domingo, 26 de julio de 2015

Julio Llamazares: "Me siento extranjero en todos los sitios"

Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) publica Distintas formas de mirar el agua, la novela de su vida. Tal vez no sea la mejor, él tampoco lo sabe. Pero sí es aquella que estaba condenado a escribir. Es también el libro que más rápido ha escrito. En un año puso punto final. Toda una heroicidad para quien se define como un escritor lento y que empeña al menos cinco años en atajar cualquier obra. Tal vez, se disculpa, la estuvo pergeñando durante toda su vida y es ahora cuando le dio a la tecla para imprimir. Tal vez también, escribió la primera línea cuando publicó su primera novela, La lluvia amarilla. Hay libros que el autor está condenado a escribir. Como es el caso. Y circunstancias vitales que dejan una huella indeleble en la memoria. Como es haber nacido en Vegamián, un pueblo anegado en las aguas de un pantano, el Porma.

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FOTO: Elisa Arroyo

Los personajes de esta historia miran de distinta forma el agua. Tal vez observen ahí mismo la vida, mediten sobre un pasado que les robaron y un futuro que nadie dibuja. A los 13 años, este hombre, alto, de piel roja y voz rota, que fuma y bebe, de ojos y pluma trasparentes, volvió al pueblo donde nació. Habían desecado el pantano y pudo entrar a la casa paterna cubierta de lodo y truchas muertas. Un paisaje que él describe como el fin del mundo, sin voz ni color, sin árboles ni pájaros, un mundo fantasma que daría lugar a la fantasía del escritor para escribir esta novela. Tal vez por esta razón, se siente un extranjero en cualquier lugar.

Este libro es una novela coral, donde todas las voces son una misma voz, la de Julio Llamazares, disperso en todos sus personajes que recrean un mismo mundo que cada cual ve y sueña a su manera. Como la propia vida. Hay un culpable en esta historia que el escritor leonés ha llevado metida en su alma tanto tiempo: Juan Benet. El autor de Volverás a Región también vivió cautivado por estos paisajes de artificio. Al pie de este pantano, comenzó también a escribir su novela. Fue la primera presa que dirigió como ingeniero. Ambos mantuvieron una extraña relación de amistad y admiración mutuas, aunque también salpicadas de desencuentros.

Ahora, misión cumplida, Llamazares volverá al camino, volverá a recuperar la redacción Las rosas de piedra, interrumpida cuando este libro le estalló en las manos y en el corazón. Seguramente con él, ni él mismo lo sabe, se cierra un ciclo que inició con La lluvia amarilla. Su obra abarca prácticamente todos los registros: poesía –Memoria de la nieve-, literatura de viajes –El río del olvido-, relatos cortos –En mitad de ninguna parte-, novela –Luna de lobos-, crónica –El entierro de Genarín-, el guion cinematográfico y el artículo periodístico. Ahora, una vez más, vuelve a tirarse al camino y a cambiar de género. Es su sino.

- Usted es un escritor lento, necesita rumiar las palabras, encontrar su cadencia. Pero este libro le estalló como una bomba entre las manos.

- Sí. Y es la novela que más rápido he escrito. En un año. Yo, que tengo de media cinco, seis, siete años, y que paso por ser un escritor muy lento. Seguramente esta novela la había ido escribiendo toda mi vida y en un momento dado di sin querer a la tecla imprimir y salió toda seguida.


- Distintas formas de mirar el agua, de observar el paisaje, de ver la vida.

- El título a mí me parece fundamental en esta novela y en todas. Hasta que no sé el título y la estructura, no empiezo a escribir. En realidad, Distintas formas de mirar el agua es una metáfora de distintas formas de mirar la vida, de mirar el mundo, de mirarnos a nosotros mismos, a los demás. Aquí parte del agua real de mi pantano que cambió la vida de la familia protagonista y del personaje protagonista, y el agua se convierte en un espejo en el que los personajes narradores se reflejan.

- Dice usted que es la novela de su vida. ¿La más perfecta o la más personal, con la que mejor se identifica?

- La que estaba condenado a escribir. Cuando digo la novela de mi vida, yo no tengo la consideración de que es la novela más importante de mi vida, sino la que estaba condenado a escribir porque sobre mi vida ha planeado siempre este acontecimiento involuntario que fue el de haber nacido en un pueblo sumergido debajo de un pantano. Cosa que ha hecho que en cada entrevista, en cada comparecencia pública, siempre alguien te pregunte cómo ha influido en tu vida. Y, claro, te ha influido, como todo influye en la vida, pero nunca he sabido qué responder. La respuesta seguramente es esta novela.

- A Vegamián, donde nació, lo cubrieron las aguas del pantano del Porma en 1968. ¿Siempre respondió lo mismo?

- Pues he respondido de todo y seguramente sin saber qué responder de la incapacidad de responder a algo tan profundo con una frase normal, porque te das cuenta de que el lenguaje es muy limitado y tú más. Por muy buen escritor que seas, eres muy limitado. Decía Miguel Torga, llego, me siento frente al fuego horas y horas, abstraído en pensamientos, porque aquí me doy cuenta de la gran distancia que hay entre mis sentimientos y mis palabras. Eso es lo que te ocurre cuando afrontas el hecho de escribir con honradez. Te das cuenta de que el éxito del escritor no es tener más o menos repercusión social o comercial. El éxito de un escritor es conseguir que haya la menos distancia posible entre tus pensamientos y tus sentimientos, y lo que queda plasmado en el papel. Y esa distancia con la que tú juegas y para la que necesitas el lenguaje.

- Tenía 12 años cuando Vegamián quedó anegado y volvió a él con 28 cuando desecaron el pantano. Aquella visión le impactó. ¿Ahí comenzó a germinar este libro?

- De manera consciente, sí. Inconscientemente, seguramente venía de muy atrás. Yo nací por casualidad en el pueblo Vegamián, un pueblo que da nombre al pantano que a la vez protagoniza esta novela, pero me fui con dos años. O sea, que no tengo ningún recuerdo, ninguna consciencia pero hasta los 13 años míos, que fue cuando cerraron el pantano, volví algunas veces con mis padres a visitar a los antiguos vecinos y amigos de ellos. Y la distancia siempre siguió planeando sobre mí, y llegó un momento que tomé consciencia cuando, pasados los años, vaciaron un día la presa y vi el pueblo en el que nací convertido en el paisaje del fin del mundo. Estuve dentro del pueblo. Era un mar de lodo, en medio de las ruinas no había árboles, no había color, no había sonido, no había pájaros, no había nada. Estuve en la casa en que nací, porque eran casas de piedra, y la casa y la escuela seguían en pie, enteras, subí al piso superior, y llegar a tu casa llena de lodo y de truchas muertas no es algo muy fácil de contar.

- Una novela coral con 16 voces distintas. Una familia que se acerca al pantano a esparcir las cenizas del abuelo. Cada uno es cada cual, pero en todos está usted.


- Sí. Esta novela al final es una polifonía. Ya te digo que para mí es muy importante el título y la arquitectura de la novela. Porque una novela se puede contar, como tú sabes, de muchas formas. La clave es conseguir la forma de contarla mejor. Podía haberla contado uno de los personajes o haberla contado yo como narrador omnisciente, o alguien que pasa por allí. Lo que yo he querido hacer es una especie de relato coral al modo de las tragedias griegas, donde salían los personajes con máscaras con la boca abocinada para que se oyera en el anfiteatro. Cada capítulo es el flujo de la conciencia de cada personaje. Esto ocurre en la vida real. Tú vas a un funeral. Todo el mundo está callado mientras tiran las cenizas o entierran al fallecido, y todo el mundo en silencio está divagando en su cabeza su relación con el fallecido, con los otros, consigo mismo. Cada uno está pensando lo mismo y todos piensan de forma distinta. La suma de todas esas voces seguramente sea la mía, pero tampoco te lo digo muy convencido.

- Dice Teresa: “¡Qué extraña es esa querencia que muchas personas sienten por los lugares a los que pertenecen incluso cuando éstos han desaparecido!” ¿Tan extraña es esa querencia?

- A mí no me parece extraña, pero al personaje sí. Porque, claro, es una nieta ya. Lo que cuenta esta novela, que al final cuenta la historia del desarraigo y del destierro de una familia de su lugar de origen, es cómo el paso de las generaciones hace que en una familia el mismo acontecimiento que pasan los abuelos ha sido determinante porque les cambió la vida, se va amortiguando con el paso del tiempo. Entonces, la abuela no se plantea el tema de la querencia porque la tiene, el abuelo no habla ya porque está muerto, pero su querencia está implícita en el hecho de que quiso volver en cenizas y al pantano. Y, sin embargo, a los nietos, a algunos, ya les parece como una especie de patología. Pero esto ocurre en la realidad.

- En realidad, es una historia de tres generaciones, donde cada una ve la realidad de manera distinta.

- Claro, en función de la mayor cercanía o lejanía con el hecho de que emigró o se quedó, del carácter de los personajes. No lo ve igual el hijo, el personaje que a mí más me costó escribir y que creo que es el más emocionante, el hijo retrasado, ese que realmente se queda huérfano, con la hermana que marchó y vive lejos, etcétera. Como se dice vulgarmente, ocurre en todas las familias.

- Juan Benet firmó el proyecto de la presa. Mientras se construía, escribió Volverás a Región. ¿También él quedó atrapado por este lugar?

- Sí. Él tuvo siempre una querencia especial con el Porma. Primero, porque fue su primera gran obra como ingeniero. Había trabajado más obras pero fue, creo, la primera presa que dirigió. Y luego, porque allí empezó a escribir y creó el mundo de Región, que luego se ha repetido en todas sus novelas. Y es la última voz, es una voz más. Porque hay quince personajes que son miembros de la familia. Luego hay un personaje que para mí es muy importante, que son cuatro líneas, que es uno que pasa en coche y mira, que es la mirada de la sociedad. La gente no sabe lo que cuesta el agua. La gente pasa al lado de un pantano y dice: “Qué bonito”. Porque es verdad. Es un lago suizo entre las montañas. ¿Por qué? Porque su mirada se queda parada en el espejo del agua, no profundiza. Y todavía hay una voz final, por eso la cita va al final, es de Juan Benet, que tiene algo de profecía bíblica de Volverás a Región, que es lo que está haciendo el personaje y protagonista: volver ya después de muerto a una región que solo existe ya en la ficción y en su memoria.

- Sus relaciones con él no fueron precisamente cordiales. ¿Algún reproche después de los años?

- No fueron cordiales ni no cordiales. A él le debió llamar mucho la atención, le llamó porque lo sé, de repente descubrir con el paso del tiempo que había uno de Vegamián que escribía. Y tenía curiosidad en conocerme. Y una vez nos conocimos. Benet era un personaje que en aquel momento era un dios de la literatura y ejercía de paso. Salía por las noches, tenía esa aureola además de que era escritor e ingeniero, llevaba siempre un séquito alrededor de escritores que le adulaban. Y en esa situación era siempre bastante altivo, bastante arrogante y bastante provocador. Entonces me presentaron a mí, que yo era un chaval de 26 o 27 años, y me dijo: “O sea, que tú eres escritor gracias a mí”. Y a mí me pareció tan mal que le digo: “Y tú eres un gilipollas”. Y entonces él siguió con su aire inglés. Y luego tuvimos una relación un poco extraña pero yo creo que, en el fondo, él me tenía cariño. Incluso le entrevisté una vez en televisión en un programa para el que trabajé. Yo conocí dos Benet. Uno, cuando iba con el séquito. Y otro cuando iba solo. Las veces que me lo encontré solo, hablamos mucho y fue muy normal y muy cariñoso conmigo. O sea, que yo tengo un buen recuerdo de Juan Benet y luego con el tiempo he pensado que aquella frase de tú eres escritor gracias a mí, aunque él la dijo por otra razón, en el fondo no le faltaba razón.

- Dice José Antonio: “Si desde la creación del mundo el río iba por donde iba y los lagos ocupaban los lugares en los que habían surgido hacía millones de años, a qué andar cambiándolos de lugar como si Dios se hubiera equivocado al hacerlo”.

- Claro, es una visión más de uno de los personajes. Sin embargo, el hermano de este, que es ingeniero de caminos, dice, hombre, entiendo el dolor de mis abuelos pero si no qué beberíamos, con qué regaríamos. En realidad, esta novela es un caleidoscopio, que va girando y cada uno lo ve en función de su ideología, de su carácter, de sus sentimientos, de su proximidad. No lo ven igual los que vivieron el hecho del destierro que los que lo oyeron contar. Pero esto pasa con la guerra, con la política, con la vida normal. Cada uno, ante el mismo hecho, lo ve de una manera o de otra.

- Cuando los judíos fueron expulsados de Castilla y Aragón, se llevaron las llaves de sus casas. Algo parecido pasó en Vegamián.

- Y en otros pantanos ha habido gente que la han saco a punta de pistola. En el pantano de Riaño se suicidaron dos. Eso la gente no lo sabe. Hubo uno que, cuando entró la guardia Civil, estaba muerto con la escopeta de caza. Cada uno reacciona de una manera. Hay quien se resigna, quien se rebela. En la época de Franco era más difícil rebelarte, porque ibas directamente a la cárcel. En la época de Riaño, que lo hizo el gobierno de Felipe González, hubo mucha resistencia. En fin, cada uno reacciona de una manera.

- “El ser apátrida tiene algo de bueno porque te da mayor libertad”, dice usted. ¿Se puede vivir sin tener un lugar al que volver, ser un ciudadano de ninguna parte?

- Bueno, se abusa mucho de la expresión ciudadanos de ninguna parte y suena un poco a cliché, pero a mí lo que me espanta de los nacionalismos, sean los que sean –periférico, central o mediopensionista-, es que eso sea mérito propio, porque las personas no tenemos ni mérito ni demérito en dónde nacimos. Tú puedes estar muy orgulloso de lo que has hecho en tu vida profesionalmente, o avergonzado de lo que has hecho, pero estar orgulloso de ser andaluz o vasco o húngaro es una idiotez, porque tú no has tenido ninguna influencia en ello. Aparte de que yo me siento extranjero en todos los sitios, no porque quiera sentirme extranjero, sino porque me siento extranjero en el sentido de Albert Camus de ser extranjero de la realidad, porque pongo la tele y no tiene nada que ver conmigo lo que hablan. No es que me crea más. Simplemente tú vas a una boda y sientes que eres un marciano. En ese sentido, el no tener que ser de ningún lado más que no ser, no tener que ser por cojones de un sitio y tener orgullo de ser de ese sitio, te da mayor libertad porque eres extranjero en todos los sitios, y eso es estupendo.

- La irrupción de esta novela en su vida le hizo interrumpir su viaje titánico por la geografía de las catedrales de España titulado Las rosas de piedra. ¿Seguirá con el proyecto?

- En cuanto acabe la promoción, estoy deseando volver a viajar. Me queda Levante, Andalucía y las islas.

- Dice Elena: “Yo, por ejemplo, no entiendo que una persona pueda vivir mirando el pasado en lugar de hacia el futuro como todos los demás”. Le pregunto: ¿Puede una persona vivir mirando al futuro sin tener en cuenta el pasado?

- No. Hay quien tendrá esa ensoñación pero es imposible. El futuro es lo único que no existe. Existe el pasado y el presente. El futuro no existe, porque todavía no ha sido creado.

- Ninguno de estos monólogos ha buscado representar el habla de cada cual. ¿Nunca se lo planteó?

- Sí. Pensé que, a lo mejor, como los personajes se describen a sí mismos por la forma de hablar, entre otras cosas, pensé que a lo mejor tenía que intentar reproducir el habla de cada personaje. Al final he llegado a un punto intermedio porque toda novela es un contrato que tú haces con el lector. El lector sabe que está leyendo una novela, que no es una historia real. Es buscar un punto intermedio entre la voz del personaje y la mía, porque si no suponía rebajar mucho a veces la calidad del texto. Si tú te pones a hablar como habla un retrasado, a lo mejor es otra opción.

- Cuando leí La lluvia amarilla intuí que acabaría escribiendo Distintas formas de mirar el agua. Después de leer esta novela, no sé para dónde tirará. ¿Lo sabe usted?

- No. Ni idea. Además, no pensaba escribirla. Se me cruzó en el camino en ese momento. Y ahora quiero volver al libro de viajes porque es otro género, otra atmósfera y otra técnica narrativa. He escrito dos novelas muy intensas seguidas y necesito alejarme un poco de ellas. Ni siquiera me he parado a pensar en ello. Seguramente esta novela cierra un ciclo, pero no tengo ni idea.

(Publicado en el diario Córdoba el 19 de julio de 2015)

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