domingo, 22 de julio de 2012

Álvaro Pombo: “Yo no soy fiestero. Nunca iría al Día del Orgullo Gay”

Álvaro Pombo (Santander, 1939) publica El temblor del héroe (Destino, 2112), una novela sobre los mecanismos del engaño, estrategia ultrajante cuando se trata de relaciones entre desiguales, entre profesor y alumno. El libro es, según su propio autor “una banalización del mal que caracteriza nuestro tiempo”. Plagado de referencias literarias y filosóficas, su estilo es preciso y denso, tenso y vibrante, y en él tienen cabida la culpa y el arrepentimiento, la confianza y la traición, el valor y la cobardía, el vacío que deja la jubilación después de una vida plena, pero también un final melodramático que rompe el sentido de la existencia.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Este escritor santanderino bautizó su método literario como "psicología-ficción". No escribe. Dicta a un amigo. Por eso su narración es mitad oral y mitad escrita. Después lee en voz alta. Relee. Pega y corta. Hay un montaje. Al final, el manuscrito adelgaza más de la mitad. Le gusta la contención para evitar “una reflexión desparramada”. Aunque también ha escrito novelas muy largas, advierte.

Asegura que los homosexuales y las feministas carecen del sentido del humor. Por esta razón le acusan de homófobo, pero él se defiende y se define como “guasón” en un país que hay “muy poco sentido del humor”. Piensa que la figura del intelectual hoy ha cobrado otras formas y que por esta misma razón su voz no se oye entre tanto barullo. Tarda año y medio es escribir una novela y en este proceso le apasiona sobre todo la invención, ese momento de la construcción del relato en el que un hombre se queda a solas consigo mismo en mitad del universo retando los designios de Dios.

Si no hubiera sido lo que es, no le importaría haber encarnado a Clint Easwood. No es bohemio. Fue uno de los primeros ciclistas urbanos de Madrid. Es cristiano y gay militante. No es nada fiestero, por eso nunca iría al Día del Orgullo Gay. Es también un ser solitario. Defensor del Voluntariado en el Proyecto Hombre, académico, candidato al Senado por UPyD. Poeta. En fin, un ser poliédrico.

Cuenta con tantos premios literarios, que la lista se haría extensa. Entre otras novelas, ha publicado El héroe de las mansardas de Mansard (1983), El metro de platino iridiado (1990), La cuadratura del círculo (1999) o La fortuna de Matilda Turpin (2006).

El temblor del héroe es una novela sobre la cobardía y la indiferencia, sobre la insensibilidad ante el dolor ajeno. En fin, su novela es un diagnóstico de la sociedad española actual, de esta crisis no solo económica sino también de valores.

—Yo suelo decir que cuento historias. Pero no se puede decir del todo que sea un diagnóstico, porque como diagnóstico sería muy incompleto, y no me corresponde a mí realmente ni a los autores de ficción hacer diagnósticos, aunque los hagan a veces. Tenemos, por ejemplo, ahora un caso reciente que es interesante, un novelista que es aficionado a dar continuamente diagnósticos sobre lo que pasa, que es Günter Grass. Y unas veces le sale mejor que otras. Porque, claro, no habla en calidad de analista de conceptos. Habla en calidad de un yo que prefiere su opinión. Y eso es, a veces, complicado.

Yo no pretendo eso, pero sí es cierto que reflejo el espíritu del tiempo en ese momento. Y es un tiempo muy agitado, un tiempo en el que estamos todos, de alguna manera, empobrecidos y asustados, y andamos como resbalando por la superficie de las cosas, en gran medida. Quiero decir, por ejemplo, que los nuevos medios animan a resbalar por la superficie de las cosas, a ver mucho de todo pero quizás no a ver las cosas en profundidad. A veces, quiero decir. No es que yo tenga una fórmula buena para decir cómo hay que hacerlo. No sé cómo hay que hacerlo. Es esa novela, realmente lo que se plantea es una situación humana que termina mal. Eso es quizás lo más exacto.

—Tal vez no sea un diagnóstico como tal, pero el escritor, al ser observador de la realidad, muchas veces refleja sin pretenderlo el tiempo que le ha tocado vivir.

—Sí creo más bien en el significado que indirectamente pueda desprenderse, independientemente de la trama y del libro. Yo sí creo que hay una visión que el lector percibe.

—Su personaje principal, Román, un profesor universitario ya jubilado, no tiene a nadie, y no se atreve a comprometerse, a ayudar a los que están a su alrededor. ¿La jubilación deja tal vacío en el ser humano?

—La jubilación puede ser un problema para mucha gente, sí. Román ha sido profesor, y los profesores, los hombres públicos, lo que dicen rebota en sus oyentes, y se ve así reflejado. En el momento en que un profesor deja de ejercer, no tiene respuesta. He visto a muchos a los que la jubilación les ha ido muy mal, porque toda su vida era trabajar, y mucha gente se muere. Porque es muy difícil recomponer el proyecto vital que uno tenía durante muchos años.

En el caso de mis personajes, a quien le ha afectado malamente la jubilación es a Román, que era el que en un momento dado ejerció una influencia, digamos heroica, sobre sus alumnos, una influencia beneficiosa porque les animó. Aparte de enseñar contenidos, una de las grandes cosas que puede hacer un profesor con sus alumnos es animar a la gente, animarles a ser lo que ellos quieran ser. Yo creo que eso es una gran función de los educadores en el sentido amplio de la palabra.

Y resulta que Román fue un hombre que animó a los jóvenes pero que se ha desanimado de él y ha convertido el deseo de saber en una especie de curioseo. La voluntad es recia y requiere de una especie de integridad de intención, y uno que se empeña en saber cosas puede terminar la vida no habiéndolas sabido por fin del todo. Román se ha quedado a la mitad.

—Héctor irrumpe en la vida de Román. Un periodista digital, mileurista, que gana lo suficiente para mantenerse. Y con un futuro como el de tantos jóvenes de hoy.

—Es un caso muy corriente de periodista que se le ha ocurrido hacer unas entrevistas a personajes que él llama inactuales. Y se le ocurre hacerle una entrevista a Román y luego se hacen amigos. Héctor es un personaje que tiene un poco la estructura del perro apaleado, que se queda con quien es amable con él. Lo más destacable de mi personaje es su apego a Bernardo, que fue quien le desorientó. Uno no puede desorientar a la gente, sobre todo cuando se trata con gente muy joven, con gente que está en situación de aprender cosas.

—Como le decía, el perfil de Héctor es el de muchos jóvenes de hoy. Claro, el final de su libro es desgraciadamente dramático.

—Sí. Y se puede decir que es un puro melodrama. Afortunadamente, esa no es la suerte que corren la mayoría de la gente, pero sí hay una situación muy dramática y muy complicada hoy en día. Para la gente joven pero también para la gente que tiene 45 años y de repente le viene un ERE y se queda en la calle. En este caso es una persona joven pero podría ser una persona de una edad aún más difícil que la juventud. Alguien que tiene 45 años y una hipoteca.

—Sus novelas son muy psicológicas. Usted mismo bautizó su método literario como “psicología-ficción”. ¿Tanto le preocupa el mundo interior de sus personajes?

—Yo lo he dicho eso alguna vez. Más o menos sí explica un poco cómo es mi técnica. Claro, es ficción. Son análisis de personajes pero son personajes inventados. Entonces, la idea es cuánta cantidad de verdad o de verosimilitud contienen los personajes inventados. Pues ese es un tema que se puede discutir. ¿Verdad?

—Usted escribe, como su admirado Henry James, dictando. Dicta, lee en voz alta, reescribe. Usted dice: “La oralidad le sienta de cine al relato”. ¿Cuál es su proceso de escritura?

—Yo dicto a un amigo. El problema es el siguiente. Yo hago un tipo de narraciones que está a medio camino entre las narraciones orales y las narraciones escritas. Y yo empecé a dictar en un momento en el que trabajaba en el Banco Hispanoamericano y tenía que tener preparada una novela porque nos dieron una beca, de las becas de don Ricardo de la Cierva, que era una beca de las que llamaban de creación literaria. Y eran 500.000 pesetas.

Yo me presenté a esa beca y me la dieron. Pero tenía que terminar una novela. Y entonces, como venía muy cansado del banco, y entre pitos y flautas, llegaba a casa a las cinco, me encontraba realmente muy cansado para conseguir teclear, y pensé que adelantaría si tuviera alguien a quien dictar. Y así lo hice. Y después descubrí que esa fórmula me servía, por ejemplo, para hacer diálogos con mucha rapidez, con mucha frescura, y entonces seguí haciendo esto.

—¿Y transcribe o graba sus dictados?

—No. Antiguamente transcribía a máquina. Ahora tenemos un ordenador, pero el ordenador es mucho mejor. Una novela como esta seguramente tiene el doble de páginas en su original, que se van quitando luego. Se va añadiendo y quitando cosas. Hay un montaje. En ese montaje, por ejemplo, el ordenador es maravilloso. Pero antiguamente era muy laborioso.

—El temblor del héroe es una novela breve, condensada, a fin de evitar “una reflexión desparramada”.

—Bueno, yo he escrito novelas muy largas también. Pero yo estoy preocupado ahora por la enorme cantidad de palabras y de imágenes. Yo estoy preocupado por concentrar un poquito más el tiro, como se decía en la mili. También es una preocupación teatral, por decirlo así. Ver todas las cosas, digamos, en una especie de teatralización. Ahora hay una moda que son los microrrelatos. A mí no me parece que todo eso vaya a funcionar. Yo no llego a tanto.

—He leído que es usted homófobo. Y debo confesarle que me extrañó.

—No soy homófobo. Soy de los primeros personajes que escribió sobre la homosexualidad y sobre el amor homosexual en España con respeto. Lo de homófobo es que tenemos en España muy poco sentido del humor y yo soy guasón. Pero a mis queridos hermanos no se les puede hacer ninguna broma. Les pasa como a las feministas. No aceptan ni una sola broma. Son muy dogmáticos.

—No es bohemio. Fue uno de los primeros ciclistas urbanos de Madrid. Es cristiano y gay militante. Un ser solitario. Defensor del voluntariado en el Proyecto Hombre, académico, candidato al Senado por UPyD. Desde luego, un perfil poliédrico.

—Yo creo que quizás sean unas cosas con más intensidad que otras. Por ejemplo, la participación en política activa y la participación en el Proyecto Hombre durante siete años están en mi conciencia muy unidas. Es hacer un servicio a la ciudad en que vivo, a la polis. Tengo un sentido muy asentado de que hay que comprometerse con las empresas, digamos, colectivas. No solo con las propias empresas.

Realmente lo de senador me daba igual. Lo que quería era que tuviera visibilidad UPyD. No es que me dé igual lo de los senadores, no es esa la discusión. La discusión es que me han utilizado para dar visibilidad al partido. Empezamos desde muy abajo hace cuatro años y entonces convenía dar visibilidad a UPyD, y yo lo hice de esa manera. Forma parte un poco de la idea que yo tengo de que de alguna manera hay que colaborar por el bien de la ciudad.

—Usted ha denunciado en distintos momentos la paralización intelectual de España. ¿No le llama la atención que con la que está cayendo que nadie alce la voz?

—Yo creo que la función del intelectual ha cambiado mucho. Hoy en día hay otras formas de participar. Esa figura ha desaparecido. Esa figura de los años 60: Sartre, el mismo Günter Grass. Pero no es porque hayamos todos abdicado. Por ejemplo, un gran intelectual hoy en día en España es José Antonio Marina. Yo no creo que haya una abdicación. Yo creo que la figura del intelectual ha cobrado otras formas hoy en día.

—¿Ha influido internet en estos cambios? Las redes son horizontales. Da la sensación de que nadie sabe más que nadie. Pero eso es falso.

—Es una cosa evidente. Para bien y para mal, todo el mundo entra ahora en la red y da su opinión, y entonces se produce, posiblemente, una especie de barullo. La sensación que tiene uno hoy en día es la sensación de barullo. Quizás las obras literarias se escapan un poco del barullo. Pero realmente la sensación que hay ahora es de confusión y de barullo. Pero eso no quiere decir que no haya intelectuales serios en España en este momento trabajando. Yo no lo creo de ninguna manera. Pero sí creo que es muy importante la función de los medios de comunicación.

—Tarda año y medio en acabar una novela. Ya metido en el libro, lo que más le apasiona es la invención.

—Producir ese objeto que puede ser un libro. Eso es muy interesante hacerlo. Una vez que está hecho, uno pierde el interés y pasa a otra cosa. Es muy interesante el proceso de construcción de una cosa. Una vez que se ha terminado hay que ir a otra cosa. Empezar de nuevo.

—En determinada ocasión, en respuesta al cuestionario Proust, dijo que, si no hubiera llegado a ser quien es, le hubiera gustado ser Clint Eastwood.

(Ríe). ¿Y a quién no? Clint Eastwood debe estar por los ochenta ahora. Por lo menos. Está muy fuerte y está haciendo unas películas espléndidas. ¿Quién no quisiera ser Clint Eastwood?

—Dijo usted: “Hemos perdido la fe y el sentido del bien y del mal”. ¿No le llamó monseñor Rouco?

—No. No. Piensa que estoy perdido para todas las clases de este mundo. La Iglesia Católica piensa que estoy perdido para la fe cristiana. El Papa Benedicto XVI dijo recientemente en España que solamente se puede ir a Jesús a través de la Iglesia. Y yo, por ejemplo, he discutido siempre esa idea. Yo creo que se puede ir a Jesús desde muchas perspectivas, todos ellas válidas sí son serias, claro. Pero yo creo que dentro de la Iglesia reformada hay muchas formas que no pasan necesariamente por la institución de la Iglesia. Vamos, es una opinión que tengo.

—Ha dicho también: “La democracia fue posible gracias a Franco. Sí, en España quizás se vivía mejor”. Debería explicarse.

—Franco ayudó a que se formara una clase media más sólida de la que había en España antes de la guerra. La España que yo conocí cuando era un niño, que era la España de la posguerra, era una España que necesitaba más renta per cápita. Y eso se consiguió durante el franquismo. Hubo una clase media en esa época que creció y que funcionó. Eso dio lugar a que después se derrocara el franquismo. El franquismo hizo posible su propio derrocamiento. Es eso lo que yo quería decir.

—Usted siempre ha reivindicado el mundo gay. Tanto que Mendicutti dice que es un pre-gay. Pero también ha sido muy crítico con fiestas como el 'Día del Orgullo Gay' o de términos como matrimonio gay. Hasta tal punto que ha propuesto entrar otra vez en el armario. ¿Se han banalizado demasiado algunas conquistas sociales?

—A mí sí me parece que se ha banalizado. Cuando se empezaron a hacer esas manifestaciones en América, había una causa muy noble, que era la causa de defender los derechos de los homosexuales. Esa causa se ha defendido noblemente en España también. A mí me parece que el Día del Orgullo Gay no contribuye excesivamente a la mejora de la situación.

A mí me parece, sin embargo, que el cambio de legislación y la igualdad de los derechos sí son buenos, sí son importantes. Pero ha habido algo de banalización. Lo vemos todos. Yo es que no soy fiestero en ese sentido. No iría nunca. No soy fiestero. Es una especie de alegría forzada. Hay una cuestión de visibilidad también, que se comprende.

Publicado en el diario Córdoba el 1 de julio de 2012

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