jueves, 23 de enero de 2014

Imposible

Tengo tus ojos y eso me basta. La oscuridad es una mancha en el papel si los tengo a la vista. Huelo tu piel y cualquier perfume es sumar esencias innecesarias. Me asomo a tu cuerpo, y el vértigo es necesario para no acomodarse eternamente en el placer. Hay, en todo caso, momentos en blanco que busco para inventarte de nuevo, hasta que vuelves, bella de colores y salvaje de sensaciones. Eres, acaso, un cúmulo de sensaciones, una pirámide de deseo, el vacío si no estás, la atracción como necesidad y la plenitud como objeto invisible y total.

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Aquí, tu cuerpo, sin más, desprovisto de todo exorno prescindible, es, quizás, el tesoro y el pecado, la enajenación y la lucidez. Luz y sombra, aurora y oscuridad que se presiente. Estás, y con eso vale. Desnuda, mía, diferente, única. Qué más puedo decir, si es imposible escapar a su reclamo. Preparado me hallo para encomendarme a sus gozos. Que también serán míos. Y feliz de sufrirlos (entre comillas). Si sobrevivo, lo cuento. Sería imposible inventarlo.
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martes, 21 de enero de 2014

Bolas

Rueda y rueda. La vida rueda como una bola de cristal. A su antojo, va para allá y para acá. La vida es un universo pequeño, un puñado de bolas, de colores vivos, atrevidos, locos. La vida es una bola o muchas bolas. Boludo, dicen los argentinos. Bolas, huevos, pelotas. A veces, cuestión de cojones. Planetas, satélites, esferas al fin. La vida vista como un mundo redondo. En ese mundo te encontré. Desde entonces, mi vida rueda, sin rumbo, al vacío. Como una bola de nieve que crece conforme rompe esa alfombra de hielo montaña abajo.

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Todo es redondo desde que te conozco, esférico, como naranjas, como tus tetas –más o menos-. Todo tiene formas curvas. Se fueron al infierno las líneas rectas, los diagramas. Las estadísticas no tienen puntas. Son redondas como manzanas recién cogidas. Con mis manos en tu cintura, como decía la letra de una canción para nostálgicos, caí redondo en un pozo sin olvido. Ahí sigo, apegado a las curvas.
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lunes, 20 de enero de 2014

Trazos

Siempre queda una imagen desdibujada, una foto en blanco y negro, un recuerdo desvaído. Quedan sombras y trazos, donde antes hubo color y bullicio, donde hubo abrazos y violencia emotiva, sensaciones perecederas de ida y vuelta. Todo fútil y liviano, todavía ayer, cuando, aun habiendo existido, se borra después y para siempre. Queda un rastro sutil en la tierra, una franja invisible en la memoria. Todo aquello que ayer era la única razón para vivir, tal vez hoy, apagado ya, no sea nada, solo cenizas sin viento que nadie recoge, que nadie reconoce, que nadie las hace propias.

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Donde no hay fuego no hay lucha por conquistar esa parcela de mundo inapetente. Antes era al revés, estaba su cuerpo, moneda de cambio imposible de mercadear. Se quedaba adentro, adentro de nadie sabe dónde, y te iba engullendo, poquito a poco, hasta que te mimetizaba y ya no eras el de antes o el de siempre, hasta que no eras nada, solo trazos imperceptibles en un papel blanco, retazos de un recuerdo desvaído, huido, olvidado, un dibujo sin firma.
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domingo, 19 de enero de 2014

Use Lahoz: “Una juventud sin intensidad no es nada”

Autor de Los Baldrich, novela por la que fue nombrado Nuevo Talento FNAC 2009,y de La estación perdida, distinguida con el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2012, Use Lahoz publica ahora El año en que me enamoré de todas, Premio Primavera de Novela 2013, la historia de un joven que sufre el síndrome de Peter Pan. Una comedia romántica, con víctimas y culpables a distancia. Ha publicado además los poemarios Envío sin cargo y A todo pasado, y es coautor de Volverán a por mí, obra galardonada con el premio La Galera Jóvenes Lectores 2011.

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—En El año que me enamoré de todas vemos un cambio de registro, una novela más vital. ¿Por qué?

—Me apetecía cambiar y divertirme después de dos novelas duras. Como el director de cine que se da un respiro y después de un par de dramas se da el placer de hacer una comedia de género.

—Ha optado también por una novela más breve y una trama concentrada en unos pocos meses y en un personaje, Sylvain.

—Después de historias con ambición de recuperación de memoria histórica quería recuperar la mía, la más inmediata… qué lástima, todo ha pasado muy deprisa.

—En la novela reivindica el amor romántico como tabla de salvación. ¿Así está el panorama?

—El amor es uno de los grandes temas de la literatura universal. Y cuando aparece, cosa difícil porque es casi imposible, siempre te salva de algo y es muy divertido (hablo del principio, claro).

—Su novela también es una radiografía de la vida precaria en la España de hoy.

—No era mi intención porque todo transcurre en 2005, época de vacas gordas, pero no para el personaje. Siempre ha habido jóvenes con situación precaria, ahora y antes.

—Su historia tiene afinidades con Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa. ¿Son intencionadas?

—Y también con Cuatro amigos de David Trueba. Las dos novelas fueron las culpables de esta, por supuesto, son intencionadísimas. Me divirtieron mucho las dos.

—Su libro también me recuerda lo maravilloso que es vivir intensamente, al modo que lo entendía Salinger y Mark Twain.

—Una juventud sin intensidad no es nada, igual que la literatura, que o es emoción o no es nada. Esos dos maestros dejaron huella en mí. Hay lecturas iniciáticas que nunca se olvidan

—Dos tramas se superponen en su novela. Una que ocurre en la actualidad y otra en el siglo XIX. Con dos lenguajes diferentes, como es obvio.

—Ya ves que aunque lo he intentado no he podido hacer una novela generacional al uso, no me he podido librar de lo decimonónico. Me di cuenta de que el paso a la madurez de Sylvain requería de una lectura que le cambiara la vida. Estas cosas pasan…

—Para usted, escribir una novela es algo más artesanal que artístico. ¿O tal vez lo artístico se sustente en lo artesanal?

—Si, sin duda, una novela es más fruto de la constancia que de la inspiración. Hay que “fracasar” mucho durante la novela, que siempre se escribe escribiéndola muchas veces.

—Este es un libro generacional, de una generación muy preparada que no encuentra su sitio en el mundo. ¿Es ese el mayor drama?

—Es uno de ellos, por supuesto. Pero de eso todavía no somos conscientes.

—A su protagonista, Sylvain, le gusta tomar de todo menos decisiones. ¿Así son los jóvenes de hoy?

—Así es él al inicio de la novela… nada más, luego la cosa cambia, ya verás.

—Esta es la primera vez que se enfrenta a la escritura en primera persona. ¿Ha salido indemne de la experiencia?

—Sí, me ha costado, pero me he divertido. Además hay quien dice que es lo más honesto.

—“Madrid es el lugar al que llega la gente cargada de sueños y del que se va saturada o no se va”. Escribe usted.

—Madrid es así, y aunque uno de acabe yendo, uno nunca se va del todo.

Publicada en el diario Córdoba el 21 de agosto de 2013


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sábado, 18 de enero de 2014

El mundo es tan ancho

Prométeme que no me dejarás nunca, le pidió ella. No se lo pidió, se lo impuso. Ella era joven y de una belleza diferente y montaraz. No había otra como ella. Ustedes no saben, pero era distinta a todas. Tenía en los labios el pecado. El pecado es un decir, claro. Los labios gruesos y jugosos, como moras rosadas y húmedas, siempre húmedas. Se relamía los labios con la lengua para tenerlos siempre húmedos. Los ojos, muy oscuros, casi negros, o más que negros, con mucho brillo, grandes, muy grandes, como las mujeres árabes, y el blanco muy blanco, muy contrastados, vamos. Tenía los pechos altos y llenos, muy sensuales, no sabría decir.

Así que él se lo prometió todo, cómo no. Nadie hubiera podido resistirse a su empuje, a su presencia, a su mirada de loba descarriada, a su voz rota. Él le prometió que nunca se acercaría a otra mujer. Y así fue siempre. Ella hizo igual. Hasta que llegó aquel hombre. Nadie supo de dónde salió ni a qué vino. Pero a ella se le iba la vida cuando él estaba. Él era discreto, nunca le dijo nada. Era ella, que no podía vivir sin él. Algo le pasó muy adentro que la podía. Era un dolor muy pegado a las vísceras, creo. No es solo que lo quería. Más que eso, lo deseaba, nada más. Pero eso es casi peor.

Ella no podía contenerse en su presencia. El hombre, claro, la hizo suya. Tanto ponerse por delante que un día se la pilló. Y otro, y otro. A saber. Lo sabemos porque a ella le cambió la cara, le entró una nostalgia por dentro que ya nunca se le fue, como una enfermedad del alma, podríamos decir. Hasta que se fue. Un día, claro, se tenía que ir. Vino a hacer lo que fuera, y cuando lo hizo, se fue. De un día para otro. Ella no se lo podía creer. Desde entonces vivió esperándolo, sabiendo, eso sí, que nunca volvería. Tampoco le prometió nada. Fue el alma de ella, el alma de mujer que le podía.

Volvió a la casa, volvió a compartir cama con el hombre de toda la vida, con aquel hombre que le había prometido que nunca la abandonaría. Le pidió perdón. Le dijo que la perdonara, que no sabía qué le había ocurrido. Él, sí, la perdonó. Pero a ella no se le iba el otro hombre de la cabeza. Se despertaba con una tristeza honda que no podía ni quería ocultar. Y poco a poco se fue quedando más blanca y chuchurrida, se fue disminuyendo en ella misma. Tenía la piel cada vez más blanca y la mirada ausente. Fue perdiendo la voz y la poca alegría que le quedaba, que era ninguna. Él no quería abandonarla, porque se lo había prometido cuando eran jóvenes y felices. Y ahora que no lo eran, ni lo uno ni lo otro, el mundo le quedaba ancho y lejos para cambiar de lugar.

De modo que se quedó con ella, también sin alegría, y cuidándola de sus fiebres de amor. No le importó. Tal vea a su lado, entendía haber cumplido con su palabra, con la palabra que le dio, de que no se iría, de que nunca se iría con otra ni de su lado. Una promesa es una promesa, nos dijo un día, aunque ya no sirva para nada. Y parecía una excusa para no atreverse a cruzar el mundo solo a una edad en la que el mundo es tan frío y tan ancho.
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viernes, 17 de enero de 2014

La despedida

Después, le dijo adiós. Como siempre hizo. Aquella vez, sin embargo, la despedida le sonó a acto definitivo, a relación concluida. En toda despedida siempre hay una mirada que anuncia el tiempo de espera. O bien no hay mirada, que viene a ser como una prolongación sin vida de un cuerpo yacente. Ella se quedó paralizada en mitad de la habitación. Intuyó, o supuso tal vez, que la vida le iba a dar un vuelco, que aquel hombre nunca más volvería. Hay sensaciones que solo el tiempo las confirma o las entierra.

En ese instante, no quiso pensar en nada. Abrió una cerveza muy fría y salió a la terraza. La noche era un congreso de estrellas de luminosas, una fiesta de luz tenue y acogedora. No había nadie en las calles y, de vez en cuando, algún coche rompía un silencio azul por las esquinas. No sintió dolor. Asumió, sin demasiada vacilación, el estropicio del momento y la posibilidad dulce e inquietante de dibujar el futuro a su medida, sin más objeciones que las que cualquiera, en sus circunstancias, hubiese asimilado. Sobre todo, sabía que a su lado había un espacio vacío para llenarlo a su antojo. Y eso le bastó.
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jueves, 16 de enero de 2014

El tiempo

Ahora que ella no está, es cuando él se aflige. Cuando están juntos, lo pasan bien. A una y a otro les dicen, todos les dicen, que por qué no apuestan por vivir juntos, que por qué no se deciden de una puñetera vez a un compromiso más intenso y firme, menos casual y voluble. Él, por su parte, lo ha pensado. Ella, como es lógico, también lo ha pensado. En su caso, muchas más veces. Cada uno vive en su propio apartamento, en la calle de su ciudad. Cada cual en un país distinto. Muy lejos el uno del otro.

Cuando el amor está ahí –eso ellos no lo sabían-, la distancia tampoco logra echar encima demasiado óxido. El tiempo, sí, hay que romperlo, pararlo, tirarlo a la cuneta, que no circule. Porque en él va la vida, tan efímera y bella, tan frágil. Él, ahora, se pone a pensar. Tiene el teléfono cerca, muy cerca, y la mano diligente para marcar un número, para decirle sí, vente para acá, para siempre. Todavía no lo ha hecho. Siempre es cuestión de tiempo. Y ahí es donde nos equivocamos. Pero nadie se lo puede decir. Son decisiones propias, o algo así. Vamos, que se trata de su vida, de sus vidas, de ellos. Se trata de saber hacia dónde queremos ir, antes de que el tiempo nos venza en nuestras indecisiones.
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