domingo, 25 de octubre de 2015

Sin decir palabra

Después de todo, dice, este es mi lugar. Busca con la mirada los campos rotos por la lluvia, los árboles enhiestos que se cruzan al final del camino, los perros que ladran a los pájaros descarriados, las sombras que deja la noche cuando todos huyen a cobijarse en sus sueños alquilados. No le importa comenzar de nuevo. Siempre que regresa de cualquier parte, repite el mismo mensaje: comenzará de nuevo. Aquí, donde todo es viejo, partir de la nada es una ilusión baldía y torpe. Yo no le digo nada, porque escruto en lo hondo de sus ojos y encuentro razones justificadas para engañar a las intenciones del alma.

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Se basta con muy poco para sobrevivir a su propia existencia. Le sobra el lujo sobrevalorado y le basta con saber que en esa esquina el sol se pone ya muy tarde. A veces, se balancea en aquel columpio, huyendo de algunos recuerdos que no conozco, y en su leve sonrisa apenas cabe otra imagen que no sea aquella que ella elige para volver a aquellos momentos que la hipnotizan. Yo la llamo desde las colinas rojas donde apenas percibo su perfil de dama encumbrada a la soledad, y percibo, sin entender, su voz aguda que grita queriendo decir algo, probablemente todo aquello que calla cuando estoy a su lado y me mira sin decir palabra.
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martes, 20 de octubre de 2015

Tiempo de reencuentro

Ahora es el momento de desmochar la noche y, goniómetro a mano, medir ángulos y tipografías, reducir cristalografías y radiodifusiones, acechar al enemigo para darle muerte con el perfume de un clavel. Las víctimas tienen un número que las identifica, pero han perdido su DNI y su ADN. Observadas en perspectiva se asemejan en el tormento que reflejan sus rostros y en los labios rotos de masticar rabia y obediencia ciega. Las cuencas de sus ojos están vacías. Pareciera como si nunca hubiesen estado llenas o como si su innecesaria y voluntariosa prudencia les hubiese privado de la luz, territorios donde afluyeron ríos de un fango viscoso y traslúcido que buscaba en el subsuelo de sus almas partículas que ellos mismos ignoraban que pudieran poseer.

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Ahora es el tiempo de mover las cenizas aunque no haya fuego. En el cielo los peces vagan sin rumbo como estrellas abandonadas, y los caminos conforman un laberinto que no muestran los mapas. Tampoco hay islas desiertas ni puertos con tabernas lúgubres donde una mujer oscura pueda ofrecer al vagabundo ron y cama a un precio asequible. Yo estoy esperándote en cualquier lugar que desconozco, sabiendo que no volverás. Pero a veces, cuando tiendo mi espalda tan cerca del mar, escucho el soborno de tu voz y sé, por el viento mudo que levantas, que andas cerca de mí. No necesito abrir los ojos para verte, porque tus manos, cuando buscan mis huesos maltratados, saben dónde poner la mirada. Ahora, ya te digo, es el tiempo del reencuentro.
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domingo, 18 de octubre de 2015

Memoria

Volvió de algún lugar donde confiesa que fue feliz. No recuerda el paisaje, ni el mar que supuestamente alimentaba los sueños. Dice que no le importaría regresar, pero que desconoce el camino de vuelta. A veces, se sienta observando el día invernal. No mira a ninguna parte, tampoco adentro de ella misma, porque no sabe qué encontrará. Tal vez no perdió nada allá, porque no hay melancolía en su mirada, y sus frases, breves y deshilvanadas, no descifran el motivo de su desamparo.

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Alguna vez recuerda momentos que describe sin precisión, como si los inventara o hubiese querido que fuesen reales. No hay reproches a nadie en su memoria desvencijada ni razones firmes para doblegar su actitud. Yo la miro con la duda de no saber a quién encuentro cuando sus ojos escrutan los míos, con la sensación confundida de si es ella la que provoca otros días propicios para la esperanza. No le digo nada. Ella aún indaga en los recuerdos intentando recobrar su identidad rota, y yo la comprendo y la dejo a solas con sus meditaciones y sus pesquisas.

De vez en cuando, me pregunta qué fue de mí estos años. Cuando lo hace, reconozco en ella a la mujer que fue. Pegunta pero no busca respuesta. Me mira escrutando mis días que no ve. Yo, mientras tanto, ando de aquí para allá, como siempre hice, esperando a que duerma para entender su sosiego. Qué otra cosa podría hacer, si no sabe a dónde ir y, sobre todo, ignora de dónde viene.
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domingo, 4 de octubre de 2015

Libros

Aquí, delante de estos libros, me siento todos los días. Hojeo alguno, releo otros. Aquí mido la velocidad circular del tiempo, el instante repentino con la consciencia de que ya –como le ocurre a la mosca del pescado- feneció. Aquí, sentado, cubro los días con un manto de ensimismamiento que necesito y que me ayuda a esquivar las lluvias grises y los corazones malintencionados. No hay reproches en los actos de los demás. Tampoco interés alguno ni adulaciones inmerecidas ni condenas taxativas.

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Los libros miden la vida con vara de acero capaz de doblegarse en los momentos esquivos y en los encuentros equivocados. Se puede vivir aquí tirado en el sofá mientras el mundo da vueltas alrededor de los demás, sin nadie que violente la intimidad propia o compartida, escuchando la lluvia recurrente de los inviernos de los que huyo y las voces acompasadas de las serpientes que buscan retórica hueca y músicas sibilantes que nacen tan adentro que cuesta apagar o contrarrestar sus melodías.

En cualquier caso, si miras más allá, aquí el cielo siempre es azul y limpio. Pero, a veces, cuando las nubes lo cubren de vertiginosas tempestades y los vientos arrasan la paz buscada, leo tu nombre en cada página y cada imagen recobrada me transporta al tiempo compartido. Y ahí me quedo, con el libro entre las manos, con los sueños interrumpidos por tu memoria, y tu sombra vagando tan cerca de mí que sé que pronto llamarás a la puerta. Y yo sabré que eres tú, porque nunca espero a nadie. Y esa certidumbre, hasta ahora, me permite sobrevivir más allá de los libros en que me pierdo y donde habito cuando tú no estás.
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sábado, 3 de octubre de 2015

Impostura

La lluvia rompe la monotonía de un verano prolongado y las montañas caen y se diluyen en un torrente inusitado que explosiona los sentidos. El agua abundante corrobora que la tierra está herida, gastada o asustada. Quién sabe. Nadie sabe nada. Esta mujer abre los ojos a un paisaje que nunca vio, aunque siempre estuvo ahí. Sabe ahora que las cosas están, que existen, pero que no siempre las vemos. Las espoleamos, tal vez, con botas de diseño, abriendo paso a la soberbia que alimentamos sin decoro, por pura ambición.

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Nos alimentamos de los muertos, como aves carroñeras, y adoramos sus biografías de seres inermes y desaparecidos, olvidando que, cuando nos abrazaban en vida, evitábamos sus besos y sus confusiones de criaturas mortales y efímeras. Nos sujetamos a la razón que más nos conviene o que mejor se ajusta a nuestro perfil prefabricado con hojas marchistas, escrito con tinta resbaladiza que apenas nos deja leer en el papel los sentimientos menos siniestros que escondemos para no asustar a los pájaros y a los perros.

Esta mujer reconoce este paisaje manchado por la lluvia que no cesa y no se reconoce en él. Ya no quiere vivir detrás de la máscara, apostando por la impostura que le dio el éxito y la vistió de miss en cada festejo, de puta mayor en el más prestigioso de los prostíbulos, frecuentado por duques sin dinero y por sabios con fotocopia de título compulsado por la institución o academia competentes. Ya no quiere ser la amante virtual de los locos que transitan por las redes sociales sin comerse un colín, ni la loca que grita incongruencias en los sueños que nadie conoce, ni la mujer abandonada en los años más fértiles del amor.

Ahora quiere reconstruirse desde la nada, se pone en mitad de la lluvia, desnuda y sola, esperando que este agua nueva le limpie de toda impureza, y la alivie de otros males que creyó impunes, y le devuelva la mirada de niña extraviada que siempre amó para ella, sin que las secuelas de un tiempo que ya no reconoce le apuntalen los pies en las arenas movedizas que fermentan con los errores que no conocen el olvido.
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