viernes, 17 de agosto de 2012

Risto Mejide: “Se enamoran de mí, pero se les pasa cuando me conocen”

Es publicista, quiso dedicarse al periodismo y lo que más le gusta es escribir. Se lo rifan los programas de entretenimiento. Ahora publica la novela Que la muerte te acompañe. Autor también de El pensamiento negativo y El sentimiento negativo, reflexiona en su primera novela sobre la vida y la muerte, el éxito y el fracaso, la brillo de la intuición y la efectividad de la incoherencia, y su influencia en nuestras vidas desde que nacemos hasta que la muerte nos acompaña.



—Me gusta cómo trabaja la ironía en su novela: inteligente, a veces grosera, incluso surrealista. Se ve que su oficio de publicista nunca le abandona.

—Muchas gracias. Pero en realidad fue al revés. Empecé a trabajar en publicidad porque era la única forma de ganar un sueldo decente dedicándome a lo que más me gustaba: escribir. Si no me hubiera importado el salario, me habría dedicado al periodismo.

—Sin embargo, en la tele le veo más borde aunque, según usted, solo dice lo que piensa.

—En la tele me ven juzgando el presunto talento de otros de la forma más honesta que sé. En mis libros, en cambio, dirijo esa honestidad hacia mí mismo, y paso de ser jurado a ser juzgado.

—Pose de policía malo, gafas oscuras, frases cortantes que podrían hacer estallar la pantalla del televisor. ¿Qué más se necesita para ser un subidor de audiencias?

—No me considero un subidor de nada. Si destaca la honestidad, jamás es mérito del que la practica sino más bien demérito de su entorno.

—¿Se lo rifan los programas de entretenimiento o no le gusta ser una pelota de pin pon?

—En televisión nadie es imprescindible. Y fuera de la televisión, tampoco.

—Huye de las entrevistas. Dígame algo que nunca haya contado, si no mis lectores creerán que me he inventado esto.

—Mejor, así entenderán por qué huyo de las entrevistas.

—Toca el piano y formó parte de un grupo llamado Om. ¿Por eso le ficharon para Operación Triunfo?

—Espero que no. Toco peor que mal, y la mejor decisión que tomé para que triunfasen mis compañeros fue precisamente abandonarlos.

—¿Olvidó que quiso ser una estrella del rock o cuando escucha a Mick Jagger le cosquillea el gusanillo?

—Si tuviéramos que convertirnos en todo lo que queríamos ser de pequeños, en el mundo sólo habría futbolistas y enfermeras. En mi opinión, ser feliz es cumplir la última actualización de tus sueños.

—También estudió algo de chino. ¿Ya desde joven intuía que China sería un país emergente que nos compraría la deuda externa?

—Cuando lo estudié, China ya era una potencia emergente. Pero no lo hice por eso. Lo hice por el simple placer de aprender. Para mí, ser joven consiste en no dejar nunca de aprender. La gente se hace vieja cuando se cree que lo sabe todo.

—Intenta hacerse el desagradable y, por el contrario, las chicas se enamoran de usted. ¿No se siente confuso?

—Las confusas serán las que se enamoren. Allá ellas. De todos modos no se preocupe, se les pasa en cuanto me conocen.

—Empiezo a leer su novela y tiene la paginación al revés. Ahora me dirá que no es un error de imprenta.

—Los equivocados son los demás autores. Qué bonito sería un mundo donde todos los libros tuviesen las páginas numeradas en orden inverso, y así los lectores lentitos como yo pudiésemos saber en todo momento cuánto nos falta para acabar un libro, sin andar restando todo el día…

—¿Piensa que la fama le ayudará a vender novelas?

—Eso espero. Si la admito en mi vida es para poder seguir escribiendo, publicando y vendiendo libros. En el momento en el que no me reporte ni eso, estará despedida.

—El protagonista de su novela es un recién fallecido. Sube al cielo y se tropieza con El Corte Inglés. No me diga que allí hay más de lo mismo.

—No se lo digo. Se lo invento.

—Y ella, Paula, que estaba buena desde que tenía uso de razón, no tiene orgasmos. ¿No le parece demasiado realista?

—Puede ser. Pero detrás de esta pregunta hay una entrevista al que la formula.

—Pero yo me quedo con esta frase: “Las cajas registradoras son los únicos confesionarios reales que nos quedan… donde la gente sigue diciendo la verdad”.

—Vale, pues yo con ésta: “Aquí, como en todas las altas instancias, no importa lo que realmente pasó, sino más bien cómo lo vendes”.

Publicado en el diario Córdoba el 2 de enero de 2012
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jueves, 16 de agosto de 2012

Con una mirada basta

Habitaban un apartamento de sesenta metros cuadrados. Lo habían comprado unos años después de casados, cuando su sueldo de funcionarios les permitió abandonar el alquiler de una vivienda mejor ubicada, es decir, más cercana al casco antiguo de la ciudad. Pero su ilusión siempre fue ser propietarios, aunque el espacio menguara y el transporte público o privado se hiciera imprescindible en la vida diaria.



Ya se sabe que la felicidad en la casa del pobre dura más bien poco, así que el matrimonio comenzó a hacer aguas por incidentes sin importancia: a la hora de escuchar un disco, ver una película, compartir un partido de fútbol.

A ella le desesperaban los ronquidos profesionales de él, y a él le exasperaban las estancias desmesuradas de ella en el cuarto de baño. En fin, que los sueños se fueron haciendo añicos. Aprendieron, de un solo golpe, que los sueños, como los perros urbanos, necesitan el aire libre y puro del campo para su expansión. Pero quién se lo iba a decir. La vida les fue mejor que el diseño apresurado que habían dibujado unos años atrás.

Sabían ahora cómo restaurar la paz quebrantada entre ambos. Así que adquirieron una vivienda luminosa de dos plantas, con cocina equipada, tres baños, cinco dormitorios, garaje para dos coches y trastero, salón con chimenea francesa, despacho para el hombre de la casa, sala multiusos para la mujer de la casa, espacio recreativo para los hijos que nunca engendraron, terraza cubierta, jardín con riego autónomo, etcétera, etcétera.

Ya nunca más se tropezarían en los pasillos, ni discutirían por la programación de la televisión, ni ella escucharía sus conciertos nocturnos ni él se haría el sordo ante los reproches de una esposa cansada.

Así fue, en efecto. Cada vez se veían menos. A veces, uno no sabía si el otro había salido de la casa o estaba concentrado chateando frente a la pantalla del ordenador una infidelidad necesaria.

Se gritaban si sonaba el timbre del teléfono para que el otro acudiera a descolgar el auricular o para abrir la puerta del hogar, comían a horas distintas y platos diferentes, porque la independencia les había trastornado el paladar, compraron más armarios porque su posición social les había cambiado también el vestuario, y no se arreglaban con los paños de antes. Cada cual andaba con nuevas compañías que el otro no conocía y con horarios tan dispares que parecía que viviera cada cual en su propio domicilio, distantes uno de otro.

Ellos no se dieron cuenta de sus propias imposturas, porque la vida giraba tan deprisa a su alrededor que, cuando quisieron darse cuenta, se apercibieron de que una década es tan breve como la vida que recuerda un anciano: un grano de arena en el desierto, un soplo sin viento en una tarde de estío.

Una crisis económica y financiera sin precedentes los expulsó a ambos del paraíso de la especulación, o tal vez la especulación los encontró a ambos en una burbuja irreal e hipotecada. Se resistieron durante meses a admitir que sus existencias volvieran al mismo cauce anterior.

Pero la vida, ya se sabe, es tan frágil como un huevo cuando cerramos el puño de la mano, o cuando este resbala mesa abajo para estallar en el parqué, y ese tiempo no cuantificable en que el huevo se abre al aire y se rompe delante de nuestras narices es el mismo que ellos necesitaron para saber que sus esperanzas se habían jodido inevitablemente.

Volvieron a un apartamento de sesenta metros, pero esta vez de alquiler. La primera noche que cenaron juntos, después de varias semanas sin cenar, no por no tener dinero sino porque la situación los había dejado lelos, él la miró por primera en su vida a la cara, y vio a una mujer que no conocía. Tenía una mirada quebrada por el tiempo y una ternura impoluta de no haber amado nunca.

Le gustaron sus manos agrietadas por los años y su voz ida de mujer sin esperanzas. Le propuso compartir una botella de vino de aquellos tiempos gloriosos del pasado perdido. Ella, que no bebía, aceptó una primera copa por no discutir. Después le pidió que le volviera a llenar el vaso.

Aquel sabor a terciopelo cortado, esa sensación a uva de laboratorio, le devolvió una luz siempre apagada. Observó al hombre que tenía en frente. No lo reconoció. Le gustaron sus formas de estar, el modo en que cogía la copa y brindaba sin decir palabra y sin saber por qué, y su barba que comenzaba a alimentar canas dispersas. No supo con certeza si ese hombre era otro o bien era ella quien había cambiado.

Aquella noche no pudo dormir, no porque sus ronquidos le rompieran los sueños, sino porque adivinaba que la vida siempre esconde en una de sus curvas una finca sin vallar y sin edificar, abierta a cualquier intruso y al cielo inmenso que la cubre.

Se volvió hacia el costado de la cama en que dormía su marido, lo llamó por su nombre, pero él no oyó nada. Y le dijo: “Duerme, cariño.” Cuando despertó, el hombre la miraba sin parpadear, y no le molestó lo más mínimo. Después ella volvió a cerrar los ojos, porque tenía miedo de abrirlos y no encontrar la misma mirada.

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miércoles, 15 de agosto de 2012

Joselito: “He aprendido del sufrimiento más que de otra cosa”

José Miguel Arroyo publica sus memorias con el título Joselito el verdadero, donde se declara un poco republicano y anticlerical. Un libro al que no le sobra ni una coma de verdad. Algo poco habitual en los libros de memorias, en los que se dulcifica o se olvida pormenores imprescindibles para alcanzar a comprender cómo un hombre como éste se redimió gracias al toreo. Un libro que es la búsqueda de sí mismo y un ajuste de cuentas con la vida que no quiso.


FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Joselito, el verdadero. ¿Existe algún otro Joselito impostor o inventado?

—El de Las Ventas, que era mozo de espadas.

—“De no haber peleado por ser torero, a estas alturas estaría en la cárcel o me habría muerto por sobredosis”. ¡Vaya manera de arrancar en un libro!

—Es la forma de que impacte a la gente y, sobre todo, es la realidad.

—¿Le inspiró la biografía Juan Belmonte, matador de toros de Chaves Nogales?

—Sí. Porque es un libro que he leído en muchas ocasiones y es una historia que a mí me ha cautivado muchísimo.

—¿A cuántas tertulias del corazón les ha dicho que no pisará sus platós?

—A muchas. A tres mil millones de ellas.

—Dice en la introducción de su libro: “Ahora… siento la necesidad de desahogarme, de contar aquello que viví”. ¿Tanto le quemaba por dentro?

—Sí. Y más que quemarme, me daba un poco de miedo.

—Creció en la calle. Tuvo una infancia entre camellos y drogas, y una adolescencia al filo de la navaja. ¿Se aprende al mismo tiempo que se sufre?

—Sí, pero sobre todo yo he aprendido más del sufrimiento que de otra cosa. Al final, de los momentos malos y de ver que no me moría con sus sufrimientos, he evolucionado y he aprendido.

—Su madre le abandonó y nunca supo por qué. ¿Hay preguntas que son para toda la vida?

—No. Es una pregunta ya que está olvidada y no echo más cuentas.

—Traficó pero nunca fumó un porro. Visitaba en la cárcel a su padre, que sí fumaba y traficaba. Y dice: “No me cambié el apellido porque es mi padre”.

—Lógicamente. Le tengo un gran cariño aunque hiciera lo que hiciera. Él era un flamenco, una gente buena, pero no era quizás el mejor espejo.

—Admira a Don Juan Carlos, pero se declara republicano y anticlerical. ¿No se habrá confundido de un oficio donde abundan los señoritos y las sotanas?

—No. Para nada.

—El libro es también un homenaje a Enrique y Adela, que le cuidaron como sus auténticos padres.

—He tenido la gran suerte de tener una familia que he elegido yo o que me ha tocado en suerte, y me ha enseñado todo lo bueno que he podido aprender en mi vida.

—Supo retirarse a tiempo y no tiene valor para volver al ruedo. Como usted dice: “Se acabó la gasolina”. ¿Se ven mejor los toros desde la barrera o desde la televisión?

—Sí se ven mejor. Sobre todo por el respeto que le tengo al toreo y por ver que no soy capaz de hacer lo que creía que debía hacer al cien por cien.

—Después de este libro, ¿le quedarán amigos en el mundo del toreo?

—Supongo que sí. Si no me quedan, es porque ellos no tienen la inteligencia para saber decir lo que yo digo.

—En el Parlamento de Cataluña habló de sentimientos, de que no estaba traumatizado. Y dice que no le entendieron. Igual les habló en castellano.

—Efectivamente. Yo hablé en castellano. Ellos preguntaron en catalán. Con lo cual yo no pude responder.

—Dice usted: “Soy feliz lo justo porque si eres feliz todo el rato te vuelves idiota”.

—Ese sentimiento que tengo. Creo que la felicidad tiene que estar en su justeza porque, si te pasas, al final no controlas y te vuelves tonto.

Publicado en el diario Córdoba el 11 de abril de 2012
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domingo, 12 de agosto de 2012

Olga Rodríguez: “La mujer ha sido clave en las revueltas árabes”

Las revueltas árabes de 2011 no surgieron del vacío, sino como consecuencia de una larga lucha silenciosa. Detrás de la caída de dictadores como Ben Alí, Mubarak o Gadafi, se perciben movimientos colectivos ya incontenibles. Esta es la teoría que la periodista Olga Rodríguez desarrolla en su último libro: Yo muero hoy. Las revueltas en el mundo árabe.


FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Para esta periodista, Egipto y Yemen rescataron la acampada como modelo de protesta, que después tuvo su reflejo en el 15-M y en el movimiento Occupy estadounidense. Destaca también el papel protagonista de las mujeres en estas protestas, su desconfianza en las bombas humanitarias, el papel crucial, aunque no definitivo, de las redes sociales en estos movimientos insurgentes. Movimientos que, por otra parte, están ayudando a cambiar la situación en el mundo árabe.

Como consecuencia, están surgiendo sindicatos independientes y movimientos culturales ligados a las reivindicaciones de estas revueltas. Advierte también Olga Rodríguez del abuso que los países occidentales suelen hacer del fantasma del islamismo para justificar el apoyo a dictaduras en la región.

Olga Rodríguez ha trabajado como enviada especial en Afganistán, Estados Unidos, Egipto, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kosovo, Líbano, México, Siria, Territorios Ocupados Palestinos y Yemen. Es autora de los libros El hombre mojado no teme la lluvia: Voces de Oriente Medio (2009), Aquí Bagdad. Crónica de una guerra (2004) y del libro colectivo José Couso, la mirada incómoda (2004).

—El suyo es un libro sobre la vida y no sobre la muerte. A diferencia de lo que parece, Yo muero hoy era uno de los gritos creados en las plazas árabes.

—Efectivamente, Yo muero hoy ha sido uno de los eslóganes coreados en las plazas árabes, coreados no desde la voluntad de morir sino desde la voluntad de recuperar la dignidad y la libertad. Estas revueltas han sido impulsadas de algún modo a través del optimismo, no desde la ingenuidad, sino desde la voluntad real de cambio.

—Egipto y Yemen rescataron la acampada como modelo de protesta, que después tuvo su reflejo en el 15-M. ¿En que más influyeron las revueltas árabes?

—Yo creo que en muchos aspectos. Inspiraron a las sociedades europeas y también el movimiento Occupy estadounidense, que en su propia página web dice de sí mismo que está inspirado en las técnicas revolucionarias de las revueltas árabes.

—El positivismo de los jóvenes fue el principal motor de la primavera árabe. Un cambio de mentalidad que, según usted, es irreversible.

—Todo es reversible. La revolución francesa desembocó en Napoleón, pero la revolución francesa sigue siendo la revolución francesa. Y las revueltas árabes han marcado un antes y un después en la región.

—Usted destaca el papel protagonista de las mujeres en estas protestas.

—Están siendo muy importantes. Hay mujeres líderes, organizadoras de reuniones, de manifestaciones, mujeres que llevan el megáfono ideando eslóganes que luego corean detrás miles o cientos de miles de hombres. Y eso es muy esperanzador, porque puede allanar un camino para la emancipación de la mujer en el mundo árabe.

—¿Por qué el mundo árabe ha esperado hasta ahora para sublevarse contra una situación injusta que los ahogaba desde muy atrás?

—Esa es la pregunta del millón. Esa es la cuadratura del círculo. ¿Por qué ahora y no antes? Evidentemente, una de las causas fundamentales es el empeoramiento de la situación económica marcada además en los últimos años por medidas económicas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional o por el propio Washington, que han tenido como consecuencia el aumento de la brecha entre ricos y pobres.

—Usted está en contra de la doctrina denominada “responsabilidad de proteger”, porque entiende que es una forma de prolongar la guerra y de injerencia extranjera, como ocurrió en Libia.

—Sí. No creo en las bombas humanitarias. Y con la excusa de proteger a poblaciones civiles, hemos visto continuamente que las intervenciones militares se prolongan y, detrás de ellas, se suelen esconder intereses geoestratégicos o económicos de potencias extranjeras.

—¿Es cierto que las redes sociales han jugado un papel crucial en estos movimientos insurgentes?

—Crucial pero no definitivo. En el sentido de que el porcentaje de usuarios de internet todavía es muy bajo en el mundo árabe. Evidentemente, han rajado el mundo de la censura y a través de las redes sociales se han podido divulgar pruebas de la represión de las fuerzas de seguridad de estos regímenes, pero no ha sido fundamental. De hecho, en los días clave de las revueltas los regímenes habían tumbado internet y la gente siguió movilizada.

—¿En qué sentido estas revueltas están ayudando a cambiar la situación en el mundo árabe?

—A través de las revueltas se ha logrado crear un tejido social muy sólido, con capacidad de presión y movilización, que sigue trabajando día a día y al calor de este tejido social están surgiendo desde sindicatos independientes hasta movimientos culturales ligados a las reivindicaciones de las revueltas. Y evidentemente esto está provocando cambios sociales muy importantes. E insisto: con capacidad de presión en el ámbito de lo político.

—¿Las reformas llevadas a cabo en Marruecos han detenido la primavera árabe? ¿O solo estamos hablando de un paréntesis en el tiempo?

—Yo creo que deberíamos mirar las cosas un poco más a largo plazo. De cinco en cinco años. Y todo suma. El otro día vimos nuevas manifestaciones y protestas en Marruecos y, lógicamente, también en Marruecos se está creando un tejido social que puede jugar un papel importante en el futuro de cara a la búsqueda de un cambio real.

—Otro de los eslóganes rezaba: “No queremos democracias importadas”. ¿Tal es el cansancio de la injerencia extranjera en estos países?

—Sí. Porque cualquier ciudadano de a pie en estos países ha sentido la injerencia extranjera en su propia piel. Las consecuencias de la injerencia extranjera, primero a través del colonialismo y ahora a través del neocolonialismo, el intervencionismo político y también económico en estos países, es muy grande, a través de potencias occidentales o a través del propio Israel. Y la existencia de Israel también marca a estos países en el día a día.

—¿Se suele abusar del fantasma del islamismo, del argumento del fundamentalismo, para encubrir otros intereses más turbios?

—Sí. Lamentablemente, sí. Desde mi punto de vista, airear el fantasma del islamismo para justificar el apoyo a dictaduras en el mundo árabe, como han hecho muchos gobiernos occidentales, yo creo que eso es injustificable. Y estas revueltas no han tenido detrás reivindicaciones religiosas, sino sociales y económicas. Otra cosa es ahora cómo desemboquen, hacia dónde vayan y los resultados electorales en elecciones que, en el caso de Egipto, desde mi punto de vista es muy sui generis.

—Desde aquí el panorama se ve muy difuso. ¿Cómo acabará todo?

—Mencionaba antes la revolución francesa, que desembocó en Napoleón, pero la importancia de la revolución francesa es incuestionable en nuestra historia y en nuestras civilizaciones. Del mismo modo, yo creo que, independientemente de dónde acabe, la importancia de las revueltas árabes es notable. Ha allanado el camino para la conquista de derechos fundamentales en la región y ha movilizado a millones de personas, y esto de por sí se ha convertido en un capítulo de la historia importantísimo.

Publicado en el diario Córdoba el 15 de julio de 2012
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viernes, 10 de agosto de 2012

Mario Vaquerizo: “No quiero jamás volver a ser un niño gordo”

Periodista, marido de Alaska, vocalista del grupo Nancys Rubias, manager de Elsa Pataky y agente de prensa de Leonor Watling, publica el libro Haciendo majaradas. Diciendo tonterías, título basado en el verso de una canción que compuso Nacho Canut. Una autoentrevista, artículos periodísticos que abordan distintos aspectos biográficos y preguntas a sus amigos describen cómo es el autor de esta obra.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Como Oriana Fallaci o Truman Capote, también practica la autoentrevista, según usted uno de los géneros periodísticos más difíciles. ¿Tanto le cuesta preguntarle a su otro yo?

—La entrevista es el género periodístico más manipulador. Me pregunto lo que quiero y contesto lo que quiero.

—Le propusieron escribir ficción, pero ni se considera escritor ni quiere serlo. ¿Encontró en la autobiografía un género donde mejor documentarse y mejor nadar?

—Esta colección de artículos periodísticos, que es lo que sé hacer, se ha convertido en mi autobiografía, pero no es una autobiografía 100%, porque mi vida tiene muchas más cosas que contar.

—Cuando estudiaba Periodismo era un empollón, hasta que un día se dio cuenta de que en esta profesión la experiencia vale más que los sobresalientes.

—En la calle y en el contacto del tú a tú, es donde encuentras la salvación a todo y el conocimiento.

—La primera entrevista que publicó fue con Alaska. ¿Cómo se enamoró de usted con lo mala que fue aquella incursión en el género?

—Alaska se enamoró de mí cuando realmente se conoció, que fue dos años más tarde. Lo mismo que me pasó a mí con ella.

—Hace un balance de su vida y observa que no ha hecho otra cosa que invertir en usted mismo. Tal como está la economía, ¿le ha salido rentable?

—Muy rentable. Quien siembra, recoge. No hay que quejarse tanto. El miedo es paralizante.

—Es un frívolo empedernido, aunque a veces acaba siendo un tanto profundo. Lo cierto es que la intensidad le da alergia.

—Sí, pero también me da alergia la frivolidad por la frivolidad. Soy aristotélico y creo que la virtud está en el justo medio.

—Le obsesionan o le gustan los “puticlubs”, los bares de carreteras, las tiendas de “todo a 100”, los calendarios de fulanas y las figuritas de la Virgen de Lourdes que brillan en la oscuridad. ¿No le ha pedido ningún milagro?

—Me lo ha concedido. Soy devoto de la Virgen de Lourdes por experiencia propia.

—Dice en su libro que nació un 5 de julio de 1974 en Madrid. Wikipedia dice que nació en Lora del Río, Sevilla.

—Mentira. Odio la Wikipedia. Eso no es una enciclopedia. Es un patio de porteras. Quien quiera saber de mí que me pregunte cara a cara. La que es de Lora es mi madre.

—Le atrae la delgadez extrema. Un día de 2003 se hizo liposucción de tripa, extracción de las bolas de Bichat y reducción de papada. ¿Qué se dijo cuando se vio en el espejo?

—Por fin estoy camino de ser el chico que quiero ser.

—Ahora solo se permite la cerveza y un atraco al Buger King cada dos meses.

—Sí. Por sentido común. No quiero jamás volver a ser un niño gordo. Eso me producía inseguridad.

—Es vocalista de Nancys Rubias, un grupo de pop electrónico que no sabe tocar instrumentos ni quiere aprender. Y después se enfada si no les toman en serio.

—Claro. Porque estoy en contra de los fundamentalismos. Estamos en el siglo XXI. Tocar lo puede hacer cualquiera. Yo no quiero perder el tiempo en aprender a tocar un instrumento.

—Le gustaría ser gay. Reconoce tener pluma. Se confiesa bisexual teórico y estético y lleva casado con Alaska doce años. ¿Qué es lo que no entiendo?

—Es tu problema.

—No ha ido a La isla de los famosos porque el sol le dañaría la piel. ¿En verano también evita las playas?

—Evito siempre las playas. El sol no sienta bien a mi piel. La piel tiene memoria.

—“Yo no me follo a un mito, ¿eh? Yo me follo a mi mujer”. ¿Y ella qué dice?

—Está encantada de la vida de que así sea.

—Manager de Elsa Pataky. Agente de prensa de Leonor Walting. ¿Y después me dice que Fabio McNamara es “la obra de arte humana más perfecta que existe?

—Por supuesto. Fabio es dios.

—Yo, como usted, siempre he visto la entrevista como el mejor ejercicio terapéutico para el entrevistado. ¿Cómo se siente ahora que hemos terminado?

—Pues muy contento. Me encanta que me hagan entrevistas. Siempre descubro algo en mí a partir de preguntas de terceros.

Publicada en el diario Córdoba el 26 de mayo de 2012
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miércoles, 8 de agosto de 2012

Un día cualquiera todo se va

Ella lo esperaba cada tarde a la salida del trabajo. En invierno era noche cerrada, pero a partir de marzo las tardes se prolongaban sin medida, y la sensación de libertad y de días eternos le recordaba otros años que con insistencia siempre pretendió olvidar. No porque hubiesen sido un tiempo perdido sino, muy al contrario, porque la nostalgia la transportaba a esos momentos que nunca vuelven y que siempre anidan debajo de la almohada o anotados en cualquier papel, entre los versos indescifrables de cualquier poema leído entonces o extraviados en los estribillos de otras canciones que fueron toda su vida. En fin, nada que reprochase, se decía siempre.

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Había agotado los años al por mayor con hombres a quienes nunca amó ni jamás se lo propuso, viajó de este a los otros continentes buscando, más que aventuras, aquella sensación primera y única que no la dejaba tranquila por las noches.

Se veían cada tarde, nunca a solas, sino rodeados de amigos comunes y con la severa aspiración de embaucarlo en el menor descuido y proponerle una cita irrenunciable. Se conocían desde muchos años atrás, y comenzó a amarlo sin ser consciente de que el amor era también eso, o acaso eso nada más.

Y cuando llegaba a tan profunda convicción, bebía de modo impulsivo y esa actitud a él le gustaba porque le atraían sobremanera las mujeres que bebían hasta perder el control de sí mismas, aunque sin más intención que identificar en ellas su corazón extraviado.

Podemos contar las horas, pensaba ella, pero el tiempo es una bola enorme de límites imprecisos, probablemente sin principio y sin fin, que rueda sobre el eje de nuestra existencia sin que podamos desviar su rumbo ni detener su invariable carrera.

Los años, sin embargo, no habían logrado mancillar en ella ni un ápice su mirada de mujer siempre entregada, su corazón convulso ni su ternura inquisidora. Es más, los años la habían dotado de artes amatorias que pocas mujeres de su entorno supieron manejar con tal dedicación y pericia.

Le gustaba practicar el juego de la seducción con la precisión de quien siempre apuesta a caballo ganador. Los hombres se rendían ante sus encantos conscientes de que solo por una noche gozarían de sus favores de paloma desplumada.

A ella no le importaba iniciar su periplo nocturno delante de él. Es más, cualquiera podría pensar que lo hacía adrede. Aunque ahora ya, bien poco importa. Se dejaba abrazar por cualquier hombre, se tornaba lánguida y vulnerable y acababa sucumbiendo al abrazo más osado o al moscón más constante, que generalmente es quien obtiene el trofeo por cansancio hasta el derribo.

Estos encuentros fortuitos con final feliz eran frecuentes en su vida de cazadora legitimada y eficiente. El la veía ir y venir de un hombre a otro sin otra variante que los días y las circunstancias concretas.

Tal vez por su dedicación de mujer nómada en estos avatares del placer, él nunca se atrevió a proponerle una vida en común y fiel como la de algunos pájaros. Por supuesto, también disfrutó su cuerpo alguna noche cálida con exceso de alcohol, cuando el amanecer rompe de repente la magia quebradiza de los amores enconados.

Él, por el contrario, vivía con una discreción sin fisuras sus trienios de galán pasivo. Ellas advertían en su mirada tierna y madura las técnicas más depuradas del amor bien hecho, y ninguna se resistía a vivir por siempre sin haber probado el elixir del delirio.

Como en todo, la leyenda también ayuda a construir el perfil y a divulgar una maestría sin paliativos que nunca fue tal. Ella, en cualquier caso, no lograba olvidarlo, y cada día más se sumía en una historia inventada que ella creía real pero que el tiempo fue desdibujando sin misericordia.

Un día cualquiera, ella lo vio salir del local abrazado a una muchacha. A ella se le adivinaba en la mirada una admiración incipiente y una atracción incontrolada y contundente, y un candor que la embellecía por momentos. Él la escuchaba con una ternura que ella no advirtió hasta entonces, y esa turbación nueva sintió que no le gustaba nada.

Él se fue, como siempre, calle abajo, discreto y ensimismado en sus sensaciones de hombre cansado, sin que nadie se percatara de su ausencia. Ella lo vio salir, lo vio cruzar la esquina que conduce al bulevar, con la chaqueta al hombro y las mangas de la camisa remangadas hasta el codo. Abrazaba a la muchacha y ella lo cogía de la cintura y dejaba caer el rostro en su hombro.

La tarde había agotado su luz y la noche se internaba en las calles con una presencia tan poderosa que lo inundaba todo. Ella miró la calle vacía y pidió un whisky sin saber bien por qué. Lo esperó durante muchas tardes con sus noches, con sus veranos y sus inviernos, aunque ella intuía ya que el tiempo de la espera y de la esperanza había tocado a su fin.
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domingo, 5 de agosto de 2012

Fernando Savater: “Hay 200.000 vascos que los han forzado a irse de su tierra”

Después de haber dedicado 40 años a la filosofía y al ensayo, Fernando Savater regresa definitivamente a la novela con Los invitados de la princesa, una historia donde aborda buena parte de sus filias y de sus fobias: la gastronomía, los congresos, la hípica, el terrorismo, la política o las bicicletas urbanas que tanto le molestan. Concluido este periodo docente e investigador, no solo se centrará ahora en la narración, que siempre fue su auténtica vocación. Tampoco descarta hacer sus pinitos en el teatro.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Con esta obra, en la que el humor es pieza fundamental, Savater ha obtenido el Premio Primavera de Novela 2012. El libro alterna la narración principal, que es la crónica de la estancia de Xabier Mendia en Santa Clara –una isla tan parecida al País Vasco- con siete relatos cortos en los que cada uno adquiere su propio tono: satírico, onírico o simbólico.

De padre granadino, este filósofo vasco confiesa que tiene “bastante raigambre andaluza”. Es crítico con la alta gastronomía, de la que asegura que su disfrute implica derroche y cursilería, pero no pensamiento. Tampoco en esta obra abandona el mundo del caballo, que es el mundo que más ama, porque hay, dice, una épica de la hípica.

Le molestan las bicicletas en las ciudades, porque “todo lo que tiene ruedas es enemigo de lo que tiene piernas”. Y mientras esconde su mirada tras unas gruesas lentes con montura de pasta, nunca abandona la risa ni el buen humor, y mucho menos su devoción por el fino de esta tierra.

Mantiene la esperanza de que ETA abandone definitivamente el uso de las armas, aunque duda que la situación actual sea definitiva. En pocos años, 200.000 vascos abandonaron su tierra, y esto implica, para este escritor, que se “ha falseado la configuración del propio País Vasco”, ya que ahora parece mucho más nacionalista de lo que es en realidad.

Amenazado por la banda terrorista, ve complicado que algún día ETA admita “el ridículo de su propia existencia”, aunque advierte también que “de ridiculizarlos ya nos encargaremos los demás”. Le han decepcionado las elecciones andaluzas porque UPyD, la opción política que él apoyó, no obtuvo ningún escaño, porque fue “una disputa claramente a cara de perro entre socialistas y populares”.

Autor de La tarea del héroe (Premio Nacional de Ensayo, 1982) y de novelas como El jardín de las dudas (finalista del Premio Planeta, 1993) y La hermandad de la buena suerte (Premio Planeta, 2008), ahora publica también Tirar de la cuerda, una colección de aforismos espigados de entre sus libros por Andrés Neuman, quien, asegura, “ha logrado hacerme aforista sin serlo”.

—Dicen que su novela es una parodia, pero tal vez solo sea un reflejo de la propia realidad tratado con humor.

—Nunca parodio nada porque es un género que no me gusta. A veces, bueno, cuando lo hace Eduardo Mendoza, me divierte. Parodia, no. Yo no utilizo la parodia porque no soy nada paródico (ríe).

—Sea como sea, lo cierto es que en este libro aborda buena parte de sus filias y sus fobias.

—Supongo que es inevitable que uno escriba de lo que conoce un poco mejor y de lo que le gusta. No soy nada objetivo en eso. Soy muy subjetivo. Sí, hombre. Son los temas de los que uno ha hablado, ha discutido. Lo que pasa es que, con esto de tener varios personajes, pones cosas que crees y lo contrario de lo que lees. Y eso me divierte más.

—Ha elegido una estructura para su novela en la que alterna la narración principal con relatos. ¿Por qué?

—Bueno, primero, a mí me aburre mucho como escritor, como lector las leo y las soporto, la estructura de la novela tradicional; es decir, esa estructura que tiene muchos capítulos que son pura transición entre una cosa y otra. Meter esas transiciones me aburre mucho. Entonces, yo quiero que cada cosa tenga una vida propia. La única forma es hacerlo así como lo he hecho. Cada capítulo tiene su sentido por separado incluso.

—En el relato titulado Purasangre escribe: “Ahora me encuentro en el Hipódromo Central. Nada tiene de raro, porque es uno de los lugares favoritos de mi corazón…”. Pura autobiografía.

—Sí. Yo siempre meto una historia un poco relacionada con el mundo de los caballos. Primero, porque es mi mundo y es lo que me gusta más. Y luego, porque además se presta mucho, es un mundo muy novelesco, muy literario. Hay una épica de la hípica. Entonces, eso realmente se presta y siempre hay algún relato. Y en este caso, ese.

—La narración central de su novela gira en torno a la celebración de un congreso, ese micro mundo que usted conoce tan bien y en el que “todo el mundo mea para marcar su territorio”.

—Efectivamente. Yo creo que incluso en los congresos que no están sometidos a un volcán, como el de mi novela, siempre se crea una burbuja de mundos independientes, hay sus pequeñas rencillas, sus enfrentamientos, sus narcisismos heridos, que a lo mejor vienen ya del congreso anterior y que se purgan en ese. Es un mundo en el que he estado tanto tiempo y conozco muy bien. Por eso también me era fácil hablar de él, porque es un mundo al que he estado yo condenado, digamos, durante toda mi vida y también tiene sus aspectos curiosos.

—En su libro no deja títere con cabeza.

—Los títeres suelen tener poca cabeza (ríe).

—Por ejemplo. De la alta gastronomía dice que es “el arte actual perfecto para las entendederas de los snobs” y que “su disfrute implica derroche y cursilería, pero no exige pensamiento”. No le van a dejar entrar a ningún restaurante del País Vasco.

—Ya. Ya tenía yo dificultades. Salvo algún cocinero, van a tener ahora una coartada. Pero, vamos, la moda esta de la gastronomía, que en el fondo no tienen la culpa los cocineros, la culpa la tienen los que inventan el asunto y los que creen eso como si fuera un arte sublime.

—En fin, que para usted la cocina es un arte de usar y cagar.

—Bueno, claro. Es que la cocina no es un arte. El arte es complacencia, es estética, gozo de la vida, pero también desasosiego, inquietud, tiene un elemento siempre crítico. La gastronomía, no. La gastronomía es una cosa puramente placentera cuando está bien hecha. A mí que me gusta mucho comer. Decir que la comida es un arte, no la alza sino que la degrada. La comida es otra cosa y a lo mejor más importante que el arte, pero otra cosa distinta. Pero no es un arte.

—También le molestan las bicicletas en las ciudades porque “todo lo que tiene ruedas es enemigo de lo que tiene piernas”.

—Evidente. Sobre todo cuando se empeñan en pasear por las aceras. En fin, son supersticiones modernas. En la novela hay varias supersticiones de esas. Unas viales, otras más serias.

—Después de 40 años de profesor y de escribir ensayos, da por cerrada su faceta filosófica para dedicarse de lleno a la ficción. ¿Qué tiene la literatura que no le da ya la filosofía?

—Yo soy mucho más lector de literatura que de filosofía. Toda mi vida he leído más libros de literatura que de filosofía. A mí lo que me llevó a las letras, por decirlo así, fue la narración, la ficción, las historias maravillosas o terribles. Cuando yo empecé a hacer la carrera de filosofía ya en tiempos jurásicos, no existía la carrera de literatura. Hoy la hay.

Había filologías, que era una cosa mucho más tecnológica, gramatical, que no me gustaba tanto. Si hubiera habido literatura, yo habría hecho literatura. Pero como no la había, elegí Filosofía. No me voy a arrepentir ni mucho menos, pero ahora me gustaría retomar mi verdadera afición, mi placer. Alguna vez en broma he dicho que la filosofía es mi mujer pero la literatura es mi amante. Entonces, ahora voy a dedicarme a mi amante, fíjate tú, ya a esta edad a la amante (ríe).

—La isla de Santa Clara, donde se desarrolla su novela, es famosa por su gastronomía y está amenazada por una banda terrorista. ¿No le encuentra demasiado parecido con el País Vasco?

—Bueno, sí que algunas cosillas pasan, pero tú ya sabes que en el mundo hay similitudes (ríe).

—Después de que ETA haya abandonado las armas. ¿cómo ve la situación en el País Vasco?

—ETA ha abandonado las armas pero no ha abandonado ETA. Ellos siguen estando ahí. Bueno, han abandonado el uso de las armas. Las armas las siguen teniendo. Cabe la pregunta de, en fin, si eso es definitivo o es solo en espera de a ver si se les concede lo que ellos quieren. Siguen dando la lata con sus presos, siempre dando la lata con sus reivindicaciones, como si el mundo tuviera que pararse para darles gusto. Y lo malo es que encuentran a veces políticos, incluso políticos en campos no nacionalistas, para hacerles caso.

Hablan de hoja de ruta. La hoja de ruta para qué, si yo no me voy a ir a ninguna parte. Al contrario, lo que estoy es muy contento de que por fin puedan estar en la España democrática y plural, en vez de estar acompañando a alguien en una hoja de ruta en compañía de Batasuna. Imagínate. Entonces, bueno, vamos a ver si salimos de ahí, pero todavía no podemos echar las campanas al vuelo y, desde luego, no podemos hacerles caso ni empezar a hacerles concesiones.

—En fin, sí parece que se va a iniciar el proceso para que vuelvan al País Vasco aquellas personas que tuvieron que salir por amenazas.

—Estaría muy bien. En unos pocos años salieron más de 200.000 personas. Sería bueno recordar que hay muchos vascos que por no estar de acuerdo con los demás los han forzado a irse de su tierra. Hombre, a muchos los han obligado a ir a otros sitios donde tienen hijos, trabajo, pero tampoco todos podemos estar cambiando de lugar, de vida, de un día para otro, para dar gusto a los políticos.

Ahora, hace falta recordar que ese éxodo de gente del País Vasco ha falseado la configuración del propio País Vasco. Ahora parece que es mucho más nacionalista de lo que es en realidad, porque los que no lo eran se han tenido que ir. Entonces, no estaría mal permitir y dar facilidades para que volviera gente.

—¿Admitirá algún día ETA, como usted mismo dice, “el ridículo de su propia existencia”?

—Pues eso lo veo complicado, para qué te voy a decir otra cosa. Yo lo veo complicado. Yo creo que ellos viven demasiado en su auto glorificación y siempre tienen a un palmero que les acompaña. Lo veo difícil. Pero, en fin, yo ya a estas alturas me conformaba con que realmente se disolviera o realmente abandonara las armas y, bueno, de ridiculizarlos a lo largo de los años ya nos encargaremos los demás (ríe).

—Cuando nos hayamos recuperado económicamente…

—Espero que lo veamos. Tú que eres más joven a lo mejor lo ves. Yo no sé. Yo ya ni lo veré.

—… ¿recuperaremos también los derechos hasta ahora conseguidos y que empiezan a negarnos?

—Esa realmente es la pregunta del millón. O sea, a mí no me gustan nada los recortes que Rajoy está haciendo pero, en fin, tampoco le gusta que le hagan a uno un agujero en la tripa para sacarte el apéndice, pero si no hay más remedio, tienen que hacértelo. Ahora, el problema es, efectivamente, si todas esas cosas que hoy nos están recortando, esas garantías laborales que estamos perdiendo, esos derechos que están disminuyendo, si todo eso, en el momento que las cosas vayan bien, nos los van a devolver.

Si los mismos bancos que ahora están pidiendo dinero para salir del hoyo, el día que vuelvan otra vez a ganar, revertirán en la sociedad esos créditos en ayudas, en reparto de beneficios, lo que hoy están ganando. Esa es la pregunta verdaderamente importante, y no tengo la respuesta.

—¿Cómo valora los resultados de las últimas elecciones andaluzas, con unos resultados que nadie esperaba y donde UPyD precisamente no obtuvo ningún escaño?

—Hombre, ha sido una decepción, porque nosotros creíamos que aquí había una posibilidad de que la UPyD tuviera representación, porque además teníamos gente buena. El problema es que, bueno, quizá precisamente se polarizó tanto, fue una disputa tan claramente a cara de perro y estrecha entre socialistas y populares que eso absorbió un poco todo lo demás. IU todavía se benefició de ello.

Las elecciones no se hacen para entrar en discusión sino para salir de ellas. Los ciudadanos quisieron eso, pues eso es lo que hay. Eso es lo que han querido. Es verdad que las elecciones indican quién va a gobernar para intentar resolver los problemas, pero la elección no resuelve los problemas en sí mismos, y Andalucía, como el resto de España, tiene problemas. Y eso a ver cómo se resuelve.

—Decía Eduardo Mendoza que “con la crisis hemos recuperado algo que no debimos olvidar, que éste es un país pobre y cutre”.

—Bueno, es que durante un tiempo, a pesar de que se eche la culpa a los políticos, a los banqueros, los ciudadanos no admiten que todo el mundo estaba viviendo en esa especie de sueño de que éramos un país de cucaña, en el que todo se conseguía extendiendo la mano, la gente pedía créditos para la segunda vivienda, el segundo coche, y no le importaba tener 50 hipotecas.

Claro, los banqueros facilitaban todo eso, porque ese es su negocio pero, claro, los que tenían que haber tenido mejor criterio eran los ciudadanos y no lo tuvieron. Hoy volvemos un poco a la realidad. Nos despertaron con la resaca de la tarde de fiesta.

—También Vargas Llosa decía que hablar de cocina y de moda es mucho más importante hoy que hablar de filosofía o música y que eso es “una deformación peligrosa y una manifestación de frivolidad terrible”.

—A mí me parece normal que se hable de cocina, que se hable de moda, porque son temas mucho más accesibles a la gente que la filosofía o que la literatura, pero lo peligroso es que eso se quiere presentar como artes superiores incluso a las otras cosas como son la metafísica o la literatura. Va a ser siempre más popular el fútbol que las obras de Ortega y Gasset. Lo grave es el día que ya traten de vendernos que el fútbol no solamente es más popular que Ortega, sino mucho más importante y mucho más intelectualmente elevado que las obras de Ortega. Hoy estamos un poco en esa especie de hipertrofia de la cocina completamente ridícula.

—Ahora publica también Tirar de la cuerda, una colección de aforismos involuntarios, porque los ha espigado de entre sus libros Andrés Neuman.

—Exactamente. Es un empeño de una colección que edita normalmente obras sobre aforismos. Andrés Neuman se empeñó. El mérito del libro es suyo. Yo creo que él ha logrado hacerme aforista sin serlo.

—Como decía Schopenhauer, ¿en nuestro mundo llega un momento en que hay que elegir entre la soledad y la ordinariez?

—Esa es la opinión de Schopenhauer que era un poco misógino y misántropo, pero algo hay. Por lo menos es verdad que el exceso de frotarse con los demás a veces nos hace perder cualidades que tenemos importantes porque, cuando estamos en grupo, a veces nos ponemos a la altura del peor, no del mejor, y eso es una pérdida.

Publicado en el diario Córdoba el 13 de mayo de 2012
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