domingo, 9 de febrero de 2014

El regreso

Cuando la lluvia cesó, ella estaba allí desnuda y blanca. Nadie la vio llegar y nadie la esperaba. La recordaban aún, porque la memoria es pertinaz en sus arrebatos, y porque, cuando se fue, dejó un vacío hondo en cada uno de ellos. La recordaban más delgada, tal vez, y algo más joven, con la misma mirada de espantar búfalos en las praderas y de montar caballos por las montañas. La huella perenne de la huida tenía entonces, como ahora, en los ojos. Por eso, nadie pensó que vendría para quedarse. Pero así lo hizo. Cruzó la calle principal del pueblo bajo un sol tórrido e incipiente que mató la lluvia anterior. Y se metió en la casa que dejó vacía desde aquella mañana de su partida. Durante varios días no salió y nadie se atrevió a llamar a la puerta y preguntar por su ventura. Corrían los rumores. Pero nadie se movió.

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Al cuarto día se oyó el chirriar de la puerta, y un silencio denso y claro iluminó su figura desde la oscuridad. Venía vestida de blanco, como la última vez, como si fuese una novia, con un ramo de flores marchitas en una mano y una expresión de ausencia que todos percibieron como la huella de una soledad demasiado arraigada a la piel. Tan cerca de ellos, sin embargo, su aire fantasmal se fue transformando en una belleza infantil que les hechizó. No tenía los ojos tristes, sino serenos, y un halo celeste en la comisura de los labios que se parecía más a la felicidad que al maleficio. Tiró el ramo de flores, que ya no estaban marchitas, a la tierra parda del parque, y se sentó, junto a los álamos, a calmar los ladridos locos y amargos de los perros.

Después la dejaron sola, porque estaba todavía extenuada del viaje y no la quisieron despertar de un sueño que solo era de ella, aunque todos sabían de él. Cuando regresaron, ya no estaba, y no lograban adivinar por dónde huyó de nuevo. Después cada cual volvió a su hogar, cerraron con llave y aldabón las casas, y se dispusieron a recordarla y a esperarla desde entonces y durante años a la luz de la lumbre, como quien convoca a un fantasma. De todo esto ya hace mucho tiempo, pero la leyenda sigue viva en nuestras memorias. Y cuando llueve, como ahora, miramos a través de las ventanas esperando a que una muchacha cruce la calle vestida de blanco con un ramo de rosas muertas en la mano.

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