sábado, 31 de agosto de 2013

Sin palabras

Aunque no lo creas, todos los días no son iguales. Ayer, por ejemplo, había un halo de ceniza en el aire que enturbiaba el ambiente, el aire era denso y pesado. Hoy, sin embargo, me levanté flotando en la habitación. El día es luminoso. Desde la ventana, el paisaje es más verde que nunca y el río trae una mansedumbre que necesito. He abierto un libro que no quiero leer. Paseo por la orilla del río, donde los perros ladran a la luna y a los viandantes. Territorio de nadie. El bar de todos los días está solo. Como yo.

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Espero a que llames. No dijiste a qué hora llegarías. Han sido muchos años. Te imagino igual, pero sé que estarás distinta. Observaré primero tus manos, siempre escondidas en los bolsillos o buscando cualquier cosa que nunca encuentran. Y mientras busco tus ojos, como hacía entonces, tú me dirás que te alegras de verme, que estoy igual. Siempre lo hacías así. En ese momento yo estaré descorchando una botella de vino. La música estará mansa, como el agua del río. Justificarás tu ausencia con frases entrecortadas que serán sinceras y torpes. Y yo te diré que calles y que bebas.

En todo este tiempo, te eché de menos, pero es verdad que también acabé olvidándote. Y eso no te lo puedo decir. Porque nunca te gustó escuchar mis palabras por miedo a arañar en ellas la puta verdad. Da igual. El vino es de terciopelo, como a ti te gustaba decir. Tú sí estás igual. Pero yo he cambiado tanto. Igual llegas a entenderlo sin que tenga que explicártelo.

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