domingo, 28 de septiembre de 2014

Una felicidad reciente

Tenía unos ojos hondos, con huellas de una felicidad reciente. Me dijo: todos merecemos otra oportunidad. No me miraba. O me miraba muy fijo. No recuerdo. El sol se ponía después de una lluvia intensa y, al final, donde la vista no alcanza, un día nuevo volvía a nacer. Sin duda, le dije, todos merecemos otra oportunidad. Tal vez se lo dije por decir algo. Qué otra cosa se puede añadir cuando la vida cava profundas las noches que no se olvidan. Claro, insistí, la vida siempre es una oportunidad. Sonrió.

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Tenía una sonrisa ancha, como de río crecido. Observé el cauce de sus ojos, allá adentro donde la memoria navega sin destino, y supe de su dolor olvidado y de un tiempo por hacer. Después no dijo nada. Para qué. Ya sabía a dónde dirigir sus pasos. Y esa sensación de alivio me devolvió una serenidad que buscaba sin saber por qué.
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sábado, 27 de septiembre de 2014

Una segunda oportunidad

Pensó que aquella era su última oportunidad. Había aparcado el vehículo subido a la acera, frente a un restaurante tailandés que frecuentó en otros años después de noches de copas y excesos. Entonces, solo por un instante, la ciudad le pareció más vieja y oscura, como sacada de una pesadilla. Reconoció las farolas que daban una luz amarilla, los comercios cerrados, el bullicio de los bares abarrotados de borrachos inmisericordes. Se reconoció en cada uno de ellos, recorrió los años gastados junto a la barra, intentando construir una vida decente, diseñada conforme a los deseos de ella. Pero aquello no funcionó.

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Ahora no importaba. Había logrado doblegar sus hábitos, olvidar los sinsabores que provocan las ilusiones marchitas. Después de todo –se decía-, había triunfado en un mundo que detestaba, gozaba de una economía saneada, su prestigio profesional atravesaba uno de sus mejores momentos y el futuro auguraba una vida pletórica de placeres mundanos.

La había visto al girar el volante y tomar la calle de la izquierda donde ahora está, junto al coche, pensando si todo o algo valió la pena, si en realidad había logrado olvidarla. De nuevo al volante, salió de dudas. Sabía que la vida nunca ofrece una segunda oportunidad.
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martes, 23 de septiembre de 2014

La casa

Nunca quiso volver a este lugar, cruzar el mismo sendero asombrado de árboles centenarios, la fuente lagrimeando su chorro de agua cristalina y fría, la casa vacía, enhiesta pese a los años y los temporales de invierno, las habitaciones húmedas, sin vida, o con la vida traspapelada por sus paredes, en el aire contenido, estancado, de ayer.

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Aquí se conocieron. Eran jóvenes. Les sobraba el tiempo. El mismo que ahora ella reclama a nadie, ni a ella misma. Para qué. El mundo es otro. Quién lo hubiese imaginado. Tan distinto del que soñaron. No sabe a dónde fueron las cortinas plisadas, los libros manoseados de leerlos y soñarlos, con anotaciones en sus márgenes, con frases de amor desperdigadas entre sus páginas, criptografía que solo ellos dos sabían descifrar.

Pero quién sabe interpretar los sentimientos cuando el agua empaña su grafía y los días, inmisericordes, se suceden sin pausa y sin dar muestras de alivio ni sospecha alguna de solución o de luz. La casa está vacía, como el tiempo venidero, huero de abrazos y de viajes. Ella desciende la colina verde hasta alcanzar un lago amarillo de margaritas. La carretera, al fondo, y tan cerca, anuncia el mundo al que regresa, de donde nunca debió salir para recordar este rincón del pasado que sigue inalterable en lo más hondo de ella.
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domingo, 21 de septiembre de 2014

Sin salida

No hay salida. Ella lo sabe. Lee ese letrero que la lleva a la calle pero, aunque ya fuera, piensa que está en el mismo lugar. Porque salir de uno mismo, abandonar el cuerpo a un lado y pasear para recogerlo más tarde no les está permitido a los seres humanos. Ella lo sabe, pero siempre le gustó traspasar los límites, cruzar fronteras prohibidas, para regresar luego al origen, al calor de la chimenea. Obsedida siempre por partir y luego regresar, en un viaje baldío, sin más beneficio que esa sensación múltiple de pensar que se puede habitar dos cuerpos y estar en dos espacios, sospechar que se puede estar aquí cuando en realidad ella quisiera estar allá.

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Indolente al desafío, a veces, se acurruca recogiendo entre sus brazos su cabeza, intentando abarcar el mundo que le es ajeno, en un esfuerzo inútil por conocer el horizonte que los sueños le muestran sin mesura. No hay otro desafío en sus entrañas que vulnerar la velocidad del tiempo, destripar las claves de la imaginación, ahuyentar los malos presagios que inmovilizan el alma.

Como si se mirara en un espejo remoto muy lejos de ella, se ve proyectada en un lugar remoto, pisando las huellas de alguien que no conoce y a quien sigue sin saber exactamente por qué. Después vuelve al lugar de origen y se ve acurrucada en un rincón de la habitación, hecha un ovillo, inmovilizada ante la sensación baldía que le confirma que jamás saldrá de la casa, como no lo hizo hasta ahora. Ahora sabe que no hay salida.
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sábado, 20 de septiembre de 2014

Ella no recuerda el futuro

Ella nunca quiere recordar el futuro, la vida que no fue, o bien aquella otra que construyó contra su propia voluntad o que se dejó llevar por un destino mal entendido. En ese futuro que nunca existió siempre quedan rescoldos tibios de un sueño maltratado. El futuro no es solo ese tiempo venidero, sino también aquel otro que construimos día a día en los días que no queremos para nosotros.

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Ella nunca recuerda el futuro, porque sabe que ese tiempo por hacer también es parte del pasado, un mundo deshilachado de las horas vividas y de las que nos queden por vivir. El futuro, a veces, se pone delante de nuestras narices y, antes que nos apercibamos de su presencia, nos da las espaldas. Nos damos la vuelta y ahí está, hecho una bola, como un gato enredado entre sus patas. El futuro es ese sueño que anhelamos, pero ya lejos del fuego, como un manjar cocinado, es sobre todo un gajo del pasado, vivencias hueras e inútiles que no se fraguaron en besos o viajes o palabras transparentes, y que viven ahí, muy adentro, sin que acertemos a entender que son parte inalienable de nuestra existencia.

Ella lo sabe y, por eso tal vez, le cuesta recordar el futuro que nunca fue, la esperanza truncada, el naufragio interior que la pierde cada noche, sola entre todos, triste como una gata esperando a su dueño, consciente de que las horas consumidas son propiedad de la memoria, ese territorio resbaladizo que ella condimenta con pinceladas abstractas que desdibujan unos rasgos que no reconoce como propios.
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jueves, 11 de septiembre de 2014

Vida y obra

Abre un bloc de notas que contiene frases inconexas, algunas de autores desconocidos y de su devoción, direcciones, números de teléfono, citas incumplidas, aforismos, dibujos que, aparentemente, no dicen nada excepto a él. En su casa, conserva algún que otro bloc, otras carpetas, cuadernos. En conjunto, todo este material manuscrito es su vida. Más o menos. Pero solo él sabe descifrar su significado. Que lo tiene, claro está.

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Su vida, después de todo, se asemeja demasiado a este montón de anotaciones, de versos viudos, de sinopsis de algún relato que no llegó ni llegará a ser, esbozos de guion que vive más en su cabeza que en el papel y que nunca serán imágenes en movimiento. Toda esta narrativa dispersa, en verdad, si lograra imponerle un cierto orden, una lógica aunque fuese incluso absurda, sería un concepto nuevo de novela, o al menos diferente.

Una última frase, un colofón que no se le ocurre, para cerrar esta historia de historias, sería un punto final idóneo para concluir la obra. Pero no sabe cómo hacerlo. Porque obra y vida deben coincidir en ese párrafo final. Doblegar a ambas a un mismo tiempo, concluir vida y obra como si fuesen una misma cosa, un único latido, una frase definitiva. En tal empresa lleva años y no consigue atajar, con una sola palabra, la obsesión que lo mata cada día. Uno de estos será el último. Y eso le perturba la paz que nunca tuvo.
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