lunes, 27 de mayo de 2013

El fracaso

Después de unos años benignos, ahora le toca hacer cuentas cada final de mes. Se había acostumbrado a los vinos generosos y a los restaurantes de muchas estrellas, a unas vacaciones de verano merecidas y gozosas, a un horario cómodo y un trabajo mecánico y fácil.

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La vida en familia era acogedora, los vecinos se mostraban amables en el ascensor y en la piscina de la comunidad, la mujer le sonreía cada mañana cuando abandonaba el hogar rumbo a la oficina, los niños eran pequeños y divertidos. En fin, las amantes eran varias y agradecidas. Con un sueldo nada más –generoso, eso sí- había sido capaz de edificar un paraíso de felicidad que pocas veces soñó.

No sabe cómo ocurrió, ni por qué, ni cuándo pero, cuando quiso apercibirse del vendaval, un tornado había devastado su vida. No pensó hasta ese mismo instante que tantas cosas buenas se pudieran comprar con dinero, que la esposa lo abandonara por dinero y que sus propias amantes lo cambiaran por otro por dinero.

Pensó que la vida era una mierda viviendo de esa manera y se aprestó en cuanto pudo a derivarla por otros derroteros más fructíferos. El empeño fue en vano. Supo que es fácil ser derrotado y que el triunfo es flor de un solo día, o de varios como mucho. Postergado en el fracaso, supo también que el vino barato también emborracha y que amantes las hay a cualquier precio.

Quiso llorar, pero le pareció el método menos eficaz para adaptarse a una nueva situación que compartiría con demasiados vecinos. La crisis lo había dejado lelo. El día de las elecciones, como tantos otros, votó al PP. Aún no sabe por qué lo hizo. Y ahí sigue: lamiéndose las heridas.

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