miércoles, 31 de octubre de 2012

El último viaje en bicicleta

Octavio Ramírez, a sus 62 años, no había logrado vencer el miedo a viajar en vehículos a motor. Nunca pudo entender cómo un avión se podía mantener en el aire sin que la gravedad de la tierra o la inmensidad del cielo engulleran de un solo trago a ese artefacto que se atrevía a calificar como un insolente desafío a Dios.

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Por esa razón quizás no entendía la publicidad de algunas agencias de viajes: “Vuelos sin sorpresas”. Por mucho que le explicamos que la frase sólo hacía referencia a los gastos de gestión y que los vuelos aéreos eran muy seguros, él consideraba que bastante sorpresa era ya estar vivo a su edad con tanto adelanto tecnológico.

El mar tampoco era su fuerte. No entendía cómo un barco se podía mantener a flote sin volcar, pero aún más respeto le merecía la inmensidad del mar, un espectáculo que siempre admiró desde la seguridad que le proporcionaba la orilla, la playa, el acantilado.

Observar el mar, en calma o embravecido, era una escena que amaba como ninguna otra, pero que, como los toros, prefería ver desde la barrera. Sí sentía un cierto apego por las vías férreas del tren, que le proporcionaban cierta credibilidad que en modo alguno conseguía con el avión o el barco.

Pero Octavio amaba los trenes del siglo XIX, aquellos artefactos empujados a trancas y barrancas a base de carbón y no estos trenes de alta velocidad que le delataban el vértigo que sentía con sólo verlos desde el horizonte.

De la carretera, mejor ni hablar. Solamente las estadísticas anuales de accidentes mortales le provocaban incontenibles náuseas. Despreciaba su estética, esos modelos aerodinámicos que rompían todo pronóstico cuando alcanzaban la velocidad del rayo, que envenenaban el aire, que abarrotaban las calles de cada ciudad y que invadían los pasos de cebra y las aceras y los parques como si se tratara de un parking propio y colectivo.

Esos armatostes que hacían de las ciudades rincones infectados, incómodos y ruidosos. En el mismo pedestal colocaba vespas, motos y ciclomotores, una copia infundada y posmoderna de la bicicleta, el único vehículo de montar que Octavio Ramírez consideraba a la altura del caballo, del burro o del camello.

De hecho, le gustaba llamarlo caballo de ruedas, como el “celerífero”, un antepasado de la bicicleta que inventó el conde francés Mede de Sivrac en 1790, al que también se llama caballo de ruedas. Consistía en un listón de madera, terminado en una cabeza de león, de dragón o de ciervo, y montado sobre dos ruedas.

Para Octavio, la bicicleta, a diferencia de los otros vehículos a motor ya mencionados, era un medio de transporte gratuito y sano, ligero y ecológico. Admiraba de la bicicleta tanto el tamaño como la estética.

Sabía que otros antepasados de la bicicleta se remontaban al Antiguo Egipto, aunque sólo se trataba de dos ruedas unidas por una barra; a China, aunque con ruedas de bambú; o a la cultura azteca, donde un vehículo con dos ruedas era impulsado por un velamen. Aunque con más precisión, las primeras noticias sobre un primer boceto de la bicicleta datan de 1490 y pueden verse en la obra de Leonardo da Vinci Codex Atlanticus.

Desde muy joven, Octavio Aguilera aprendió a montar en bicicleta. Las coleccionaba plegables e híbridas, de paseo y de montaña, estáticas y de carrera. Su casa era un museo y un homenaje personal a este invento de dos ruedas. Siempre presumió de no haber subido jamás a un vehículo con motor. A pie o en bicicleta anduvo toda la vida hasta que aquel día crucial el tren de la vida se le puso enfrente.

Las noticias decían, mezclando detalles innecesarios y de mal gusto, que el accidente fue una mezcla de imprudencia y mala suerte. Eran las 15.30 horas cuando el paso a nivel de la barriada periférica de la ciudad donde vivía estaba cerrado.

La policía indicó que un tren se aproximaba cuando la barrera estaba bajada, insistía, y además el semáforo estaba en rojo. Un autobús, continuó diciendo el policía, gesticulando e indicando así las dimensiones y la posición del vehículo, estaba detenido tras la barrera, de modo que anulaba la visión de Octavio Ramírez, que, como era preceptivo, viajaba montado en su bicicleta.

Decidió cruzar en aquel momento. Cuando vio el tren, la bicicleta ya volaba por los aires, y él también, pero sin paracaídas, otro invento que no amaba en absoluto, aunque éste, como la bicicleta, no necesitaba motor en sus descensos al paraíso del cual el tren lo había expulsado para siempre.
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martes, 30 de octubre de 2012

Comienza a lloviznar

Lo ve tras los cristales de la cafetería, y entonces paga y lo sigue. Desde hace casi un año repite esta ceremonia diariamente. Hoy la mañana es luminosa. Es un tiempo de primavera anticipada en un año que ha llovido poco. Será verdad, piensa, eso del cambio climático, el deshielo, la sequía, los temporales incontenibles que rompen con sus ventoleras la monotonía de un invierno que se repite sin novedades año tras año. Lo ve de perfil cuando toma la segunda bocacalle para dirigirse a la oficina como cada mañana durante todo un año.

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No lo conoce personalmente, pero piensa que es un hombre afable, un buen padre de familia, severo y cariñoso en la educación de los hijos, creativo y solidario en el trabajo, ingenioso con los amigos cuando apura la última copa antes de volver a casa. Debe tener la mirada profunda, piensa, el gesto sereno, la voz grave y bien modulada.

A estas alturas, cada mañana se atreve a adivinar su vestuario, de calidad y buen gusto y muy poco variado. Alegre sólo en el color de las corbatas, reincidente en los calcetines y los zapatos, elegante y monótono en el traje de vestir. Los fines de semana viste vaqueros y deportivas, jersey de cuello redondo llamativo que desdice de sus chaquetas oscuras y discretas.

Entendido en vinos, amante de las películas de cartelera, tertuliano ingenioso. En su día, piensa, debió ser un donjuán exitoso. Todavía hoy debe andar con secretos de alcoba, con secretaria de toda confianza, con dudas sobre su futuro profesional y su ideología política.

Hay algo enigmático en su porte que le perturba, algo atractivo en su caminar que lo desvela, algo mágico en el movimiento de sus manos cuando gesticula al hablar. Conoce todo su pasado. Sus amores enconados, sus alardes profesionales, su vacío existencial.

Le gusta seguirlo cuando cruza la ciudad por que le gusta andar para mantener el cuerpo a tono. Sería un lujo poder robar dos horas a la empresa para acudir al gimnasio. Cuando camina, observa los edificios, los árboles, los perros que mean en los árboles de todos, los perros que mean en los coches de cada uno. Odia a los perros urbanos. Compadece a los perros urbanos y maldice a sus dueños.

Como cada mañana, le gusta tomar café cortado antes de subir a la oficina. Mientras le atiende el camarero, abre una pequeña agenda de color beis. Es un listín telefónico. Todos son teléfonos de mujeres. Compañeras de curso de cuando estudiaba en la Universidad, compañeras de trabajo, vecinas, mujeres de amigos.

El hombre que lo observa desde la calle sabe que uno de esos teléfonos corresponde al móvil de su mujer. Cuando marca el número, el hombre que lo observa no sabe si se trata del teléfono de su mujer. Tampoco le preocupa. Él ha tomado una decisión.

Lo observa mientras sonríe. La conversación con esa mujer le ha cambiado el rostro. Una mueca de felicidad se dibuja en sus labios. Si lo tuviera al lado, podría escuchar la conversación del padre con la hija, que la recogería a la dos para ir a casa, que se cuidara, que la quiere mucho, muchísimo. Paga el café, que apura de un sorbo. Y sale sin mirar a quien lo observa ahora tan cerca, camina sin percatarse de quien lo sigue a una distancia de tres metros.

El hombre que lo sigue lo llama por su nombre, él se vuelve con toda naturalidad, muestra sorpresa porque no conoce a quien tiene delante. Ve que saca la mano del bolsillo de la cazadora, la mano empuña un arma, le apunta a la sien y le dispara dos tiros. Cae como un saco lleno de legumbres.

El hombre que lo observaba tomar café y que le ha disparado guarda el arma en la cazadora y sigue su camino. El cielo se ha cubierto. Comienza a lloviznar. Ni esto es primavera ni esto es nada, piensa. Una mujer a quien no conoce lo ha visto todo, pero no sabe qué hacer. El cambio climático nos trae a todos como locos, dice ella.
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lunes, 29 de octubre de 2012

La imaginación incontenible de Luis Landero

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) publicó en 1989, hace ya 23 años, una novela que nos metió de lleno en un mundo absurdo y extravagante en el que para siempre sus lectores perdimos toda cordura, y que sorprendió y maravilló por su imaginación desbordante y sinigual. El libro se titulaba Juegos de la edad tardía.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

De aquella primera obra ha recuperado en ésta última, Absolución, esa manera única, libre e irresponsable de crear un mundo propio, que no hubiera sido posible de no haber observado con precisión el mundo que le ha tocado vivir.

Escribir sin argumento, como lo hace Luis Landero en muchas de sus obras, o con escaleta previa, es una virtud que sólo les está reservada a esos narradores que buscan en los demás su propio yo y que se alimentan de otras vidas para construir un universo disparatado y divertido que les enajene de este otro en el que se sienten fuera de juego.

Así es Luis Landero. Nostálgico y ocurrente, alegre y afable. Parece un personaje sacado de sus propias novelas, aunque en realidad él es todos y cada uno de ellos, con sus contradicciones y sus convicciones, con sus guerras imposibles y sus batallas perdidas, incluso con su felicidad inflexible y su fracaso imprevisto o premeditado.

Se define como hombre de izquierdas, y esta actitud no le ayuda a desentrañar el futuro con optimismo. Ahora que la jubilación le permite tener más tiempo libre no escribirá mucho más que antes, porque para hacerlo necesita observar la vida desde un ángulo que todavía no adivina, pero que ya ha activado para retener en sus pupilas a esa gente común que acabarán siendo personajes inmortales de sus historias, y que vivirán en sus páginas el absurdo de su imaginación, que no siempre coincide o se identifica con el absurdo próximo de la vida.

Hasta hace unos años, compartía creación literaria y docencia. Ha publicado siete novelas. Además de las dos citadas, es autor de Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002) y Hoy, Júpiter (2007). Y de dos volúmenes recopilatorios de textos: Entre líneas: el cuento y la vida (2002) y Cómo le corto el pelo, caballero (2004). Licenciado en Filología Hispánica, ha sido profesor de Literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos).

Se ve más como narrador que como intelectual. Y en esa perversión maravillosa que es la escritura, le divierte esa manera incoherente y audaz de contar todo lo que haya que contar, al derecho o al revés.

Le gusta moverse a su antojo, sin guion previo, sin argumento concreto. Perderse de lleno en la felicidad de la escritura como un vagabundo sin rumbo que se hace dueño de la noche vacía. Esa marea que le atrae y le arrastra ha sido quizás la única razón que le ha permitido vivir y seguir cuerdo.

Él lo ha dicho de otra manera: “Si no fuera por la literatura, me habría dado al alcohol y a las mujeres”. No sé. A saber lo que te has perdido, Luis. Pero tus lectores te lo agradecemos, aunque hayas podido disfrutar de la vida menos de lo que te mereces, o menos en un mucho inabarcable que esta noche nos confesarás si es que es confesable.

Hace dos años, con motivo de la publicación de su novela Retrato de un hombre inmaduro, sí me confesó en una entrevista que escribió su primera novela un poco condicionado por un intento perverso de querer complacer y de querer gustar. Y se explicó: “Querer gustar a las gentes es la manera quizás de ser Dios”. Y lo fue. Juegos de la edad tardía es, sin lugar a dudas, la historia de otro deicidio.

Desde entonces se empeñó en buscarle el otro lado a las palabras, en frotar la imaginación hasta sacarle brillo y todo eso sin olvidar que la esencia de sus historias venía de la misma realidad. O como él mismo dice: “Tan importante es vivir como ver vivir”.

Tal vez por esta razón, en todos sus libros está él, pero es imposible identificarlo en su complejidad. Siempre se escapa un poco, posiblemente sin otra pretensión que seguir el juego al lector. En cualquier caso, él se confiesa: “Joder, uno deja las huellas en todo lo que toca y por donde pasa”.

En todos sus libros encontramos la tristeza grande, la alegría, el disparate, la esperanza, los sueños truncados, ahora también la felicidad. Solo a Luis Landero se le puede ocurrir escribir de la felicidad en tiempos de incertidumbre. Pero él es así. Además lo hace con humor, con ironía, desde el absurdo. Y lo explica con pocos argumentos, porque tampoco los necesita: “Es que la vida es así”, dice.

Le gusta dejarse arrastrar por el cauce espontáneo y desordenado de la invención y de la vida, y de ese puzle imposible que es el disparate, él moldea criaturas extrañas y entrañables, historias disparatadas y creíbles por increíbles, pero que perfiladas por su pluma se nos muestran como criaturas vivas y despiadadas y desconsoladas y felices y desconcertadas por ese soborno tierno y frágil que les proponen sus propios sueños.

Incluso en estos tiempos de crisis que mueven a la desesperanza y al desencanto, Luis Landero lo tiene claro, y lo dice así: “Siempre el modo de ver el futuro ha sido la esperanza”. Los protagonistas de su última novela, Absolución, tampoco escapan a esta sospecha.

Ustedes lo ven aquí sentado y piensan que toda su vida estuvo escribiendo. Pero no es así. Siempre fue mal estudiante. Así que trabajó en una tienda de ultramarinos, fue mecánico, oficinista, después recaló en la central lechera Clesa, y entre uno y otro oficio, también emprendió otras muchas ocupaciones ocasionales.

Por supuesto, también quiso ser y fue guitarrista flamenco. Ahí creyó que enraizarían su vocación y su futuro. Pero apareció en el escenario Paco de Lucía, y solo se atrevió a decir: “Hostias, esto se pone feo”.

Pero eso sí. Nunca dejó de ser fiel a aquellos ideales primeros de cuando tenía 15 años: ser escritor. Tal vez el éxito consolidado de aquel genio de la guitarra le hizo desistir de otros sueños, pues se le había atravesado en la vida como una espina de pescado en la garganta.

Así que optó por la única posibilidad que le ofrecía el destino para vivir cerca de los demonios que lo habitaban: escribir novelas. Gracias a esa decisión, hoy lo tenemos aquí con nosotros, y con nueva novela. La más redonda, dicen. También lo piensa él. Y seguro que lo dice con convicción, después de haber superado aquella experiencia de haber publicado hace ya 23 años una de las mejores novelas en castellano del siglo XX.

Texto de presentación de Absolución, última novela de Luis Landero, 
que tuvo lugar el jueves de 25 de octubre en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla
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domingo, 28 de octubre de 2012

Matilde Asensi: “Si nadie te lee, esa literatura está muerta”

Ha vendido 24 millones de libros en el mundo. Ahora publica La conjura de Cortés, el tercer volumen de la trilogía Martín Ojo de Plata, una historia trepidante de ritmo y descrita con un lenguaje ágil y nervioso a la que no le falta de nada para pasar un buen rato: un mapa, un tesoro, un texto enigmático, una conjura para derrocar a la corona en la Nueva España y una mujer dispuesta a culminar su venganza.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Matilde Asensi escribe para que la lean. Y lo consigue. No sabe en qué radica su éxito. “Escribo como soy”, dice. Además, escribe lo que le gusta, que es lo que le gusta a sus lectores. No le atrae nada el perfil histórico y ambicioso de Hernán Cortés. Tal vez por esta razón, ha desarrollado en esta narración aún más el carácter feminista de su protagonista, Catalina Solís. La aventura está servida.

La conjura de Cortés quizás sea la novela más aventurera de la trilogía de Martín Ojo de Plata.

—Sí, pero porque esto obedece a un plan. Cuando yo me planteé la trilogía, a mí me dijeron que una trilogía era complicado, porque el primer libro empieza bien, pero el segundo cae un poco y luego ya en el tercero remontar es prácticamente imposible. Y yo dije, pero voy a escribir una trilogía que va a ir para arriba, no que va a ir para abajo. Y entonces me lo propuse, y dije la manera de conseguirlo es ir subiendo en ritmo poco a poco, que aquí como ves el ritmo es trepidante.

Ya empezó a serlo en Venganza en Sevilla, ha ido poquito a poquito. Y luego, terminar las venganzas muy potentemente, que era también el proyecto, y añadirle más aventuras aparte, cerrarlo todo bien y dejarlo todo con fuerza y con potencia. Y de momento parece que va bien.

—Dice usted: “Si convertimos la literatura en algo aburrido está muerta, es papel muerto y letra muerta”.

—Esa frase es mía y la mantengo, pero hay que contextualizarla. Para ti puede ser divertido, en el sentido de que te guste, que lo disfrutes, cualquier tipo de literatura. Entonces esa literatura está viva. Ese es el contexto en el que yo lo decía. Lo que no puede ser es que la literatura se aleje de la gente y se convierta en algo que a nadie le interese. Porque entonces sí que está muerta. Entonces ya no hay literatura porque, si nadie te lee, qué literatura es esa. Puedes decir: “Yo escribo para mí”. Pues estupendo. Me parece muy bien. Pero siempre que uno escribe algo, espera que lo lean y espera que reciba lo que él transmite o ella transmite. Si nadie te lee, esa literatura está muerta.

—En esta última entrega, ha desarrollado aún más el carácter feminista de su personaje.

—Sí. Es posible. Yo creo que se me desató un poco cuando me encontré con la historia de que Hernán Cortés había matado a su primera mujer y de que el virrey don Luis de Velasco el Joven pues era un maltratador de su mujer y de su suegra por dinero. Yo creo que en ese momento algo se me desató dentro con el tema de ver en los informativos una mujer muerta más y una mujer muerta más. Y encima leo que hace cuatro siglos ya era una cosa bastante común. Algo se me desató dentro. Estoy cansada ya. Aquí tenemos que ser todos, vosotros y nosotras. Y si no estamos juntos y no vamos a la par, esto no funciona.

—Catalina descubre con indignación la historia de Hernán Cortés que, como decía, asesinó a golpes a su primera esposa para casarse con la segunda. ¿Cómo era este personaje histórico, tan contradictorio? ¿Qué le atrajo de él?

—No me atrajo nada. Y cuanto más supe de él, menos me atrajo. Todo lo que cuento en el libro es cierto. Hernán Cortés robó el tesoro de Axayácatl, que era el padre de Moctezuma, engañó a sus capitanes, engañó al rey, se quedó con el tesoro. Hernán Cortés mató a su primera mujer, está la documentación en la Real Audiencia de México, y llegó la orden para parar el tema porque era el gran conquistador de la Nueva España.

Era un material muy bueno y yo no podía renunciar a esa aventura. Yo tenía que utilizarlo, pero del personaje, conforme más leí y más leí sobre él, no me atrajo nada. Era un hombre ambicioso a un grado que no sé a quién podría compararlo. Alguien que no tiene medida ni para el dinero ni para el poder, ni siquiera es capaz de entender que el que tiene al lado es un ser humano. Él es el único que cuenta en este mundo. No me hubiera gustado conocerle.

—Le gusta investigar en la historia, indagar los misterios del pasado. ¿Es una manera también de huir del presente? ¿No le atrae el presente para novelarlo?

—No. Para novelarlo no me inspira nada, nada. Yo creo que la literatura también tiene una función de evasión. Como todo ocio, llámese cine, llámese música, llámese literatura. Y yo creo, en este momento, tal y como están las cosas, como pasó con el crack del 29, que lo que más se vendía eran pintalabios. Es alucinante, pero era así. La gente necesitaba evadirse de la realidad terrible que estaban viviendo porque la realidad no te la quita nadie, tienes que enfrentarla cada día. No hay vuelta de hoja. Bueno, si tienes un rato donde puedes olvidar y disfrutar leyendo de una historia, de una aventura y de un libro, luego vas a volver. No te vas a escapar, pero ese rato has sido feliz, y ese rato ya vale la pena, pienso yo.

—“La pena es que después de cuatro siglos seguimos teniendo unos malísimos gobernantes”. ¿Tan poco hemos cambiado?

—Muy poco. Me acuerdo de estar leyendo en casa, en el despacho, y conforme iba encontrando cosas, yo pensaba, de verdad, esto no puede estar pasando. Y además, no puede ser que no lo sepamos. Lo que más me indignaba es que nos hayan hecho olvidar realmente nuestra propia historia para que no podamos comparar y no podamos indignarnos. Porque es que era alucinante: cuatro quiebras económicas en la época de los Austria menores; una corona que pasa absolutamente de gobernar, le entrega el gobierno a los validos, que son todos unos corruptos absolutos, y alguno acabó en el cadalso como Antonio Pérez; con unos reyes que pasan el día en la fiesta de toros, de cacería, etcétera, etcétera; con unas deudas exteriores que nos estaban comiendo por los pies. ¿No le ves alguna cosilla de parecido? Porque yo se lo veía. Estaba aterrorizada, porque no ha cambiado nada. Pero ya la cacería del rey fue la puntilla.

—Otra característica de su obra es el humor, pero usted dice que “el humor no es provocado”.

—Escribo como soy. A mí me dicen: “Tiene mucho humor”. Me sorprendo, porque no soy consciente de haber puesto alguna frase graciosa. No soy consciente de eso, de verdad.

—Ritmo, una trama repleta de misterio, un estilo directo y ágil. ¿Dónde radica la clave del éxito? ¿O este le vino sin buscarlo?

—No lo sé. Si realmente lo supiéramos, yo ya no estaría aquí hablando contigo. Fíjate. La editorial me habría marginado a un rincón, habría cogido a trescientos o mil escritores y se habría puesto a fabricar éxitos uno detrás de otro. Afortunadamente, nadie lo sabe, porque si no algunos escritores no estarían ni en el mundo, porque sería más fácil controlar un grupo de quinientos produciendo a lo bestia. Yo no sé dónde está. Yo sé que escribo lo que me gustaría leer. Lo he dicho desde el primer día.

La suerte que yo tengo enorme es que escribo lo que a mí me gusta y es lo que le gusta a mis lectores, o sea, debe ser que mis gustos son los de la mayoría de la gente. El único truco es que coincido es gustos de lectura con mis lectores. Ahí está un poco el quid.

—Lo más difícil a la hora de ambientar una novela histórica es documentarse sobre la vestimenta de la época, saber el nombre de cada pieza.

—Jolín, es verdad. En serio. Había camisas de 25 clases. Chaquetas que no eran chaquetas; pantalones acuchillados, abullonados; las medias, las calzas. Eso en el hombre. No te metas en la mujer que ni me acuerdo. Me hice unos croquis porque me volvía loca. Cada vez que tenía que vestir y desvestir a un personaje, decía: “Madre mía”. Estaba de la ropa en el Siglo de Oro hasta las narices.

—Recibe ofertas de productoras para llevar sus novelas al cine, pero las rechaza todas. ¿No le ofrecen lo que pide? ¿O no le da la gana?

—No me da la gana. Básicamente, la respuesta sencilla y simple y honesta es esa. No. Ellos, por supuesto, vienen con el cheque en la boca. A priori, los proyectos que me han enviado no me han terminado de convencer.

—“Las mujeres han sido borradas de la historia… no dejaremos que vuelva a suceder”. Sin embargo, ¿no se están perdiendo demasiados derechos en muy poco tiempo?

—Sí, claro. Y me da mucho miedo. Por eso yo lo que intento es transmitir el mensaje ese y lo digo en casi todas las entrevistas que puedo. Por favor, no permitamos que demos un paso atrás. Porque no solo perdemos nosotros, es que perdemos todos. Las sociedades más avanzadas o más desarrolladas son las que tienen a la mujer en igualdad de condiciones que el hombre.

Cuando mujer y hombre comparten todo, esa sociedad avanza. Cuando la mujer se queda relegada a un objeto decorativo, sexual, reproductivo, o de comercio y negocio entre familias, véase el caso de países musulmanes actuales, pues no son sociedades evolucionadas o que avancen. Tenemos que compartir el camino. Si no compartimos el camino, vamos fatal. O estamos juntos o no avanzamos.

Publicado en el diario Córdoba el 23 de septiembre de 2012
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miércoles, 24 de octubre de 2012

Los jueces también pagan hipotecas

Hasta hoy pensaba que los abusos del sistema español de desahucios solo les preocupaban a los españoles que vivimos emparentados con una hipoteca para toda la eternidad que vivamos en esta tierra. Afortunadamente, un informe encargado por el Consejo General del Poder Judicial desvela aspectos descorazonadores y propuestas esperanzadoras. Lo lamentable es que algunos de estos propósitos no hayan salido de la boca de los ministros del ramo.

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Proponen los jueces en el citado informe que las ayudas del Estado a la banca se extiendan a los clientes sobreendeudados; se habla de “mala praxis de las entidades bancarias” y de que se debe transformar el marco jurídico que ordena las ejecuciones hipotecarias.

El informe plantea la causa por la que se ha llegado a ese drama que atraviesan 350.000 familias que han perdido la vivienda. Y la causa es clara: la banca. Cada procedimiento, señala el mismo informe, encierra un drama que conlleva casi inexorablemente a la exclusión social de las familias, pues estas se ven impotentes para satisfacer las cuotas de los susodichos préstamos con los que se comprometieron en tiempos de vacas gordas.

Para colmo, el procedimiento para el cobro de estos préstamos hipotecarios data de 1909. El banco se adjudica de forma rápida el inmueble por un precio inferior al del mercado y así engrosa el tesoro inconfesable de sus activos inmobiliarios.

Los jueces que han elaborado este informe proponen soluciones excepcionales a una situación excepcional: moratorias en el pago de cuotas, entre otras 18 medidas, en los casos de desgracias familiares, paro, accidentes de trabajo, largas enfermedades u otros motivos que sobran en estos días difíciles a estas familias que no logran ajustar un sueldo de saldo para la manutención de todos sus miembros.

Transferir a los hipotecados las ayudas a la banca para hacer inviable la indefensión de los deudores pasa por ser una de las conclusiones más luminosas y solidarias en estos tiempos grises que nos ha tocado vivir. Es una buena noticia en este maremágnum de la fatalidad.

Pero la moneda tiene su as y su envés. Lo triste es que este Gobierno sólo hable de rescates a bancos, los mismos bancos que indemnizan a sus ejecutivos con cantidades millonarias, mantienen a sus directivos nóminas de infarto en momentos en que la salud de estas entidades es de infarto y, para colmo, la operación quirúrgica hemos de pagarla los demás.

El Gobierno pretende rescatar a los bancos, pero no a las familias. Y no se les escucha una palabra de buena fe ni un gesto que aplaque los ánimos enardecidos de aquellos corazones soliviantados que luchan por no fenecer al desaliento.

Hay en todo este marasmo de confusión un olor a quemado que no le gusta a nadie, que causa un dolor innecesario a muchas familias y que no encuentra consuelo en un Gobierno pertrechado en un resultado electoral que le puede estallar en las manos. No están los tiempos para vanidades ni banalidades.

Más vale que los ministros del ramo se pongan a trabajar a fondo y a buscar otras soluciones que no esquilmen unos bolsillos y acreciente otros patrimonios, porque en acertar en las medidas justas nos jugamos el futuro y la vergüenza (por cierto, quien aún la conserve).

Que devuelvan a sus familias las viviendas que les han robado y que después nos rescate el ángel de la guarda si las alas le han crecido para acogernos a todos. Y si no, que a Bankia lo rescate El Guerrero del Antifaz, si es que da con su paradero. Posiblemente, los jueces también pagan hipotecas y por eso están con nosotros en estos trances sin moratoria.

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lunes, 22 de octubre de 2012

India Martínez: “El éxito puede ser peligroso”

India Martínez publica este mes su nuevo álbum, Otras verdades. Cansada de contar verdades a medias, ahora se confiesa recreando algunas de sus canciones favoritas. Del álbum habrá una edición limitada en formato CD+DVD que incluye el documental Mi verdad número 13, una pieza audiovisual de 45 minutos con una entrevista con India y la interpretación en acústico de las canciones del disco. La cantante cordobesa transforma con su voz canciones de otros autores hasta hacerlas suyas.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Vuelve con nueva canción, Hoy, con el único acompañamiento de una guitarra española. ¿Sola ante el peligro o ante el éxito?

—Yo pienso que las dos cosas van ligadas. Una cosa a la otra. El éxito puede ser peligroso.

—El nuevo disco se titula Otras verdades. El anterior, Trece verdades. Entre tanta confesión, ¿no esconde ninguna mentira aunque sea piadosa?

—Ya estaba bastante cansada de decir verdades a medias. Todas estas las tenía guardadas.

—El nuevo disco recrea versiones de sus canciones favoritas como Nunca el tiempo es perdido, Me cuesta tanto olvidarte o Si tú no estás aquí. ¿Demasiada nostalgia?

—Es que ese tipo de verdades son las que más duelen y las que primero quiere sacar uno de sí mismo. Pero también hay otras canciones, claro, muy divertidas y muy actuales.

—Cuando se pone voz y sentimiento a verdades de otros, ¿las hace suyas también?

—Por supuesto. No solo mis verdades valen. También me gusta defender las de los demás.

—“Cuando alguien me dice que se ha emocionado con una canción mía es algo superior”. Confiésese.

—Llegar a ese estado de transmitir para mí es mágico. Yo creo que no hay cosa más valiosa que eso. Es el propósito de todos nosotros.

—Le gusta fusionar músicas de todo el mundo: hindú, árabe, flamenco. Incluso canta en árabe o hindú. ¿Las fronteras están hechas para romperlas?

—No deberían estar ni hechas. Lo que pasa es que, por suerte o por desgracia, las hay. Y si las hay, pues hay que romperlas. Está claro.

—Nació en el conflictivo barrio cordobés de Las Palmeras. ¿Qué recuerdo más nítido conserva de aquellos años de la niñez?

—Pues la humildad de la gente y de hecho, cada vez que miro atrás, recuerdo esos valores y me da todavía más fuerza para seguir adelante.

—También le gusta incluir en cada disco instrumentos de otras culturas poco habituales aquí.

—Como el bouzouki griego o la flauta árabe. En cada disco intento incorporar instrumentos nuevos y en este disco habrá algunos más.

—En algunas canciones es autora de las letras. ¿no le atrae escribir otras cosas?

—Siempre compongo en equipo. Me gusta también contar con los demás, y al final todos llegamos a un acuerdo para hablar de distintos temas. En realidad, no soy la autora única de las canciones. Pero me gusta tocar todo tipo de temas, incluso sociales.

Trece verdades. ¿No es supersticiosa?

—Nací un día 13. Si fuera supersticiosa, no hubiera nacido o me hubiera dado mala suerte nacer.

—Eso es cierto. De hecho, con doce años se presentó en Veo, veo. ¿Veía entonces su futuro como es?

—Precisamente el Veo, veo fue aquí en Dos Hermanas en el año 98 y hoy voy a volver a pisar el escenario. Imagínate la de sensaciones que tengo en el cuerpo ahora mismo.

—¿Ya veía ese día su futuro?

—No veía mi futuro. Sí tenía claro lo que me apasionaba. No sabía lo que iba a pasar, pero soñaba mucho.

—Para terminar, seré contenido. Como dice la canción, ¿no le duele la cara de ser tan guapa?

(Ríe). ¿Qué te digo a eso? Me dices esas cosas y me corto un poco. No pienso que me duela la cara por eso, porque hay otras muchas cosas más importantes.

—Hay otras cosas que duelen más.

—Pues sí.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de octubre de 2012
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domingo, 21 de octubre de 2012

Enamorarse de un maniquí

Leo en la prensa y oigo en los telediarios la noticia de que la Guardia Civil se quedó perpleja y después cazó –como si fuera un tigre de Bengala- a un conductor que viajaba con un maniquí vestido de mujer en el asiento del copiloto para poder circular por el bus-VAO (Vehículos de Alta Ocupación) de la autovía a A Coruña (A-6). Hay noticias que tendrían que redactarse como cuentos porque pertenecen más al mundo de la ficción que al de la realidad.

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El muñeco –llamémoslo así- llevaba peluca, el flequillo le caía descuidado por la frente sin tropezarse con las gafas de sol que le ocultaban los ojos sin mirada o la mirada perdida –como ustedes prefieran-, un pañuelo azul celeste al cuello, un jersey amarillo de pico que anunciaba unos pechos turgentes que pugnaban por liberarse del cinturón de seguridad.

No se sabe cómo eran las manos, porque un paño o manta le cubría los brazos hasta los codos. Quieras o no, la tía tenía un aire insinuante y diferente, frío tal vez. Siempre miraba (¿?) a la carretera o al menos la cabeza estaba girada al exterior del vehículo, como si hubiera discutido con el conductor, un joven de 33 años del que no se ha dado a conocer el nombre. Es lógico. Hay que respetar la intimidad.

Es de suponer que el conductor quería estar a solas con esta mujer inanimada y buscó el bus-VAO para estar a solas con ella y no para voltear los atascos sin límites de la capital de España. El guardia civil, como es lógico, le aplicó la norma: una denuncia de 200 euros.

Pero el amor vale más que dos billetes verdes. Las crónicas no cuentan si el maniquí olía a perfume de 120 euros, que es lo más lógico, si portaba anillo de compromiso en los dedos de las manos, si había llorado o se sentía inquieta por alguna discusión con el conductor.

El amor, ya se sabe, en cualquiera de sus variantes, nunca es un camino de rosas, ni aunque cojas el carril bus-VAO. Y siempre aparece alguien a importunarte cuando las cosas se pueden arreglar entre dos.

A mí no me cabe duda de que se trata de un caso de enamoramiento llevado al límite. Le ha pasado a cualquiera y nos puede ocurrir a nosotros, o tal vez ya lo hemos vivido en alguna de sus múltiples variantes. Si no, no se explica el tiempo que este conductor dedica a vestir y desvestir a un ser inanimado. A no ser que en este empeño encuentre ella la vida que le sobra a él, y él prescinda en esa operación del desasosiego que le traído esta crisis financiera.

Además de que en ese encuentro tempranero cuando se dirige al trabajo, un joven de 33 años puede encontrar la felicidad y unos minutos de intimidad hasta que la autoridad competente pone pies en tierra y lo devuelve de Babelia con una denuncia de 200 euros para transportarlo de golpe a la puta realidad.

En fin, que en este mundo apenas queda un resquicio para el amor, aunque se trate, como en este caso, de un maniquí, que ni pía ni protesta, y que confía todo su ser a un conductor que ni siquiera sabe esquivar a la Guardia Civil en un momento de apuro.

Se aprende de lo sucedido que habrá que volver a los amores de rutina, a aquellos que pían y pían sin respetar los puntos y aparte cuando uno conduce, y que siempre te quieren cambiar la vida mientras intentas llegar a tiempo al trabajo.
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lunes, 15 de octubre de 2012

Perdón, pero ya no me quiero morir

El día en que decidió acabar con su vida, entró al bar que frecuentaba los fines de semana para tomar el penúltimo y último whiskys de su dolorida e ineficaz existencia. Estaba anocheciendo y el cielo, aún azul, mataba un atardecer rojo que se resistía a ocultarse del todo.

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La jornada había sido gris y monótona, acorde a como habían transcurrido las últimas semanas. Se aburría en el trabajo, el sueldo apenas le alcanzaba para pagar la hipoteca y la manutención, no gustaba a las mujeres que a él le gustaban ni podía presumir en su currículum de haber tenido una vida amorosa de galán de cine.

Ni tenía una gracia innata que magnetizara a las féminas ni sabía contar chistes que lograra arrancarles una carcajada. Son los genes, se decía a veces. No era alto ni bajo, ni trabajador ni holgazán, pero asumía sus responsabilidades sin desdén, era correcto en el trato, eficaz en las tareas domésticas, corto de miras y estrecho de bolsillo.

Podría decirse que la generosidad no era su fuerte. Pero eso sí, administraba la nómina con tal pericia que la crisis económica para él dejaba de existir cuando apagaba el televisor.

Había decidido que aquella noche sería la última de su vida. Antes de salir de la oficina había dejado una carta manuscrita en su mesa de trabajo para que los compañeros no se enteraran de su defunción por las esquelas. Vamos, que quiso tener un detalle con ellos aunque fuese póstumo.

Iba por el segundo whisky, el último según sus pronósticos, cuando se sintió sacudido por un empujón que casi le hizo tragar el contenido del vaso de un único y soberbio trago. Perdón, le dijo alguien.

Cuando se volvió vio a una mujer más joven que él, de una belleza inusitada, que él posteriormente calificaría de infarto, rubia de celuloide, al estilo de…, pero no recordó en aquel instante el nombre de ninguna actriz.

Montada en tacones de aguja era más alta que él, de piernas esbeltas, cintura de avispa, pechos los justos, labios moderadamente groseros, color cereza, mirada profunda y vertical, manos suaves como sábanas caras, uñas pintadas acorde con los labios y el traje.

Te invito a otro vaso, le dijo, a fin de cuentas fui yo quien te empujó. Aposta, añadió. Él abrió los ojos. Es broma, corrigió ella. Tropecé contigo porque he bebido demasiado. Ya sabes, dijo ella, lo de siempre, un hombre, un desengaño, la vida que es una mierda, los hombres que todos sois iguales. O sea, concluyó, lo de siempre.

Tu nombre, preguntó ella, porque de alguna manera te llamarás, digo yo. Guzmán, dijo él. Ese será tu apellido, corazón. No, es mi nombre. Mi apellido también es Guzmán. Una puñetera casualidad de la vida, explicó él.

Bueno, no entiendo nada, pero es igual, le dijo ella. Y le sonrió. Él vio entonces sus dientes blancos, escrutó sus ojos entreabiertos, olió su piel cansada de hembra frágil y experta, y optó, sin demasiadas cortapisas, a dejarse llevar a donde le corazón le llevara. Pero eso sí, se dijo para adentro a sí mismo, no olvides que hoy tienes una cita inaplazable contigo mismo. La cita última.

Vienes mucho por aquí, le preguntó ella apoyando su brazo en el hombro de él. Los fines de semana, solo los fines de semana. Yo nunca he entrado a este antro, le dijo ella, ni creo que vuelva a hacerlo.

Puedo besarte, le dijo ella, y le besó sutilmente, sin apenas rozar sus labios con los de este hombre que a punto estuvo de perder el equilibrio y el sentido común. Vámonos a otra parte, le insinuó al oído, aquí hay mucha gente para hacer contigo todo aquello que estoy maquinando hacer. Fue la primera vez en su vida que se dejó llevar como si un huracán le apretara los zapatos en dirección desconocida.

A la mañana siguiente no madrugó tanto como acostumbraba, se sintió cómodo en otra cama que no era la suya y el perfume de la mujer que dormía a su lado se le metió en la pituitaria para el resto de sus días.

Los compañeros le recibieron en el trabajo con preocupación, le dijeron que habían telefoneado a su casa y que nadie había descolgado el aparato, que habían leído su despedida manuscrita y que el desasosiego les había llenado el alma.

Él rompió la carta, dijo que se encontraba bien. En realidad, me encuentro demasiado bien, rectificó. Dijo que le perdonaran broma tan macabra y que no había de qué preocuparse, que la vida a veces te golpea con el rabo y otras te da sutilmente un beso en la comisura de los labios.

No vieron en su actitud un asomo triste de locura ni una locura desaforada, sino una sensación inexplicable de haber agarrado por fin la sartén de la vida por el mango y por muchos años.

Él no puso objeciones a los pensamientos confusos de sus compañeros, y se concentró en el trabajo con una felicidad que ya la quisiera cada uno de nosotros para cada cual. Después, llamó al periódico para anular la publicación de una esquela anticipada con el argumento definitivo de que había optado por prorrogar su vida un tiempo más.

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domingo, 14 de octubre de 2012

España se ha quedado sin bragas

Le pregunta Karmentxu Marín a Rafael Álvarez El Brujo que con Felipe González hubo dos grandes inventos y qué cuál fue más importante: si el AVE o el tamaño de las bragas. El Brujo, que de esto debe saber un rato, contesta que, sin dudas, el tamaño de las bragas. Y añade, para quien no se entera nunca: “Sin bragas pequeñas no hubiera habido AVE”. Por supuesto.

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Y añado yo: sin bragas pequeñas no hubiéramos llevado este tren de vida o no nos hubiéramos tirado algún que otro viaje que sí nos tiramos. El problema de este país siempre es el mismo: que andamos tirándonos unos a otros hasta que alguien viene por atrás y nos la mete a todos. Llamémosla "prima de riesgo", por ejemplo.

Ahora, sin embargo, la moda en la era Rajoy es andar sin bragas por la vida. Y así nos va. Se nos sube a la tarima el político de turno y nos suelta lo que le viene en gana con la alegría de quien anda por la vida sin bragas a toda la clientela sin pudor alguno los bajos de la entrepierna.

Hace unos años a España la dejaron en bragas. Se las puso con Felipe y se las quitaron con Zapatero. Vamos, que la crisis empezó administrando la lencería, como ocurre con el amor, pero sin disfrutar.

La crisis nos ha dejado tirados en mitad de la cama y sin nada que ponernos. Uno escucha a algunos políticos y se queda de piedra (perdón, en cueros), porque sabe que andan sin bragas por la vida. Y sin bragas es muy difícil hablar y que los demás lo crean, porque aquello que anuncian con la oratoria se desmiente con las vergüenzas al aire (aquí ya no caben engaños).

Ahora que el Gobierno anda por la vida sin bragas, se escucha a alguna señora cuchichear a la vecina: “Vaya viaje”. Y se sabe que no habla de política porque mientras tanto mira las vergüenzas desprotegidas del ministro de turno.

Cuando Wert dice que hay que españolizar a los catalanes, les está diciendo que vistan las mismas bragas que el resto de la población, o que vayan sin bragas por la vida. Pero los catalanes, que son muy suyos, saben que la industria textil (algún día los chinos dejarán de hacer camisas por dos céntimos) y la industria editorial (aunque en español, eso sí) son el futuro. Pero se lo tienen muy callado, para que nadie les quite la idea o le dé por independizarte antes que ellos. En este país, quien no corre, vuela. Y no estoy hablando del AVE.

El AVE, claro, también cambió nuestra forma de vida. Nos permitió ir de Sevilla a Madrid, y viceversa, antes de que aprendiéramos que las bragas nos cambiarían la vida por completo. Las bragas, eso sí, a diferencia del AVE, nos permitieron permanecer más tiempo en un sitio concreto o volar para siempre a otro mejor.

Y así nos va ahora sin bragas. La era Rajoy nos tiene descontrolado el pundonor con lo que se ve por ahí abajo. Antes se adivinaba. Y además está empobreciendo el idioma. Aún recuerdo frases como aquella: “Viva tus entretelas”. Por eso ahora me callo y quedo mejor.

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martes, 9 de octubre de 2012

Juan Gómez-Jurado: “Mi única religión es que el lector se lo pase bien”

Pionero en apostar por el libro electrónico, ha vendido cuatro millones de ejemplares en papel y a Hollywood le gustan sus historias. Ahora publica su última novela: La leyenda del ladrón. El joven Juan Gómez-Jurado cuenta en su nueva novela, ubicada en Sevilla a finales del siglo XVI, cómo un niño pierde a su familia durante una epidemia de peste a la que él logra sobrevivir. Miguel de Cervantes, comisario de abastos del rey, alcanza a salvarlo de esa enfermedad que no logra fulminarlo. Ahí comienzan las aventuras.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Cuatro millones de ejemplares vendidos. ¿No le han propuesto un cargo ejecutivo en Bankia?

(Ríe). No me hables de Bankia, que eso sí que es una leyenda de ladrones.

—En su novela hay un rey y un Estado que debe dinero a los banqueros. Su protagonista llega a robar a la mismísima Casa de la Moneda. ¿Se inspira en la actualidad para recrear la historia?

—Yo creo que la actualidad se acaba metiendo por todos los recovecos de la historia, o tal vez es que no hemos cambiado nada.

—“No es casualidad que los malos de mi novela sean un duque y un banquero”. ¿Tan mala fama tenían ya en el siglo XVI?

—Los banqueros han tenido mala fama siempre y por sobrada razón. Todavía estoy por encontrarme a un banquero que sea buena persona.

—Se dice de usted que es el Ken Follet español. ¿Le molesta o le agrada?

—Para mí, es un honor que me comparen con alguien a quien admiro. Pero te diré que una vez se lo conté a él y me dijo: “Oye, oye, más despacio. A ver si me van a acabar llamando a mí Juan Gómez-Jurado”.

—Ken Follet fue el culpable de que se enganchara al vicio de la escritura con sus libros. ¿No teme que alguno de sus lectores corra la misma suerte?

—No solo no lo temo, sino que ojalá pase. Que algún día, dentro de veinte años, se me acerque un chaval a mí y me diga: “Yo me animé a escribir porque leí La leyenda del ladrón”.

—En 1587 Sevilla era la ciudad más importante del mundo. ¿Por eso se vino aquí a escribir su novela?

—Efectivamente, toda La leyenda del ladrón transcurre en Andalucía, que es un lugar en el que es bueno perderse siempre y en cualquier época.

—Hollywood tiene planes para adaptar alguna de sus obras a la gran pantalla. Veo que no pierde el tiempo.

—La verdad es que los que no pierden el tiempo son ellos porque, efectivamente, estamos trabajando para convertir varias de mis novelas en películas.

—Ahora los jóvenes saben que Cervantes estuvo preso en Argel y encabezó revueltas de esclavos le escriben diciendo que han aprendido mucha historia con usted.

—No hay nada más bonito que un lector te escriba para decirte que ha aprendido algo. Mejor dicho, que te diga que ha llegado tarde a trabajar por tu culpa o que se le ha pasado la parada del metro porque estaba muy enganchado a la lectura.

—¿Pero no le sorprende que los jóvenes no sepan nada de Cervantes?

—Bueno, no me sorprende porque muy poca gente se ha atrevido a tratarlo en el cine o en la literatura. Ha sido muy divertido crear un juego literario dentro de La leyenda del ladrón con él como personaje secundario.

—Fue pionero en apostar por el e-book. ¿El libro electrónico es el futuro a los precios que tiene?

—El futuro de la lectura es el lector. Allá donde quiera él leer los libros y en el formato que quiera.

—Tiene 130.000 seguidores en Twitter. ¿Las redes sociales ayudan a vender libros?

—Las redes sociales ayudan a socializarse y socializarse es bueno porque te ayuda para todo. Muchos de los que me siguen no son lectores de mis libros e igual solo les divierte que critique al Gobierno de cualquier signo.

—Fue uno de los detractores de la Ley Sinde. Incluso mantuvo un rifirrafe tuitero con Alejandro Sanz. ¿No juega contra sus compañeros?

—Mi primera prioridad es el lector. Mi última prioridad es el lector. Y mi única religión, que se lo pase bien. Eso es lo único en lo que tengo que pensar.

Publicado en el diario Córdoba el 22 de agosto de 2012

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lunes, 8 de octubre de 2012

Caballero Bonald: “La utopía es una esperanza sucesivamente aplazada”

Poeta y escritor, José Manuel Caballero Bonald publica Entreguerras, un poema de casi tres mil versos, sin metro, sin rima y sin puntuación. Es su mejor obra y un libro imprescindible ya en nuestra literatura. Dice que le cuesta escribir mal, porque está habituado al esfuerzo y a tropezarse con las palabras y domeñarlas hasta que le saca todo el jugo. Tal vez sea su mejor título, sí. En cualquier caso, está escrito con el mismo tesón que sus otros libros.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Me conmueve la perfección de su escritura.

—Bueno, yo siempre digo que no estoy capacitado para escribir mal.

—Un poema fluvial de casi 3.000 versos sin metro, sin rima, sin puntuación. ¿No temió naufragar en el intento?

—Sí. Muchas veces. Pero salí a flote porque también ese poema fluvial forma parte de mi memoria que también es fluvial.

—J. J. Armas Marcelo afirma que es usted el mejor escritor de la España actual.

—Bueno, Armas Marcelo es muy amigo mío.

—En su libro hay algo de testamento, de acabamiento, de punto final, de expurgo, de purificación personal. ¿Ha logrado saldar las deudas con usted mismo?

—No. Nunca se terminan de saldar a no ser que uno termine por acabar con la propia vida. Ese libro tiene mucho de acabamiento porque también mi vida está llegando al final.

—No sé por qué. Pero me da la impresión de que éste no será su último libro, aunque ni usted mismo lo crea.

—Pensar en un libro a largo plazo ya no lo voy a hacer. Pero un poema se presenta de pronto y no voy a rechazar la tentación, claro.

—Dice usted: “Siempre he tratado de ahondar en mi propia memoria en busca de explicaciones”. ¿Es un recurso para buscar o para huir?

—Para buscar, pero generalmente no encuentro nada.

—“Lo que te ofrece la vida hay que aprovecharlo”. Me da la impresión de que en ese sentido está en paz con usted mismo.

—En paz no estoy. Yo estoy en esa tregua que te concede la edad. Estoy en un paréntesis que no sé cuándo se va a cerrar.

—La noche, los bares, la bebida, los amigos, los días de la dictadura. Cuánto cabe en tan pocas palabras.

—Esa experiencia para mí es inolvidable y usábamos la bebida, la noche, la libertad para enfrentarla a la falta de libertades del exterior.

—Advierte en la nota previa del libro: “También yo he aceptado a veces la tentación de copiarme”.

—Sí. Yo, cuando sé que un verso es de alguna forma válido, me gusta volver a usarlo para que la gente se dé cuenta de que no me he equivocado.

—Y más adelante también advierte: “…escribir y no hacerlo son renuncias iguales”.

—Me gusta ese verso porque, claro, no escribir es una renuncia, pero al escribir también renuncias a muchas cosas que no vas a poder decir.

—¿Juan Carlos Onetti es el Cervantes del siglo XX?

—Sí. Lo pienso. Onetti es para mí uno de los grandes escritores del siglo XX en todas las lenguas que yo puedo conocer.

—Dígame, ¿por qué los intelectuales, los escritores, los periodistas, los profesores universitarios no se implican con lo que está cayendo?

—Hay como una tendencia acomodaticia de aceptar las cosas tal como vienen sin comprometerse a intentar corregirlas, y todo eso no puede conducir más que a una mala meta, a una meta desafortunada.

—Las nuevas tecnologías, la precariedad laboral, un futuro incierto. ¿Ayudan o condenan a la literatura?

—En cierto modo, deben de estimularla porque hay que salir al paso de esos desastres que estamos viviendo. Las calamidades del paro, la corrupción, del retroceso hacia la derecha. Con todo eso el escritor tiene, de alguna forma, que salir al paso. No hace falta que lo haga como escritor. Basta con que lo haga como persona, como ciudadano.

—¿En este libro alcanza los momentos culminantes de su poesía?

—Yo creo que sí. Porque en este libro, que tiene algo de testamentario, también está aquí todo lo que yo puedo hacer.

—Y también tiene algo diferente a los demás.

—Sí. He procurado, por lo menos, tener una voz propia, crear un mundo propio, que es lo primero que todo artista debe plantearse.

—La última pregunta se la hace usted mismo: “¿Eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?”.

—Eso es una esperanza, una utopía. Pero yo creo que la utopía es una esperanza sucesivamente aplazada.

Publicado en el diario Córdoba el 25 de febrero de 2012
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domingo, 7 de octubre de 2012

Goñi Tirapu: “No se puede olvidar nunca que un hijo es de ETA”

El ex gobernador civil de Guipúzcoa, José Ramón Goñi Tirapu, narra en Mi hijo era de ETA el drama de un padre que descubre que su hijo pertenece a la banda armada. Veinte años de silencio se rompen en estas páginas. A punto de cumplir de 70 años, solo espera volver a verlo. Sobre todo ahora que ETA ha abierto una esperanzadora tregua. Al frente de la lucha antiterrorista en su tierra guipuzcoana entre 1987 y 1990, confiesa que le ha costado escribir estas páginas, porque el infierno que lo habita se extiende también a otros miembros de su familia.


FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Mi hijo era de ETA es un libro de amor. ¿Lo escribió pensando que un día dejará la banda y volverá?

—No. Lo he escrito hace poco tiempo, cuando ya la banda había dicho que se acabó.

—Un teniente coronel de la Guardia Civil le dijo que buscaban a su hijo por pertenecer a banda armada. Se quedaría de hielo. ¿Nunca sospechó nada?

—No. Imposible. Imposible de poder meterme yo en esa locura. Fue ese seguramente el momento más duro de mi vida y contradictorio entre el amor al hijo y la repulsa máxima hacia lo que representaba mi hijo, que era ETA.

—Veinte años, callado sin saber nada de su hijo. ¿Por qué ahora le reclama?

—Si yo lo hubiera escrito antes, habría sido seguramente inútil. Ahora que ETA termina, aunque los odios y los gravísimos problemas que han generado no han terminado, creo que es el momento en que mi hijo puede tener alguna posibilidad de salir de esa mafia y, por lo tanto, yo quiero hacer un enorme esfuerzo, escribiendo este libro lo hago, para que mi hijo vuelva.

—Cuando lo encuentre, ¿qué le dirá?

—Le reprenderé durísimamente y luego le abrazaré con todo mi amor.

—Dos de sus hermanos militaron en ETA político-militar, y se reinsertaron. Otro permanece huido en Francia, como su hijo. ¿Cómo se vive día a día una vida como la suya?

—Es muy difícil. Mi contradicción es la contradicción de la sociedad vasca. Miles de familias viven dramas similares al mío.

—“ETA no volverá a matar, necesito recuperar a mi familia”. ¿Son solo deseos o cree que la paz llegará a Euskadi?

—Ambas cosas. Es inevitable que el final de ETA llegue y deseo fervientemente y tengo esperanza de que eso sea así.

—“Me siento muy culpable por tener un hijo etarra”. ¿Somos culpables los padres de cómo son nuestros hijos?

—Es un sentimiento en un instante en el que me entero de que pertenece a ETA. He reflexionado y no puedo ser culpable del ambiente envenenado de parte de una sociedad que es la mía, la vasca.

—Sintió que debía ayudar a la Guardia Civil a detener a un terrorista, pero también ayudar a un hijo. ¿Logran resolverse esos dilemas algún día?

—No. Seguramente no. Cuando yo lo vea, si es que lo veo, yo le diré que lo primero que tiene que hacer es resolver los problemas con la justicia. Por lo tanto, mi dilema es sacarlo del círculo opresivo que significa ETA para los suyos, y de esa manera poder liberarle de esos veinte años de pertenencia a ETA.

—¿Hay olvido para un dolor como el suyo?

—Sí. Posiblemente, sí. No se puede olvidar nunca. Lo que pasa es que no me va a hacer sufrir ese dolor si yo consigo recuperar a mi hijo.

—Gobernador civil de Guipúzcoa entre 1987 y 1990. Padeció varios intentos de asesinato. ¿Alguna vez temió por su vida?

—Sí, sí. Lo supe a posteriori, pero en uno de ellos fue inmediato, cuando intentaron lincharme después de la salida de un funeral. Estuve con grave riesgo de perder mi vida linchado por aproximadamente mil fanáticos.

—Su hijo no está manchado de sangre. ¿Eso da esperanza?

—Sí. Lo contrario hubiera sido terrorífico para mí.

—Su segunda mujer, con la que vive, siempre le comprendió, aunque no es la madre de su hijo. ¿Fue un pilar fundamental?

—Ha sido muy importante para mí el apoyo de mi mujer, teniendo en cuenta que tampoco podía ir diciéndolo por cualquier sitio. He mantenido un silencio hasta ahora que he escrito el libro.

—Espera que su hijo lea este libro. ¿Alcanza a sospechar qué sentirá?

—Habrá un momento seguramente de rechazo, pero luego se dará cuenta que es un libro escrito con amor pero sin dejar de ser José Ramón Goñi.

—Algún día, ojalá muy próximo, ETA entregará las armas y pedirá perdón. Ese día su hijo volverá. ¿Cuántas veces soñó con que esta pesadilla ya se acababa?

—Veinte años pensando en eso.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de agosto de 2012
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viernes, 5 de octubre de 2012

Todo un principio: violar las leyes y a las mujeres

“Las leyes son como las mujeres. Están hechas para violarlas”. Se puede ser más torpe y malvado, pero más imbécil y chabacano es difícil. Hay récords imposibles de superar. Aunque estos seres oscuros y enigmáticos, si se empeñan, lo consiguen.



Quien así se expresaba es José Manuel Castelao, presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, órgano consultivo y asesor perteneciente al Ministerio de Empleo. Vamos, nuestra mejor representación allende las fronteras. Lo dice y se queda tan pancho. Va a ser cierto lo que dice el juez Pedraz cuando critica la decadencia de nuestros políticos.

No he escuchado a nadie pidiendo la dimisión por declaraciones tan burdas y obscenas. Viene la concejala de Los Yébenes y quiere dimitir por enseñar las tetas. Y este buen hombre –bueno, más bien mal hombre- pide disculpas diciendo que no tiene ningún pensamiento contra la mujer, que le merece todos sus respetos, y se queda tan pancho. Ahora paz y después gloria. Y añade para colmo: “Es más, soy un devoto de la mujer”. Hay en estas palabras un halo de falsedad y asco que huele a distancia, al otro lado de nuestras fronteras.

Hay una mala leche rancia y antigua en gente como este Castelao que deja a uno de piedra. A esta gente se le debían de encender por la noche las orejas, como si llevaran un cirio encendido a cada lado de la cabeza, para poder distinguirlos por la noche cuando se pasean en procesión por esas ciudades habitadas por ciudadanos honrados y vulnerables. Les debían de crecer las orejas, como a Pinocho la nariz, cada vez que dijeran una sandez.

Ahora, las mujeres de su familia imagino que le perdonarán. Qué remedio. Pero la vergüenza la llevarán por dentro. Desde luego, en este país, al parecer, los únicos peligrosos son los que rodean el Congreso de los Diputados, pero quienes cobran por insultarnos las tienen todas con ellos. En fin, que se meta la lengua en la boca, a ver si así se atraganta. Y que no pida más perdón. Que se vaya y se meta debajo de la mesa para tapar sus vergüenzas. Si las tiene.

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