lunes, 29 de julio de 2013

Perdidos

No le digas que no le quieres, porque él ya lo imagina. Te mira de vez en cuando, casi de reojo, como si no quisiera hacerlo, cuando tú te entretienes mirando la tarde y piensas en otro hombre que no es él. No le digas nada. Él ya adivina un futuro sin ti y probablemente ande buscando una mujer en otro hogar que no es este. Tú déjalo que sueñe. Y mientras tanto, sueña tú también. ¿Sabes? Los sueños son muy volubles y se disipan por momentos y nos dejan la memoria encharcada de recuerdos confusos que, en muchos casos, tampoco fueron vividos.

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Así que finge ser feliz a su lado, porque la vida se apaga poco a poco, y a más que te des cuenta las canas peinarán tus cabellos y las arrugas –aunque bellas, creámoslo así- invadirán tus ojos en la mitad de la mirada, y te dejarán una sensación frágil de ausencia que no entenderás. Estarás pensando en otro hombre cuando él se vaya. Y tú no sabrás por qué lo hizo ni querrás que se vaya tampoco. Dará igual.

La vida la cruza una línea invisible que nos empuja al otro lado de la alambrada, donde crecen los recuerdos como lechugas frescas y el tiempo pasado le recorta protagonismo al devenir. Te sentirás vieja, sin querer decírselo a nadie, y lo sabrás por quienes te rodean y porque en sus palabras la melancolía invade las frases y los sueños son menudos como avellanas tostadas. Dejan el mismo sabor. Es el síntoma de que los años atropellan las esquinas de la noche en la que andamos perdidos para siempre.

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