martes, 24 de marzo de 2015

Mujer con perro

Los nubarrones grises filtran una luz limpia que cambia la mañana, como si de un otoño inexistente y acariciador se tratara. Hay una temperatura sorda que no burla la humedad imperecedera que crece junto al río. Ella pasea, como todos los días, con su perro color café con leche, con mucha leche. Tiene hoy una tristeza incómoda que la embellece, el pelo rubio recogido para que el viento no la despeine. O para que, quienes nos sentamos aquí cada mañana –quiero pensar-, podamos observar su rosto fino y despierto. Camina abrigada, huyendo de una mañana baldía, esperando quizás que la lluvia distraiga su corazón agotado de vivir tan sola.

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Vive sola y no quiere a nadie a su lado. (Eso quiero pensar). Tiene una belleza burlona y serena de mujer entera y llena, pero vacía de proyectos, como si el tiempo la amenazara a cada paso, como si el pasado y el futuro fueran dos mundos distantes y desconectados de un presente confuso e inhóspito. En su sonrisa, leve y exquisita, se derrumban las pasiones funestas del fracaso y emanan, casi invisibles, gotas de un encanto abrasador y sin dueño.

Tal vez, viéndola pasear cada mañana, sé que estamos solos, cada cual en su cubil, maltratando la edad de los desafíos y los momentos inexpugnables que todos pretendemos arrebatar a la cordura y el confort. Aquí, viéndola, sé que hay mujeres solas, que esperan, sin destino, que el sol alumbre una tarde que presagia tempestad. A algunos hombres, que también estamos solos, nos gusta desafiar –quién sabe si por capricho o contra natura- los pronósticos de la meteorología.

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