miércoles, 24 de diciembre de 2014

Los terrores de la Navidad

Para quienes no amamos estas fechas por razones obvias, John Updike y Edward Gorey publicaron en 1993 en Estados Unidos un libro que a mí no me hubiera importado firmar: Los doce terrores de la Navidad. Updike es un escritor nortemaricano que los tenía bien puestos y un clásico de la narrativa del siglo XX. Gorey, un ilustrador excéntrico que siempre encontró un equilibrio inquietante entre el humor ácido y la ternura o, como diría Carlos Zanón, también es el tipo al que Tim Burton le debe mil cervezas.

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Este libro tan pequeño y oportuno lo tenemos ahora en tiendas y librerías para deleite de quienes nos gustaría quemar con fuego y palabras precisas estas celebraciones de la nostalgia repetida. En sus páginas reconoceremos a un Papá Noel con “un extraño olor a ron”, que cobra el paro once meses al año y que extrañamente vive en el Polo Norte, donde nadie querría vivir, que se pasa en vela toda la noche volando por el cielo para repartir regalos a niños que ni los merezcan, un hombre sin dirección plausible, tal vez, como dicen los autores de este opúsculo, una tapadera siniestra de una estafa internacional.

El libro recuerda también a los ayudantes de Papá Noel, esos elfos sometidos a condiciones laborales de explotación, el árbol de Navidad, horroroso en campo abierto e indescriptible en mitad del salón, los renos, los repetitivos villancicos, que vuelven y vuelven a volver por Navidad, los programas especiales, el miedo a que los Reyes Magos hayan perdido nuestra dirección, a que ella la haya olvidado para siempre, las devoluciones en enero de los regalos que nunca quisimos.

Después de todo, como escriben Updike y Gorey estas fechas son “el humillante descenso al cuarto de calderas del mercantilismo”. En fin, compra este libro y regálalo a quien más quieras. Después de unos dulces de harina dulce y amazacotada viene bien como digestivo. Para entonces igual es ya año nuevo y tenemos doce meses para olvidarnos de estos días inclementes y llenos de vacíos imponderables.

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