jueves, 25 de diciembre de 2014

Me duele esta mujer

Un día, Francisco Porrúa –ese gran conversador, primer editor de Rayuela y de Cien años de soledad, padrastro que fue Rodrigo Fresán, ahora fallecido- le comentaba a J. Ernesto Ayala-Dip una frase de Jorge Luis Borges: “Me duele una mujer en todo el cuerpo”. Dice Ayala-Dip que esta es la única frase soberbiamente tórrida y sensual del escritor argentino. Y más –habría que añadir- viniendo de un hombre tan feliz con las letras y tan fracasado con las mujeres. No solo es así. Es también una de sus frases más enigmáticas, en el conjunto de una obra cuyo enigma nadie ha logrado dilucidar en su totalidad.

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Leo esa frase y me cuesta imaginar cómo era esa mujer, recostada contra el diván, fumando un cigarro en pipa, mirando sin pestañear las calles oscurecidas de un Buenos Aires que nadie ha retratado con palabras cóncavas y certeras, esperando a nadie en una noche sin lluvia. Al lado está Borges, sentado tieso como un profesor a punto de romper con su lección magistral, pensando si esta mujer le escuchará cuando truene una frase enigmática y sensual que ahora se le viene a los labios sin haberla digerido lo suficiente. La mujer mira a Borges, a quien no conoce de nada. Pero esa frase se le ha atascado en la garganta. Ella no sabría decir por qué.

Cuando de nuevo mira el sillón, Borges no está. Tal vez nunca estuvo. Y esta mujer no entiende. Tal vez lo soñó, se dice. Sabe que está condenada a perseguir a este poeta por los sueños como si fueran calles desiertas de un Buenos Aires del que nadie ha escrito. Pero en ningún lugar nadie pronuncia esa frase desdichada y tremenda que contiene un mundo, el mundo que desde entonces ella anda soñando y donde nadie habita. Ahora quiere olvidar esta frase para poder vivir. Ella no lo sabe, pero Borges nunca logró olvidarla (la frase, claro). En frente hay una pared de ladrillos muertos, sin paisajes, que nadie mira.

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