sábado, 28 de marzo de 2015

Cuando despertó

Ahora no es el momento de decir lo que siempre callé, dijo ella. Miraba a la ventana distraída, abstraída en una imagen que no reconocía y pendiente del teléfono sin que nadie la llamara. Llevaba varios días intranquila, fuera de sí, midiendo las horas que se eternizaban por doquier, como si el tiempo fuese tangible y envolvente, viscoso y gris. Se vio, de golpe, inmersa en un mundo que no conocía y al que no quería ir. Lo llamó a voces, de modo insistente, pero él no respondía, parecía como si se hubiese evaporado instantáneamente.

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Pensó que había dormido poco y mal, y buscó en el sueño que no encontraba una salida de urgencia a tanto sinsentido. Pensó que ya no quería salir a ningún lugar, sino quedarse sola acuclillada en un rincón, sin nade, incluso sin él. Pensó que tal vez un descanso merecido le favorecería el ánimo. Y así lo hizo. Cuando despertó, él no estaba, el teléfono sonaba pero no lo cogió, el día era frío y afuera una música sensual imponía un ritmo dulce a un día que se le antojó extraño y eterno.
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miércoles, 25 de marzo de 2015

A veces, basta con saber

El numen le dictaba otra belleza que no rechazó. Comenzó a dibujar con palabras un cuerpo inexistente, oriundo de un mundo onírico más que real, equilibrado, salvaje, con olor a madreselva, amarilla y rosácea, y a tierra mojada y agua de mar. Anotaba en su libreta no solo olores que le eran ajenos, sino también sensaciones táctiles de una mujer a la que nunca había abrazado. La imaginó andando la ciudad, con su música de gacela en celo, alertando a los buitres de un peligro inminente, y ella ausente al desvarío que atolondraba al gentío masculino a su paso por bares y restaurantes.

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Dejaba a su paso la sensación funesta de un perfume único y arrollador, leve, apenas sostenible en aquellos tugurios en los que el aire está infectado de metano y alcohol, de sudor obrero y de putas recicladas y serias, como su propio oficio. Ha venido a cambiar el destino de este hombre que la inventa en su imaginación y la conserva en las páginas de sus cuadernos, cuyo número va creciendo en los anaqueles impolutos de su présbite nostalgia. La va dejando ahí, página a página, como un puzle irresoluble y de piezas infinitas e incompletas.

En ese mundo propio no caben otros nombres ni otras siluetas que pudieran suplantar a la imagen imponente de esta mujer de nadie. A veces, solo a veces, se queda así, mirando el pozo vacío de sus sueños, sospechando que quizás en la oscuridad de la nada hallará desperdigados los únicos rastros posibles de su encarnación. Se niega a admitir que todo pueda ser un sueño, una corazonada innecesaria, arriesgada e irreal.
Lo piensa cuando abre los ojos y la ve. Es igual a la mujer que soñó -¿o es ella?-, pero más cercana, tangible como una magdalena y necesaria como un café a primera hora de la mañana (piensa que ha leído en exceso a Marcel Proust). La ve y eso le basta. No se acerca a insinuarle, a seducirla. Tira el cuaderno de notas a la papelera, paga el café, también el de ella, y sale a la calle, feliz e indiferente al tráfico de una mañana vulgar, satisfecho de saber que la obsesión que le perturbaba la vida no era solo un sueño. A veces, se dice insatisfecho, basta con saberlo.
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martes, 24 de marzo de 2015

Mujer con perro

Los nubarrones grises filtran una luz limpia que cambia la mañana, como si de un otoño inexistente y acariciador se tratara. Hay una temperatura sorda que no burla la humedad imperecedera que crece junto al río. Ella pasea, como todos los días, con su perro color café con leche, con mucha leche. Tiene hoy una tristeza incómoda que la embellece, el pelo rubio recogido para que el viento no la despeine. O para que, quienes nos sentamos aquí cada mañana –quiero pensar-, podamos observar su rosto fino y despierto. Camina abrigada, huyendo de una mañana baldía, esperando quizás que la lluvia distraiga su corazón agotado de vivir tan sola.

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Vive sola y no quiere a nadie a su lado. (Eso quiero pensar). Tiene una belleza burlona y serena de mujer entera y llena, pero vacía de proyectos, como si el tiempo la amenazara a cada paso, como si el pasado y el futuro fueran dos mundos distantes y desconectados de un presente confuso e inhóspito. En su sonrisa, leve y exquisita, se derrumban las pasiones funestas del fracaso y emanan, casi invisibles, gotas de un encanto abrasador y sin dueño.

Tal vez, viéndola pasear cada mañana, sé que estamos solos, cada cual en su cubil, maltratando la edad de los desafíos y los momentos inexpugnables que todos pretendemos arrebatar a la cordura y el confort. Aquí, viéndola, sé que hay mujeres solas, que esperan, sin destino, que el sol alumbre una tarde que presagia tempestad. A algunos hombres, que también estamos solos, nos gusta desafiar –quién sabe si por capricho o contra natura- los pronósticos de la meteorología.
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lunes, 23 de marzo de 2015

Ladrillos

Ella le propuso una colusión contra el mundo, heteróclitamente aceptada sin remisión por ambas partes, con riesgo de confundir una soledad compartida y una guerra sin fuego contra nadie. Como si aquella atracción inevitable conllevara para siempre un compromiso sin sentido, oscuro, abrasador. Sin más libertad que una relación cerrada entre dos. Ella le propuso alcanzar la estrella más rutilante y lejana, dedicar la vida a una búsqueda baldía y justa, descifrar un modelo fractal que les acercara a la felicidad más pura, como quien busca, y no halla, un dorado inexistente y necesario. Ella no quería pisar los días sin morderlos, ni quitarle la cáscara al amor por temor a que el aire enmoheciera tanta pureza acariciada.

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Había tanta transparencia en aquel impulso absurdo e inevitable que no pudo reparar en gastos ni en energías, hasta que sucumbió a la melancolía maledicente del fracaso. Supo de golpe que cualquier exceso se rompe con la fragilidad de un vidrio en el aire. Desde entonces, las noches se le tornaron barracones asfixiantes y masificados, y el aire caliente y reseco le provocaba náuseas y un vacío de desconsuelo que nunca logró combatir del todo. Aún hoy, cuando la primavera le devuelve una mayéutica que traduce sin reproches, piensa que le hubiera propuesto también entrar en el mismo paraíso que hoy sabe imposible y frugal. Y esa sensación tórrida tampoco le calma ni ensombrece una esperanza descalichada que ya nunca –y lo sabe- logrará reconstruir. Mira y ve una pared de ladrillos vivos. Como si la soledad fuera eso nada más.
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sábado, 21 de marzo de 2015

Me voy

Pronto me voy. Por poco tiempo, eso sí. Y pronto volveré. Me gusta volver siempre y encerrarme, entre estas cuatro paredes, entre libros y botellas y óleos de amigos, que solo saben pintar la realidad de esa manera desdibujada que yo adoro y que no sé si entiendo. A unos metros, ahí abajo, el río es manso y bravo al mismo tiempo, solitario, atraviesa nuestras vidas y estas tierras, y nunca se diluye, y nunca sabemos que está ahí, como un perro fiel, y sigue su curso indiferente a nuestra indiferencia.

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Yo miro al otro lado, hacia una colina salpicada de casas dispersas y desproporcionadas, que no deben figurar en ningún Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) (decente). Después no miro afuera, sino adentro. No sé si me miro a mí. Qué más da. Será para romper la rutina. Será por rutina que me voy. Después volveré. Quién sabe. Uno nunca sabe nada. Se va un poco, sin saber bien por qué. Y después se queda en otra parte. Uno acaba acostumbrándote a otras rutinas. A cualquiera le puede ocurrir.

Mañana, ya mismo, es otro día. Ahora recuerdo aquella canción de juventud: Day after day. De Dadfinger. Un disco producido por George Harrison. También él murió. La vida que vivimos se va acabando. También murió García Márquez. El País publica ahora su obra completa (o, más bien, incompleta). Entre otras obras, echo de menos: Textos costeños, Entre cachacos, De Europa y América. A la libre, Diatriba de amor contra un hombre sentado o El secuestro. Sin hablar de la obra inédita. Aquí no sé quién hace las cuentas. O será que vivimos del cuento (y de sus cuentos). Mejor me voy a la cama. Pero con quién. Siempre son las mismas dudas a estas horas. Las dudas que a cualquiera le quitan el sueño. Joder, cuando estás solo, las dudas se disipan al instante. Igual, al paso que voy, cualquier día escribo Cien años de soledad. Y no estoy sobrado de soberbias.
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Aquella tarde

Antes o después supo que aquel no era su lugar. Un día abrió la puerta de esta casa, y se sentó en aquel sillón. Se dijo para sí que de allí no se movía, que aquel era su sitio. Era tal su certidumbre que nadie atisbó a reprenderle o a insinuar siquiera que pudiera estar equivocado, que se lo pensara un poco más. El tiempo nos quitó la razón. Vivía sin necesidad de otear otros horizontes ni de dibujar otros destinos. Todo cuanto ambicionaba lo abarcaba su mirada. Lo que no veía, no le interesaba o no existía.

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Sabía que el mundo se prolongaba más allá, que otros pajares podían emular, en belleza, a estas colinas pardas, verdes en primavera, amarillas o pajizas en otoño. No le importaba que la ambición moviera a otros hombres a un peregrinaje eterno en busca de un espíritu anhelado. Él estaba aquí, pisando unas tierras que eran fructíferas y acogedoras. Fue así, sin embargo, hasta aquella tarde que los sueños se le desordenaron, y donde había paz, anidó la duda; y donde el cielo era azul, una masa turbia ensombreció el día.

Hizo el equipaje sin pena, sin pensar que se hubiera equivocado durante todos aquellos años. Pero una sensación al principio tenue, y después cada vez más punzante, le decía que el camino continuaba y que, a lo lejos, donde el paisaje se difuminaba, tal vez hubiera otra casa y otro árbol, parecidos o diferentes a estos, y eso ya le bastaba. No dijo hasta luego, porque nunca supo si volvería por aquí, pero quienes le vimos partir aquella tarde adivinamos en su gesto de indiferencia un adiós definitivo. Él también sabía que el tiempo del ayer había tocado a su fin.
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domingo, 15 de marzo de 2015

Andrés Trapiello: "Cervantes nos ha hecho creer que somos mejor de lo que somos"

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) comenzó a escribir El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino, 2014) hace quince años. Un libro publicado en dos momentos y que con la muerte de Sancho Panza y de otros personajes de la novela toca definitivamente a su fin. No habrá secuelas. Fascinado por el mundo creado por el autor del Quijote, solo a cierta a decir: “Lo mejor de Cervantes es que nos ha hecho creer a todos en sus libros que somos mejor de lo que somos”. Reconoce, no obstante, que desgraciadamente este no es un país cervantino, sino quevedesco, donde “no gusta la sencillez” sino el barroquismo.

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FOTOS: Miguel Ángel León

Habla con un tono medio de voz, como si no quisiera molestar a quien no está, maneja un lenguaje preciso que conduce con cautela, como el cura en el púlpito, y no le importa lanzar dardos intencionados, siempre que no provoquen moratones físicos o morales. Le gusta meterse en uno y otro género, ir del diario a la novela, y del cuento al ensayo, porque sabe que cada registro exige su propia voz. En cualquier caso -ya sea artículo, ensayo o poema-, le gusta escudriñar cualquier tema con una cierta visión poética de la vida. En fin, darle a cada texto el latido del que se nutre y que lo diferencia de otros para sobrevivir a los reveses del mercado literario.

En su última obra, Sancho Panza echa de menos a su caballero y señor, ha aprendido a leer y se embarca a las Indias buscando oro y plata. El escudero se ha quijotizado. Tal vez así lo hubiese querido también Don Quijote. Trapiello tampoco escapa a la realidad que le rodea: tarjetas opacas, mordidas, dimisiones. Una realidad de novela picaresca pero que, en este caso, asegura que es “como la industrialización de la picaresca”. Tampoco le confunde, pero sí le desconcierta lo que ocurre en Cataluña. Y a ama sobre todo a periodistas como Manuel Chaves Nogales. De él dice que su mejor obra es El maestro Juan Martínez que estaba allí. No sabe exactamente en qué género encajar esta obra tan singular, pero a él no le importa: “Los buenos libros al final no se sabe qué son”, dice.

Ha publicado ensayos, novelas, ocho libros de poemas, un libro sobre el maquis en Madrid, La noche de los Cuatro Caminos (2001), y un diario titulado Salón de pasos perdidos, del que han aparecido dieciocho entregas, y próximamente verá la luz un nuevo volumen. Ha recibido, entre otros, el Premio Internacional de Novela Plaza & Janés 1992 por El buque fantasma, El Premio Nadal 2003 por Los amigos del crimen perfecto, y el Premio de Novela Fundación José Manuel Lara 2005 por Al morir Don Quijote.

- Las grandes obras, como el Quijote, no terminan nunca. Si hacemos caso al título de su última novela va a resultar que es cierto.

- Las obras importantes, las obras clásicas, se caracterizan precisamente por eso, porque son obras que se van completando a medida que transcurre el tiempo, y nunca se agotan. Y por eso volvemos a ellas, incluso en el curso de la vida de un hombre tampoco las agota él. Las va a leer una y otra vez y, cada vez que las lee, les van a parecer diferentes, y va a encontrar en ellas, en la segunda lectura, lo que no había en la primera, y en la tercera lo que no había en la segunda, etcétera. Por tanto, tienen esa virtualidad.

- ¿Qué le empujó a poner punto y seguido a esa historia que no escribió Cervantes?

- Éste es un libro que empecé hace 14 o 15 años y que termina ahora. Es decir, es un libro que se ha publicado en dos momentos, pero ya está. Con el final de Sancho Panza, que es su muerte, y el de algunos de los personajes de la novela, yo ya he terminado. No quiere decir ello que otros no quieran continuarlo porque quedan muchos personajes vivos en mi novela. Pero yo ya he terminado con ella.

- Llama la atención la recreación del estilo de Cervantes en un castellano que parece una mezcolanza de ayer y de hoy.

- No es el lenguaje de Cervantes porque eso es imposible, porque Cervantes tiene una gracia inimitable, pero además es que no solamente no la podríamos imitar sino que quedaría mal si la imitáramos. No hay competencia posible con él. Entonces quedaría probablemente un pastiche como, de hecho, ocurre cuando ha habido en el siglo XIX las imitaciones del estilo de Cervantes, pues las leemos hoy como acartonadas y falsas.

- Tiene suerte de que Cervantes y los suyos estén muertos, si no le hubiera pasado como le ocurrió a Fernández Mallo con la viuda de Borges, María Kodama, que le embargó la edición de El hacedor (de Borges), remake.

- No lo creo. Con la mayor modestia, no lo creo. Cervantes habría encontrado el espíritu que mueve este libro, que es un libro al contrario, que lo que trata es de reconocer y de propagar las virtudes de Cervantes como autor y las virtudes de su obra como obra. Por tanto, esto no es un plagio ni por supuesto un ataque como había en él. Esto es exactamente un homenaje al mundo de Cervantes y al Quijote.

- El libro de Fernández Mallo también era un homenaje y un juego literario.

- Pero, bueno, también el Quijote fue parte probablemente de una idea que no es original. O sea, que es una idea de un romance, como demostró en su día Menéndez Pelayo. Es que la originalidad absoluta no existe. Todos escribimos una historia común que unos vamos amplificando, etcétera.

- Usted es antólogo de Unamuno. Dice de él que era quijotesco. ¿Contamos en este país ahora con muchos escritores quijotescos?

- Lo mejor de Cervantes es que nos ha hecho creer a todos en sus libros que, primero, somos mejor de lo que somos. Eso es, digamos, la virtud de un gran escritor, porque descubre en ti cosas realmente buenas, pero te exige también que luego tú tengas que estar a la altura de aquello que te ha hecho creer. Y todos los escritores en España y en casi todo el mundo encuentran afortunadamente en sí mismos algo quijotesco. Luego, este país es diferente, porque este país no es un país cervantino. En general, es un país quevedesco, un país donde no gusta la sencillez sino donde gusta el barroquismo y ese tipo de cosas.

- Como la de Unamuno, su obra es prolífica. Ha escrito diarios, novelas, ensayos, columnas. ¿Necesita mudarse de género según el ánimo, el tema o las circunstancias?

- Sí, porque cada cosa te exige su propia voz. Y eso viene dado de una manera muy natural. No está buscado exactamente. Sabe uno más o menos el tono que tiene que emplear. Como cuando le habla uno a la persona que ama, no le habla de la misma manera que al funcionario o no le habla del mismo modo que a un niño, pero la voz que dice es la misma en todos los casos; es decir, la persona es la misma. Y debe estar animada del mismo espíritu. Pues yo creo que la literatura, si está viva, es un poco lo mismo.

- Sus columnas en La Vanguardia le permiten situarse en la realidad, ejercer la inmediatez, pensar en su interlocutor. ¿La ficción lo lleva a las nubes?

- Yo lo que no sabría distinguir muchas veces es si entiendo el tono que empleo en un artículo y el que empleo en un poema, pero en el fondo el arranque quiero creer también que es el mismo, que es una cierta visión poética de la vida, tanto en el artículo, como en el ensayo, como en el poema.

- Escribe usted: “¡Melancólico Sancho, quijotizado Sancho! ¡El mundo al revés! Se hubiera dicho que don Quijote había muerto cuerdo para que Sancho pudiera enloquecer a su sabor.”

- Bueno, sí, porque lo que se ve al final, en la segunda parte del Quijote sobre todo, cuando ya Sancho está desengañado del gobierno de la ínsula, ahí vemos que en los parlamentos de Sancho, o sea en los coloquios que tiene con Don Quijote, es muy difícil distinguir quién habla, porque realmente Sancho se ha quijotizado y Don Quijote se ha sanchificado. Entonces, son intercambiables los dos. Y eso es lo que pasa a veces en la realidad. Y por eso es un libro complejo, porque hace que veamos lo que la realidad tiene de quijotesco y lo que tiene de sanchesco.

- Un escudero que ha aprendido a leer, que lee lo que Cervantes ha escrito de él, que se embarca a las Indias buscando oro y plata.

- Bueno, en la segunda parte del Quijote se dice que el bachiller Sansón Carrasco le da a Don Quijote la primera parte del Quijote que él no lee, él pregunta cómo nos trata. En mi novela dice sí, al principio fue así, pero luego se arrepintió y tuvo una curiosidad muy humana y Don Quijote lee su propia historia en el libro de Cervantes. En mi novela al final le ocurre lo mismo a Sancho. Sancho echa en falta a Don Quijote y decide aprender a leer para ver su historia. Y esto es lo que cambia enteramente al personaje, que se ha quijotizado por completo; es decir, que ya es un personaje prendido por la literatura.

- Volviendo al presente. ¿Le confunde lo que está ocurriendo en Cataluña?

- No me confunde. Me desconcierta. Y, desde luego, me asombra realmente ver la impunidad continuada en la que están quedando, y sistemáticamente, los abusos de poder, la prevaricación, los fraudes de ley. Eso es lo que me asombra. Y me preocupa obviamente, porque realmente llegará un momento en el que habrá que poner coto a esto para que realmente todos seamos libres e iguales, que es lo qe tenemos que ser. Es decir, este es un país de gentes distintas pero en la libertad y en la igualdad. Lo que no podemos hacer es someternos ni a las pistolas de ETA ni a los fraudes de ley de cualquier otro. Eso no puede ser. La ley está para que todo el mundo la cumpla, les guste o no les guste. Y eso que es tan elemental pues parece que decirlo así es no hacer política. Esto es política. Cumplir la ley una parte de la política.

- Tarjetas opacas, mordidas, imputados casi a diario, dimisiones. ¿Con todas estas palabras se podría escribir una novela picaresca?

- Esto es una novela picaresca. Lo que pasa es que a gran escala. Porque los pícaros lo que robaban eran unas monedas por lo general. Estos no es que sean pícaros. Estos son pícaros industriales realmente. Esto es como la industrialización de la picaresca, la producción en masa de la picaresca y, desde luego, hace intolerable cualquier proyecto de nación de prosperidad, porque está constantemente sangrándose por este tipo de abusos.

- Antonio Machado hablaba de dos Españas. Usted habla de tres. ¿A este paso cuántas Españas seremos capaces de identificar?

- Yo creo que en realidad habrá que hablar de una España común. No sé si de dos, o de tres, o de diez, pero sí una común. Y esa España común es una España trabada en principios democráticos, que son los principios, como decía antes, de la igualdad y la solidaridad, y de la libertad obviamente. Con estos tres principios, que son los principios de la Ilustración francesa, con eso tendríamos suficiente. Eso ya está inventado. Cualquier caso que sea un tipo de España en el que alguna de estas tres cosas o las tres pasaran a mejor vida, pues sería una mala solución. Un país sin libertad es malo. Un país sin igualdad es malo. Un país sin solidaridad es malo. No te digo ya un país sin ninguna de estas tres cosas.

- ¿Manuel Chaves Nogales defendía una tercera España o le decepcionaron las dos que conoció?

- Yo creo que a Chaves lo que le ocurre, como a unos pocos, muy pocos, en los años 30, es que se dan cuenta que dos Españas minoritarias han metido a una tercera España mayoritaria en una falsa solución que se vuelve curiosamente a oír en estos días con la solución de populismos que están emergiendo. El otro día, a uno de estos populistas le oí decir exactamente: “Queremos un cambio ya sea para bien o para mal”. Bueno, yo no quiero un cambio para mal. Yo quiero un cambio para bien y, como dicen los ingleses, lo que no está roto, no lo arregles. Y la Constitución todavía no está rota. Y, por tanto, la podemos reformar, pero no romper. Si la rompemos, probablemente a lo mejor nos encontramos la sorpresa de que no podemos recomponerla.

- Dice usted que El maestro Juan Martínez que estaba allí es su obra preferida del periodista sevillano. Pero no sabe si es crónica, reportaje o novela. O tal vez si tiene algo de cada género. ¿Un libro inclasificable?

- Sí. Es que es bastante inclasificable. Es decir, sabemos que es una crónica en el fondo. Si no supiéramos que era una crónica, tampoco nos importaría. Si se nos hubiera presentado como una novela, también la consideraríamos un buen libro. Los buenos libros al final no se sabe qué son, porque rompen los moldes, porque tienen un cierto carácter genuino. Y nos da lo mismo, porque cada libro tiene como una cierta verdad dentro, que es propia del libro. El Quijote sabemos que es una novela. Desde el momento que Cervantes introduce la segunda parte, sabemos también que es un libro real. Entonces, es una novela pero es una novela que también parece que es una crónica.

- Hay una tendencia en el libro a imitar el lenguaje oral del maestro Martínez y el gracejo de este personaje, poco habitual en la obra de Chaves.

- Es muy difícil dilucidar lo que hay de ficción y lo que hay de realidad. Se mezclan tanto los lenguajes incluso. Yo creo que todo está basado en hechos reales, pero si no fueran hechos reales tampoco importaría. Es un reportaje de la realidad pero está tratado de una manera muy literaria.

- Usted coloca a Chaves Nogales junto a Pla, Camba o Ruano. Pero los tres eran de derechas, fueron espías y alguno, como Ruano, de una honestidad muy dudosa. Acaso Chaves fue más libre y ecuánime. Y tal vez por eso estuvo más solo y murió solo.

- Sí hay diferencias personales, pero en la literatura, lo que significó la literatura de estos cuatro periodistas, yo creo que no mucho. Sin visiones diferentes pero todos están preocupados por dar una visión lo más fidedigna posible de la realidad, y lo hacen con una cierta honestidad. Es decir, no son plumillas vendidas y ni siquiera Ruano, que es el más venal de todos, ni siquiera él es un hombre enteramente venal cuando escribe. Cuando escribe, también encontramos en él una cierta verdad. Sobre todo según qué temas, pues no lo hará nadie mejor que él. Sus entrevistas son entrevistas modélicas.

(Publicada en el diario Córdoba el día 8 de marzo de 2015)
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sábado, 14 de marzo de 2015

Unos ojos hondos

Tiene una voz arrastrada de oler la tierra y unos ojos hondos de mirarse solo por dentro. Anda por el mundo como si los recuerdos no la ataran ni conociera la nostalgia. Sus manos son generosas en gestos y medidas en caricias. Si habla, cuando lo hace, es para puntualizar pormenores que apenas le atañen. Si no la conociera tan a fondo, diría que está herida de caprichos y desorientada sin compasión. Pero no es cierto. Nadie la conoce así, nadie estuvo tan cerca de ella para haberla amado tanto como ella hubiese pedido.

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No hay demanda que ella no haya atendido, siquiera por simple placer, o sencillamente por complacer, que no es lo mismo ni da igual. Tiene los pasos seguros y fieros, como si el dolor del mundo no le importara nada, pero no es así. Vive en mitad de un tumulto que no le interesa. Ella es de otros torbellinos, en los que los manejos del corazón cotizan a la baja o nunca cotizaron.

A veces, se olvida de su vida cotidiana por repetida y sale a la calle a respirar el humo seco del olvido, y es ahí donde las penas le duelen y le sobran. Quiere pensar que los años no pasaron en balde. A su edad, le cuesta cambiar de parecer, cuando ya la vida se le apaga. Pero tampoco quiere pensar que es así. A veces, muchas, no quiere pensar. Es su manera de vivir. Tal vez también de haber vivido.
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miércoles, 4 de marzo de 2015

Un amor imposible

Un libro recoge la historia que unió y separó a Juan Ramón Jiménez y a Marga Gil Toësset. El poeta moguereño fue su amor prohibido. ‘Marga’ ve ahora la luz tal como el poeta concibió la obra. Una pasión de película que ocurrió en la vida real y que pronto el cine dará vida de nuevo.

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Juan Ramón Jiménez fue el amor imposible de Marga Gil Roësset. Ella tenía 24 años; el poeta, 50. Todas las mañanas le llevaba flores, libros robados de bibliotecas o de particulares, pasteles. Mientras él trabajaba en su despacho, ella moldeaba la escultura de su esposa, Zenobia Camprubí. El 28 de julio de 1932, Marga visita al poeta con el pretexto de recoger algunas herramientas de trabajo. Como otras veces había hecho, le deja a Juan Ramón sobre la mesa de su despacho una carpeta llena de papeles. Le ruega que abandone su lectura para otro día. El poeta observa que lleva un paquete que le abulta. Marga abandona la casa llorando y mirando a la ventana donde el poeta trabaja. Se dirige al Retiro. Después coge un taxi que la conduce al chalet de unos tíos en Las Rozas. Allí, antes de pegarse un tirón en la sien, escribió tres cartas de despedida: a su hermana Consuelo, a Zenobia y a sus padres.

Poco antes, Zenobia y Juan Ramón, alarmados por la madre de Marga, la buscan infructuosamente. Cuando llegan junto a ella, Marga agoniza. Le había dejado al poeta en su mesa unas cuartillas a modo de diario en las que le declaraba su enorme amor y la culpabilidad por haber intentado traicionar a Zenobia. Unos días después, Juan Ramón ordenó construir un mueble de roble donde quedaron depositados la escultura de Zenobia, los objetos de ella y sus manuscritos. Carmen Hernández-Pinzón, sobrina del poeta, y Marga Clark, sobrina de Marga, han hecho posible la publicación de estos manuscritos según la edición ya preparada por el poeta moguereño. Un diario que muy pocos conocían y que abandona para siempre el olvido tantos años después.

El conjunto de esta obra lo conforman 74 páginas, que reúnen portadas, portadillas, notas de Marga, fotografías, recortes de prensa, las cartas de despedida, textos de Juan Ramón y de Zenobia. El Diario lo componen 47 folios, escrito en el último mes de su vida. La edición, por lo demás, respeta la ortografía de Marga, que sigue el uso juanramoniano de cambiar la g por la j y la x por la s ante consonante.

Marga era poeta, pintora, escultora, tocaba el piano, hablaba cuatro idiomas y fue una de las primeras mujeres en esculpir directamente sobre la piedra. En 1932, unos meses antes de su muerte, conoce a Juan Ramón y a Zenobia. De inmediato se establece una sintonía especial entre Zenobia y Marga. Deciden entonces que Marga realizaría los bustos de Zenobia, primero, y de Juan Ramón, después. Solo acabó el primero. El día que se mató, después de dejar su diario en la mesa de Juan Ramón, fue a su taller y destruyó la mayor parte de su obra, incluidas las placas de fotografías de sus esculturas. Excepto el busto de Zenobia.

Los hermanos de Marga, Consuelo y Julián, buscaron en el olvido el mejor cobijo donde alojar esta historia, tal vez por proteger su memoria, quizás también por miedo a dar a conocer las razones de esta muerte tan desafortunada. Pero esta historia trágica, obviamente, también ha jugado contra el conocimiento de su propio ingenio talado a tan temprana edad y sepultado durante 65 años. Entre sus aportaciones, llama la atención, sobre todo, uno de los dibujos de Marta, titulado Las cerezas, que tanto recuerda al dibujo de Le petit prince, pues se considera que su autor, Antoine de Saint-Exupéry, se habría inspirado en él, solo que 17 años después de que Marga los dibujara.

En este Diario que ahora ve la luz, Marga escribe a Juan Ramón: “Casarme… irme contigo… lo que fuera… como tú quisieras… sintiendo que me querías…”. Y añade: “Pero… como no es así… por nobleza… por quererte… por egoísta que soy… me mato”. Aún agonizante, Juan Ramón la describe así: “Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía el pulso. Sangre a borbotones por la boca, la frente vendada de gasa. Una mirada ancha dilatada, salida, pero ¿sin ver?”.
Todo está escrito en este libro, Marga, que el olvido no logró arrebatarnos, publicado ahora por primera vez por la Fundación José Manuel Lara y que Juan Ramón dejó presto para la imprenta, aunque tampoco él pudiera adivinar que el silencio se prolongara todavía muchos años más allá de su propia muerte.

(Publicado en el diario Córdoba el día 3 de marzo de 2015)
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