal y en 2001, con La canción de Dorotea, obtuvo el Premio Planeta.

—Le hubiera gustado ganar el Premio Biblioteca Breve en un momento menos trágico. ¿A una historia de amor tan poderosa como la de esta novela no le sienta bien la realidad que vivimos?

—Me parece que una novela tiene autonomía sobre la realidad. Y yo quiero creer que no importa. Una novela es una novela. Tiene una realidad, que es la realidad física de las cosas que conocemos a nuestro alrededor, pero tiene una realidad literaria que está al margen de todo. Y en cuanto a la situación que le ha tocado vivir, la literatura tiene que vivir caiga donde caiga.

—Parte de su relato transcurre en plena transición, un periodo en el que, según usted, solo tiramos arena sobre las cenizas. Y no es la única escritora que lo dice. ¿Ha llegado el momento de revisar nuestra historia más reciente?

—En mi novela, de la transición hablan dos personajes, que son los dos protagonistas. Y la ven, podríamos decir, casi como la ven la mayoría de los españoles. Uno cree que no es perfecta, pero que es lo único que se pudo hacer, dados los poderes fácticos que había. Y el otro personaje cree que fue una ley de punto final, y que de repente dejó en la vía muerta a la república, que no fue más que una transición de la voluntad de Franco. Yo creo que la transición la tengo ya muy pensada. Y sé muy bien lo que creo. Pero en mi relato hay estas dos grandes maneras de verla.

—Comenzó a pergeñar esta novela en 2006, y dice que es la novela que menos le ha costado. ¿También es la más conseguida?

—Bueno, cuando escribimos, queremos que la novela que estamos escribiendo, que aprovecha toda la experiencia de lo que hemos escrito anteriormente, nos lleve un poco más allá de lo que pensábamos. Yo no sé si es la más conseguida, pero creo que hay algunas cosas que en otras novelas me habían costado y en cambio aquí he logrado sacarlas. La verdad es que no lo sé.

—Dedica el libro a Carlos Barral, a quien usted tanto ama, y de quien dice que fue “una víctima de cómo el poder lucha contra la memoria y la inteligencia”.

—Estoy convencida de que vivimos en una época trágica por muchas razones y por otras menores, pero que no tiene ningún respeto al pasado, ninguno. Los niños de hoy no saben quiénes eran los escritores, los músicos, de la república o de la dictadura de Primo de Rivera. Carlos Barral, si hubiese nacido en Inglaterra, sería considerado uno de los grandes editores de todos los tiempos.

—Para usted, la militancia del intelectual en tiempos convulsos es necesaria. ¿Aprendió de esos compromisos con Barral, García Hortelano, Gil de Biedma?

—Por supuesto. Lo aprendí de ellos y de muchos más. Lo aprendí, incluso, y no soy católica, de un sacerdote de mi escuela, que no se trataba entonces de compromiso político sino de compromiso social. Por ejemplo, una de las cosas que nos decía es que no hay libertad sin libertad económica. Que para unas chicas que vivíamos en un colegio en aquel momento era muy extraño. Nadie hablaba de esta manera.

También me enseñó a ser comprometida socialmente. Y luego aprendí a ser comprometida políticamente. Y con los años mi compromiso se ha hecho cada vez más fuerte. Intento ser y soy más radical ahora que cuando tenía veinte años.

—En 2006 dimitió como directora de la Biblioteca Nacional por estar harta de algún personaje público y no tanto de la gestión. ¿No piensa que los intelectuales deberían acceder a esos cargos que en ocasiones los ocupan técnicos que tal vez no están a la altura?

—Bueno, en primer lugar, yo no tuve ningún encontronazo con el ministro. Hubo unos robos. Él me hizo responsable de estos robos. Y yo no creo que fuera responsable. Los robos suceden en todas las bibliotecas del mundo, en todos los bancos del mundo, y en todas partes. Y nadie ha hecho nunca responsables a los directores. Pero estábamos en desacuerdo profundamente no solo en esto, sino que me obligó a dar la noticia a la prensa. Entonces yo dije que la noticia no la daba a la prensa porque el ladrón huiría. Sabíamos muy bien quién era el ladrón. Se trataba de cogerlo in fraganti. Y dimití. No pasó nada más.

Entonces, yo creo que incluso los técnicos pueden estar comprometidos. La persona, sea técnico o no sea bibliotecario, lo que tiene que hacer es abrir la biblioteca para que todo el mundo entre. Este es el tipo de compromiso que se pide. Esto va implícito en el compromiso profesional de saber qué es lo que tenemos que regir. Yo creo que un técnico puede ser tan comprometido como un profesional.

—Los pueblos que han sufrido, como el nuestro, el paso de una dictadura militar, necesitan cien años para cerrar sus heridas. ¿Tanto tiempo nos queda todavía para que el dolor de nuestra historia no nos pese tanto?

—Kapuscinski decía que un país que ha estado en dictadura necesita cien años para volver a la realidad. Si esto es así, nosotros necesitamos mucho más. Porque nosotros hemos estado en dictadura desde siempre. Hemos tenido monarquías absolutas desde siempre. Esto no es Inglaterra, que tiene democracia desde el siglo XIII. Ni es Francia, que la tiene desde el siglo XVIII. Nosotros, no. Hemos tenido un año con la primera república, cinco años con la segunda república, y treinta años ahora. Si lo que dice Kapuscinski es verdad, entonces nos queda muchísimo más.

—Volviendo a la novela, su directora editorial, Elena Ramírez, dice de ella que tiene una arquitectura literaria compleja y que el ritmo está muy bien llevado. ¿La estructura y el lenguaje son elementos suficientes en una novela?

—Yo creo que el estilo, la voz, el argumento, la situación, la manera de explicarlo. Todo esto se une. Entonces estructura la novela. Todo importa. Una novela con un estilo perfecto pero que no te cuente nada no te interesa.

—“Arcadia no soy yo”. La novela no es autobiográfica, pero creo que ha dejado en sus páginas demasiado de usted.

—Yo he hecho esta novela con lo que cada escritor hace una novela, que es con la experiencia y con la memoria. Y no tengo nada más. Entonces, a partir a ahí, mi imaginación y mi fantasía han manipulado todos estos datos. Los ha manipulado hasta convertir esta historia en una historia autónoma e independiente de la realidad en la que se basa. Yo creo que el escritor pone todo lo que es dentro de una novela, pero recibe mucho a cambio.

—La suya es una poderosa historia de amor y desamor. ¿Cómo cree que es el amor en tiempos de crisis?

—Con una dificultad añadida, pero nada más. Yo creo que el tiempo de crisis o el tiempo de bonanza ayudan o desayudan al amor. Porque el amor depende de muchas cosas. Depende de la educación que hemos recibido, del ambiente en que vivimos, de la situación económica que tenemos, de lo ambiciosos que somos, etcétera. A todo esto en tiempo de crisis se le añade una dificultad más. Pero nada más.

Publicado en el diario Córdoba el 13 de mayo de 2013

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