miércoles, 15 de enero de 2014

A su lado

Cuando despertó, ella estaba a su lado. No dormía. Le miraba fijamente, como siempre hizo. Duerme, le dijo. Siempre estaré a tu lado. Es cierto. Ella siempre estuvo a su lado. Sin dudas y sin rechazos, con y sin otras posibilidades. Había elegido el lugar donde quería estar. Él, como es lógico, a veces dudaba de una fidelidad tan férrea. Y ella sonreía sin inocencia ante una actitud tan ingenua. Lo he dejado todo para estar aquí, le decía. En realidad, siempre se lo dijo sin propósito alguno de convencerlo de que era así. Sin más. Él, de vez en cuando, volvía a preguntarle por sus sentimientos. Ella, quizás cansada, no le respondía, o le bromeaba diciendo un disparate. Después de tantos años, no merecía otra respuesta. Él, entonces, la miraba sin decir nada. Sabía que seguía estando allí.
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martes, 14 de enero de 2014

Ella mira

Lo mira y no lo ve. Mira al hombre de antes, el que ya no existe. Ella sabe que aquel hombre, desde hace mucho tiempo, ya no existe. Por eso lo mira. No sabe qué busca mirándolo o si bien encontrará algo al mirarlo. Pero no. Hay actos que, si no tienen motivo, tampoco hallan respuestas. Ella, en cualquier caso, cuando mira, es por alguna razón que tampoco sabe desentrañar. Antes, hace ya mucho, cuando lo miraba, le tiritaban las piernas, enrojecía si él le dedicaba dos palabras. Ahora, si él vuelve la vista buscando sus ojos, ella desvía la atención hacia cualquier otra parte. No le importa quedarse un rato mirando a ninguna parte. Cuando él se pone a sus cosas, ella vuelve la mirada y la clava en él. En otro tiempo, tal vez sea por eso, no se atrevía ni a mirarlo. Ahora lo mira, pero ya no le dice nada.
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lunes, 13 de enero de 2014

Un silencio diferente

Regreso después de un paréntesis vacacional, y la casa parece de otro. Hay un silencio distinto, más denso y también más voluble. En fin, un silencio diferente. Como si, con la ausencia, alguien, que podrías ser tú mismo, se apoderara de estas paredes que encierran más bien poco: muchos libros, alguna botella, pocas fotografías, recuerdos también. Las casas, como los perros, se alimentan también de nuestra sombra y se van haciendo parte de nosotros mismos sin que apenas apercibamos los cambios, nos mimetizan por alguna ley que ignoro, aunque ocurre así.

Pero basta que salgas unas semanas de ese agujero para que la casa se te vuelva ajena y extraña, como si la habitara otro que no eres tú, si bien tampoco dejas de serlo, como si cada cual fuese varios al mismo tiempo y, cuando sales, te llevas parte de ti, pero dejas adentro un olor tuyo que desconoces y rechazas a la vuelta. Ahora, aquí sentado, no sé si estoy en este mismo lugar o ando en cualquier otro rincón del mundo buscándome sin solución posible.

Es lo que tiene ser tan disperso: que, cuando te buscas, no te hallas; y cuando te encuentras, ignoras dónde estás. Por eso siempre me equivoco de habitación en los hoteles, o confundo en el perfume de una mujer una noche que no existió, o, para qué mentir, me siento tan poca cosa que la casa, a veces, me viene grande. Seguro que este silencio es de alguien que se olvidó llevarlo cuando cerró la puerta la última vez. Y puede también que ese otro sea yo mismo. Lo mejor será poner algo de música para quedarme solo otra vez.
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miércoles, 8 de enero de 2014

Un regalo

Cuando despertó el día de Reyes, se encontraba en otra habitación, la que siempre había soñado, rodeado de sueños tangibles y de personas perdidas. Le pareció, más que un regalo real, un milagro divino. No podía creer que aquello le estuviera sucediendo a él. A él precisamente, que nunca había creído ni en reyes ni en dioses. Parecía una broma de la naturaleza. A sus 69 años, y después de tantos devaneos por donde lo arrastró la vida, aquella mañana se vio tan feliz como cualquier niño del barrio. Cerró los ojos para comprobar si no era una alucinación. Al abrirlos corroboró, efectivamente, que aquella mañana de reyes magos le condicionaría el resto de sus días./div>
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lunes, 6 de enero de 2014

Nadie me espera

No es posible que se haya levantado tan temprano. Anoche volvió tarde. Yo vi la luz del pasillo, oí que se descalzaba los zapatos de tacón, oí sus pies pisar el parqué, sentí cómo entraba en el cuarto de baño y abría la ducha, oí el agua caer impetuosa en su piel sudada. Abracé su presencia cuando se abrigó en la cama, mirando al otro lado donde no estaban mis espaldas. No encendió la luz. Se conoce la casa palmo a palomo. Oí su respiración de mujer asustada o feliz. No sabría distinguir. Ambas se parecen mucho. Después me dejé llevar por un sueño sencillo, nada complicado para mi corazón castigado. Desde que ando en el desempleo, aborrezco los sueños. Nunca sé cómo se presentarán. O si estos serán un anticipo de aquello que la realidad se presta a ofrecerme.

Cuando desperté, ella ya no estaba. Había dejado una nota con dos frases. La segunda decía que deseaba que fuera feliz o algo así. Después volví a meterme en la cama. Hoy y mañana, tampoco pasado, tengo nada que hacer, ni nadie me espera. En la cama, al menos, el frío es menos sólido. Y el tiempo parece que tiene otro compás, como si pudiera controlarlo con la mente. Pero no es así. Pero a mí me basta con intentarlo. Es lo único que puedo hacer.
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El tiempo pasa

Miró a un lado, y observó que el sol se ponía en lontananza. Miró al otro, y la oscuridad de la noche era total. Total, que optó por cerrar los ojos y, confundido, se le iluminó la mirada. No reconoció el paisaje que se abría a sus ojos, pero no importaba. Era tan real, que no se paró a pensar que veía con la imaginación y no con los ojos. Cuando se apercibió de tamaño dislate, ya era tarde. Intentó separar los párpados, pero no pudo. Desde adentro, movió las pupilas hasta encontrar una rendija para asomarse a la realidad, pero esta seguía a oscuras. Así que no pudo ver nada. Adentro, donde la imaginación cada vez acaparaba más presencia, el espacio le pareció infinito y desbordante, sin igual, extraño y propio. Pero sobre todo distinto a los demás.

Cuando amaneció, los párpados se sintieron libres de sus ataduras, pero los ojos, vueltos a la realidad, encontraron un mundo gastado y vacío. Se puso la almohada en la cara, para borrar cualquier huella de esta realidad última, pero la memoria ya no pudo vaciar las últimas imágenes que fotografió con el nuevo día. Se desveló para siempre. Ahora, de vez en cuando, intenta soñar, pero al despertar no recuerda nada, como si los sueños pudieran volatilizarse en sí mismos, como si nunca hubieran existido. No sabe cómo explicarlo. Pero es como si a la realidad le hubieran cortado las alas. Un pájaro sin vuelo, piensa. Lo pensó por pensarlo, por dejar pasar el tiempo. Es lo que ahora hace todos los días. Dejar que el tiempo pase.
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domingo, 5 de enero de 2014

Después de las fiestas

Ahora que la lluvia ha amainado y que las fiestas apagan las luces, ahora que las calles están limpias de confeti y de caramelos sin sabor, ahora que el bullicio y el ruido de la música prefabricada se han apagado momentáneamente, ella se ha sentado sola en la terraza de este café. Ha pedido un café con leche y una botella de agua carbónica. Ha encendido un cigarro. A veces, muy de tarde en tarde, le gusta fumar.

Mira a su alrededor y este silencio recobrado le recuerda que su alma está en paz. Hay una monotonía indescriptible en la ciudad, una sensación de cansancio general que a ella le alivia. Este ajetreo diario ya recuperado a ella le gusta. Es como si todo volviese a donde estaba en un principio, como si las fiestas rompieran ese ritmo monótono de los días que ella necesita para sentirme bien. Ahora que las fiestas cierran sus puertas, ella respira a fondo un aire que quiere y que necesita.

Hay en esta vulgaridad da cada hora una filosofía de la supervivencia escondida en todos los poros del aire, como si el propio aire fuera un elemento decorativo más de este paisaje monótono que es la vida. Ella mira a su alrededor y sabe que detrás de cada muro y delante de cada árbol hay trozos dispersos de una felicidad sin estrenar, que han pasado inadvertidos a los habitantes de esta alegría furtiva que se fue para volver, como siempre hace, y que impregnan los rincones turbios y menos visibles de la existencia.
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