domingo, 30 de junio de 2013

Cuando todo se rompe

¿Qué queda cuando todo se rompe, cuando el tiempo pasa su pátina de olvido por la corteza de los recuerdos y remueve los momentos más antiguos de la vida? ¿Qué queda cuando al mirar a la misma mujer solo vemos un perfil sin emociones, una figura del pasado, un trozo de vida chamuscado al calor frío del fuego apagado? Tal vez no quede nada. En muchas ocasiones no queda nada, ni siquiera nosotros somos aquél que fuimos, tan joven, o ingenuo o irresponsable.

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Ahora, advirtiendo su presencia, la memoria no deja lugar al conocimiento ni a la nostalgia. Ella es nada más que un nombre, un recuerdo baldío, una esperanza marchita. No ha lugar a equívocos si no hay recuerdos. El tiempo de barbecho ha clausurado las perspectivas de reorientar y oxigenar toda expectativa posible. Ella ya no es ella, ni falta que hace, podría pensar él. Eso mismo podría pensar ella.

Se miran y son dos desconocidos sin intención de reconocerse. No hay perdón ni añoranza, solo una piedra pequeña que corta el camino que andábamos, que bloquea la salida de urgencias. Atrás no hay un valle que dibujar ni un océano que atravesar en las noches de insomnio. El olvido deja una hoja muerta a nuestros pies, una carta sin dirección y sin firma, cuyo contenido no es de nadie, aunque nos emocionen sus palabras, un hallazgo que sorprendería a cualquiera menos a nosotros, menos a ellos. Nosotros y ellos ya no somos los de antes, cuando éramos tan jóvenes que la puerta final se nos antojaba una broma inútil, una retórica hueca, sin convicción, desnuda como una espina de pescado tirada en mitad de la mesa vacía, donde nadie se detiene a observar los restos del naufragio. Hoy él la mira y sabe, tal vez, que el tiempo de la espera se agota a sus espaldas.

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sábado, 22 de junio de 2013

Esa noche no tuvo sueños

Aquella noche durmió poco y mal. Despertó cuando apenas amanecía. Un café negro y caliente la puso en órbita. Se aseó sin prisas, deteniéndose en los detalles más inocuos. Quería que él la viera como nunca la había visto. Buscó un perfume dulce, colores pastel y blanco, pocas joyas, pero únicas. Mientras esperaba, abrió uno de sus libros y volvió a leer los mismos pasajes, la mujer de la novela que era ella misma, y perdida en las palabras impresas volvió a encontrar su vida contada, trastocada con otros nombres y otros paisajes, pero era su propia vida. A la hora indicada bajó al parque. El día era radiante. El verano, después de una primavera irregular, había inaugurado la temporada con las máximas en el mercurio.

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Se sentó en el banco, a la sombra, donde tantas veces se vieron, con la sensación equivocada de que el tiempo nunca se mueve y de que quienes fuimos ayer podemos serlo aún hoy. Fue así como comenzó a imaginarlo de nuevo, ahora con algunas canas, los mismos ojos soñadores, chapurreando palabras bien intencionadas y mejor dichas. Era lo que más le gustaba de él. Ese manejo ingenioso de la retórica que la llevaba sedienta por la calle de los sueños. Ya no le escribía cartas en papel, sino e-mails, pero su prosa seguía siendo sólida y musical, y sus imágenes acertadas le permitían dibujar sus descripciones con la misma precisión que una fotocopia. Pero las copias, ya se sabe, nunca son iguales al original. A ella no le importaba, porque había fabricado la mitad de su vida con la esperanza de que él volviera algún día. Y ese momento había llegado por fin.

Estaba tan ensimismada en sus divagaciones que no le importó el paso del tiempo, tanto que, cuando se percató, el sol se ponía de nuevo y una luz amarillenta cubrió la ciudad. Supo que tampoco hoy volvería y por primera vez comenzó a sospechar que probablemente nunca lo hiciera. No hubo desánimo en sus aseveraciones, porque ella sabía que vivir de una ilusión es también una manera de estar en la tierra, un método para no sucumbir al engaño o al vacío.

Cuando subió, encendió el ordenador. Tenía un e-mail suyo. Le decía que el vuelo se había cancelado y que mañana estaría por fin allí, que tenía ganas de verla y que el tiempo, después de tanto, parecía que nunca estuvo allí separándolos, pero ella sabía que ya no era así. Se desvistió sin ganas, abrió la ventana del dormitorio y se tendió en la cama sin sueño. No pensaba en nada, no sabía si mañana bajaría a esperarlo o si valía la pena encontrarlo por fin y decirle que lo había echado tanto de menos en estos años. Se quedó durmiendo contra todo pronóstico, y esa noche no tuvo sueños. Cuando despertó, no sabía qué día era ni sabía si tenía que ir a algún lado.

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viernes, 21 de junio de 2013

Alguien cruza la puerta

Desde luego, no podía haber ocurrido de otra manera. Él entraba, ella salía. Por principio, si no se tropiezan, se miran a los ojos, al menos, con gesto de saludar. La puerta es estrecha y no hay margen para disimulos. Pero ella salió como si nada, y él entró como si no hubiera visto a nadie. Puede parecer normal. De hecho, puede que lo sea. Al día, nos tropezamos con algunas personas, o con montones de personas, que no nos llaman la atención, porque nos pillan desapercibidos metidos en otro lugar o reconduciendo otros actos inevitables. La vida está fabricada con estos mimbres que, por cierto, están muy próximos al olvido y la indiferencia.

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De acuerdo, es así. Pero ayer los vi, bajo los soportales, besándose como adolescentes, ausentes al mundo exterior, a una llovizna imprevista, a mi presencia de transeúnte indiscreta. En fin, eran ellos. Ella está casada, lo sabemos. Mal casada, por cierto, pero, a fin de cuentas, tiene marido. Él no, a él le gustaría ser, y puede que lo sea, el gallo de este corral, vamos, de este barrio. Se cruzan cuando uno entra y la otra sale. Y no se dicen nada. Y ayer se devoraban como caníbales las mismas entrañas. Tanto que ni se percataron de mi presencia.

Sé que lo que digo no me importa, que la vida de ellos es de ellos, y a mí que me zurzan. De acuerdo. Pero era bonito verlos abrazados mientras el mundo giraba a su alrededor. Vosotras podéis decir lo que queráis, pero a mí esa escena me impresionó. Será porque mi marido nunca me abrazó así, apretándome hasta el dolor o la locura. Ahora no sabría distinguir. Y vosotras no me miréis así que tampoco sabéis cómo es un abrazo de ésos. Vamos, ni en sueños. Y hoy pagáis vosotras que me lo he gastado todo en ginebra. Que estoy que no duermo, dándole vueltas a esos dos. Y después se ven y no se saludan. Si llego a ser yo, ése no cruza la puerta. Os lo juro que no la cruza.

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jueves, 20 de junio de 2013

Nunca pasa nada

Todo el día estuvo pensando en la noche anterior. Había salido como de costumbre, con la única pretensión de tomas unas copas, de hablar de lo divino y de lo humano y de volver a tiempo para poder aprovechar la mañana del día siguiente. Son objetivos claros y recurrentes, aunque difíciles de cumplir a rajatabla. Todo iba bien hasta que apareció ella no se sabe de dónde ni con quién.

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A primera vista, aparentaba menos años de los que ya tenía, pero aun así vestía una madurez muy poco común en mujeres de su edad. Vestía unos vaqueros gastados, zapatos de tacón, camisa de seda. El pelo suelto, las ideas ordenadas, el corazón alborotado, la palabra ágil y saltarina. La sonrisa, diferente. Por ahí empezaba a confundir.

Cuando hablaba –sonriendo, claro- ponía su mano en su hombro para que le prestara la atención debida. O bien, cuando el volumen de la música hacía inviable el diálogo, acercaba su boca al oído y uno podía sentir sus labios y su aliento tan cerca que él alcanzaba a imaginar otras sensaciones lejanas. Y mientras hablaba al oído, la otra mano acariciaba el oído contiguo, aislándolo del ruido exterior.

Y en esa atmósfera que creaba, se dejaba ir a otro mundo imaginado. No sabe cómo fue que sintió su lengua en el oído. Después se le acercó con media sonrisa y lo besó levemente en la boca. Sé que fue un beso muy maricón, nos dijo después, pero quién la olvida ahora. Esperamos a que entre por esa puerta en cualquier momento. Ella tampoco ha venido. Nos sabemos si vendrá. Son un espectáculo. Él, colgado por una tía que apenas le besó. Ella, ajena a cuanto pueda ocurrir esta noche. Si viene, claro. Por si acaso, aquí estamos pertrechados entre botellas y vasos, expectantes ante el posible espectáculo, en un mundo donde nunca pasa nada.

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sábado, 15 de junio de 2013

Éramos tan jóvenes

Se volvieron a ver 37 años después. Él había cumplido entonces los 18. Ella, los 17. Demasiados jóvenes, piensa ahora. Hay en su manera de moverse, de interpretar la vida, un modus operandi que le recuerda a ella con esa edad. El tiempo no la ha maltratado, pero ya no es ella, la de antes, la del amor juvenil y los días de verano a la sombra de los eucaliptos y el rumor del río. Quiere imaginarla cómo era cuando la conoció, y ahora que la tiene frente a él, le cuesta recuperar los recuerdos, peces que saltan al aire y se sumergen después en el agua lejos de su alcance y de su memoria. Estás igual, le dice él. Ella sonríe sin saber qué contestar. Y dice: Han pasado los años.

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Él piensa que es verdad, que han pasado los años. No le dice que le cuesta reconocer en la mujer que ve ahora a aquella otra con la que soñaba todas las noches, aquel nombre que escribía en todos los libros para no olvidarla, libros que aún conserva. Está más cargada de peso, es menos sensual, pero sigue conservando esa alegría joven de cuando la amaba. Un día, si quieres, nos vemos, le dice ella, y hablamos de nosotros. Él le dice que sí, que de acuerdo. Pero después se pone a pensar, y no sabe qué significa que hablaremos de nosotros. De nosotros que ya no somos, piensa, de quienes ahora somos, de qué hablaremos cuando caiga la tarde y la melancolía nos lleve perdidos a un tiempo que no existe. Para qué volver, aunque sea por un breve espacio de tiempo, a un mundo desvaído y roto, que se murió en nosotros y con nosotros.

Desde ese día durmió intranquilo pensando en el reencuentro. Pensando sobre todo en cómo era él y cómo era ella, sacando de las cenizas sentimientos que eran rescoldos dispersos en un tiempo infinito y muerto, saboreando, de vez en vez, algún beso furtivo, promesas incumplidas. Y de golpe, como por un ensalmo, se sintió rejuvenecer, se reencarnó en una vida apagada que resucitaba sin su voluntad. Y no le disgustó en absoluto sentirse el mismo de hace 37 años. Se vistió con colores más locos, se frotó la piel con un perfume más atrevido y hurgó en las estanterías hasta encontrar un libro de aquellos años en el que el nombre de ella estaba escrito en todos los márgenes de las páginas.

Mientras la esperaba sentado a la mesa del mismo bar en el que se amaban comenzó a recordarla, sin saber, cómo era ella ahora, 37 años después. Estaría casada o divorciada, habrá sido madre, trabajará o viviría con la nómina del marido, le habrá sido infiel, habrá pensado alguna vez en él durante todos estos años. Conforme se hacía preguntas estúpidas, le atraía más su presencia nueva; arrugas inevitables que invadían sus ojos, el pelo pintado de color caoba, los pechos altos e inhiestos como entonces, las piernas cansadas de andar sola, las manos siempre tímidas que le recordaban las primeras caricias.

Dos horas de espera le disuadieron de que ella no volvería y de que al final había optado por no remover las cenizas de un tiempo ya oxidado. No obstante, pidió otro whisky antes de marcharse. Comenzaba a anochecer y la calle estaba mansa y tal vez solitaria. Respiró profundamente, como si volviera a renacer. Iba a tirar el libro en una papelera, no por despecho, sino consciente de que algunos momentos de la vida nunca se borran pero que tampoco vale la pena removerlos. Se volvió y dejó el libro en la mesa.

Cuando cruzó la esquina, ella entró apresuradamente en el bar, sin verlo. Había prolongado las horas de trabajo en la oficina y no sabía cómo avisarle para retrasar la cita. En la mesa, vio el vaso de whisky vacío, y supo que era el suyo, y el libro, y también supo, sin abrirlo, que era suyo. Le hubiese gustado decirle que le amó cuando era tan joven y que lo siguió recordando tanto tiempo después y que, ahora que el mundo se para o se mueve sin escaleta previa de acá para allá, le hubiese gustado beber juntos y reír como lo hacían cuando eran jóvenes. Le hubiera gustado decir que a veces nos equivocamos, que no confesamos en su momento los sentimientos más hondos y que el resto de la vida hay que vivir con ese reproche equivocado que no resuelve nada. Cuando salió llevaba el libro en la mano y media sonrisa en la boca que la rejuvenecía y unos andares nuevos que nunca más logró esquivar. Al cruzar la misma esquina, dijo en voz alta, sin pretensión de herir o insultar: será pendejo. Aunque igual quiso decir otra cosa. Para algo hay palabras polisémicas, pensó ella. Y no había tristeza en sus amenazas. El sol se había puesto y la noche era clara y alegre.

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viernes, 14 de junio de 2013

Alfonso Guerra: “No creo que Felipe González pudiera pensar que yo le hiciera sombra”

Alfonso Guerra, diputado socialista y presidente de la Fundación Pablo Iglesias, publica Una página difícil de arrancar, tercer tomo de memorias que complementa a los dos títulos anteriores: Cuando el tiempo nos alcanza y Dejando atrás los vientos. Con este libro no busca un ajuste de cuentas, sino desnudar el alma. Pero cuando apunta con la pluma, acierta a dar.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Acusa a Garzón de querer cobrar dinero negro, incluso de pretender eclipsar a Felipe González. No cree que Aznar vuelva a gobernar o “deseo no creérmelo”. Cuenta que en 1991, cuando era vicepresidente del Gobierno, Felipe González le engañó, aunque le ha unido a él una mistad intensa.

Y es crítico con el Gobierno de Mariano Rajoy, de quien dice que está dando marcha atrás en todo y va a dejar a España desolada. No sabe con certeza si hay dentro del PSOE una corriente que se pueda denominar guerrismo, pero advierte: “Ahora, parece que guerristas hay”. Y duda que José Bono y él hayan militado en la misma fuerza política, porque “yo no milité en el partido cardenalicio”.

—¿Escribió este libro porque hay páginas que no se pueden arrancar de una vida o en toda memoria siempre hay la necesidad de hacer un ajuste de cuentas, un reajuste del propio perfil, incluso la necesidad sincera de desnudar el alma?

—Ajuste de cuentas, no. Desnudar el alma, sí. Buscar la hondura del alma descendiendo unos escalones en el infierno, sí. Yo quería contar la verdad porque muchos me lo han pedido y he estado cinco años dudando de hacerlo. Al final, decidí hacerlo, las escribí en dos años y ha quedado el relato de mi vida de los últimos 20 años contados de una manera veraz.

—Le operaron de cáncer de próstata y no nos enteramos. ¿Ha dejado de ser noticia o todavía le gustar preservar su intimidad?

—Yo respeto lo que hacen los demás, pero no entiendo que se pueda dar una rueda de prensa para hablar de un cáncer. No lo entiendo. Y como yo no lo entiendo, no lo hago. Yo lo hice lo más prudentemente posible. Además, yo creo que, cuando uno está en el hospital, yo no quiero recibir visitas. Lo bueno me gusta compartirlo. Lo malo no me gusta compartirlo.

—¿Siempre le gustó ir a contracorriente o la vida no le dejó otra opción?

—A mí no me gusta colocarme en la ola donde se pone todo el mundo. Me gusta meterme por debajo de la ola y analizarlo, distanciarme. Más que contracorriente, es no con la corriente.

—Como usted dice, la derecha se refundó en 1989 y se refunda cada quince años para que los bancos les borren las cuentas. Con la crisis financiera que atravesamos, ¿también el PSOE es rehén de los bancos?

—No. El PSOE tiene deudas pero las paga religiosamente, cosa que no es exactamente igual en otros partidos, pero siempre las paga y las pagará. Y no es prisionero de nadie.

—Usted no es enemigo de la religión. Partidario, tampoco. ¿No le parece un retroceso que los estudiantes tengan que volver a examinarse de Religión?

—Me parece verdaderamente un retroceso tan grave que replantea muchas cosas, porque el acuerdo que logramos en el artículo 27 de la Constitución está siendo violado por el Gobierno del señor Mariano Rajoy en beneficio del señor Rouco.

—¿Hasta dónde alcanza el poder de la Iglesia que ni siquiera cuando usted era vicepresidente pudieron derogar el Concordato o acuerdos posteriores con la Santa Sede?

—Bueno, no hay Concordato con la Santa Sede. Lo que hay son tres acuerdos que se firmaron en el año 79 por el gobierno de UCD, y nosotros, cuando llegamos al Gobierno, teníamos tal cantidad de cosas y perentoriedad a que acudir que no hubiéramos sido razonables si no hubiéramos entrado en eso. Pero las relaciones fueron unas relaciones correctas y exigentes.

Yo era el presidente de la Comisión Iglesia-Estado y, desde el primer día, dije: “Si ustedes necesitan ayuda económica para monjas que no tienen Seguridad Social, te lo firmo ya. Si necesitan ayuda para altares en los aeropuertos, en los hospitales, no hay dinero”. Y nos entendíamos porque hablábamos con claridad.

—He leído estos días que ya no quiere imponer sus ideas a nadie, pero en otros años tenía fama de actuar con mano de hierro.

—Yo nunca impuse mis ideas a nadie. Yo soy un relativista. Yo tengo convicciones, pero no las quiero imponer a nadie. Cada uno tiene libertad, la clase de libertad que encuentre, y hace bien. Siempre digo que el tesoro más importante que tenemos es la libertad interior, el criterio propio. Y si yo quiero tener criterio, por qué le voy a negar tener criterio propio a los demás.

—Se ve poco con Felipe. A él igual no le gusta su libro.

—¿Por qué? Si a lo mejor no lo ha leído (ríe).

—¿Tan poco quedó de la amistad de aquellos años?

—En la amistad, desde mi punto de vista, todo. Yo no sé por qué la política tiene que arruinar la amistad. Yo nunca negaré la amistad a Felipe González. Ha sido y es un amigo muy íntimo, muy intenso.

—Viéndolo ahora con perspectiva, nadie hubiera pensado que aquel tándem perfecto acabara como el rosario de la aurora. ¿Tenía Felipe celos de que su sombra fuera tan alargada?

—No creo. No lo creo. Felipe González era una personalidad muy fuerte. El mejor presidente que ha tenido España en la democracia. No creo que pudiera pensar que yo le hiciera sombra a él. Hombre, tan brillante que no creo que tuviera problema de celos con nadie. Yo nunca tuve aspiraciones de ser el número uno.

—Felipe vive a todo tren y rodeado de millonarios. Usted dice: “A mí el abrazo del dinero no me va a coger”. Alguna fisura tendrá.

—Hombre, yo tengo un defecto que no va bien para la vida política, pero que es bueno. Tengo un cierto orgullo, es decir, que yo no voy adonde no me quieren. Yo no hago hipocresía. Entonces, ese orgullo en política es malo. Es contraproducente para el que quiere escalar puestos, pero a mí me da igual.

—¿Al final, quienes se autodenominaban “renovadores” se apoderaron del partido?

—De una parte importante, sí.

—¿Detrás del guerrismo había un hombre o también una corriente, una manera de entender el socialismo?

—El otro día dije que no había guerrismo, que no había guerritas, y he tenido una avalancha de gente llamándome, diciendo: “Sí, yo soy guerrista”. Entonces, me cuesta ahora trabajo decir que no hay guerristas. Digamos que no hay guerrismo, no ha habido una corriente nunca. Ahora, parece que guerristas hay.

—Muchas veces el responsable no tiene que ser quien se llama Guerra. Uno crea una escuela sin proponérselo.

—Claro, claro. A veces dejas huérfanos sin ser padre de ellos.

—Almunia, Maravall, Leguina, Solchaga, precipitaron su caída. ¿Era solo una visión distinta de la política o la ambición de controlar el poder en el partido?

—Bueno, aquello que llamaron ellos renovadores tenía cualquier cosa menos renovación. Era más quítate tú que me quiero poner yo, sin duda. Ese era el principio que los movía.

—Le recuerdo como el mejor mitinero que ha tenido este país.

—La gente piensa así, pero hay una persona a la que no le gustan mis mítines. Soy yo (ríe).

—Bueno, está bien. ¿Dónde aprendió a enardecer a las gentes?

—Yo tenía una ventaja sobre el resto de los políticos y es que yo había sido profesor y, sobre todo, había sido animador de cineclubs. Yo presentaba las películas todos los sábados y luego hacía un coloquio con la gente. Eso me daba una soltura que, cuando llega el momento de la democracia, yo puedo hablar con una soltura que los demás se ponen nerviosos, y yo, no me pongo nervioso. Y además había hecho teatro. Y todo eso te ayudaba a moverte en las tablas. Las tablas te sirven para eso y para un mitin.

—González, Aznar, Zapatero sufrieron el “síndrome de hybris”, no querían oír lo que no les resultaba grato. Dígame por qué buena parte de los políticos se presentan con un programa que saben que no van a cumplir. ¿Comienza ya ahí este síndrome a manifestarse?

—Bueno, hay políticos que, desde luego, tienen conciencia de eso. Pero otros, no. El caso más espectacular es el de Rajoy, que llega a decir que él no cumple con su programa porque él cumple con su deber. Cuando, en realidad, todo demócrata que sabe que el deber de un político es cumplir con su programa. No es otro. Pero en otros no se da eso.

—Garzón sale muy mal parado en su libro. Lo acusa de querer cobrar dinero negro, incluso de pretender eclipsar a Felipe González.

—Yo no le acuso. Yo cuento algo que él sabe que es verdad y que me he quedado corto.

—Dice también que su pretensión de vengarse de Rafael Vera le llevó a recuperar el expediente del caso GAL. ¿Por qué el Gobierno socialista entonces no fue más claro en la lucha contra ETA?

—El PSOE ha sido en la etapa de González y después en la etapa de Zapatero quien ha terminado con la violencia de ETA. Puede tener ese orgullo. El PSOE fue claro. Lo que pasa que, desde mi punto de vista, del terrorismo hay que hablar poco y actuar mucho.

—Aznar tampoco sale muy bien parado en sus memorias. Afirma que estuvo afectado por una “depresión política” que le paralizó en los primeros meses de su mandato. ¿Complejo ante Felipe?

—Puede ser. Eso es lo que yo cuento.

—Aznar dice que vuelve. ¿Usted se lo cree?

(Ríe). No me lo creo. Deseo no creérmelo. Las plagas de Egipto ya sucedieron. Fueron muy perjudiciales.

—Es solo una impresión, pero leo lo que escribe de Zapatero y me da la impresión que pertenecen a dos partidos diferentes.

—Pues no sé muy bien cómo lo conjuga, pero yo de Zapatero hablo de una primera legislatura muy bien y no hablo muy bien de una segunda legislatura.

—Tiene las memorias de José Bono en un cajón, sin mucha intención de leerlas.

—Sin ninguna.

—Les veo tan diferentes que me gustaría plantearle una pregunta absurda. ¿Militaron alguna vez en el mismo partido?

—Desde luego, yo no milité en el partido cardenalicio.

—Respecto a las autonomías, ¿por qué el PSOE nunca se ha definido con un proyecto claro más allá de esa España grande y unida y aquella otra corriente que opta por el independentismo?

—El PSOE fue muy claro hasta los años 90 donde hay la aparición de este socialismo nacionalista, que yo no lo entiendo. Para mí es incompatible socialismo nacionalista. En el año 90 es cuando aparece en Cataluña este principio que yo no comparto.

—Felipe le engañó por primera vez en el año 1991 cuando pactó con él la composición del nuevo Gobierno. ¿Le dolió o adivinó que aquello ya se acababa?

—No había ninguna necesidad de que me comprometiera a mí a formalizar un gobierno. Ninguna. No tenía por qué hacerlo. Pero una vez que lo hace, para qué lo hace si después hace otra cosa. Me pareció absurdo.

—Adolfo Suárez lo colma de elogios en su libro. Pero en aquel momento fueron muy duros con él.

—No, no. La historia que ha quedado en la prensa es que fue el PSOE que derrumbó a Suárez. A Suárez lo derriban sus barones.

—Como usted dice, con esta crisis “hemos pasado del siglo XXI al XVIII”. ¿No le asustan estos tiempos que vienen?

—Hombre, sí, lo que está pasando en el mundo es bastante grave para las generaciones futuras. Algo va a pasar, porque esto no se puede mantener eternamente. Cuando yo era joven, el abanico salarial de una empresa era de 1 a 25, máximo de 1 a 50. Ahora es de uno a mil. Estas injusticias algún día van a explotar por algún lado.

—Tardó dos años en escribir este libro y otros cinco estuvo “dando vueltas” si convenía publicarlo o no. ¿Tanto molesta en España la opinión ajena y la sinceridad?

—En España, el género de memorias no está apreciado. En Inglaterra es el género estrella. Aquí no está apreciado. La gente en seguida interpreta que esto es un ajuste de cuentas, que esto es para ponerse él bien. No. Las memorias es un género en el que uno cuenta la vida cómo la ha vivido. Y luego el historiador compara lo que cuenta uno con lo que cuenta el otro y saca sus conclusiones.

—Cuando usted llegó al Gobierno, dijo: “A España no la va a reconocer ni la madre que la parió”. Cuando Rajoy abandone el poder, ¿reconoceremos a la España que nos deje?

—Cuando yo dije aquello, después, efectivamente, España era muy diferente cuando el socialismo deja el poder. Ahora, con la llegada de Rajoy, está dando marcha atrás en todo y no la vamos a conocer, porque la van dejar desolada.

—Veo al PSOE despistado en estos tiempos de crisis. ¿Es una impresión o es que su partido no acaba de enterarse?

—Bueno, yo no represento hoy al partido. Soy diputado socialista, pero no estoy en la dirección, y no estoy en los debates que ellos tienen. Tendrán aciertos y desaciertos, pero no podría juzgar.

—Cuestiona los recortes que la Unión Europea impuso a Zapatero en mayo de 2010. ¿Usted hubiera dimitido y convocado elecciones?

—Sí. Yo lo hubiera hecho. Sí. Yo hubiera dicho: “Esto es lo que pide Europa y yo tengo otro proyecto. Decidan ustedes”.

—Se opone a las elecciones primarias y no le gustan las listas abiertas. ¿Pero las listas cerradas siguen siendo la solución?

—Mire, la sociedad camina en las dos direcciones. De primarias y de listas abiertas. Y lo harán. Y ya he abandonado cualquier lucha por defender otra cosa, porque lo van a hacer.

—Usted siempre amó la literatura. ¿Veremos cualquier día un libro suyo que no hable de política?

—Pues no lo creo, porque todo el mundo lo miraría con gafas políticas. Entonces, publicar un libro de poesía para que lo miren desde la política, no me parece interesante.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de junio de 2013

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jueves, 13 de junio de 2013

Esperando que pasen los días

Se levantó muy temprano. No podía dormir. Ordenó el equipaje: ropa, bolsa de aseo, libros, ordenador, alguna carpeta, su diario. Antes de cerrar la maleta, abrió el diario y escribió: “No sé si volveré”. Después bajó a la calle, desayunó un café cortado con unas gotas de leche, leyó el periódico, pero nada le pareció trascendente. Después, se acercó al río, y le pareció que el río era la vida, como la vida, un lento peregrinaje sin horizonte en lontananza. Cuando subió, bebió un trago de vino. Le pareció un poco duro, cuando antes era tan afrutado. Llamó a un taxi. Mientras esperaba abajo, pensó en llamarlo, pero no lo hizo.

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A esa hora, como cualquier otro día, él trabajaba, ausente a su propio destino. Por la tarde, cuando volvió, no encontró una carta de despedida, pero las casas dejan un silencio distinto cuando alguien se va indefectiblemente. Se sentó mirando la lámpara, sin pensar, adivinando las aristas desajustadas de su vida. Cuando sonó el teléfono y conoció la noticia del accidente aéreo y de su fatal desenlace, agradeció la información. Después fue al cuarto de baño. No se reconoció el rostro porque las lágrimas le nublaban el corazón. Había llorado tan pocas veces que no se reconocía. Más tarde se tendió en la cama sin saber qué hacer ahora, sin saber qué hacer el resto de su vida. Fue al incorporarse cuando encontró en la mesa de noche su diario, el diario que ella había olvidado. Lo abrió y leyó su última anotación: “No sé si volveré”. Le pareció una premonición. Volvió a tenderse en la cama esperando que pasaran los días, que pasaran lo más deprisa posible.

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miércoles, 12 de junio de 2013

Con la misma música a todas partes

Se quedó escuchando aquella música. Lo había hecho tantas veces, que no se dio cuenta de que llevaba así tantos años, sumido en esa sensación de quien no ha sabido olvidar el pasado. Era una canción triste, de estribillo cansino, que dejaba en el paladar un sabor terroso. Hablaba, como casi todas, de un amor enconado que el tiempo no había oxidado. Se acomodó en esa postura, y volviendo a escuchar la melodía de otros días, se dio cuenta de que las canas peinaban sus cabellos, de que la piel, aún tersa, tenía un olor diferente y que la vida que le recordaba aquella canción se había agotado con tantos recuerdos por dentro que ya comenzaba a sospechar si esos olvidos de nadie también fueron los suyos.

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La tarde tenía una tonalidad naranja de un verano que se precipita sin fisuras. Los últimos acordes de la canción le llevaron a optar por una decisión hasta entonces inconcebible para él. Nunca más volvería a escucharla. Había olvidado incluso el título. Y por un momento comenzó a dudar si el momento que recuperaba en la memoria con esa melodía pertenecía a una u otra mujer, si era más reciente o tan antiguo que es posible que incluso nunca ocurriera. Estaba sentado en esa misma postura cuando comprendió que el silencio ahora tenía sentido y que, durante tantas horas de acordes repetidos, él no estaba en ninguna parte, porque la memoria le había extraviado el dolor de sitio y ya ni la música le servía para lamerse las heridas que no entendía como propias.

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martes, 11 de junio de 2013

La despedida

Ella quería quedarse. Yo le dije que no, que no era el momento. Nunca es el momento, me dijo. Siempre censuraba mis actos, sobre todo aquellas decisiones en que ella se veía involucrada. Es cierto que me amó como ninguna otra. El amor, como algunas flores o como el café de la mañana, huele de manera distinta a un perfume penetrante que es difícil de imitar o de encubrir.

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Yo le dije que la llamaría. Siempre lo he hecho hasta ahora, aseveré para que mis intenciones no estuviesen marcadas por la duda. Tú lo has dicho, hasta ahora, me recriminó. No sé si había reproche en sus palabras o tal vez algo de dolor. Las heridas siempre muestran un rostro huraño y una mirada esquiva.

Después empujó su maleta hasta la escalera eléctrica que la conduciría al tren. Ya se había despedido con un beso esponjoso, como si sus labios fuesen una magdalena bañada en un líquido edulcorado. Al borde de la escalera, me miró por última vez. Tenía los ojos apagados, de despedida última, y una expresión de no quererse marchar. Me hizo un gesto de complicidad y después volvió el busto y desapareció entre otros pasajeros.

Me senté en un banco hasta que el tren arrancó y desapareció con un sonido mecánico y rítmico que no quería escuchar. Me quedé un rato más sin pensar, sin abrir el periódico, sin saber si asaltar el tren y secuestrar a una dama que ahora mismo esbozaría las lágrimas propias de toda despedida, o bien si levantarme y comenzar a andar, con esa sensación honda y fugaz al mismo tiempo de quien no sabe a ciencia cierta cuándo el destino ofrece la última oportunidad.

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lunes, 10 de junio de 2013

Juan Cruz: “Sin los periodistas la realidad estaría mal contada y sin los editores los libros estarían mal hechos”

El periodista y escritor Juan Cruz Ruiz publica Especies en extinción. Memorias de un periodista que fue editor (Tusquets, 2013), un libro que iba a titularse Platos chinos pero que al final sucumbió al maleficio de la realidad. Es su libro más personal, donde narra cómo ha vivido estos últimos ocho años la crisis de estos dos oficios. La obra es también, más que unas memorias, una descarga de conciencia.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Pese a estos tiempos de desencanto, piensa que los editores y los periodistas seguirán siendo necesarios. Por una razón evidente: “Sin los periodistas la realidad estaría mal contada y sin los editores los libros estarían mal hechos”. Cuando ya era director de la editorial Alfaguara, también pensaba en regresar un día a El País. Y lo hizo ya con 55 años.

Todo lo cuenta en este libro, un libro que narra, con el estilo de un periodista que lo hace con precisión y sentimiento, un tiempo que ha hemos pasado y vivido. Un tiempo mejor que el futuro que se adivina.

—Iba a titular el libro Platos chinos, por consejo de Pérez-Reverte y de Vicent, pero al final optó por Especies en extinción. ¿Le pareció un título más certero para hablar de un periodista que fue editor?

—Bueno, lo cierto es que el libro, en un principio, iba a ser sobre autores y mis relaciones con ellos. Entonces, Platos chinos, en función de lo que decía Vicent y Pérez-Reverte, era adecuado. Pero al ampliarse un poco al ámbito del periodismo y al ámbito editorial teniendo en cuenta las circunstancias que viven ambos oficios en este momento, hablando con el editor, con Juan Cerezo, yo le dije: “En realidad, estoy escribiendo acerca de especies en peligro de extinción”. Y él me dijo: “Ese podría ser el título. Especies en peligro de extinción”. Pero luego en la composición de la portada se quedaba un poco largo y se redujo a Especies en extinción.

—Me da la impresión de que este es su libro más intimista, más personal.

—Este es el libro más personal y más preocupado que yo he escrito. Un libro en el que he volcado, no sólo mis recuerdos, sino mi conciencia, mi estado de ánimo, cómo he vivido yo en estos últimos ocho años la crisis de los dos oficios, cómo he vivido también mi relación con los otros, no solo con los escritores, sino también con periodistas.

Y es más una descarga de conciencia que una memoria. De hecho, seguramente hay recuerdos que no son exactamente como ocurrieron, porque no he pretendido hacer un acta notarial. De hecho, esta mañana me llamó alguien que cito aquí, Manuel Rodríguez Rivero, para decirme que no es cierto que él hubiera querido ser director de Alfaguara cuando yo me fui. Si hubiera otra edición diría su versión. Ojalá la haya. Pero sí aprovecho esta conversación contigo para dejarlo dicho. Que es probable que no sólo este dato, sino otros, no respondan enteramente a lo que ocurrió, pero sí responden a lo que dentro de mi conciencia fue ocurriendo.

—Es cierto que el periodismo y el mundo editorial están en peligro, pero parece muy arriesgado, hoy por hoy, pensar que ambos mundos desaparecerán. Más lógico es pensar que cambiarán de piel.

—Yo creo que no van a desaparecer en absoluto. Primero, el editor será fundamental en los nuevos tiempos, a pesar de que ahora existe, digamos, la idea de que los autores sean sus propios editores. Yo creo que los editores seguirán siendo necesarios y, por supuesto, los periodistas. Sin los periodistas la realidad estaría mal contada y sin los editores los libros estarían mal hechos.

—¿Se llega a volcar la misma pasión en la edición que en el periodismo?

—Yo creo que son equivalentes. La pasión del periodismo dura lo que dura la historia que estás escribiendo, luego pasas a otra cosa. El editor tiene que tener una pasión más paciente, una pasión de largo plazo, porque el libro le viene y lo termina publicando otro después.

—Dice usted que se implicó demasiado, como editor, con los autores, y que hay que mantener cierta distancia entre autor y editor.

—Sí. Yo creo que es lógico que yo me haya implicado muy personalmente porque esa es mi manera de ser. Es imposible que yo me ocupe de algo sin que sea muy personalmente. Eso es, digamos, desde un punto de vista personal, adecuado. Desde el punto de vista del editor, yo creo que uno debe distanciarse más del trabajo que hace. Creo que uno de mis grandes defectos como editor es implicarme demasiado personalmente en la historia que estaba viviendo.

—Ha dicho usted que este libro está escrito también para mostrar sus arrepentimientos.

—Sí. Bueno, en el libro cuento algunos errores que cometí en el anterior. Igual que haría en el próximo si hubiera oportunidad, o si fuera preciso. Yo me crié en la cultura de El País, que nos obligaba a rectificar cada vez que cometiéramos un error, y yo creo también que personalmente uno debe pedir perdón cada vez que dice algo inadecuado.

—Cebrián le propuso ser editor y se fue a Alfaguara. Pero le costó abandonar la profesión. Eduardo San Martín le dijo: “También hay vida fuera de El País”. ¿La encontró? ¿O vivió pensando siempre en el regreso?

—Viví siempre pensando en el regreso. Eso es cierto. Nunca dejé de pensar que El País era mi sitio. Y de hecho, yo he contado alguna vez que yo nunca en ese tiempo dejé un solo día, por una razón u otra, de tener contacto directo con el periódico. Yo me sentía melancólicamente ligado a El País. Cometí, creo, un error garrafal, que fue querer volver al periódico cuando ya tenía 55 años, que es la edad en la que la mayor parte de la gente están pensando o en dejar el periódico o en dejar cualquier oficio, en esta época donde la gente es retirada tan pronto. Pero yo no me daba cuenta que tenía esa edad. Me di cuenta algún tiempo después.

—Lo que más le aturde sobre los vaticinios del periodismo son los estados de ánimo de los periodistas. Tal vez nunca muera, pero el oficio ya nunca será lo que fue.

—Yo creo que el oficio es imposible que regrese a ser lo que fue, en el sentido de que ahora es problemático ganar dinero con los periódicos. Muy problemático. También es problemático que las empresas inviertan en periodismo, con lo cual tendrá que aflorar una manera distinta de periodismo. Tendrá que haber un periodismo más equilibrado, digamos, entre internet y papel. Terminará ganando internet pero no desaparecerá el papel.

Especies en extinción le ha salido tremendamente realista porque es “un libro sobre el tiempo”.

—Sí. Es un libro sobre el tiempo que hemos pasado que, con claroscuros, parece inevitablemente mejor que el tiempo que viene. Probablemente esta es una visión distorsionada del tiempo. Porque, claro, el tiempo que viene, viene para mi nieto, viene para tus hijos, viene para mucha gente que seguramente verá el tiempo distinto que yo, con lo cual es una visión personal del tiempo.

Creo que mi tiempo de futuro es mucho más corto que mi tiempo de pasado. Este es un mundo delicado para nuestro oficio, sobre todo delicado para la gente que viva con nosotros. Vamos dejando un porvenir más oscuro que el que nosotros tuvimos.

—Ser editor era para usted cuidar de los escritores. “Me convertí en un intervencionista de sus ánimos”, ha dicho. ¿Tan frágiles se les ve de cerca?

—Bueno, a lo mejor no son frágiles, sino que yo los veía frágiles. A mí me apetecía ayudarles, estar con ellos habitualmente, darles buenas noticias. Yo creo que el editor es un hombre que da buenas noticias.

—La cultura española no gira en torno a la música, ni a los libros, ni al cine. ¿En torno a qué gira?

—Ahora mismo la cultura española tiene puesto el freno y la marcha atrás. Los gobiernos sucesivos han estado demasiado ocupados en otras cosas, han descuidado no solo la cultura sino la educación. Y la educación es la esencia de la cultura. Lamentablemente esto parece que tiene mal arreglo, porque la derecha siempre ha tenido una relación esquiva con la cultura, y en los últimos tiempos lo ha demostrado de manera demasiado fehaciente.

—Regresó a El País en 2005 a los 55 años. El periódico que encontró no fue el que dejó doce años atrás. ¿Se vislumbraba ya un futuro incierto, un ERE doloroso?

—No. Yo, cuando llegué al periódico, primero, se estaba eligiendo un nuevo director, había muchos proyectos. De hecho, hubo un rediseño. El director del periódico, que es un periodista muy capaz, tenía y tiene muchos proyectos de futuro. De pronto, la crisis económica y el hecho incontrovertible de que el papel ya no renta, por la publicidad y porque no se puede cobrar en internet de momento, crearon un enorme vacío para la prensa en general. Entonces, todo se ha tenido que reconducir, y el episodio del ERE fue quizás el más doloroso aviso de que estamos en otro tiempo muy difícil.

—¿La rapidez ha contribuido a matar el periodismo? En Latinoamérica se escriben ahora algunas crónicas de inmersión con unos resultados fantásticos. ¿Pasa todo por volver a hacer un periodismo más reposado?

—Yo creo que sí. Yo creo que el periodismo será en gran parte como se está haciendo en The Guardian, Le Monde, y en gran parte de El País. Mucho más de acontecimientos reposados, de crónicas reposadas, que de noticias inmediatas, que se quedarán en el ámbito de las webs.

—Publica ahora también Viaje a las Islas Canarias, un homenaje a su tierra.

—No solo es un homenaje. Es una declaración de amor a mi tierra. Cada vez que uno se va separando de ella, la quiere más. Desde lejos, no le ves ni los defectos.

Publicado en el diario Córdoba el 8 de junio de 2013

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domingo, 9 de junio de 2013

Valérie Tasso: “El humor y el sexo son las distancias más cortas entre dos personas”

Sexóloga. Es licenciada en Empresas y Lenguas extranjeras aplicadas y tiene un doctorado en Interculturalidad. Valérie Tasso advierte a las mujeres: basta de fantasear con Christian Grey. En su último libro, El método Valérie, descifra los secretos para ser infalible en el sexo y la seducción. Es autora, además, de Paris, la Nuit (2004), El otro lado del sexo (2006), Antimanual de sexo (2008) y Diario de una mujer pública (2011), además de la novela Sabré cada uno de tus secretos (2010).

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—Una vez escribió un antimanual en el que se ciscaba en los manuales de sexo, y ahora les propone a las mujeres un nuevo método. ¿En qué quedamos: hay o no recetas para el sexo?

—No hay recetas. Son claves más o menos basadas en la experiencia. No es otro manual, pero puede parecerlo. Ayer me dijeron: “¿Me puede decir que es infalible?”. Le dije: “Perdona, cariño, no hay contrato con letra pequeña. Aquí no puedo asegurar nada”.

—“No es lo mismo seducir que ligar”. Dígame las diferencias.

—Hay una diferencia abismal. El ligar consiste en un acuerdo implícito, en el fondo, entre dos personas que buscan lo mismo. Seducir viene de la etimología seducere, que significa "sacar de sí", "guiar a algo", "sacar a alguien de sí mismo". Un ejemplo: el proceso de seducción es un arte porque la otra persona no sabe, es más, no va a querer. Por lo tanto, la seducción es un proceso un poco engañoso.

—“El sexo es la distancia más corta entre dos personas”. ¿Son criaturas solitarias quienes practican el sexo virtual?

—Muy buena pregunta. Yo creo que están más necesitados que nunca de compañía.

—Su libro es un recetario para mujeres. ¿Será por eso que atrae más a los hombres?

—No lo dudes. De hecho, en el fondo, el protagonista es el hombre. Espero que atraiga más a los hombres. A ver si aprenden (ríe). Lo digo en broma, porque los quiero mucho.

—El tamaño importa si no se hacen comparaciones con Nacho Vidal. ¿No me dirá que en el término medio está la virtud?

(Ríe). Nunca me han gustado los términos medios ni las cosas tibias.

—Pere Estupinyá asegura que “el sexo es la actividad que nos hace sentir más felices”. ¿Antes o después de que nos toque la lotería?

(Ríe). Después de que nos toque la lotería. Me mojo mucho. Luego lo traduces como te dé la gana.

—En el prólogo de su libro dice a sus lectoras que su fin es el de que “establezcáis la paz con vosotras mismas”. ¿Tal alborotadas las ve?

—Sí. Pero yo creo que después de leer este libro se van a volver aún más locas (ríe). Sobre todo cuando lleguen al bukkake, que es una práctica extrema que está al final.

—Dice que en la seducción hay un único método, la autenticidad, aunque en ocasiones hay que interpretar. ¿En qué quedamos?

—Hombre, una cosa no quita la otra. La autenticidad también es saber que estás interpretando un papel.

—“Pone más una cabeza alta que un escote bajo”. ¿Depende también del consumidor?

(Ríe). Depende siempre también del consumidor.

—Me gusta esta frase suya: “De lo que se trata con esto de las artes amatorias no es de que volváis locas a un amante sino de que os volváis locas a vosotras mismas”.

—Ya tienes un claro ejemplo en frente tuya.

—Con su libro pretende ofrecer conocimiento en la letra y transparencia en el espíritu. Explíquese, por favor.

—Es una pena porque no llevo escote ahora mismo. Y además estamos a la misma altura (ríe).

—En su libro también hay humor, porque el humor es la distancia más corta entre dos personas. ¿Pero no era el sexo?

—Sí. Esa es la frase original. Sí, el sexo también. Entonces, rehago la frase. El humor y el sexo son las distancias más cortas entre dos personas.

—¿No le ocurrirá a usted como al personaje de Woody Allen que nunca lograba hacerlo sin reírse?

(Ríe). El humor es fundamental, pero nunca durante, cuando llegas al orgasmo. Porque es algo inefable. Si te pones a reír, aquí no se corre nadie.

—¿En tu casa o en la mía? Usted propone en la suya, porque si es un pesado, es más fácil desprenderse de él.

—Claro, porque así te puedes ir. No hagas como yo una vez, que lo llevé a mi casa al pesado de turno y le tuve que pagar el taxi. Y además con un montón de excusas.

Publicada en el diario Córdoba el 4 de junio de 2013

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sábado, 8 de junio de 2013

Siempre

Siempre recordó la letra de aquella canción de Los Héroes del Silencio que decía, más o menos, aquello de para siempre me parece mucho tiempo. Se identificaba con los amores fugaces, con las aventuras efímeras. A veces, al amanecer, no recordaba sus nombres, ni su perfume, ni su mirada. Y nunca le preocupó no volver a verlas. Esa sensación enigmática de no hallar encanto en el reconocimiento ni la necesidad de un posible reencuentro habían sido sus señas de identidad de aquellos años. Ahora, leyendo una novela de José Ovejero, se tropieza con una frase que es su propia vida: “A mí tan sólo me gusta ver las ciudades desde lo alto y abrazar a mujeres que no pronuncian la palabra siempre”.

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Le ha entrado una extraña melancolía que nunca tuvo. No sabe si serán los años, la vida que se tuerce o el cansancio de no habitar nunca la misma cama. Ahora que se pone a recordar, le vienen a la memoria algunos nombres, ciertas caricias, abrazos de hechizo, resacas que devuelven desvirtuada la sensación de éxito repetido. Se dice que la palabra siempre es demoledora, pero que también encierras en sus entrañas una llamada perenne que nunca cesa. Se pregunta si le ha llegado el momento. Y es precisamente entonces cuando le suena el móvil y recuerda que llega tarde a una cita. Se ve que el olvido no deja de acompañarle, pese a los años. Siempre será igual, piensa. Y tampoco de eso está seguro.

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jueves, 6 de junio de 2013

Hace tanto tiempo

Después se quedó pensando. Apenas. Nada más. El e-mail era breve y conciso. También sentencioso. Como un proverbio. Pero era una despedida. Sin argumentos. Sin escaramuzas literarias. Un telegrama bien escrito. Frío y delgado, como la hoja de un cuchillo. Y con iguales resultados si hundimos en él la piel. Estaba escrito sin alma. Frases de un desconocido. Solo reconoció la firma y la fecha. Tampoco le deseaba ningún parabién. Nada más era un adiós construido con varias palabras cuyo significado ya conocía. Le dio a suprimir. Y fue como si parte de su vida se evaporara en un instante.

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Más tarde encendió el móvil y marcó el número de alguien a quien no amaba. Desde afuera, parecía que sonreía, pero en su yo más profundo tampoco ella se reconocía. Cuando volvió a apagar el móvil, sabía que se arrepentiría de haber adoptado aquella decisión. Nunca le gustó aquel hombre, pese a que intentó seducirla tantas veces. Ahora le pareció un reto incluso. Pero ya lo había decidido. Se vistió para la ocasión. La noche estaba perfumada de aromas nuevos.

Cuando salió de la casa, su expresión era otra, y todavía aquel hombre no había comenzado a desnudarla. Sintió asco, o algo parecido. No por él, sino por ella. No sería la primera vez. Ahora ya bien poco importa. Le habló de aquel e-mail, pero el hombre no escuchaba afanado en el éxito de su delirio. Ella se dejó hacer, como lo haría tantas veces. Mientras se dejaba llevar a aquel paraíso arrebatado, intentaba descifrar el significado fatídico a aquel e-mail. Hace mucho de eso, piensa. Era tan joven.

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miércoles, 5 de junio de 2013

Mamen Sánchez: “Siempre es mejor que te roben el corazón que el piso”

Subdirectora adjunta de la revista ¡Hola! Y directora de ¡Hola! México. Autora de libros infantiles y de novelas como Agua del limonero o Juego de damas, Mamen Sánchez ahora publica la novela La felicidad es un té contigo, un cóctel que contiene, según se lee en la solapa del libro, tres partes de comedia de enredo, una parte de thriller y abundantes gotas de desparpajo, un brebaje que dista mucho de lo que podría ser un té inglés.

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—Leo en la contraportada de su libro un aviso a los lectores: “Esta novela puede afectar seriamente su percepción pesimista de la realidad”. ¿Pretende crear más paro entre el colectivo de los psicólogos?

(Ríe). Que los psicólogos curen otro tipo de enfermedades, pero el pesimismo yo creo que los psicólogos no tienen que curarlo. Tiene que curarlo uno mismo.

—Advierte al lector también de que con este libro le pueden entrar ganas irrefrenables de enamorarse. Primero, intentan quitarnos el piso. Y ahora usted nos roba el corazón. ¿Adónde vamos a llegar?

(Ríe). Siempre es mejor que te roben el corazón que el piso o la cartera. Es más agradable.

—En otros libros nos hablaba de lujo y nobleza. En este nos sumerge en la España más profunda. ¿Ha sobrevivido a la experiencia?

—Vamos. A base de jamón y de guitarras. No solo he sobrevivido. Es que me lo he pasado fenomenal.

—¿Es conveniente en tiempos de crisis escribir una novela romántica en clave de intriga y con toques de humor?

—Yo creo que sí, precisamente es lo que hace falta, lo que apetece. Un quitapenas.

—Su novela tampoco escapa a los efectos que la crisis está provocando en la profesión periodística. ¿Tan negro ve el panorama o sabremos adaptarnos al futuro?

—Los periodistas hemos salido de todo a lo largo de la historia. Yo creo que éramos periodistas hasta en las cavernas y luego con los pergaminos. ¿Cómo no vamos a adaptarnos nosotros si somos unos supervivientes? Claro que sí.

—Esposa, madre de familia numerosa, empresaria, escritora y periodista. ¿No andará buscando trabajo en las horas libres?

(Ríe). Pues justo trabajo, no. Lo que busco son horas libres y no las encuentro.

—Para escribir esta novela, se basó en anécdotas familiares. ¿Le inspiran más sus primos y abuelos que las historias del papel cuché?

—En esta novela, sí. La verdad es que tiene muchas anécdotas familiares. Estamos muy divertidos en la familia leyendo esta novela porque reconocemos las anécdotas y todo. En este caso, sí. Nunca se sabe en el futuro.

—Dice Ana María Matute: “Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro”. ¿Es el mejor piropo que le puedan echar?

(Ríe). Sí. Sin duda alguna. A mí me ha tocado un premio con Ana María Matute. Ella leyó el libro y eso fue lo que dijo. Rápidamente le pedimos permiso: ”¿Podemos decirlo?”. Imagínate tú lo que son las palabras de Ana María Matute para darle categoría a un libro.

—Ha escrito una comedia de amor y humor. ¿No me dirá que el amor es cosa de risa?

(Ríe). El amor lo cura todo. El amor es, al final, lo que da la solución. En el libro, igual.

—Una pregunta estúpida. ¿No se debería escribir en la prensa del corazón con más corazón?

—O con más sentimientos. ¿No? Bueno, algunas revistas somos más amables que otras.

—También ha escrito literatura infantil. ¿Sobrevive mejor a estos tiempos los libros para niños que el periodismo o la literatura para adultos?

—Pues no tiene por qué. Yo creo que son amores diferentes, pero todos son amores.

—¿Tal como está la profesión, cree que algún periodista en paro, como las cinco mujeres desesperadas de su novela, sería capaz de cualquier cosa por conservar su trabajo?

—Tú ponnos a prueba (ríe). Sí. Cuando llegan las situaciones límite es cuando el ingenio se pone en marcha.

Publicado en el diario Córdoba el 15 de mayo de 2013

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sábado, 1 de junio de 2013

Murió sin arrepentirse

Hay un libro que nunca he podido terminar, porque el dolor me ha podido más que la necesidad de alcanzar la última página. Hablo del informe sobre los desaparecidos de Argentina, más conocido como Informe Sabato. Una sucesión inabarcable de desatinos y estricta en sus descripciones sobre la tortura y el crimen en aquel país hermano.

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Hace unos días murió Jorge Rafael Videla, y quería haber escrito unas líneas sobre este hijo de puta que falleció de muerte natural a los 87 años en la cárcel del municipio argentino de Marco Paz, a 50 kilómetros de Buenos Aires. Nunca se arrepintió de los crímenes que cometió u ordenó que otros cometieran, ni durante los diez años que sufrió arresto domiciliario ni durante los otros diez que estuvo encarcelado.

Más de 30.000 personas desaparecieron, más de 400 bebés robados en los centros de torturas y un periodo de terror que presidió con mano de hierro y teñida de sangre entre 1976 y 1983. No estuvo solo en el poder. Le apoyaron el poder económico y financiero, y la Iglesia católica, que bendijo la represión en esa curiosamente llamada “cruzada por la fe”. Era católico, y tuvo la oportunidad, en este largo periodo de tiempo, de haberse arrepentido, de haber borrado públicamente su culpa ante su pueblo y de haber perdido perdón por la sangre derramada. No lo hizo. La Iglesia, tampoco. También ocurrió en España. A fin de cuentas, somos hermanos de leche.

Cuesta entender que estos fascistas de mierda comulguen y que la hostia no se les atragante en la garganta. Y cuesta entender que la Iglesia dé de comulgar a estos asesinos irredentos, incapaces de arrepentirse de sus propios pecados. De qué materia están hechos estos pobres hombres que, vulnerando la letra pequeña de sus mismos anatemas, matan en nombre de ese mismo dios que, si es como ellos dicen que es, estará temblando, escondido detrás de cualquier nube, por miedo a la furia del general, por miedo de que implante a escala el infierno en los álamos puros y tiernos del paraíso que no existe.

Murió sin arrepentirse. Lo pienso y me pongo a temblar.

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