viernes, 31 de mayo de 2013

Un tiempo que nadie quiere

Le han recortado tanto el sueldo, que este año no se ha comprado camisa alguna, ha optado por botellas de whisky de diez euros, ha reducido sus vacaciones a largos paseos por la playa dibujando en su memoria otros veranos con más alicientes. Aun así, ha logrado encontrarse en paz con él mismo. Dedica buena parte del día a leer libros. De hecho, siempre lo hizo. Cuando ella se fue, no buscó sucedáneos. Aceptó el hecho como el soldado que es alcanzado en la guerra por la metralla. Las heridas, él lo sabe, cicatrizan tarde o temprano. El otro día, sin embargo, ella lo llamó. Le preguntó por la salud. Y él sonrió. Recordó la metáfora del soldado y la guerra. Curándome las heridas, le dijo, pero bien.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Ella le propuso salir de nuevo, de vez en cuando, sin compromiso alguno. Él dijo que no le importaba, que le parecía bien. Quedaban los viernes, generalmente, bebían hasta la extenuación, alguna vez dormían juntos, no ya por amor, sino sencillamente por ahuyentar los fantasmas de la soledad, Él, sobre todo, porque le gustaba su cuerpo y le gustaba acariciar sus hombros al amanecer. Ella, por el contrario, comenzaba de nuevo a sentir algo por él. Algo que no sé que lo es, se decía. Un día se lo dijo. Pero él no cayó en las redes. Antes te pasaba igual, le decía, nunca tienes nada claro.

Ella le advirtió que ahora era diferente, que la vida te enseña, que quería estar a su lado, que cualquiera se equivoca. Sí, le dijo él, pero quienes hemos vuelto de la guerra, la metáfora no se le iba del pensamiento, y nos hemos lamido las heridas, le dijo, preferimos vivir con poco a sufrir con mucho. Era verdad. Ella había elegido otro camino, otro hombre con más ambiciones, más patrimonio y nómina más lustrosa. Pero no funcionó. Mientras él se había quedado postrado en su invalidez de soldado derrotado. Esta guerra no es ya la mía, le dijo. Cuando quieras alguna escaramuza, me llamas los viernes, le dijo, al menos de momento.

Ella se quedó con la sensación certificada de que los errores se pagan. No lo volvió a llamar, porque ella buscaba mucho más de lo que él podría ofrecer. Y él, de nuevo, volvió a refugiarse en su sueldo discreto, sus botellas de whisky barato y la esperanza trasnochada de que todo cambiará cualquier día. Ahí sigue, mirando el mar. Hay un libro abierto en la arena y una fotografía en la que ella lo abraza, una imagen quieta de un tiempo que ya ninguno quiere.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

jueves, 30 de mayo de 2013

Percances que cambian la vida

Cuando fue citada a la mañana siguiente en el despacho del gerente, ella ya sabía que era para recoger la carta de despido. Vistió sus mejores prensa, se maquilló como cada día, pero más despacio, se perfumó sutilmente, por si una fiesta se cruzara en su camino, desayunó sin apetito café cortado y una ensaimada. Llegó a la hora acordada. En efecto, recogió un sobre que contenía la carta de despido. En ese momento estaba presente quien hasta entonces fue su jefe y, ocasionalmente, también amante. Él se habituó a un polvo esporádico de vez en cuando, y ella lo satisfacía con dedicación y detalles que jamás confesó a nadie.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Pero con el paso del tiempo se fue mostrando esquiva a esos encuentros supuestamente fortuitos. Desde unos meses atrás había iniciado una relación permanente con un hombre a quien no amaba del todo, pero del que estaba segura acabaría enamorada con el paso del tiempo. El directivo no supo soportar sus continuos rechazos, su actitud esquiva. El sobre esgrimiría cualquier otra razón para sumarla a las largas listas de desempleados, pero ella sabía que detrás de aquella medida solo había la sensación confirmada de un hombre despechado. En aquel prestigioso almacén, era habitual el intercambio de favores sexuales a cambio de una estabilidad laboral improbable de mantener de otra manera.

Bajó la escalera mirando un espacio que ahora le parecía extraño y ajeno a su vida, salió a la calle y entró en el primer bar que encontró, pidió un vino y otro vino, se desabrochó un botón más de la blusa que para mostrar un aire más seductor, se soltó el pelo. Después llamó al hombre que empezaba a amar y le dijo que se verían al día siguiente, que ahora se encontraba mal. Sintió que una lágrima resbalaba hasta los labios, y se prometió que sería la última. Alguien le ofreció un pañuelo, de tela, de los que ya nadie usa. Le miró. Era alto, informal, discreto, atractivo. Gracias, le dijo. El camarero los vio salir juntos, cuando ya atardecía, riendo ella sus supuestas ocurrencias. Él se detuvo a mitad de la calle y ella lo esperó. Estaban besándose sin compasión, cuando su antiguo jefe cruzó el paso de cebra y un vehículo le advirtió con un golpe de claxon que el semáforo lucía la luz roja. Ella no se percató de su presencia. Estaba muy afanada en definir su futuro más inmediato.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

miércoles, 29 de mayo de 2013

Con unos años más

No te volveré a llamar, le dijo. Lo hizo con una convicción que hasta él sintió que allí se acababa el mundo. Efectivamente, el mundo se acabó durante muchos meses, pero la vida empuja con tal fuerza que de golpe se vio, aunque muchos meses después, muy diferente a como lo era antes. Volvió a hablar con ella, pero no le dijo nada sobre esa metamorfosis interna e inaudita a la que se habituaba sin demasiados esfuerzos. Ella insistía en que deberían verse, y se veían de hecho. Cada día él mostraba menos entusiasmo en aquellos encuentros, incluso comenzó a sentir una apatía indescriptible, pero también silenció estas sensaciones.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Ella, por su parte, no se percató de que su mundo se derrumbaba inevitablemente. Puesta a recapacitar, quiso entender que todo se había acabado y, antes de que adivinara cuál había sido su error, la derrota la derribó hasta los pies. Lo llamó por última vez, solo por confirmar su error. Y ratificó, contra todos sus pronósticos, que la otra persona siempre intentaba no sucumbir al desagravio. Vio en él la actitud propia de quien reinventa su residencia en la tierra. No mostraba otro atractivo que aquel que ella ya conocía. Pero comenzó a sentirlo muy lejos de ella. No le dijo nada. Después, volvió la mirada. Allí no vio nada. No le asustó. Sin embargo, le dio la sensación de que todo empezaba de nuevo. Pero con unos años más.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

martes, 28 de mayo de 2013

Una sola vez

Cuando despertó, la mañana se había dilatado por todos los rincones de la casa y un sol de justicia incendiaba los días aciagos del invierno anterior. En ese mismo instante, no recordó su nombre, solo su porte natural, sus palabras medidas, sus manos enigmáticas. No sabe cómo ocurrió. Se dejó llevar, cuenta ella. Toda una vida reprimiendo los impulsos y reordenando las emociones, no le bastaron para en una sola noche ponerse a hacer gárgaras y mandar al otro lado del mundo con un mandoble la educación de tantos años. No sabe qué vio en él, pero le quedó estigmatizado un gesto de agradecimiento más que de reproche que nadie entendió jamás.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

De golpe se vio en sus brazos. Se dejó llevar por una tormenta interior que la quemaba y cuando quiso darse cuenta navegaba entre sábanas de seda adherida a un cuerpo que siempre soñó y del que no pudo ni quiso desprenderse. Le quedó para siempre esa sensación agridulce de los momentos únicos y la convicción certera de que nunca más volvería a verlo e incluso, aunque así fuera, de que no se repetiría el milagro de aquella noche. Además, ni le pidió el número de teléfono ni ella se lo ofreció como contrapartida.

Se le quedó una serenidad que se veía en su rostro, una media sonrisa que era la expresión ineludible de la felicidad verdadera y una inapetencia por los demás hombres que todos pensamos que se le había la lucidez de su sitio. Pero no era así. Ella sabía, por esa intuición que nos está vedada a los hombres, que hay encuentros fortuitos que dejan un rastro indeleble en cualquier biografía y que transitan los sueños dejando un bienestar del deber bien cumplido que aleja toda propuesta inocua. Hasta el momento no le hemos conocido otro amante. De hecho, aquel hombre fue el único de su vida. Amor no de una vida, sino de una sola noche. Después, le quedó la sensación inequívoca de que una sola vez, si es perfecta, colma los más disparatados desvaríos.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

lunes, 27 de mayo de 2013

El fracaso

Después de unos años benignos, ahora le toca hacer cuentas cada final de mes. Se había acostumbrado a los vinos generosos y a los restaurantes de muchas estrellas, a unas vacaciones de verano merecidas y gozosas, a un horario cómodo y un trabajo mecánico y fácil.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La vida en familia era acogedora, los vecinos se mostraban amables en el ascensor y en la piscina de la comunidad, la mujer le sonreía cada mañana cuando abandonaba el hogar rumbo a la oficina, los niños eran pequeños y divertidos. En fin, las amantes eran varias y agradecidas. Con un sueldo nada más –generoso, eso sí- había sido capaz de edificar un paraíso de felicidad que pocas veces soñó.

No sabe cómo ocurrió, ni por qué, ni cuándo pero, cuando quiso apercibirse del vendaval, un tornado había devastado su vida. No pensó hasta ese mismo instante que tantas cosas buenas se pudieran comprar con dinero, que la esposa lo abandonara por dinero y que sus propias amantes lo cambiaran por otro por dinero.

Pensó que la vida era una mierda viviendo de esa manera y se aprestó en cuanto pudo a derivarla por otros derroteros más fructíferos. El empeño fue en vano. Supo que es fácil ser derrotado y que el triunfo es flor de un solo día, o de varios como mucho. Postergado en el fracaso, supo también que el vino barato también emborracha y que amantes las hay a cualquier precio.

Quiso llorar, pero le pareció el método menos eficaz para adaptarse a una nueva situación que compartiría con demasiados vecinos. La crisis lo había dejado lelo. El día de las elecciones, como tantos otros, votó al PP. Aún no sabe por qué lo hizo. Y ahí sigue: lamiéndose las heridas.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

domingo, 26 de mayo de 2013

El jardín de Georges Moustaki

Las canciones de Georges Moustaki eran, como suele decirse en estos casos, parte de nuestras vidas. Pero en este caso es más cierto que en otros. En el instituto, traducíamos del latín a Julio César y a Cicerón, y del francés a este viejo meteco. Había canciones, como Il y avait un jardin, que las cantábamos de memoria y las recitábamos en español y en francés como si fueran parte inalienable de nuestra cultura y de nuestra existencia.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Trabajó con Édith Piaf, Barbara, Yves Montand o Juliette Gréco. Tenía perfil de vagabundo reconocido. Sus letras eran tiernas, como nuestra edad, y su aire de cantautor comprometido tenía un aire desteñido como la época que también ha muerto con él.

Tal vez tuvo una vida apasionante, le gustaban las mujeres, se declaraba hombre de izquierdas, en un mundo en el que las izquierdas menguaban en pro de una democracia soñada. Tenía un aire triste y nostálgico de mesías profundo y rebelde.

Y estaba enamorado de la mujer brasileña (ignoro si de alguna concreta además), como no puede ser de otro modo, de la que decía que “no hace el amor, ama;/ no camina, baila;/ no habla, canta”. Creo que no hablaba en general, para dar lecciones, sino para describir su propio ánimo.

Lo conocí en Barcelona, en uno de mis viajes cuando visitaba a mi amigo Gonzalo Pérez en la ciudad condal. Estábamos bebiendo cava barato en un tugurio nocturno cuando lo reconocimos entre un puñado de amigos. Pero el viejo meteco se mostró huraño y esquivo. En nada se parecía al cantautor romántico que nos ayudó con sus versos a enamorarnos de una muchacha de la que luego tanto nos costó olvidarnos.

Ahora que ha muerto, sé todavía por él que siempre hay un huerto con una casa y un árbol y una cama de espumas para hacer el amor. Es el paisaje de aquella canción en la que describía un jardín al que llamaban la tierra, que en nuestro caso fue la tierra de la adolescencia que ya olvidamos tanto tiempo después. Sus canciones no hemos logrado olvidarlas. Son parte de nuestras vidas. Y son menos hurañas que él.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

sábado, 25 de mayo de 2013

Eugenio Fuentes: “Yo creo que es más fácil contar la guerra que pintarla”

Eugenio Fuentes (Montehermoso, Cáceres, 1958) publica Si mañana muero, su novela más ambiciosa, ambientada en los albores de la guerra civil española. En cualquier caso, a su autor no le gusta que se la etiquete como novela histórica o de guerra. Es, sobre todo, una historia de amor enmarcada en este conflicto bélico. El estallido de la guerra, como consecuencia, condicionará la actitud de los personajes.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Durante más de veinte años, Fuentes ha estado dándole vueltas a la obra hasta encontrar las piezas que necesitaba para que la historia no se desmembrara. Y ha conseguido un relato bien escrito y bien construido. Este mismo año publica también el ensayo Literatura del dolor, poética de la bondad. En su próxima novela, en la que ya anda metido, volverá al género negro para rescatar a Ricardo Cupido, ese detective a quien tanto debe.

—¿Si mañana muero es su novela más ambiciosa?

—Sí. Es una novela en la que he estado metido, pensando en ella, durante más de veinte años, aunque la escritura se puede reducir al último año, en la que luego ya salió todo lo que había madurado durante tanto tiempo, pero es mi novela más ambiciosa.

—Como decía, llevaba veinte años dándole vueltas a esta historia. ¿Qué le inquietaba o qué piezas le faltaban para que no acometiera tal empresa hasta ahora?

—Pues que no solo sean posiblemente literarias, en el sentido de que no solo sean recursos estilísticos o de dominio del lenguaje, que puede que también. Si estás viendo que es un proyecto muy ambicioso, no quieres estropearlo por no saber utilizar bien las herramientas empleadas.

Posiblemente, también la edad. Yo creo que hay novelas que las he escrito con 30 años y las podría haber escrito con 45 o 50, o alguna novela de 50 la podría haber escrito también con 30. Pero yo creo que esta novela necesitaba un cierto reposo, una cierta madurez y una mínima sabiduría, si se me permite decirlo, para escribirla.

—En Si mañana muero da un giro significativo respecto a algunas novelas anteriores y abandona el género negro. ¿Necesitaba cambiar de registro, explorar nuevos territorios?

—No es tan brusco el cambio, porque las novelas policiacas del ciclo Cupido son las que más eco mediático han tenido, pero nunca he dejado de escribir otras obras. No es la primera obra narrativa, es la cuarta, que no trata el ciclo de Cupido. Por más que me lo planteo no hago distingos, por lo menos en cuanto a la escritura.

Me esfuerzo tanto para unas novelas como para otras. No desdeño nada que guarde para esta novela, no desprecio nada que tenga que utilizar en la otra, una sintaxis más simple o menos elaborada. No hago distingos. He escrito lo que en cada momento iba sintiendo, el deseo y la necesidad de escribir.

—La historia narrada en Si mañana muero se desarrolla en los albores de la guerra civil, pero no le gusta que califiquen su obra como novela histórica o novela de guerra.

—Es que yo creo que no es una novela filtrada, aunque sí hay una parte que sí describe algunas batallas, no es una novela que dictamine culpas, no es una novela sobre la guerra civil, no es un acta judicial que diga estos son los buenos y estos son los malos, y esto es lo que pasó. Yo no escribo desde la historia. No me atrevo a tanto.

Yo escribo desde la ficción, desde la libertad de la fábula. Entonces, es una historia de amor, pero sobre todo centrada en el personaje femenino, una mujer que logra sobrevivir con dignidad en unos tiempos horribles. Pero el marco no creo que sea lo más importante de esta novela.

—Pero el marco sí condiciona la actitud de los personajes.

—Sin ese marco bélico, no hubiera ocurrido nada de lo que hay aquí. Aquí se relata un doble pasmo. La primera extrañeza de los personajes, que de repente se ven metidos en una guerra. Y la segunda, la extrañeza de ver que eso no termina en una semana o dos, sino que se está convirtiendo en una contienda muy sangrienta y muy sucia. Y ese pasmo de muchos españoles de 1936 que descubrieron que con veinte años era normal morir siendo jóvenes. Y eso es lo que he intentado contar.

—Alguien dirá: “Otra novela sobre la guerra civil”. Como usted advierte, de alguna manera somos lo que fuimos.

—Pues sí. Es que lo de la guerra civil está ahí. Ojalá este país pudiera decir no ha existido nunca la guerra civil. Ojalá pudiéramos decir eso. Pero tenemos que cargar con ello. Y además está en e núcleo, en el corazón del siglo XX. La guerra civil es una charca dentro de la historia. Y podemos rodearla, podemos decir no ha ocurrido nada y ahí no hay nada. Pero hay momentos en los que tienes que pasar por el medio y ensuciarte los pies y mancharte con un poco de barro. Es inevitable. No se puede ocultar que la guerra civil está pendiente en los recuerdos familiares de varias generaciones que todavía convivimos con ese periodo histórico.

—Dice Rubén, su protagonista de la novela: “Es más fácil pintar la guerra que contarla”. ¿Usted también lo piensa?

—No. Yo creo que es más fácil contar la guerra que pintarla. Lo que pasa es que Rubén lo mira desde la perspectiva de los grandes maestros. La historia de la pintura está llena de cuadros bélicos. Hay muchos más pinturas dedicadas a batallas que a escenas de paz. Hay muchos más cuadros dedicados a tormentos de ángeles, santos y de mártires que a escenas campestres. Entonces, en ese sentido, él lo dice desde la pintura. Pero a mí me parece más difícil pintar la guerra que describirla.

—Los autores suelen incluir en sus novelas en los últimos años algunos elementos gráficos. Usted también lo ha hecho en esta obra. ¿Añade algún valor al texto?

—Está muy de moda lo gráfico, pero aquí no había otra manera, otra posibilidad de contarlo. El dibujo forma parte de una narración. Y no hay otra manera de contarlo que poniendo el dibujo.

Si mañana muero es una novela coral. Usted siempre ha prestado mucha atención a la definición de los personajes, incluso de los secundarios. Una preocupación que tampoco abandona aquí.

—Es que yo creo que una historia se le puede ocurrir a todo el mundo. Todo el mundo tenemos historias que contar, pero si no hay detrás unos personajes consistentes que sostengan esas anécdotas prodigiosas, yo creo que se derrumba todo. Mi gran esfuerzo es construir personajes, no solo contar una historia. Es un objetivo que nunca pierdo de vista.

—Un lenguaje muy cuidado y una estructura bien construida siguen siendo, después de todo, los pilares fundamentales de su obra.

—Sí. Igual que te decía lo de los personajes, el segundo elemento es el lenguaje. Sin lenguaje y sin cuidado por la palabra, lo que distingue un buen libro de otro es la precisión, la sintaxis, ese equilibrio tan difícil de conseguir que es la claridad expositiva con la complejidad sintáctica. La complejidad sintáctica te da pie a que no se te escapen matices que con otros recursos estilísticos más sencillos a lo mejor quedaban en el camino y conseguir el equilibrio entre ambas cualidades no resulta fácil.

—Este año ha publicado también el ensayo Literatura del dolor, poética de la bondad.

—Después de muchos años escribiendo y reflexionando sobre las relaciones entre los géneros literarios, lo que es la novela negra, si hay jerarquía de géneros o no, o de dónde surge la necesidad de escribir, desde el principio de los textos escritos, de la Biblia, pues inevitablemente iban surgiendo reflexiones que vas anotando entre cuadernos y sentí también necesidad de organizar todas esas ideas en un corpus teórico. Y ese es el ensayo.

Y distinguir las dos corrientes que nutren la literatura, que es la corriente poderosísima del dolor, y luego ese riachuelo que va en paralelo de caudal muy breve que es la literatura de la bondad. Si falta una de las dos, estaría incompleto el retrato del hombre que propone la literatura.

—¿Trabaja ya en su próxima novela?

—Sí. Estoy ya avanzando, estoy desbrozando el rostro de los personajes de una nueva novela de Cupido, que hacía ya algún tiempo que no estaba con él. Un personaje a quien le debo tanto.

Publicado en el diario Córdoba el 13 de mayo de 2013

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

viernes, 24 de mayo de 2013

Confesiones de un perdedor

Después de todo, aquí estoy. Contento conmigo mismo. No soy un perdedor, pero tampoco me han condecorado con medallas a un mérito determinado, ni he alcanzado el éxito que cualquiera sueña, ni gané dinero suficiente para poder olvidarme del dinero. Me amaron algunas mujeres, es cierto. Para compensar, quizás, los desagravios de otras. Ahora ya no importa. Al final, uno se entiende mejor con uno mismo. Me perdí en tantas ciudades, que tal vez por esa razón nunca busco el norte, ni miro la hora al acostarme, ni me pregunto si mañana lloverá o ella vendrá a verme. Los días transcurren sin demasiadas novedades. Uno incluso se acostumbra a la rutina.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Un día cualquiera igual te llamo, y te propongo hacer el amor en cualquier parte. Me gustaría que me dijeras sí, que te olvidaras del mundo por unas horas y que después, como hacías antes, me olvidaras de nuevo y para siempre. Podré soportarlo. Es más. Necesito que te vayas hasta no sé cuándo, como siempre has hecho. Así, al menos, la vida tiene algún aliciente. Saber si volveré a verte me despierta tanta adrenalina que me sobran otras aventuras.

Ya sé que te propongo citas algo vulgares, tomar unos vinos, pasear juntos por los parques, mordernos el corazón, follar si se tercia y decirnos adiós con un beso, como siempre. Muchos que yo conozco así lo quisieran. Viven en parejas arruinadas y toscas. Que ellas les perdonen. De vez en cuando, les gustaría verse como hacemos nosotros, con la necesidad de los amantes furtivos y la satisfacción y la duda de no saber cuándo será la última vez. Los perdedores somos así. Nos conformamos con muy poco, sólo con aquello que los demás desean.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

miércoles, 22 de mayo de 2013

Un día con muchos días después

Después se quedó sola. Como no lo había estado hasta ahora. Se palpó la piel para ver si era la suya. Lo era, sin duda. Pero la sentía más fría, o no la sentía. Como si no fuera su piel. No soñó con él. Se había propuesto abrir su mundo a otros intrusos que olisqueaban su ventana. Sabía que eran pájaros de mal agüero, pero hay algo adentro que la llamaba a cruzar la línea, a entremeterse en la selva, a escrutar en el lado desconocido de la vida. Como siempre ocurre, se enteró a destiempo. Vamos, que hay un tiempo para indagar y otro para optar por una residencia u otra.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Pero, a veces, la llamada de la selva se presenta como una propuesta a la que es imposible negarse. Navegó mares que nunca después identificó en los mapas, sintió caricias que creyó que eran de ensueño, y por esa misma razón irreales, buscó en aquel hombre todo cuanto no pudo encontrar en los demás, y no lo encontró. Vamos que si lo encuentro, se decía ella misma a solas.

En su vida diaria, miraba al frente, para no perderse, respondía de modo maquinal a cualquier cuestión, sonreía sin razón alguna y por principio. Un día se cansó, porque no sabía a qué oculta razón respondía su conducta. Lo buscó, lo encontró, lo llamó. Él le dijo que sí, que fue una noche para recordarla siempre, pero nada más. A ella no le disgustó del todo. Ahora solo piensa cómo vivir el resto de sus días.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

lunes, 20 de mayo de 2013

Rosa Regàs: “Soy más radical ahora que cuando tenía veinte años”

Hija de republicanos españoles, Arcadia vuelve a Barcelona en 1949, acompañada por su tía Inés, una viola y una maleta llena de recuerdos. Así comienza la novela que ahora publica Rosa Regàs (Barcelona, 1933), Música de cámara, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve. La obra es una crítica a la posguerra y a la Transición y es asimismo la novela que menos le ha costado escribir.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Está convencida de que vivimos una época trágica que, además, no tiene ningún respeto por el pasado. Por eso tal vez se considera una mujer comprometida: “Intento ser y soy más radical ahora que cuando tenía veinte años”. Dedica el libro a Carlos Barral, de quien dice que, si hubiese nacido en Inglaterra, “sería considerado uno de los grandes editores de todos los tiempos”. En 1994 publicó Azul, novela por la que recibió el Premio Nadal y en 2001, con La canción de Dorotea, obtuvo el Premio Planeta.

—Le hubiera gustado ganar el Premio Biblioteca Breve en un momento menos trágico. ¿A una historia de amor tan poderosa como la de esta novela no le sienta bien la realidad que vivimos?

—Me parece que una novela tiene autonomía sobre la realidad. Y yo quiero creer que no importa. Una novela es una novela. Tiene una realidad, que es la realidad física de las cosas que conocemos a nuestro alrededor, pero tiene una realidad literaria que está al margen de todo. Y en cuanto a la situación que le ha tocado vivir, la literatura tiene que vivir caiga donde caiga.

—Parte de su relato transcurre en plena transición, un periodo en el que, según usted, solo tiramos arena sobre las cenizas. Y no es la única escritora que lo dice. ¿Ha llegado el momento de revisar nuestra historia más reciente?

—En mi novela, de la transición hablan dos personajes, que son los dos protagonistas. Y la ven, podríamos decir, casi como la ven la mayoría de los españoles. Uno cree que no es perfecta, pero que es lo único que se pudo hacer, dados los poderes fácticos que había. Y el otro personaje cree que fue una ley de punto final, y que de repente dejó en la vía muerta a la república, que no fue más que una transición de la voluntad de Franco. Yo creo que la transición la tengo ya muy pensada. Y sé muy bien lo que creo. Pero en mi relato hay estas dos grandes maneras de verla.

—Comenzó a pergeñar esta novela en 2006, y dice que es la novela que menos le ha costado. ¿También es la más conseguida?

—Bueno, cuando escribimos, queremos que la novela que estamos escribiendo, que aprovecha toda la experiencia de lo que hemos escrito anteriormente, nos lleve un poco más allá de lo que pensábamos. Yo no sé si es la más conseguida, pero creo que hay algunas cosas que en otras novelas me habían costado y en cambio aquí he logrado sacarlas. La verdad es que no lo sé.

—Dedica el libro a Carlos Barral, a quien usted tanto ama, y de quien dice que fue “una víctima de cómo el poder lucha contra la memoria y la inteligencia”.

—Estoy convencida de que vivimos en una época trágica por muchas razones y por otras menores, pero que no tiene ningún respeto al pasado, ninguno. Los niños de hoy no saben quiénes eran los escritores, los músicos, de la república o de la dictadura de Primo de Rivera. Carlos Barral, si hubiese nacido en Inglaterra, sería considerado uno de los grandes editores de todos los tiempos.

—Para usted, la militancia del intelectual en tiempos convulsos es necesaria. ¿Aprendió de esos compromisos con Barral, García Hortelano, Gil de Biedma?

—Por supuesto. Lo aprendí de ellos y de muchos más. Lo aprendí, incluso, y no soy católica, de un sacerdote de mi escuela, que no se trataba entonces de compromiso político sino de compromiso social. Por ejemplo, una de las cosas que nos decía es que no hay libertad sin libertad económica. Que para unas chicas que vivíamos en un colegio en aquel momento era muy extraño. Nadie hablaba de esta manera.

También me enseñó a ser comprometida socialmente. Y luego aprendí a ser comprometida políticamente. Y con los años mi compromiso se ha hecho cada vez más fuerte. Intento ser y soy más radical ahora que cuando tenía veinte años.

—En 2006 dimitió como directora de la Biblioteca Nacional por estar harta de algún personaje público y no tanto de la gestión. ¿No piensa que los intelectuales deberían acceder a esos cargos que en ocasiones los ocupan técnicos que tal vez no están a la altura?

—Bueno, en primer lugar, yo no tuve ningún encontronazo con el ministro. Hubo unos robos. Él me hizo responsable de estos robos. Y yo no creo que fuera responsable. Los robos suceden en todas las bibliotecas del mundo, en todos los bancos del mundo, y en todas partes. Y nadie ha hecho nunca responsables a los directores. Pero estábamos en desacuerdo profundamente no solo en esto, sino que me obligó a dar la noticia a la prensa. Entonces yo dije que la noticia no la daba a la prensa porque el ladrón huiría. Sabíamos muy bien quién era el ladrón. Se trataba de cogerlo in fraganti. Y dimití. No pasó nada más.

Entonces, yo creo que incluso los técnicos pueden estar comprometidos. La persona, sea técnico o no sea bibliotecario, lo que tiene que hacer es abrir la biblioteca para que todo el mundo entre. Este es el tipo de compromiso que se pide. Esto va implícito en el compromiso profesional de saber qué es lo que tenemos que regir. Yo creo que un técnico puede ser tan comprometido como un profesional.

—Los pueblos que han sufrido, como el nuestro, el paso de una dictadura militar, necesitan cien años para cerrar sus heridas. ¿Tanto tiempo nos queda todavía para que el dolor de nuestra historia no nos pese tanto?

—Kapuscinski decía que un país que ha estado en dictadura necesita cien años para volver a la realidad. Si esto es así, nosotros necesitamos mucho más. Porque nosotros hemos estado en dictadura desde siempre. Hemos tenido monarquías absolutas desde siempre. Esto no es Inglaterra, que tiene democracia desde el siglo XIII. Ni es Francia, que la tiene desde el siglo XVIII. Nosotros, no. Hemos tenido un año con la primera república, cinco años con la segunda república, y treinta años ahora. Si lo que dice Kapuscinski es verdad, entonces nos queda muchísimo más.

—Volviendo a la novela, su directora editorial, Elena Ramírez, dice de ella que tiene una arquitectura literaria compleja y que el ritmo está muy bien llevado. ¿La estructura y el lenguaje son elementos suficientes en una novela?

—Yo creo que el estilo, la voz, el argumento, la situación, la manera de explicarlo. Todo esto se une. Entonces estructura la novela. Todo importa. Una novela con un estilo perfecto pero que no te cuente nada no te interesa.

—“Arcadia no soy yo”. La novela no es autobiográfica, pero creo que ha dejado en sus páginas demasiado de usted.

—Yo he hecho esta novela con lo que cada escritor hace una novela, que es con la experiencia y con la memoria. Y no tengo nada más. Entonces, a partir a ahí, mi imaginación y mi fantasía han manipulado todos estos datos. Los ha manipulado hasta convertir esta historia en una historia autónoma e independiente de la realidad en la que se basa. Yo creo que el escritor pone todo lo que es dentro de una novela, pero recibe mucho a cambio.

—La suya es una poderosa historia de amor y desamor. ¿Cómo cree que es el amor en tiempos de crisis?

—Con una dificultad añadida, pero nada más. Yo creo que el tiempo de crisis o el tiempo de bonanza ayudan o desayudan al amor. Porque el amor depende de muchas cosas. Depende de la educación que hemos recibido, del ambiente en que vivimos, de la situación económica que tenemos, de lo ambiciosos que somos, etcétera. A todo esto en tiempo de crisis se le añade una dificultad más. Pero nada más.

Publicado en el diario Córdoba el 13 de mayo de 2013

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

domingo, 19 de mayo de 2013

Vivir sin sueños

El día amanece con algunas nubes, y un sol tímido anuncia un día deshidratado, por momentos claro y otros cubierto. Desde la ventana, él mira una primavera irregular, una existencia arbitraria, un porvenir enigmático. Hoy no quiere abrir el periódico, porque los titulares de primera página dibujan un mapa de relieves sinuosos cruzado de cordilleras imposibles. Hoy no saldrá a beber cerveza. Mejor, abre un libro, aunque no lea, y deja que la memoria difumine recuerdos prescindibles y esparza por doquier trozos de algunos sueños que él percibe de manera irregular.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Hoy también apagará el móvil, probablemente cierre las ventanas, baje las persianas, se encierre con él mismo, y aún con el libro abierto entre las manos imaginará una historia que no está escrita en ningún libro y que él ha buscado entre tantas páginas leídas. Tal vez, lo mejor será escribirla, se plantea desde muy adentro. Si no está escrita, lo mejor será que yo la escriba. Lo lleva pensando días, meses, años. Pero nunca se sienta delante de la pantalla del ordenador e intenta componer las primeras frases de una historia que nunca ha leído. De golpe, se da cuenta del error.

Se viste como para una fiesta o un encuentro fortuito, sube las persianas, abre ventanas y puertas. Respira el aire de afuera y se dice que, antes de escribir, mejor será vivir esa historia que tanto sueña. Acaso ahí radica el enigma. Ahora pinta una sonrisa sujeta con pinzas, pero propia. El mundo, a veces, es una sospecha. Y otras, una posibilidad. La literatura es la carpintería que sustenta los sueños. Pero las historias deben ser propias. Y los sueños no son sino la vida transformada en imágenes que se difuminan al nacer el día. O eso cree.

Para empezar, el mundo ya no le asusta. Y eso se le antoja sintomático, e incluso divertido. Por lo demás, anota en un papel, es probable que se pueda vivir sin sueños. No le parece nada ingenioso, pero le gusta. El viento mueve de lugar algunas nubes, pero eso tampoco le parece trascendente. Vuelve sobre la misma idea: vivir sin sueños. Acaso, vuelve a escribir, los sueños desvíen nuestra atención de la propia vida. A él le parecen interesantes sus propias insinuaciones. Seguirá pensando en ello. A lo mejor se dedica el resto de su vida a pensar en eso, en que se puede vivir sin sueños.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

miércoles, 15 de mayo de 2013

El tiempo pasa

No le gustan estos tiempos. Nunca sospechó que todo acabara así. Tirado por la ventana. A veces piensa que fue un mal sueño, pero cada amanecer lo devuelve a una realidad que rechaza. Está sentado, mirando por la ventana. Tampoco él sabe qué mira. Probablemente, el paso del tiempo. No tiene la mirada perdida, sino fija en un cartel que no lee. Por dentro, quién sabe, quizás esa nunca fue su pretensión. Quiere saber cómo llegó hasta aquí, cómo se cayó todo: el bienestar acumulado, la solidaridad de otros años, una jubilación ajena a otros vendavales siniestros que ahora conoce.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Un día se acostumbrará, podría pensar alguien. A qué se podría acostumbrar, si nada le vale la pena. No le ha quedado nada de esa otra vida que diseñó con esmero durante tantos años. Lo único seguro es la muerte, se dice sin que podamos apreciar ningún gesto en su rostro. Las manos, quietas; la espalda, volcada en el sillón de orejas; las esperanzas, que son cenizas, dispersas en el aire que no respira. Un día de estos, alguien lo llamará por su nombre, con insistencia, y él no responderá. Tendrá la garganta seca, los oídos apagados, el corazón quieto, pero aún le temblarán las manos que antes tenía quietas. Lo cambiarán de habitación, para llevarlo a ninguna otra. Esta todavía es útil para otro inquilino. Cuando pasen unos días, su nombre se habrá borrado de la faz de la tierra. El tiempo que él soñó volverá a nacer en otros que serán como él. El ciclo es un balón, redondo, y todos le damos patadas. Eso sí, a unos les duelen más que a otros. No hay solución. Él lo aprendió bien, pero tarde.

Ahora que él no está, han sentado a otro, también jubilado, en su sillón de orejas. Tiene las manos quietas, como él. Mañana le temblarán, cuando su cuerpo se apague.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

martes, 14 de mayo de 2013

Betina González: “No existe la posibilidad de romper para construir algo”

Betina González (Buenos Aires, 1972) publica Las poseídas, novela con la que obtuvo el VIII Premio Tusquets, donde desentraña el choque entre el mundo de los jóvenes y de los adultos, y como telón de fondo la sensación de pérdida que envuelve el aire después de una dictadura militar. La autora ha escritora la novela que un día quiso leer, donde plasma “lo maravilloso y lo terrible que es ser una chica de 16 años”.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Las poseídas es una novela hiperbólica, envuelta en un ambiente sombrío, una historia bien cerrada y bien escrita que apunta hacia donde quiere ir su autora en sus próximos libros. Ahora reescribe su tesis doctoral, La conspiración de la forma, que publicará próximamente con otro título y que acerca al lector a textos menores del siglo XIX latinoamericano.

Betina González es doctora en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburg y es profesora en la Universidad de Buenos Aires. Su primera novela se titula Arte menor, con la que obtuvo en 2006 el Premio Clarín.

—Es usted la primera mujer que gana el Premio Tusquets de novela. ¿Ya está bien de tanto hombre?

(Ríe). La verdad, yo no me había dado cuenta que era la primera mujer. No era lo que había mirado. Después me lo hicieron notar. Sí, es notable, pero también es un premio que solo tienen ocho ganadores. Podría haber sido yo o podría haber sido otra. Podría haber ocurrido antes.

—Como dijo Beatriz de Moura, su libro es la recreación del despertar sexual de la adolescencia pero también la actitud desafiante ante la herencia de los adultos. Y usted ha dicho: “El mundo de los adultos es el mundo de la decepción”.

—¿He dicho eso? No me acuerdo. En la novela es doble la decepción. Como en cualquier novela de iniciación, está este choque entre el joven y el adulto, ese momento en que descubrimos que el mundo del adulto es una farsa porque siempre gana el mal. Pero aquí se junta con el trasfondo político. Entonces, la decepción es doble.

Porque es un momento, la transición entre la dictadura y la democracia, pero también, verdaderamente, para estas chicas, de hacerse conscientes de que no hay mucha esperanza por la lucha o por un cambio. Querrían oponerse a eso pero tienen la conciencia de que todos fueron diezmados, los jóvenes de los 70 que eran los que tenían un proyecto colectivo.

—He leído que la suya era una novela sobre la dictadura pero, después de haberla leído, creo que no lo es. Sí hay un ambiente sombrío, oscuro, que delata que proviene de ahí.

—Me gusta que resaltes eso, porque no es una novela de la dictadura. Y eso también tiene que ver con mi camino como escritora. Me di cuenta de que funcionaba mejor, era más potente, conservarlo en el fondo de la novela y componer como uno o dos detalles significativos de la época, que narrar eso con fechas, nombres, como ya se hizo. Se hizo mucho. Le daba a la novela un espesor y una oscuridad muy propios que conectaban con otras oscuridades de la novela.

—Y con esa oscuridad de fondo, usted describe el mundo de dos amigas atormentadas, extraviadas, en un colegio religioso de Buenos Aires.

—Sí, bueno. Qué puedo decir de eso. ¿Atormentadas? Sí, una más que otra. La narradora, no tanto. Las dos extraviadas, sí. En distinta forma de construcción son personajes en los que quise plasmar lo maravilloso y lo terrible que es ser una chica de 16 años. Porque en esa época de la vida todo te pasa con todo.

Las emociones son muy fuertes y todo parece definitivo y melodramático. Por algo empieza con lo del suicidio. Pero los dos personajes están trabajados con esta idea del desdoblamiento del adolescente. Una que se siente poseída y la otra con el juego entre la primera y la tercera persona con esto de interiorizar la mirada de los otros, que es lo que pasa mucho en la adolescencia.

—La novela mezcla el género gótico y el policial, está escrita en primera persona y con un realismo “desenfocado”.

—Sí. ¿Qué quise decir con eso? Tiene que ver con el camino que yo hice como escritora. Mi primer libro, Arte menor, era una novela bastante clásica, convencional, muy realista, a mi juicio, ahora, demasiado. Y con el tiempo me fui dando cuenta que esa no es la estética que yo quería trabajar. Tenía que saber cómo escribir una novela así porque hay que saberlo para ponerse a otra cosa. Pero el problema es el realismo, que es un realismo que puede caer fácilmente en lo local, y eso no es una ganancia, es una pérdida.

Entonces, deliberadamente, Las poseídas tiene una estética, en el lenguaje, muy despojada, y lo que remite a lo local es poco. Las chicas hablan y hablan de manera despojada también, no producen la oralidad etnográfica de estos personajes deliberadamente. En ese sentido, no es una novela que uno pueda leer en clave realista, que está esperando que el lector crea exactamente que todo ocurrió así, en clave realista. Sí, de hecho, la novela es hiperbólica. Los procedimientos que usa están tomados del gótico. Es la exageración.

—Esta es la novela que hubiera querido leer a los 16 años. Escasean las novelas sobre adolescentes en la literatura en español. ¿Por qué?

—Es un tema descuidado. Hay más novelas de adolescentes varones. Los cuentos de Rodolfo Walsh, La ciudad y los perros de Vargas Llosa, aunque no es adolescencia, es un poquito después. Me parece que el mundo masculino ha sido más contado. No recuerdo ningún relato que específicamente ocurra en ese ámbito, en el ámbito de la escuela para chicas. Debe haber. Tal vez haya. No conozco todo.

Claro, se ha narrado lo femenino desde otros lugares pero, como novela de iniciación y de este modo, me parece que no lo había. Como lectura, de alguna forma, tenía siempre esta novela en la cabeza, pero cuando terminé de darme cuenta de esto, de que no había tantos relatos de ese mundo, decidí que igual me daba por escribirlo.

—Un intento de suicidio recorre todas las páginas del libro. Escribe usted: “Tener 16 años en aquella época era tener un corazón de piedra, había que salir a romperlo todo”.

—Bueno, se te endurece el corazón. Si tú convives con el horror todos los días, te levantas y hay noticias nuevas sobre los crímenes que cometieron en la dictadura, y estás todo el tiempo recibiendo esa realidad, no te queda otra, una sensación de bronca porque ya pasó y no pudiste hacer nada. La bronca pero también la posibilidad de frustración porque no existe, como te decía antes, la posibilidad de romper para construir algo, sino que parece que fuera imposible construir.

—Usted ha negado que la novela sea autobiográfica, pero yo pienso que no la hubiera escrito si no hubiese estado en un colegio católico y no hubiese dejado tanta huella personal en ella. No en los datos concretos, sino en esa sensación de angustia que envuelve el libro.

—Desde ese punto de vista hay una conexión con lo personal. Conocí ese mundo muy de adentro, lo podía narrar por eso. Pero también todas las instituciones católicas tienen cierta universalidad. En Estados Unidos yo estudié en una universidad un tiempo y es lo mismo. No es lo autobiográfico. Es la percepción de ese mundo. Yo creo que para ser escritor hay que tener un mundo y una mirada del mundo. Eso no se puede enseñar.

—Lo que más me gusta de su novela es el lenguaje, muy bien manejado, y una estructura bien cerrada.

—Es fundamental. Para que yo pueda disfrutar como lectora de un libro, tiene que haber trabajo con el lenguaje. Ese es mi problema con cierto realismo. Es decir, si tú apuestas a tener una novela donde tu narrador es primera persona pero lo estás haciendo de manera tan realista, tan casi etnográfica, que tienes al personaje como hablando durante páginas, te perdiste toda la posibilidad de trabajar con el lenguaje.

A no ser que sea un personaje muy refinado y entonces podrás hablar en metáforas o podrás citar a Nietszche o lo que sea, pero eso no va a ocurrir en general. Me aburre mucho ese tipo de libro. Y, como te digo, eso fue un camino. Esta novela está más cerca de la escritora que yo quiero ser. O sea, los próximos libros posiblemente sigan con esa estética despojada. El lenguaje es importantísimo, pero sin estructura no hay novela.

—Habla de influencias de Cortázar o García Márquez.

—Como lectora. Yo tenía 16 años y estaba leyendo a esos escritores y, digamos, eran el modelo del escritor latinoamericano, lo que yo tenía en la cabeza al leer a Cortázar o a García Márquez. Entonces, era más como una imagen de qué era ser escritor en América Latina y que era posible ser escritor en América Latina y ser reconocido y ser un escritor universal. Pero no son modelos concretos. Más la literatura norteamericana.

—¿No le interesa Sergio Olguín, también argentino y premio Tusquets?

—Bueno, solo leí esa novela, Oscura monótona sangre. Te la comes. Tiene una gran virtud, que te la quieres terminar. Desde el punto de vista de la estética, tiene ese realismo muy etnográfico, que es una estética que no comparto. Es de otra generación.

—Pronto publicará La conspiración de la forma, un estudio sobre textos menores del siglo XIX latinoamericano.

—Cambiará el título. Fue mi tesis. Cuando deje de viajar, tengo que volver a revisar ese manuscrito porque me están esperando los editores para que lo haga. ¿De qué se trataba? El siglo XIX latinoamericano es importantísimo pero siempre se estudió la novela. A mí me encanta el siglo XIX de todas partes. Trabajé con que sería como una literatura moral: el teatro y la fábula. Más que la fábula, los textos que trabajan con el animal parlante. Trabajé en México, Argentina y Brasil, y me lo pasé muy bien leyendo a Machado de Asís, que es el mejor escritor latinoamericano del siglo XIX.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de mayo de 2013

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

lunes, 13 de mayo de 2013

Ninguna como ella

Tiene piel de melocotón, pero con sabor a frambuesa. Los ojos son uvas. Tal vez lo escribió Pablo Neruda, pero es cierto de todas formas. Los labios, sandía afrodisiaca. Las manos, cangrejos traviesos que se enredan en mi pelo y recorren mi cuerpo deteniéndose con ahínco en los rincones que más aprecia.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Las tetas, melones sin piel, jugosos como melones pero también como tetas. Además podrían ser limones o naranjas. A ella no le importa la comparación, siempre que sea fruta fresca y literaria. Su vientre es una tarta rociada de almíbar, o miel, o mermelada. Depende.

El cliente puede elegir. Su sexo, un donut, sin chocolate. El chocolate lo pongo yo. Para sus pies, en caso de apuro, también podría encontrar metáfora posible. Nada escapa a un paladar exquisito.

En conjunto, su cuerpo es un bosque plantado de setas y trufas. Pises por donde pises, crea adicción o envenena. Es mejor observarla a distancia, con cierta perspectiva, para no perder la orientación, el equilibrio o la razón. Su cuerpo podría ser también una botella volcada sobre la cama rebosando licor. Mancha hasta las entrañas. Eso sí, puede quemar si se la aprieta con excesiva devoción.

Después de ella, solo queda la nostalgia o la destrucción, que también diría Aleixandre hablando de alguien. Pero lo de ella no tiene perdón ni vía de retorno. Vamos, que está para comérsela. Si superas la digestión, cosa bastante improbable, estás salvado, y podrías contarlo. Pero no. Se trata de vivir para ver y callar. Nadie te creería. No obstante, debo advertir a incautos: Después de ella, no hay nada.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

sábado, 11 de mayo de 2013

La ambición narrativa de Eugenio Fuentes

El protagonista de la última novela de Eugenio Fuentes, Rubén, un joven pintor, logra exponer sus primeros cuadros en el año 1936 y de inmediato vende su mejor obra, titulada Maternidad. El comprador, un tal Jerónimo de las Hoces, quema el cuadro en su presencia. El estallido de la guerra, sin embargo, precipita los acontecimientos. Desde hace casi veinte años, llevaba este escritor extremeño dándole vueltas en la cabeza a la historia que narra en Si mañana muero. Con esta obra, Fuentes se aleja, en cierto modo, de los títulos de género negro a los que nos tiene acostumbrados, pero a los que también hace un guiño en estas páginas a través de algún personaje.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Pero que nadie se confunda. No se trata de una novela histórica ni de una novela de guerra, dice él, aunque sí es cierto que la erupción de este conflicto bélico en nuestro país condicionará la acción y la actitud de sus personajes. “Más que buscar los hechos pequeños de grandes figuras, busco grandes hechos de pequeños personajes”, ha aclarado en este sentido.

De cualquier manera, una de las características propias de sus novelas es el tratamiento minucioso de los personajes. Ocurre en esta novela y ocurría en las anteriores. Todas las novelas que él ama –El Quijote, Ana Karenina, La Regenta- son novelas de personajes. Más que el argumento de lo que acontece y de su propio desenlace, él fija su atención en quienes encarnan sus propias historias. Y él mismo se esfuerza porque estos respondan a una definición muy completa, a un perfil muy concreto. Y tampoco en este sentido excluye, como es lógico, a las figuras secundarias.

Pero junto a estos personajes de la calle, anónimos y sin historia oficial, también es cierto que en por Si mañana muero desfilan otros de nombre conocido. En este sentido, al retrato del general Franco, por ejemplo, no le falta ninguna pincelada. Eugenio Fuentes escribe: “Nunca improvisó una arenga que emocionara a sus tropas o enardeciera su valor en el combate. No tuvo la claridad de Mola, ni la seca contundencia de Yagüe, ni la venenosa ironía de Queipo de Llano, ni dejó para la posteridad una frase brillante con la que ser recordado. Alejó de sí a la gente elocuente para que no se advirtiera la torpeza de su palabra, y para ocultar su mediocridad se rodeó de una áspera y sumisa corte de mediocres que tampoco encontraron las palabras adecuadas para expresar sus razones”.

Tal vez esta no sea una novela de guerra, como advierte su autor, pero sería otra historia si le faltaran el tronar de las bombas, el estruendo de los obuses, el silbido de las balas, la angustia de la trinchera, las víctimas del espanto que describe con detalles minuciosos, los fusilamientos de compañeros que debieron luchar en la misma trinchera frente a un único enemigo. También la historia de amor entre Rubén y Marta, una joven que toca la viola, sería otra si la guerra no hubiese precipitado se destino por otros barrancos.

Somos, de alguna manera, lo que fuimos. Tal vez por esta razón, Eugenio Fuentes remueve nuestro pasado, sobre todo este trozo de historia en el que las reacciones del ser humano afloran provocadas y fulminadas por las situaciones dramáticas que envuelven a los personajes y que, a su juicio, “dan pie a activar lo mejor y lo peor del ser humano”.

La novela, como alguien ha escrito, es una historia de renuncias, de supervivencia y de refugio inesperado en el arte. Porque como confiesa su protagonista de estas páginas, “es más fácil pintar la guerra que contarla”. Es lo que dice Rubén, pero su autor, sin embargo, Eugenio Fuentes, ha optado por contarla. Por contarla en tercera y en primera persona. Para dejar, en este caso, a Rubén que marre y que él mismo sea narrado. Y, por supuesto, ha optado por contarla bien. Eugenio Fuentes es un escritor de prosa fluida y sólida y, también en esta novela, como en las anteriores, su estilo depurado y su ritmo narrativo acaban por seducir al lector más hostil.

La acción transcurre en Breda, un lugar ficticio en el paisaje del norte de Extremadura, de un valor estratégico de primera magnitud para los ejércitos combatientes, porque desde allí las fuerzas republicanas están obligadas a detener el avance de las columnas golpistas que ansían unir la zona sur de la Península con la bolsa del norte.

Allí en Breda irá destinado Rubén al Servicio de Propaganda, y allí conocerá a Marta, esa joven que toca la viola, y a su compañero Marcelo. Pero allí reside también un terrateniente aficionado al arte, Jerónimo de las Hoces, que ha construido un monumental mausoleo en memoria de su esposa fallecida, y quien quemó una de sus obras en su primera exposición.

Tampoco en esta ocasión el escritor extremeño abandona a Ricardo Cupido, ese detective que ya nació como personaje en su primera novela, cuando todavía no alcanzaba a imaginar que acabaría siendo el detective de sus próximos relatos.

En sus novelas negras, Ricardo Cupido no es un detective al uso. Es un hombre equilibrado, pausado, reflexivo, poco amigo de la violencia. Al contrario que sus compañeros de profesión o de novelas, no interroga, no soborna, ni extorsiona para obtener información.

Uno de sus referentes es el padre Brown, aunque ambos tengan personalidades distintas. Cupido no comparte ideológicamente las creencias del padre Brown. Pero Eugenio Fuentes asegura que en sus novelas de género negro su protagonista huye del tópico de que un detective tenga que pegar tiros o dar mandobles, o ser un tío inteligentísimo con la intuición. Cupido es un hombre normal, quizás con cierta lucidez en la mirada. Observa el rostro de los otros e intenta comprenderles. En este sentido, sí se aleja de la figura tópica del detective.

Pero Si mañana muero no es una novela que tenga que ver con sus títulos de género negro por los que se le reconoce a Eugenio Fuentes, ni Ricardo Cupido es aquí detective todavía. El escenario es otro, la guerra civil, que servirá a su autor para situar a sus personajes al borde del abismo, en ese espacio sin límites que es el hoyo de la trinchera, el arte como arma de liberación cuando la realidad se muestra terca o vulnerable.

Pero la tensión de la historia pende, sobre todo, de un hilo a veces invisible: una prosa tallada con el mejor estilo, porque, como él dice, si a una historia no le das un tratamiento literario, no es nada. La palabra, a fin de cuentas, es el último juez y el principal protagonista de sus historias, esa herramienta que divide lo que es puro entretenimiento de aquello otro que es literatura. Eugenio Fuentes procura y consigue hacer literatura, y se esfuerza en que su estilo sea creativo y preciso al mismo tiempo.

Eugenio Fuentes nació en Montehermoso (Cáceres) en 1958. Sus novelas han merecido, entre otros galardones, el Premio Extremadura a la Creación, el IX Premio Alba/Prensa Canaria y el Premio Brigada 21. Es autor del libro de cuentos titulado Vías muertas (1997), del volumen recopilatorio de artículos periodísticos Tierras de fuentes (2010) y de los ensayos literarios La mitad de Occidente (2003), así como Literatura del dolor, poética de la bondad, publicado este mismo año.

En cualquier caso, es en la novela negra donde Eugenio Fuentes ha alcanzado un consumado prestigio y donde se le considera un renovador del género con proyección en el extranjero, gracias a su detective privado Ricardo Cupido, protagonista de novelas como El interior del bosque, La sangre de los ángeles, Las manos del pianista, Cuerpo a cuerpo y Contrarreloj, su anterior novela, publicada en 2009. Es autor también de Venas de nieve, una emocionante historia en torno a la lucha contra la fatalidad.

Este año, además de la novela Si mañana muero, publica, como ya hemos dicho, el ensayo Literatura del dolor, poética de la bondad, un ensayo en que su autor guía al lector por una trayectoria que confluye en la novela negra y en el que hace convivir a los clásicos griegos y al padre Brown, a los romanos y al Plinio de García Pavón. En definitiva, un recorrido que nace en los grandes textos clásicos y que alcanza a la novela negra como encarnación de una singular teoría sobre el dolor y la bondad.

Si mañana muero es su última novela y su obra más ambiciosa. Ambientada en los albores de la Guerra Civil, deja a un lado el género negro para construir una historia coral de pérdidas y de renuncias, de supervivencia en medio de la barbarie, y del refugio inesperado que puede proporcionar la pintura y la música, en definitiva, el arte, en mitad de la masacre.

Intervención con motivo de la presentación de la última de novela del escritor Eugenio Fuentes, 'Si mañana muero', 
en el Patio Cajasol con motivo de la celebración de la Feria del Libro de Sevilla, el día 9 de mayo de 2013.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

viernes, 10 de mayo de 2013

Ildefonso Falcones: “El sexo debe tener un papel destacado en cualquier libro”

Ha vendido más de siete millones de ejemplares de La catedral del mar y La mano de Fátima. Con la primera recibió el Premio Euskadi de Plata 2006 a la mejor novela en lengua castellana, y con la segunda el Premio Roma 2010. Ahora quiere repetir suerte con su última novela, La reina descalza, una historia de pasión ubicada en la España del siglo XVIII y contada esta vez con voces de mujer. Ildefonso Falcones es abogado y ejerce en Barcelona.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Siete millones de ejemplares vendidos de La catedral del mar y La mano de Fátima. ¿No le abruman estas cifras con lo “achuchaos” que estamos en este país?

(Ríe). Me abrumo, pero no por lo “achuchaos” que estamos. No creo que tenga nada que ver una cosa con la otra.

—En su novela retrata el Madrid y la Sevilla del siglo XVIII. Dígame cómo eran estas ciudades en 140 caracteres.

—Sevilla era ya una ciudad decadente y Madrid era una eclosión, en espera de una eclosión que, efectivamente, sucedió en el XVIII.

—Usted esboza los primeros pasos del flamenco, que ya entonces era un “cante muy hondo y sentido”.

—Por eso mismo. Yo creo que en ese momento podemos hablar de flamenco. Lo que pasa es que los flamencólogos lo definen cuando ya es un cante ortodoxo, cuando los palos son ortodoxos. Pero, para mí, ya en ese momento es flamenco.

—Dice usted que las mujeres son más representativas de la capacidad sensitiva del flamenco que los hombres. Igual los puristas se le echan en lo alto.

—Pues que se me echen en todo lo alto. Las mujeres, generalmente, son más sensitivas, más sensuales, en casi todo.

—Recrea en su novela cómo los religiosos participaron en el contrabando de tabaco. ¿La Iglesia nunca ha descansado en la historia para poder sobrevivir?

—Yo diría que más que sobrevivir. Si lo limitamos a sobrevivir, nos equivocamos. Yo diría que para vivir bien o muy bien.

—Su novela no remeda el lenguaje de la época. Solo introduce expresiones caló o de jerga. ¿Resulta imposible?

—Resulta innecesario y anacrónico. Sería una pérdida de tiempo para el lector. El lector entiende que estamos hablando del siglo XVIII pero con el lenguaje que tiene que leer en el XXI.

—Califica de genocida la persecución para erradicar a los gitanos de España que se llevó en el siglo XVIII.

—Bueno, genocidio implica el asesinato, el matarlos en ese momento. No se llegó a eso, por suerte. Con lo cual, una gran mayoría logró sobrevivir, pero aún así fue una acción, desde todo punto, execrable.

—El sexo tiene un papel destacado en sus dos últimos libros. ¿Seguro que la sombra de Gray no es alargada?

(Ríe). Hombre, el sexo tiene que tener un papel destacado en cualquier libro que trate de la pasión humana. Hay algunos que se olvidan del sexo, que lo tratan con superficialidad o que no quieren meterse. Para mí es un error.

—Ha dicho usted: “Quiero que la gente cuando lee mis libros sepa que lo leído es real”. ¿No se inventa nada?

—Lo que es ficción, sí. Lo que es histórico, no. En absoluto. Y si llegase a inventarme algo que sea importante, qué duda cabe, lo salvaría en el epílogo.

—En 1748, una mujer negra deambula por Sevilla. Atrás ha dejado un pasado de esclava en Cuba. Por primera vez sus protagonistas son mujeres.

—Sí. Porque hablando de música, hablando de cante, hablando de baile, creí que lo más sensual, lo más emotivo, era que los protagonistas fueran mujeres.

—Dice también que los lectores quieren personajes reales y no cuentos de hadas. ¿No vendría bien algo de imaginación a este momento saturado de dura realidad?

—Bueno, yo no sé si he llegado a decir eso exactamente. A los lectores les gustan los cuentos de hadas. Y son bonitos los cuentos de hadas. Yo también creo en los cuentos de hadas.

—En el libro no solo suena flamenco. También la fusión de la música negra y la gitana.

—Que a fin de cuentas es lo que da lugar al flamenco. Esa fusión de músicas: la negra, la morisca, la gitana y, evidentemente, la música nacional.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de mayo de 2013.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

jueves, 9 de mayo de 2013

Un lugar de nadie

Hoy ha despertado con una alegría impropia. Tarareaba alguna canción que no conozco y había en sus ojos un brillo diferente, un cansancio feliz, una ternura exquisita. Me dijo buenos días mecánicamente, del mismo modo que me pudo haber dicho te amo o me voy. Sin más.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La vi ausente, sola en sus disquisiciones personales, imbuida de un halo que la lleva de acá para allá sin saber con exactitud por qué hace esto y lo otro. Antes de entrar al cuarto de baño, se sienta en el salón y abre un libro de Pablo Neruda por cualquiera de sus páginas. El chileno es mi poeta de cabecera, así que sé qué está leyendo y por qué. Después mete el libro en el estante, apretujado entre otros libros que a ella no le interesan.

Hoy tarda más en asearse. Se ha perfumado, no excesivamente, pero no suele hacerlo. Tiene en el peinado hoy una alegría joven que nunca vi antes. El pelo suelto, pretendidamente desordenado. Y advierto en su piel una tersura que antes siempre estaba más apagada.

Me dice frases inconexas, sin mirarme, sabiendo dónde estoy, como si fueran órdenes o advertencias, sugerencias tal vez, posiblemente avisos o anuncios. Cuando cierra la puerta para marcharse, me ha besado desde la distancia en que la observo. Antes ha sonreído sutilmente. Un regalo innecesario. Sé que un día de estos no volverá. Y ahora ya poco importa por qué. Solamente siento que ahora la casa es muy grande. Cualquier día me voy yo también. Hay lugares que no pertenecen a nadie.

Si lo desea, puede compartir este contenido:

leer más

miércoles, 8 de mayo de 2013

Solo

Hoy ha salido a la calle sin rumbo, sin objetivo ni objeto alguno, sin predisposiciones impuestos ni cualquier otro propósito. Hoy quiere vagar por la ciudad como un pájaro descarriado, ausente a los viandantes, ajeno al bullicio de la mañana, presente y ausente al mismo tiempo en sus propios actos, verdugo y víctima de este tiempo presente que le atenaza la sangre. Quisiera estar en otra parte, vislumbrar la vida desde otro ángulo, responder cuando no hay preguntas, cerrar los ojos cuando el cielo brilla, negar la propia existencia cuando nadie acusa. En fin, ir de allá para acá, sin más. Con la certeza muda de que el posible error ya está amortizado.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

No quiere regresar al lugar de origen, ni repetir mil veces que las cosas son y serán así para siempre, ni tomar conciencia de que ya todo acabó y de que los días venideros precipitan un horizonte sin aristas y sin volumen, el perfil de un paisaje plano, como si fuera una herida abierta y sin dolor, indemne al correr del tiempo. Hoy más que nunca quisiera despertar de una pesadilla que la entiende como un mundo externo a su vida, pero que circunvala a esta como un ejército bien pertrechado con armas de destrucción masiva, son armas persuasivas que diluyen la voluntad y la esperanza. Hoy quiere andar sin nadie que lo persiga o lo acompañe.

Hoy quiere estar solo, nada más que consigo mismo, si acaso. Pero no sabe si lo conseguirá, Y ese pensamiento abstruso le perturba el ánimo, lo encapsula en un yo que desconoce y rechaza. Anda solo para encontrarse a sí mismo, y no sabe que tal vez sea tarde o no sea el momento idóneo para huir de los demás, ahora precisamente que no sabe quién es.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

martes, 7 de mayo de 2013

Tiempo de crisis

Es posible que el tiempo quepa en un reloj de arena, que se pueda contabilizar como si fuera un bien mueble o inmueble, y es probable que su labor sea ardua, como quien intenta contar las arenas del mar o del desierto. Es posible. El hombre se crece ante tales retos. Pero después, se extravía en su propia memoria, dulcifica los recuerdos que aún conserva pese al tiempo transcurrido, quizás para no desfallecer en el intento de reconocerse a sí mismo.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Nunca logra doblegar al olvido, porque el olvido está fabricado sin voluntad, sin ingredientes cuantificables, solo con esa materia que solo el tiempo logra condensar con los años en lo más hondo de nuestra alma. El tiempo, pues, es ajeno a nosotros. Viene y va, tal como una tormenta se apaga o arrasa el paisaje. Y después no deja nada, porque acaso, más allá de nuestra mirada, no haya nada, ni tan siquiera nosotros mismos estemos allá donde nuestra mirada nace.

Este tiempo de crisis, desde luego, nos lleva a esbozar pensamientos extraños y certeros, que nos gustaría enterrar allá donde el olvido habita, en ese tiempo indescifrable que nunca tuvo que llegar a existir.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

viernes, 3 de mayo de 2013

Las cenizas del tiempo

No quedó nada de aquel encuentro, como a veces no queda nada después de que el viento arrase los últimos bastiones de la memoria. Cuando volvió a encontrarla –o mejor, cuando se tropezó con ella- no la reconoció en el primer instante. Tardó tanto, que ella alcanzó a pensar que él era otro hombre y no aquél que amó como a nadie cuando era tan joven.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Suele ocurrir. El tiempo volatiliza los recuerdos, y detrás solo deja cenizas dispersas que no son de nadie y que nadie reconoce como propias. Le pareció un hombre diferente, aun siendo el mismo, pero todavía conservaba la mirada huidiza, la sonrisa perenne, las manos grandes de los abrazos olvidados, la palabra ágil, la compostura férrea.

Cuando él alcanzó a entender quién era, ella ya se había ido del pasado a un futuro que no podrían compartir. Le gustó volver a verla, pero no hubo en sus palabras ningún signo evidente de nostalgia. Era una criatura reciclada, diseñada para el tiempo que ahora se avecinaba.

No vio en él al poeta que ya nunca será, ni al seductor implacable que sus sueños desvaídos. Le dijo que se alegraba de volver a verlo, de que todo le fuera bien. Cuando le dijo adiós, supo que era para siempre. Solo le asaltó la duda de cuándo se produjo el cambio, de cuándo dejó de ser el hombre que ella había amado y, como consecuencia, cuánto tiempo estuvo enamorada de un hombre que ya no existía. Esbozó una sonrisa, porque supo ahora con toda certeza que el tiempo del ayer había fenecido, y esa sensación de libertad fortuita la llevó a otro mundo nuevo que no le desagradó en absoluto.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más

jueves, 2 de mayo de 2013

Carta

Te escribo esta carta para decirte que estoy bien, que te espero, que te seguiré esperando. No importa qué hayas hecho, ni dónde hayas estado. No me importa si te olvidaste de mí, o si me recordaste a cada instante como yo he hecho. Ya sé que pasó mucho tiempo: ocho, diez, doce, catorce años, tal vez más.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Posiblemente hayas cambiado tanto que cuando llames a mi puerta no te reconoceré, pero cuando oiga tu voz e identifique la incertidumbre de tus ojos, sé que serás la misma. Tendrás el paso de los años invadiendo tu mirada, y los labios fríos de haber sufrido en silencio, como hacías entonces. Me pedirás un vaso de vino, sin que ames el vino, solo por beber conmigo. Sabré que eres tú porque no sabrás qué decir, y me mirarás como quien descubre a alguien tanto tiempo después.

Yo estaré esperándote, como siempre estuve, sentado junto a la chimenea, escuchando las mismas canciones de Cassandra Wilson, leyendo los mismos libros que tú no querías. Me dirás que tuviste que partir. Y lo entenderé. Todos estuvimos perdidos alguna vez. Tal vez lo seguimos estando y, pese a todo, amamos la vida tal como es.

Luego me preguntarás quién es esa mujer que duerme en mi cama, y cuánto tiempo lleva ahí ocupando tu lugar. Y yo solo podré decirte que llegó cuando tú te fuiste, que me quiso, a su manera, pero me quiso, que nunca me pidió nada, salvo estar a mi lado. Y yo la dejé ahí, muda o callada, amándome, y gracias a ella hoy te puedo abrir la puerta y decirte que aun te quiero, pero también que a ella no la puedo abandonar, que no puedo hacer con ella lo que tú hiciste conmigo. Ella lo entendería pero no se lo puedo hacer. Fue buena conmigo. Y esa es una manera de querer que me a mí gusta.

Acaba el vino. Sin prisas. Cuando te vayas, cierra la puerta. Siempre te querré, pero ahora tengo que estar a su lado. Ella me quiere. Y yo la quiero. Y sé que nunca se irá como tú hiciste. Tal vez tampoco importe eso ya. Pero me he acostumbrado a ella y, además, se lo debo. Por favor, apaga la luz al salir. Y suerte.

Si lo desea, puede compartir este contenido:
leer más