jueves, 31 de enero de 2013

De vergüenza

La vergüenza se extiende como una mancha de tinta indeleble por toda la piel de toro de este país de charanga y pandereta. Los caraduras –aceptemos la metáfora o eufemismo como un gesto de bondad o indiferencia hacia quienes no merecen gesto alguno de benevolencia- se multiplican en estas tierras como melones y sandías en verano. La mayoría, eso sí, están cucos. Pero esos precisamente son los peligrosos.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Cómo la gente que no tiene vergüenza se atreve a gestionar una crisis económica y financiera, a menguar los sueldos de los funcionarios cada vez que se rascan la ceja, a condenar al paro eterno a los desempleados, a privatizar servicios públicos que hemos pagados entre todos. Y lo dejo aquí ya para no mosquearme demasiado.

Las cuentas secretas de Bárcenas no son un escándalo, sino una vergüenza nacional. Como escribe Iñaki Gabilondo, con esos apuntes de cuaderno y otros papeles secretos enchironaron a Al Capone. Al parecer, Rajoy cobró 25.200 euros anuales durante once años. Prebendas semejantes llegaron también a los bolsillos de Cospedal, Rato, Mayor Oreja, Arenas, Acebes y Cascos. Ellos niegan estos pagos, obviamente. Faltaría más.

Independientemente de lo que digan los jueces en su día, suena a verdad una estructura financiera que, en palabras también de Gabilondo, "se parece demasiado a la mafia". Hay tanta verdad aparente en este aparato económico tan increíble y dislocado, que nadie alcanzaría a imaginarlo ni a inventarlo sin atisbos de realidad. Lo grave de este escándalo, por asombroso que nos parezca, es que huele a que es cierto. De ahí nuestra sorpresa y nuestra indignación al mismo tiempo.

Cuando los norteamericanos supieron que Bill Clinton se las traía con una becaria, no les jodió tanto el tema en sí como que su presidente les mintiera. A algunos también les jodería que la becaria no se la hubiera mamado a ellos y otros probablemente aplaudirían que su presidente echara una canita al aire. Hay de todo en este planeta verde.

Pero a mí me jode que esta gente se lleve el dinero y que luego además lo niegue. Me joden las dos cosas por igual. Y sobre todo que, después, hechas las cuentas, decidan bajarme el sueldo otra vez para aliviar la injusticia común. ¿Serán mamones? Aunque llevan razón.

Los mamados somos los ciudadanos que no nos movemos ni nos indignamos o enfurecemos por estos negocios sucios a los que ya, por cotidianos tal vez, hasta comienzan a parecernos naturales y legítimos y también comienza a molarnos que se forren delante de nuestra jeta y después se froten las narices. ¿También consumen coca?
leer más

domingo, 27 de enero de 2013

Nuria Roca: “Hay verdades que no se tienen que confesar nunca”

Nuria Roca (Montcada, Valencia, 1972) y Juan del Val (Madrid, 1970). Ella, presentadora de televisión. En 2007 publicó Sexualmente y, en 2009, Los caracoles no saben que son caracoles. Él, redactor y guionista. Ha trabajado siempre detrás de las cámaras. Matrimonio en la vida y en la literatura. Publican, después de Para Ana (de tu muerto), su segunda novela: Lo inevitable del amor. Un libro que, como reza su contraportada, es una novela de amor poco romántica.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Pregunta.- Lo inevitable del amor es amar. ¿Solamente?

Nuria Roca.- Amar es inevitable en todas sus facetas, y eso te lleva a cosas buenas, coas menos buenas y cosas maravillosas.

P.- García Márquez escribió del amor en los tiempos del cólera. ¿Cómo es el amor en tiempos de crisis?

Juan del Val.- No sé cómo es. Debería ser divertido.

P.- Una novela de amor poco o nada romántica. ¿No está la vida para muchos sentimentalismos?

N. R.- Poco romanticismo y más pragmatismo. Ahora mismo.

P.- La novela también aborda el desamor y las segundas oportunidades. ¿En el amor las segundas oportunidades no son como las rebajas de enero?

J. del V.- El amor, si es amor, nunca puede estar rebajado. Tiene que estar a alto precio.

P.- La infidelidad real y la infidelidad imaginada. Hábleme de la segunda, que me parece más perversa.

N. R.- Muchísimo más perversa y más complicada. Y más de verdad.

P.- ¿Cómo se escribe una novela a cuatro manos sin que se resienta el matrimonio?

J. del V.- En nuestra experiencia, el matrimonio, yo creo que ha mejorado.

P.- Una trama que engancha, una lectura divertida, con muertos incluidos. ¿Son esas las claves del éxito?

N. R.- Si tuviéramos las claves del éxito, estaríamos muy lejos (ríe).

P.- Este no es un libro autobiográfico, pero los personajes tienen mucho de los autores.

J. del V.- Desde luego. Para escribir hay que vivir y, cuando escribes, te entregas tanto que hay veces en que te confundes con el propio personaje.

P.- Dice su protagonista: “Yo, con los hombres de los que he sido amiga, me he acabado acostando”. ¿Suele ocurrir?

N. R.- Pues desafortunadamente no suele ocurrir tanto (ríe). Ya nos gustaría.

P.- Ustedes tratan el sexo con naturalidad. ¿Es más apasionante el sexo sin amor o al revés?

J. del V.- Yo creo que no hay que mezclar las cosas. El sexo es el sexo y el amor es el amor. A veces coinciden, pero rara vez.

P.- Cuando publicó Sexualmente, dijo: “Cada vez digo más la verdad”. Dígame aquella verdad que más le ha costado confesar o que no ha confesado.

N. R.- Yo creo que hay verdades que no se tienen que confesar nunca. Siempre te tiene que quedar algún secreto.

P.- Ella cocina en casa. Usted se las trae con los críos. Eso en el matrimonio. ¿Pero cómo se reparten los papeles para escribir una novela?

J. del V.- Pues yo tengo que sacar todo lo femenino que tengo. Y ella, todo lo masculino que tiene. Y es mucho en ambos casos.

Publicado en el diario Córdoba el 22 de enero de 2013
leer más

sábado, 26 de enero de 2013

Qué bueno es amanecer sin resaca

No vale la pena remover el pasado. Ella venía todos los días, y un día dejó de hacerlo. Desde entonces, repito el mismo ritual cada noche. Me siento a la barra en el mismo taburete. Pido un whisky sin hielo, para sentir en la garganta el escozor de la vida cuando me meto un trago generoso. Abro un periódico y otro. Solo leo los titulares. Me basta para pillar un mosqueo que no suelto hasta la mañana siguiente. La adrenalina que provoca la mala leche es magnífica para no desfallecer en el intento.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

No me gustan las noticias de este tiempo: monocordes, aburridas, desesperanzadoras, todas provenientes de las mismas fuentes. Un periodismo de mierda, vamos. Como si la misma existencia se acabara en esas manchas de tinta volandera. No me gusta el mundo tal como lo dibujan las instituciones. Seguro que otro periodismo es posible; y otra vida mejor, también.

Me gusta filosofar conmigo mismo cuando me siento en este rincón de la ciudad, a solas conmigo mismo. Hoy estuve leyendo sin pasión a Hunter S. Thompson, pero de vez en cuando vale la pena hacerlo, poner y exponer nuestras fuerzas al límite, vivir hasta la extenuación el momento. Después de todo, el destino no me fue adverso. He llevado una existencia coherente, que no es poco. Excesiva por momentos, pero siempre intentando huir del desánimo y la ansiedad, ese cáncer que extiende su metástasis en nuestro cerebro persiguiendo el punto negro de pone fin a todo. Yo me río de esas gilipolleces. Y siempre encuentro el camino de retorno o una salida posible en esta inmersión al vacío casi total.

No resulta fácil abrir la ventana cada mañana y decir me quiero quedar aquí. De vez en cuando, cuantifico los límites inimaginables del mundo. Cojo en mis manos una pelota de ping pong, y sé que contiene el espacio suficiente para que cualquiera pueda perderse. Veo esa pelota diminuta y la comparo, no sé por qué, con el mundo que habito que en nada se parece a ese otro mundo que me habita. Y no me gusta hacer cuentas inconcretas, medir la inmensidad de la tierra sin las herramientas suficientes. No deliro. No. Sencillamente, la cabeza se me va no sé adónde. Adonde ella no está.

Un día dejó de venir. Ella sabrá por qué. Cuando una mujer se pierde en la ciudad es porque ha encontrado un hombre que le mata la soledad a tiempo parcial, las horas suficientes para rendir una tregua a tantos sueños sobrevalorados. Después siempre vuelve al mismo lugar, con esa cicatriz acentuada en las manos que la aleja de estos bares de mierda donde se refugia cuando esa felicidad fraudulenta que la alimentaba caduca sin una razón concreta. Es lo mejor de la vida, pero ella no lo sabe. Que un momento glorioso es tan volátil que no hay memoria suficiente para retenerlo con cierta dosis de verdad. Después, nada queda. Acaso, la sospecha remota de que ocurrió.

Por eso los sueños son tan eficaces cuando la derrota anda próxima, cuando la noche nos deja solos y frente al espejo solo vemos el mismo rostro nuestro de siempre transmutado ya por los años, con la mirada más torpe o confundida, y con la piel más gris o desdibujada, temiendo acaso que en el cualquier momento solo veamos en el mismo espejo el espacio vacío que proyecta nuestra sombra sin nuestra presencia.

Yo sé que esta mujer cualquier día volverá, se sentará a mi lado, pedirá otro whisky, como siempre lo hizo, y me hablará a regañadientes del dolor que la consume, del viento que nunca hay y que se llevó para siempre los años no vividos, o vividos a secas, sin hielo, como se bebe el whisky en esta esquina del mundo donde yo la espero. Y sé que volverá cualquier día, y cuando levante la vista, como ahora hago, la veré entrar con sus vaqueros ajustados, sus zapatos de tacón alto, su bolso siempre distinto, su pelo hábilmente desordenado en la mirada, y se sentará a mi lado, como ahora lo hace, y preguntará te conozco de venir aquí, y yo responderé, como ahora lo hago, que siempre vengo aquí a esperarla, venga ella o no venga, y ella sonreirá, como ahora sonríe, pretendes ligar conmigo, dirá, de hecho lo dice, creo que sí, le respondo, me gustan los hombres sagaces, me dice, yo no lo soy, le digo, también me gustan los hombres como tú, esos hombres que siempre esperan y saben esperar y que, cuando llegas, ves tú en su mirada que es verdad, que esperaban, y nada más ese gesto merece una recompensa. No lo piensas así, me pregunta. Lo pienso así, por eso te esperaba. Pero la próxima vez, carajo, no te hagas tanto de rogar. Me estoy haciendo adicto al whisky por tu culpa, pero valió la pena. Ella sonríe. Mira el vaso de whisky y vuelve a sonreír. Y si dejamos de beber, dice ella, y nos vamos a alguna a otra parte, donde no haya nadie, no sé, dime tú. Pago y te digo, le digo.

Esa noche bebí poco, porque me levanté sin resaca. Ella estaba haciendo café y leyendo el periódico de ayer. Esos titulares de los que os hablaba anoche y que no me gustan nada.
leer más

martes, 22 de enero de 2013

Una mujer que existe

Tuvo una vida de calavera de la que no reniega. Excesos de alcohol, noches que no veían la luz, mujeres incondicionales, nómina jugosa, reconocimiento profesional, una proyección social que nunca buscó. A veces, como si la memoria se topara frente a él, recuerda escenas de una vida pasada que ya no le parece suya. A quienes les rodean les gusta escuchar anécdotas inverosímiles pero que ellos entienden que son ciertas o quisieran sospechar que fueron reales, porque cada cual vive su vida a su modo, y hay sanguijuelas que beben la sangre de otras vidas próximas y soñadas. Así que la concurrencia celebraba sus cuentos y reía con los trozos de su nostalgia, que troceaba en porciones discretas cual matarife disecciona la carnaza a vender.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Lo aceptamos siempre así, porque él se hacía querer de ese modo: seductor con las damas, amigo de los amigos, bebedor incombustible, fumador fortuito, amante a deshoras, confesor discreto, sensible hasta las pantorrillas y viajero que ignoraba mapas y recomendaciones de agencias turísticas. Era comensal agradecido, bailarín de poca monta, deportista de banquillo, soñador de estraperlo, alérgico a los curas, adicto al café y a la prensa de la mañana, conversador sin igual y jugador sin beneficio. Había empeñado su vida en el único afán de vivir cada día, deber y placer que cumplió a rajatabla hasta que aquella mujer se le cruzó una tarde de abril.

Sabemos poco de ella. Por sus descripciones, podríamos afirmar que es hermosa: cintura de Nellie Bly, posaderas de doble mirada o mirada fija –según cómo te pille-, altura imprecisa, abrazo de osita salvaje, mirada de oso mosqueado, osada actitud de mujer indiferente ante quienes le rodean, boca de pecado, manos frías, currículum discreto, ambiciones medidas, y una sensación de hombre desterrado que dejó en él que no se encuentra. El perfil, lo sabemos, no es preciso, y con él la policía estaría toda la vida buscando. No porque hubiera muchas, sino porque cualquiera podría dudar de su existencia. También nosotros lo haríamos si no le viéramos todas las noches con la boca babeante, el vaso lleno, las manos vacías y la mirada evangelista de descarriado por esos bares de Dios.

De vez en cuando nos habla de ella. Nosotros prestamos atención, no porque los hechos extraordinarios que narra sean falsos parcialmente o inventados, sino porque son fabulosos y ciertos, porque los describe con una naturalidad que nunca escuchamos, y en sus historias los detalles, piezas imprescindibles, dan color a escenas que nunca hubiéramos pensado que le pudiera a ocurrir a otro hombre si no fuera él. Sube o baja el tono acorde a cuanto dice y confiesa, su oratoria es precisa y clara. No obstante, entre sus palabras levanta una nebulosa de mundo irreal que fija nuestra atención y nuestra mirada en sus manos mientras apenas describen el cuerpo sinuoso de una mujer que todos sabemos que es real y que cada cual sueña a su manera.

Cada noche, cuando lo encontramos sentado a la barra, no se percata de nuestra presencia, hasta que logramos meternos, no siempre con éxito, en lo más hondo de sus sueños. De ella tampoco sabemos el nombre, ni si vive en la ciudad o la conoció en uno de sus viajes por medio mundo, ni sabemos cuál es el tinte de su pelo o el color de sus ojos, o si su piel es blanca o morocha, no sabemos. A veces jugamos a recomponer el puzle de su cuerpo, cada cual incorpora un detalle pero nunca se aprueba por unanimidad, porque el resultado es otra mujer que nadie logra identificar como la mujer de la obsesión compartida. A veces también le inventamos una biografía acorde a sus pasiones y a nuestros intereses. Entonces preguntamos a él, pero siempre alcanza a disuadirnos de que esa mujer que nosotros proponemos nada tiene que ver con aquella otra que le ha roto la vida y que lo mantiene en Babia para su suerte. El problema ya no es ese, claro. El quid de la cuestión radica en que cada noche, cuando nos vemos, y una vez que él nos ha indicado el camino a seguir, comenzamos a reconstruir la imagen de una mujer que no conocemos y que cada cual ama inevitablemente a su modo. Ahora estamos elaborando un álbum de mujeres posibles. Fotografiamos a mujeres conocidas o no, andando por la calle, mientras compran en el mercado, cuando acuden a la peluquería, también recortamos fotos de modelos de algunas revistas, y hacemos montajes entre esas mujeres reales y otras que inventamos. De todas las mujeres robot diseñadas a nuestro antojo, apenas una doce podría encajar en el perfil que él describe, pero todas, como es lógico, de forma parcial.

A la última conclusión que hemos llegado, y hoy por hoy nos parece la más lógica y aceptada por mayoría, a la luz de su testimonio y de nuestra documentación y observación, es que no existe una mujer como ella. Él siempre nos lo dice y nosotros hemos acabado convenciéndonos de que debe ser así, porque, si no, no se entiende su mirada de lelo, su vida parada en mitad de la vida, sus sueños intoxicados por el perfume de una mujer que existe y que nunca está. Y en ese delirio de hombre fastidiado también alcanzamos a ver el perfil de una pobre criatura que un día fue feliz, como cantaba Joan Manuel Serrat, y eso, a nuestro buen juicio, parece que debe ser un mal que todos deberíamos conocer y sufrir, pero no hay manera.
leer más

lunes, 21 de enero de 2013

Leopoldo Abadía: “A Merkel hay que canonizarla en vida”

Doctor ingeniero industrial, padre de 12 hijos y abuelo de 43 nietos. Publica El economista esperanzado. Manual de urgencia para salir de la crisis. Autor también del best seller La Crisis Ninja y otros misterios de la economía mundial o de ¿Qué hace una persona como tú en una crisis como esta? Leopoldo Abadía prefiere el rescate a volver a la peseta. Piensa que Merkel es la única persona con las ideas claras en Europa. Y cree que el final de la crisis se acerca.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—El final de la crisis se acerca. Deme un dato fiable.

—Que los bancos echarán dinero a la calle y que haremos un examen a fondo de las administraciones públicas en qué tiran el dinero.

—Pero ya nada será como antes.

—No. Porque creo que es muy bueno que nos hagamos mayores y que nos demos cuenta de que duros a cuatro pesetas ya no se venden.

—Usted defiende lo que llama revolución civil. ¿Me lo puede explicar en menos de lo que canta un gallo?

—Revolución civil es revolución interna, mía. O sea, que tenga criterios. Que sepa distinguir las tonterías de las no tonterías. Y que no haga caso al cantamañanas que me diga algo.

—“Esta es una crisis de decencia”. ¿Lo dice por los indecentes que se han llevado nuestro dinero?

—Sí. Lo digo por los sinvergüenzas que hay en la política, en las finanzas, en lo social, en todo.

—Usted se lo pregunta en el libro y yo se lo pregunto: ¿Cómo se globaliza la ética?

—La falta de ética es la suma de muchas faltas de ética individuales. Por tanto, la globalización de la ética exige la suma de muchas conversiones a la ética individuales.

—Le entusiasmaría pertenecer a los Estados Unidos de Europa. ¿Un sueño viable?

—Sí. En un plazo de cinco o diez años.

—“Merkel es la única persona con ideas claras que hay en Europa en estos momentos”. ¿No le parece que las tiene demasiado claras?

—No. A Merkel hay que canonizarla en vida, porque está poniendo orden en nuestro país.

—Usted propone que la banca pida perdón y restituya el dinero perdido con sus intereses. ¿Le ha hecho caso alguien?

(Ríe). Nadie.

—No éramos ricos pero vivíamos por encima de nuestras posibilidades. ¿Cuándo se rompió el sueño?

—Cuando los bancos empezaron a ir muy mal y nos cortaron el grifo al crédito.

—Ve positiva la emigración de jóvenes titulados que buscan empleo en una aldea global.

—Si viven en una aldea global, no es emigración. Van a uno de los barrios de la aldea global.

—Si hoy se hiciera el cambio de moneda de la peseta al euro, el euro valdría 257 pesetas. Tradúzcanos el dato.

—No sé. Solo se me ocurre decir: “¡Qué horror!”

—Según usted, el problema no son los funcionarios. ¿Pero por qué les hacen pagar el pato?

—Seguramente porque es más fácil echar a funcionarios que a parlamentarios, que es lo que haría falta.

—Habría que llamar a la burbuja inmobiliaria “fiesta nacional”. ¿Tanto le divierte?

—No. Tanto nos divirtió. A mí no me divierte nada.

—¿Prefiere que nos rescaten o volvería a la peseta?

—Prefiero que nos rescaten. No quiero volver a la peseta. Pero sin olvidar que el rescate es un salvavidas que hay que devolver y pagar con intereses. No es un regalo. Es un préstamo.

—¿Es todavía tiempo para la esperanza?

—Por supuesto que sí. Porque nos vamos a hacer mayores. Seguro.

Publicado en el diario Córdoba el 7 de enero de 2013
leer más

domingo, 20 de enero de 2013

Andrés Neuman: “El amor no se agarra: nos agarra”

Andrés Neuman publica Hablar solos (Alfaguara, 2012), una novela de monólogos que representan las tres formas del habla: la mental, la oral y la escrita, donde el autor viaja de la infancia al duelo, de la familia a la perversión. “Y el duelo”, dice, “sería una especie de posguerra íntima”. La historia presenta tres aventuras paralelas entrelazadas entre sí más allá de la propia estructura de la narración.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: http://diario.latercera.com

A Neuman le gusta indagar en la escritura, porque le aburriría escribir siempre el mismo libro. Y entiende la sencillez como un esfuerzo que se intenta disimular. Obtuvo el Premio Alfaguara de Novela 2009 y el Premio de la Crítica 2010 por El viajero del siglo. Traducido a once idiomas, fue seleccionado por la revista británica Granta como uno de los 22 mejores narradores jóvenes en español.

—Un escritor que reflexiona sobre el placer y el dolor, el sentimiento de culpa, la enfermedad o el sexo, ¿cuánto pone de sí mismo en el texto?

—¡Todo, menos el sexo! Una vez un amigo poeta me dijo: «Las escenas sexuales en tus libros son muy buenas. Debes de ser pésimo en la cama».

—Una novela de monólogos que representan tres formas del habla: la mental, la oral y la escrita. ¿Tal vez por los temas tratados le interesaba más la voz interior de los personajes?

—En una historia de intimidades fuertes, como era el caso de Hablar solos, me daba no sé qué imponerles mi voz a los personajes. Creo que los verdaderos conflictos siempre tienen más de un punto de vista.

—¿Esas voces interiores son el lugar donde mejor nos confesamos, donde desnudos nos sentimos más a gusto?

—A gusto desnudo se sentirá usted, ¡yo tengo más autocrítica! Hablando en serio, me interesa mucho la idea de cómo a veces, hablando con nosotros mismos, nos confesamos cosas que jamás le diríamos a nadie. Quizá leer y escribir perfeccionen ese mismo proceso.

—Dice usted que el monólogo de Lito es el que más le costó escribir. ¿Vamos dejando atrás al niño que fuimos?

—Todo lo contrario: seguimos persiguiéndolo, y esperamos alcanzarlo algún día. La ficción tiene algo de infancia que resiste. Se trata de seguir creyendo en lo imaginado, y en que lo imaginado nos explica la realidad.

—Las confesiones de Elena nos revelan el lado oscuro de las madres y de las esposas. ¿Es ella el personaje mejor logrado?

—Ella diría que sí, que por supuesto. Y yo probablemente estaría de acuerdo. Se trata del personaje que más espacio abarca en la novela, y también el más conflictivo. Y un buen personaje es, creo, la suma de sus conflictos.

—También narra el lado oscuro de los cuidadores. Usted fue cuidador. ¿Quién cuida al cuidador?

—Generalmente, nadie. El Estado no lo hace. Pero ni siquiera el propio cuidador se permite pensar en sus debilidades. El cuidador literalmente se desvive: pierde su propia vida, la atención a sí mismo. Por eso después, cuando todo ha pasado, le cuesta tanto recuperar el derecho a ser feliz. Hacia ahí se dirige la novela.

—¿El superviviente siempre se siente culpable de seguir vivo?

—Creo que es una patología casi inevitable en esa situación. Después de un bombardeo, los supervivientes sienten una mezcla de gratitud y perplejidad, de alivio por seguir ahí y de culpa por no haber muerto con los suyos. Y el duelo, para mí, sería una especie de posguerra íntima.

—Me cuesta ubicar los paisajes por los que transita Pedro, el camión en que viajan Mario y Lito. Usted los sitúa en la frontera imposible entre Latinoamérica y España.

—Me alegra que le cueste. Esa era la idea: que esos paisajes resultaran familiares y a la vez extraños. Que pudieran estar en cualquier parte y no estuvieran en ninguna. El cambión en el que viajan padre e hijo va por unas carreteras secundarias que a mí me encantaría que existieran: las que unirían las dos orillas.

—¿No le parece que Elena busca el amor en el amante más inoportuno? ¿O es que el amor hay que agarrarlo donde surja?

—Es, por supuesto, el amante más inoportuno. Y, por eso mismo, el más inevitable. El amor no se agarra: nos agarra.

—Dice usted que cada libro es una oportunidad para aprender a escribir de nuevo. ¿Le gusta indagar en la escritura o le aburre escribir siempre el mismo libro?

—Me gusta indagar en la escritura porque me aburriría escribir siempre el mismo libro. Si el estilo consiste en encontrar una fórmula y repetirla, entonces preferiría vivir sin encontrarla.

—Le gusta que la lectura de sus libros sea fácil, que el lector no se tropiece con las bambalinas de la escritura.

—Fácil, no: fluida. Lo fácil no necesita ser releído. Lo sencillo, en cambio, nos invita a regresar. Y la sencillez, usted lo sabe, es fruto de un esfuerzo que se disimula.

—Dice usted: “Los hospitales han tecnificado tanto la muerte que nos han dejado indefensos para afrontar la muerte porque la hemos echado de casa”.

—Todos agradecemos que la medicina haya progresado y salve vidas. Pero tengo la sensación de que, en el camino, no sólo hemos puesto nuestras enfermedades en manos de los expertos; sino que, sin querer, hemos terminado delegando también en ellos nuestra capacidad de afrontarlas íntimamente.

—“Vivir es una celebración, pero también un duelo”. Cara y cruz de la misma moneda.

—Y esa moneda, ay, es lo único que tenemos. Una pequeña, inmensa riqueza.

—“El duelo es morir un poco y luego resucitar al otro en la memoria”. Usted perdió a su madre no hace demasiado. ¿Logró recuperarse de aquella pérdida?

—Recuperarme, no. Aceptarla, quizá. Ahora, cuando hablo solo, converso con ella. En ese sentido, ha vuelto. La palabra genera pequeñas resurrecciones.

Publicado en el diario Córdoba el 12 de enero de 2013
leer más

viernes, 18 de enero de 2013

El Sevilla: “Es el slogan de toda la vida. A más dinero, más te quiero”

Showman, actor y cantante. Miguel Ángel Rodríguez El Sevilla ha grabado tres discos con su grupo, Los Mojinos Escozíos, y ha ofrecido 1.200 conciertos. Ahora publica su cuarto libro, titulado La ley de El Sevilla, un “tratado” irreverente y con sentido del humor sobre las relaciones de pareja. Irreverente y con sentido del humor, el autor se atreve a describir situaciones de la vida cotidiana que a nadie les son ajenas pero a las que él se acerca desde un ángulo diferente y nada serio.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Ahora publica La ley de El Sevilla, un “tratado” sobre las relaciones humanas. ¿Así andamos?

—Así andamos. Es un tratado sobre ciertas relaciones y concretamente sobre las que tienen que ver con el mundo de la pareja.

—“El dinero es directamente proporcional al cariño que se siente hacia quien lo tiene.” ¿Es el slogan de estos tiempos?

—Es el slogan de toda la vida. O sea, a más dinero, más te quiero.

—“Cuando dos medias naranjas se unen y se compran un piso, ya se encarga el banco de exprimirlas.” ¿Le inspira la realidad?

—Absolutamente. Es más. Incluso existe lo que es la cuenta naranja para ese tipo de cosas.

—Como dice, también existe la cuenta naranja. ¿Tiene fijación con los bancos o con los cítricos?

—Por muy agrio que sea un cítrico, al lado de la mala uva que se gasta en un banco, es grosella.

—“Un hombre no es romántico, lo parece.” ¿Lo suyo es romper mitos?

—Lo mío es decir la verdad y seguramente más de un hombre me partirá la cara cuando vaya por la calle.

—“Sin amor se acaba el sexo.” “Sin sexo, se acaba el amor.” ¿En qué quedamos?

—Nos quedamos sin sexo y sin amor.

—“La alta fidelidad solo existe en los equipos de música.” Me lo pone muy difícil.

—No en todos los equipos de música. Algunos ni son de alta fidelidad.

—Trece discos grabados. Cuatro libros. Cinco películas. Vamos, que hace de todo. ¿Se ve más un hombre renacentista o un máquina al estilo Terminator?

—Afinando la respuesta, me veo más como un Terminator 3.

—“El amor es ciego, cuando realmente es la causa de la ceguera.” ¿Lo ve claro?

—En este caso, no, porque me está dando el sol en la cara.

—“Si el sexo es la vida, la viagra es la resurrección.” ¿Cuándo llama a su Lázaro personal, le dice: “Levántate y anda”. ¿O bien: “Anda, levántate”?

—Últimamente, ya por las canas que le van saliendo a uno en la barba, es: “Anda, y levántate”. Incluso, por favor. Incluso, te lo ruego, te lo suplico. Incluso, no me hagas esto.

—Cada oveja con su pareja, pero teme que le toque la negra. ¿Racista a estas alturas?

—En ningún momento. Entiéndase oveja negra como la chunga del rebaño.

—Si la gente lee su libro, ¿piensa que se acostumbrará a vivir sola?

—Si ve la parte que habla de la pareja, sí. Pero si lee la parte que habla de vivir solo, probablemente no.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de enero de 2013
leer más

jueves, 17 de enero de 2013

Puede ocurrir esta noche

Viene a este bar cada noche para verla a ella. Nunca le dice nada. Porque cree en los hechizos, en el amor a primera vista, en las utopías que nunca se apagan, en la última oportunidad que nunca se pierde y tampoco se cumple. Una manera de no tirar la toalla y también un método para no sucumbir al fracaso. A él le gusta sentarse a la barra siempre en el mismo taburete. Desde ese lugar dispone de un ángulo privilegiado que abarca todo el local. De manera que, cuando llegue, será objeto de una vigilancia exhaustiva y constante.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Él observa primero sus andares: sinuosos, como si no pisara el parqué, al ritmo que mueve sus caderas, de unas medidas perfectas, piensa él. Después sube la mirada y se detiene en sus pechos, discretos y altos, piensa también. Y más tarde ausculta su mirada de pájaro enjaulado, y sus labios de inevitables sensaciones. No hay que decir que, sin más, vuelve la mirada al vaso y bebe un trago largo para apaciguar la fiebre del amor. Esta mujer tiene fuego en los ojos, le dice al camarero, que es amigo de confianza en estos trances. El camarero, que ya sabe de qué va la historia, le responde: el fuego lo tienes tú en la entrepierna y no sabes cómo apagarlo.

Ella se sienta al otro lado de la barra. El camarero se dispone a servirle otro gin tonic. Qué ginebra, pregunta. La misma que él, obviamente, le dice sin titubeos. Él siempre bebe lo mismo, dice ella. Siempre lo mismo, contesta el camarero. Y siempre se sienta en el mismo lugar, pregunta ella. Siempre en el mismo lugar. Y espera a alguien, se atreve a preguntar ella. Siempre a la misma mujer, responde el camarero. Pero yo siempre le veo solo, dice. Y a este paso le seguirá viendo solo, dice el camarero. Esa mujer nunca viene por aquí, pregunta ella. Viene todas las noches, como usted, dice el camarero. Está ahora aquí, pregunta ella. Siempre que usted está aquí, ella está también, es inevitable, responde el camarero. No me extraña, debe tener el móvil saturado de números de teléfonos de otras mujeres, dice ella. El móvil sí, dice el camarero, pero la vida no.

El camarero no insiste en detalles para no romper el embrujo que, como cada noche, se repetirá sin apenas variantes. Ella le mira sin pretenderlo. Le gusta su aire informal de donjuán extraviado, su soledad cómoda de hombre que no quiere compromisos, su aire de amante olvidadizo que mira sin ambición desde su atalaya cerrada a cal y canto. Ella bebe por él. Nunca bebió, pero ahora piensa que es buena estrategia para no sucumbir del todo a sus encantos. El problema es que al cuarto gin tonic ya no está para más avanzadillas en esta guerra sin cuartel y sin balacera. Nunca le gustaron las guerras frías, las guerras en que ambos bandos se vigilan sin tregua y sin asomo de hacer uso de sus cañones.

Ella llama al camarero, le pide otro gin tonic y le pregunta: cuántos se ha bebido ya él. Seis o siete, ya ni llevo la cuenta. Pues dile que no beba más, carajo, dice ella sin saber de dónde le salen las palabras. No sabe acaso que el alcohol y el amor son incompatibles, pregunta al camarero. No entiendo. Que cuando estás borracho no se te empina, carajo, dice ella. Siempre que bebe le gusta adornar las frases son palabras soeces, con versos incompletos de poetas que algún día leyó, le pone media sonrisa para que el miedo se le diluya por dentro y mira con descaro y ternura al mismo tiempo. Cuando él pasa a su lado para ir al baño, ella lo para con la mano en su hombro. Una pregunta, hombre solitario, le dice ella: tú follas o no follas, que la noche se acaba y a mí no me cabe ni un gin tonic más. Así que mea, paga, que te espero afuera. Y no me digas que no, le advierte, que he gastado una fortuna en ti, he perdido toda la paciencia y me he hecho adicta al alcohol. Así que vuelve pronto y borra de mí toda duda y toda deuda esta noche.

Él la mira con sorpresa y sin palabras. A ella le conmueve su aturdimiento de espía espiado. Pero sabe que a los hombres les reconfortan las palabras eficaces. Le pone la mano en la cara y acerca sus labios a su oído, y le dice: Y no te preocupes si no te levanta, que yo sé cómo hacerlo.
leer más

miércoles, 16 de enero de 2013

La vida que no merecen

Nunca pensé en matarle como ahora lo pienso. ¿Por qué?, me podrías preguntar. No sé. Son sensaciones. Vienen y van, igual que vuelve la lluvia o la calima en verano. Igual que después del día inexorablemente nos envuelve la noche. Son como latigazos eléctricos. Llegan y te nublan la vista y la razón. Es un vacío interior que no te sé describir. Es un pozo al que inevitablemente vuelcas los ojos y después el cuerpo. Te vas viendo caer sabiendo que no puedes volver atrás ni cambiar el rumbo del abismo al que te diriges. Y en el que habitarás contra tu propia voluntad.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Siempre existe la sospecha de que algo pueda cambiar el sino de las cosas, por supuesto. Yo así lo creo. Cuando estas sensaciones desaparecen, recobro una paz inusitada que me devuelve una felicidad que nunca busqué.

Pero sé bien que esta serenidad que anhelo durará poco tiempo y que la vida en cualquier otro momento me arrancará de esta habitación que amo y me empujará por jardines que desconozco y detesto y me conducirá a otras ciudades en las que no me encuentro. Y enajenado de mí buscaré el calor de una mujer que no amo y hallaré en cualquier botella la magia necesaria para combatir este rincón del alma que no me pertenece.

Nunca pensé en matar a nadie, aunque muchos que conocí merecían morir más bien pronto que tarde. Les perdoné la vida porque a veces también el castigo consiste en condenarlos a vivir. Son seres que se sienten extraviados en este mundo, son impostores de ellos mismos, sombras de sus sombras, fotocopias cuyo original un día perdieron al subir al bus o esperando en la cola de un mercado mientras observan los colores puros de las frutas y se embriagan con el olor de las especias.

Están desubicados en su laberinto interior. Y esa circunstancia les envejece pese a una juventud oxidada que reclaman sin derecho, porque no la vivieron como debieron hacerlo en su día, cuando los ojos se les iluminaban al paso de una muchacha, el corazón se les alborotaba como un pájaro enjaulado que huele el alpiste a distancia.

No merecen vivir porque tiraron la vida al primer estercolero que encontraron a su paso. Y ahora se ahogan en su propio pellejo mientras pretenden administrar una jubilación sin esperanzas que les depare un deterioro físico sin dolor y sin recatos económicos Han escenificado como nadie su paso por la tierra, han justificado sus actitudes en momentos de crisis, han elaborado un dossier de quejas para presentar a la autoridad competente que, de momento, no saben quién pueda ser.

Los años le queman en la piel como el sexo les abrasaba al primer contacto con otro cuerpo. Pero ignoran ahora qué fue de aquellas sensaciones o sentimientos que siempre fueron postergando para otro momento, ignorantes de que la juventud tiene fecha de caducidad y el amor es un ave rapaz que busca carnaza en los cielos azules en los que otros pájaros pierden la vida o la dirección que les libre del peligro acechante.

Podría matarle ahora mismo y, sin embargo, le regalo la vida como condena. Huyo de esta habitación en la que me guarezco de la lluvia y de las gentes, de todos aquellos vecinos que vigilan sin días contra mi voluntad. Ellos, que no tienen intimidad, auscultan la mía para encontrarse.

Quieren abrir mi corazón en canal para exculpar sus pecados, pecados que no cometieron, pues nunca salieron a la vida a merodear los rincones menos transitados, ni se sintieron héroes por un día de los éxitos que nunca lograron abarcar con sus propias manos. Y ahora que la vejez les rompe la esperanza, me buscan para que les rompa la vida, para que les cuente cómo me fue por aquellos caminos que ellos nunca lograron arribar, me piden, por favor, que les regale el relato de mi fortuna o que les mate para siempre porque no se merecen este regalo intransferible de la vida.

Él sobre todo me lo pide. Y yo me niego a ser verdugo de nadie y me niego a quitar la vida a quien no tuvo los cojones de vivirla con dignidad y lo dejo aquí sentado mirándose las entrañas, solo, aunque está rodeado de todos ellos y todos, solos, mirándome, me piden la clemencia que no les concedo.

Deben vivir ahora la vida que nunca merecieron, hasta que la muerte los encuentre una tarde agotados de respirar y de no ser ellos mismos. Y cuando ya no se reconozcan unos a otros, ellos mismos se devorarán como chacales. Inventarán el crimen y conocerán la muerte. Pero para entonces, yo estaré buscando tus ojos y engañando a la muerte en cualquier esquina, mientras tú me miras como siempre quise que me miraras, lejos de otros ojos que nunca tuvieron mirada.
leer más

lunes, 7 de enero de 2013

Mara Torres: “Me inventé a Fortunata para que me hiciera compañía”

Periodista y escritora. Presentadora en TVE del informativo La 2 Noticias. Finalista del Premio Planeta 2012 con la novela La vida imaginaria, una historia más imaginada que vivida. Mara Torres se inventó al personaje de su novela, Fortunata Fortuna, para no sentirse sola. El libro es, además, un homenaje a la Fortunata que creó Galdós, el personaje femenino por excelencia, dice ella. Esta historia, es cierto, es pura ficción, pero la personalidad de la autora se derrama por sus páginas.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—¿Qué hace usted con su vida cuando la persona que quiere se va? ¿Se la inventa?

—A veces no te queda otra que inventártela.

—Como decía John Lennon, ¿La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes?

—Pues mira, yo creo que la vida imaginaria es lo que pasa por tu cabeza mientras la vida real pasa.

—Ser finalista del Premio Planeta ha sido el momento más feliz de su vida. ¿Tan claro lo tenía?

—Superado por una fiesta que hice después con mis amigos para celebrar el premio, que para mí fue la verdadera entrega del Planeta, que es compartirlo con todos mis amigos.

—Las primeras treinta páginas de esta novela las tituló Los domingos de mierda. Se parece hablando a la protagonista de su novela.

(Ríe). Sí. Y si puse ese título a esas treinta páginas fue porque jamás pensé que iba a salir que yo era la autora de esa novela. Siempre soñé que lo hacía con seudónimo y que el seudónimo sería Fortunata Fortuna. Si no, no hubiera tenido narices.

—“Empecé a escribir este libro porque lo necesitaba”. Cuénteme.

—Me inventé a Fortunata Fortuna para que me hiciera compañía.

—Fortunata Fortuna es un homenaje a Galdós. ¿Tanto le inspira el maestro?

—El nombre, sí. Humilde homenaje. Tanto me inspira el personaje de Fortunata en Fortunata y Jacinta. Me parece el personaje femenino por excelencia de la literatura española.

—¿Escribe ahora literatura porque ve cómo está el patio en la profesión?

—No. Sé que la profesión está viviendo una doble crisis, pero cuando yo creé a Fortunata en 2007 las cosas parecía que no iban a ir tan mal.

—Me dirá lo que quiera, pero veo cierto parecido entre Fortunata y usted.

—Te puedo contestar con un poema de Ángel González.

—Venga.

—Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,/ y una voz cariñosa le susurró al oído:/ – ¿Por qué lloras, si todo/ en ese libro es de mentira?/ Y él / respondió:/ –Lo sé/ Pero lo que yo siento es de verdad.

—Su novela comienza así: “La vida es una mierda”. ¿No le parece demasiado lenguaraz su protagonista?

—Desde luego. Habla a casco porro. Suelta las cosas como le vienen a la cabeza, y yo soy mucho más cuidadosa con el lenguaje que ella.

—Usted dice que Fortunata es un personaje muy español, pero la comparan con Amélie o Bridge Jones.

(Ríe). Sí. Incluso a personajes que no he visto nunca. Cada uno que la compare con quien quiera.

—Cuenta noticias y ahora es la noticia. ¿Se acostumbra?

—En realidad, yo creo que la noticia es la novela y el premio, pero no yo.

—“El amor nos hace a todos iguales”. Pero, como dijera George Orwell, a unos más iguales que a otros.

—Desde luego. Ahora también nos hace a todos iguales, pero el que lo vive lo siente como extraordinario.

—Para terminar, dígame la verdad. ¿Esta es una historia vivida o imaginada?

—Las dos cosas. Más de la segunda que de la primera. Más imaginada que vivida.
leer más

domingo, 6 de enero de 2013

Lorenzo Silva: “El franquismo desvirtuó la imagen de la Guardia Civil”

Autor de obras tan conocidas como La flaqueza del bolchevique o El alquimista impaciente (Premio Nadal 2000), ha obtenido con la novela La marca del meridiano el Premio Planeta 2012. Para Lorenzo Silva, el guardia civil es un personaje literario pero, curiosamente, poco usual en la narrativa española. Y el instituto armado es una fuente de información impresionante para poder documentarse el escritor a la hora de crear la trama de una novela policiaca. Él lo dice más o menos así.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—La trama de su novela transcurre entre Madrid y Barcelona, dos ciudades divididas por el meridiano cero. ¿No me diga que le inspira la actualidad?

—Sí. Por supuesto. Lo que pasa es que la actualidad, por mi parte, es muy cambiante y, por otra parte, hay muchas cosas que no cambian nunca. Y la relación de Cataluña con España es una de ellas.

—“Mi novela está llena de policías corruptos”. ¿No le vale con los banqueros y los empresarios que nos han empobrecido?

—Precisamente abordo la corrupción a través de los que creo que menos se corrompen.

—Usted reivindica a los guardias civiles como personajes literarios. ¿Qué le seduce el instituto armado?

—El carisma, el carácter y la historia.

—La Guardia Civil lleva más de 168 años investigando crímenes. ¿Es la mejor fuente de información para escribir una novela policiaca?

—En España al menos debería ser la opción más natural.

—Los protagonistas de su novela se ven obligados a conducir coches que confiscan a delincuentes. ¿Tan mal está la cosa?

—No es la primera vez, pero hubo una época en que tenían otros coches. Hemos retrocedido.

—¿La Guardia Civil ha recuperado su imagen manchada por el franquismo?

—El franquismo hizo algo más que manchar la imagen. La reprogramó y la desvirtuó.

—Por las páginas de su novela también se asoma el fin de ETA. ¿No le atrae el tema para escribir una novela?

—Sí. Cuando le pasen un buldog zerg por encima de las armas que les quedan.

—¿En las últimas manifestaciones la policía se ha excedido o los ciudadanos comienzan a inquietarse?

—A lo mejor te vale también al revés. Algunos ciudadanos se exceden y algunos policías se han inquietado. Estoy de acuerdo pero también en lo otro.

—Algunos de sus personajes cruzan el meridiano de la ética. ¿Hay salida después?

—Hay retorno cuando uno no se deja el alma.

—Madrileño casado con catalana. Con casa en Madrid y en Barcelona. ¿Es esa la solución para este país?

—Por lo menos entre nosotros funciona.

—Ha creado su propio sello editorial, Playa de Ákaba. ¿Tantos escritores sin editor hay en este país?

—Muchos y muy buenos. Y por eso merece la pena buscarlos.

—“No escribo historias para premios”. ¿Lo sabía Lara, su editor?

—Siempre que he hablado con alguien de algún premio, lo he dejado bien claro. Yo primero escribo el libro. Luego, ya después, me planteo qué pasa con él.

—“Hasta los criminales tienen su código ético”. Le encuentro muy comprensivo.

—Lo tienen. Lo que no quiere decir es que yo lo comparta.

Publicado en el diario Córdoba el 28 de diciembre de 2012
leer más

sábado, 5 de enero de 2013

La verdadera historia de los Reyes Magos

Hace unos años, Juan Goytisolo escribió –con sorna, por supuesto- que al menos uno de los tres Reyes Magos era andaluz. Se ve que algún asesor –de esos que leen en las instituciones, que no son muchos- descubrió el artículo del escritor catalán e inmediatamente advirtió al Papa del gran descubrimiento. Seguramente, Benedicto XVI lo leyó con sorpresa y entusiasmo, y dijo: “Esta es la mía”.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

En el Vaticano, en los últimos años, se sorprenden por cualquier cosa, y como estos tiempos son de cambios profundos, en la Plaza de San Pedro han aprovechado para maquillar un tanto la historia que más nos gustaba. Comenzaron diciendo que el cielo existía, pero que no sabían muy dónde se ubicaba. Siguieron con el limbo, advirtiendo que nunca existió, y que allí no vivía nadie. Y ahora le ha tocado el turno al portal de Belén, que era la única construcción de leyenda que creíamos se había levantado y urbanizado conforme a la ley entonces vigente y sin que circulara un maletín de billetes usados de por medio. Pero se ve que tampoco.

Ahora ha llegado Benedicto XI, con su libro sobre la infancia de Jesús, a destrozar uno de los pocos sueños que creíamos a salvo de esta crisis que todo lo espolea. Al parecer, el Papa asegura que el verdadero origen de los Reyes Magos no es Oriente sino Huelva, es decir, Tartessos, cuya capital se llamó Tarsis, una región que los historiadores sitúan en algún punto indefinido de Andalucía que tampoco excluye a Cádiz o a Sevilla.

Según fuentes bien informadas del Vaticano, el Papa tomó como referencia los Libros de los Salmos y el Libro de Isaías, porque allí se alude a Tarsis como el origen natural de los Reyes Magos. Pero quienes leemos periódicos, sabemos que en realidad fue Juan Goytisolo quien dio la pista al gobierno en la tierra de nuestro Creador.

Lo que no dice el Papa es que el primer texto histórico que hace referencia a los Reyes Magos es el evangelio de Mateo, quien narra que fueron unos magos, que no recuerda de dónde habían salido, y que no eran no eran tres ni eran reyes, sino magos a secas, que no es poco, los que vinieron a adorar a Jesús de tierras remotas.

La historia de las Sagradas Escrituras se parece mucho a las investigaciones llevadas a cabo sobre el bandolerismo en Andalucía, que hablan de una banda que trabajaba en la sartén de Andalucía conocida como Los Siete Niños de Écija, que si bien ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija. Pues con los Reyes Magos, igual.

Desde luego, es el único acontecimiento destruido en 2013 en el que la mano de Rajoy no aparece por ninguna parte (de momento). Pero lo que no entiendo es que la autoridad católica la tome también con la mula y el buey, además de con la estrella, que fue una supernova, se informa. Como dice un buen amigo mío, qué necesidad habrá de cambiar la historia en estos momentos, si los Reyes Magos es probablemente una de esas pequeñas mentiras piadosas en las que todavía quisiéramos creer. En lo que sí se parecen los Reyes Magos de todos los tiempos es que los regalos de esa noche y otros estragos de esta era acaban pagándolos siempre los padres, aunque sean pensionistas.
leer más

viernes, 4 de enero de 2013

Mujeres de mi vida

Fueron llegando a mi vida sin orden y con concierto. Cada una traía su propia música y al marcharse dejaban el estribillo de su canción grabado para siempre en mi memoria. Algunas cantaban éxitos vulgares de cualquier verano. Otras se vestían de profundidad y conocimiento y hacían de las noches frías de diciembre un conservatorio de horario estricto y nivel sobresaliente. Alguna otra interpretaba la melodía como Dios le daba a entender, volteaba las letras sin ton ni son con el objetivo intransferible de confesar su propia vida, deceleraba los ritmos impuestos por la melancolía y acababa imponiendo un popurrí indigesto que no se curaba con ninguna agua tónica. Se metían en mi vida sin previo aviso.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Cuando me quise dar cuenta, habían llenado los armarios con sus ropas y sus sombreros y sus paraguas, y los muebles del cuarto de baño estaban atestados de secadores de pelo y braguitas minúsculas, de botecitos de cremas hidratantes y cepillos de dientes de distintos colores y tamaños. Llenaban el frigorífico de verduras frescas y frutas de olores vivos, y nunca sucumbieron a la tentación de compartir mis latas de conservas, mis botellas de bebidas espirituosas ni mis libros de mesita de noche. Al contrario, me invitaban a compartir sus lecturas y sus bebidas sin gas y sin alcohol y el gimnasio de un horario nada sugerente. Se quedaban poco tiempo en mi vida porque me cansaba de ingerir ensaladas de quesos varios y leer libros absurdos y manuales de autoayuda que no tenían nada en común con la literatura de mis desvaríos.

Al principio me querían como era, me admiraban por lo que representaba, y morían por mis ocurrencias inoportunas en el momento y lugar oportunos. Pero al cabo de varias semanas intentaban sin éxito reducir el tamaño indecente de mi estómago, cambiaban los muebles de lugar sin tener en cuenta mi opinión ni mi concepto estético del lugar ni ningún otro concepto estético que no mancillara la mirada con tan sólo mirar de soslayo, reducían mi biblioteca a una docena de libros ya leídos de autores conocidos, alteraban mis horarios desordenados, reducían mis visitas a los bares, buscaban en la rebajas camisas alegres y de diseño más acorde con mi nuevo estado anímico, elegían los vinos que bebía –más económicos de precio, por supuesto-, respondían a mis llamadas telefónicas, concertaban mis citas con el exterior como si el mundo fuese un océano insondable cuyo organigrama sólo ellas alteraban a su antojo. Uno se acostumbra a todo. Qué duda cabe. Pero un día entras en tu casa con dos copas de más y no reconoces las paredes ni los muebles ni la cama, ni los cedés amontonados en cualquier rincón y hueles un perfume que ya no te parece nuevo. No dices nada, porque no puedes decir nada. Ella, sin embargo, te ve ya una cicatriz en la mirada, pero sólo acierta a decir: “Siempre bebiendo con los amigos”. No has bebido con los amigos. Has bebido solo en el bar de abajo, esperando que ella regrese de los grandes almacenes, de la consulta del ginecólogo, de tomar café con alguno de sus ex novios o de contar con detalles minuciosos tu vida a las amigas. Qué más da.

Cualquiera de estos días ya no te pregunta si eres feliz, porque consideran que el esfuerzo realizado hasta el momento es patrimonio más que suficiente para amortizar cualquier duda o deuda al respecto. Cuando vuelves del trabajo ya no te besa, porque anda enmarañada con menesteres de más clara urgencia. Sin abandonar sus tareas, te describe tu futuro más inmediato. Ella no te obliga a que la acompañes, aunque le gustaría que tú también la ayudaras a elegir el traje para la boda de su prima. No obstante, te entiende y te perdona, incluso te incita a que la esperes en la cafetería más próxima mientras ves el partido de fútbol, aunque ella sabe que a ti el fútbol no te va. No importa, tú te vas a ver el fútbol.

Llega otro día en que ya te has acostumbrado a ver el fútbol, ese exilio obligado al que ningún hombre emparentado con sentido común renuncia. Y entonces descubres el encanto de la soledad obligada que siempre anhelaste pero también la paz reconfortante que cada vez más necesitas para sobrevivir a los estragos de la vida diaria. Ya no te importa que regrese más tarde, porque no la esperas. Acaso ella tampoco tiene prisa por volver. No importa, porque ambos ya viven una vida que se bifurca en múltiples senderos. ¿Cuándo llega el último día? ¿Quién pone punto final a ese libro cerrado? ¿Quién dice la última palabra cuando ya el diálogo se ha roto mucho tiempo atrás? Poco importa, porque afuera la primavera amenaza con días luminosos y con la sospecha creciente de que la vida todavía no toca a su fin.

Un día desaparecen de tu vida como el rocío cuando calienta el sol. Dicen adiós por propia voluntad, después de haberlo meditado mucho tiempo. Buscan el momento oportuno, pero ellas no saben que tú se lo ofreces sin recato. Se despiden sin nostalgia y con una expresión de falsa tristeza que han aprendido a dibujar durante muchas noches. Se van para olvidarte sin saber que nunca lo lograrán, porque afuera les espera una vida fácil que buscan y que en el fondo también desprecian, como desprecian sus propias vidas inválidas y recurrentes. Tú las besas por educación, por respeto, también con amor, y les prometes que no las olvidarás, aún cuando ellas sospechan que ya las has olvidado. Se metieron en tu vida por cualquier razón ajena al entendimiento y a la pasión. Ellas saben que todo acabó y que nunca más nos tropezaremos con los zapatos en el asfalto. No son finales tristes, sino definitivos. No hay palabras, porque nunca las hubo entonces. Tampoco hay reproches, porque el aire estancado ahoga cualquier mirada. Ese día se van para nunca más volver, con la sensación insalubre de los días equivocados.

Otras mujeres van de paso por tu vida. Vuelven y se van sin anuncio previo. Un día te llaman y gastan contigo todas las horas de ese fin de semana. Y después desaparecen. Sabes que otro día te llamarán y te inundarán la cabeza de recuerdos portentosos. Nunca prometen nada que no puedan cumplir ni sabes, cuando despiertes, si tendrás una carta de despedida sobre la cama. La letra tiene trazo seguro. Es decir, la habían escrito y pensado con antelación y ahora te la dejan sobre la sábana húmeda en la que su olor todavía está caliente. Tú sonríes porque sabes que es así y siempre será así. Son historias eternas pero con intermitencias ineludibles y ausencias graves. Ellas siempre vienen cargadas de regalos y de libros, de botellas de vino, con pedazos de su vida deshecha y a veces rota. Vienen dispuestas a que las reconfortes y de paso también te reconfortan. Cómo no. Traen las ganas de vivir a flor de piel, pero en la mirada ya se les adivina unas leves arrugas que no logras identificar con los años, sino con la tristeza. Portan cada vez más una melancolía liviana que las hace atractivas y seductoras. No hablan con palabras de doble filo, pero lo hacen con palabras que hieren, con palabras que no esconden aristas, más bien vivencias, fracasos, amores descarriados y siempre, eso sí, esa infinita inclinación que las empuja sin titubeos a la búsqueda furtiva de la felicidad.

Algunas de ellas están casadas o felizmente casadas, o viven con algún hombre que les hace la existencia más llevadera y conciliadora. Atesoran una vida ordenada, un equilibrio interior envidiable e ineludible. Utilizan el sentido común con la misma destreza con que el matarife agarra el cuchillo del sacrificio. De vez en cuando, sin embargo, miran por la ventana y ven pasar simétricamente los días que anhelan y se les escapan, atropellados como si fueran una tira cómica, con la confianza apagada de que no los pueden agarrar ni detener, y entonces les inunda la sensación profunda de haber equivocado sus vidas y se van del hogar buscando las sensaciones perdidas y es ahí cuando te buscan, cuando vienen a compartir el tiempo que dejaron quemar sin esperanza, vienen decididas a no formular preguntas sin respuestas sino a resolverlas mientras beben con silencios densos y esquivos que dicen más de ellas que sus inevitables confesiones cuando la madrugada te las pone entre los brazos como si ahí hubiesen deseado estar desde el mismo día en que las conociste.

Traen la ternura aprendida como una herramienta imprescindible en ese exilio interior del que huyen sin éxito pero cuyo éxodo fuerzan ya sin aliento. Mientras tanto, te buscan, sabes que tú no eres el hombre definitivo sino una parada de postas en un camino sin destino, posiblemente sin dirección alguna. Tú vives sin esperar nada a cambio porque sabes que la vida deja muchos heridos a su paso, intentando ser feliz a tu manera. A veces, cierras la puerta de la casa y también tú huyes a cualquier lugar del mundo donde alguien te espera para compartir esta existencia fugaz. Ella tiene allí una habitación reconfortante y cerrada al ruido exterior. Te ha esperado durante meses o años, porque en su interior sabe que volverías y porque, de alguna manera, vuelvas o no, no encuentra otra fórmula para hacer viables los días de invierno y las noches de verano. Sabe que un día te irás, y siempre queda la duda de un regreso posible, pero en esa espera hay mucha más felicidad condensada que en otras muchas vidas movidas por la monotonía y el desprecio a la persona a la que ya no aman o tal vez nunca amaron y con la que viven una vida deshecha.

Cuando vuelves, coges el teléfono, alguien te ha echado de menos estos días y tú ahí reconoces el abrazo que todavía no has recibido y eres feliz de esa manera fugaz y perversa que es tratar de robar minutos a cada hora, porque cada hora es definitiva y efímera como el fuego que ofrece un fósforo o como la existencia imposible de esa piedra de hielo que tiras a la acera cualquier tarde de estío. Vuelves a tu casa porque aquí escondes un lugar acogedor donde desprenderte de la tristeza que ellas te inoculan en las venas cuando están a tu lado, porque vienen no a romper o saltar las alambradas del hastío, sino a hacerte cómplice de una tristeza compacta que se les ha adherido a la piel, como si fuese otra piel sobre su propia piel, como si para reconocerlas tuvieras que romperla o atravesarla como si fuera una máscara y desposeerlas de un pasado escurridizo que les volatiliza la belleza natural de sus gestos y las convierte en criaturas siamesas de ellas mismas. Son como sombras, van adonde ellas van y se nutren de sus propias vivencias y las agarran y zarandean como si pretendieran transmutarles los deseos y la desdicha de sentirse vacías y viscosas como huevos de serpiente. Y es ahí cuando arrancan a llorar con un llanto sordo y eficaz, porque saben que tú las escuchas y las comprendes, aunque también adivinan que no te interesa su angustia, porque es antigua y oscura, y no ayuda a recomponer las oportunidades huecas ni los desafíos desatinados.

Te abrazan y te besan, por supuesto, y duermen a tu lado con una serenidad que compadeces y un cansancio remoto de pensar que tú ya estás al otro lado de la mampara componiendo el protocolo de otra aventura furtiva donde la tristeza no ocupe toda la superficie de la mesa y donde las posibilidades de mirar de frente al destino no necesiten de ningún manual de autoayuda ni de otros versos que no escapen a sus ojos y a sus ambiciones.

Siempre quedan, claro está, los amores de una sola noche, aquellas mujeres que te buscaron para volcar sobre ti todas las frustraciones acumuladas en toda una vida, pero que también encontraron en ti el colchón donde no les hubiera importado acomodarse para siempre, aun sabiendo que ese sueño era una ecuación irresoluble, porque no había nada en común entre esos dos seres descarriados que se buscan para apagar con aliento recíproco, en las últimas horas de la noche, las obligadas ensoñaciones que ofrecen como recaudo los excesos etílicos. Queda más tarde una sensación agridulce de no haber resuelto nada, sino simplemente la conciencia de una soledad encubierta que ambos alimentamos con mimo y desvergüenza en la resaca posterior a toda fiebre siniestra.

Después vienen, eso sí, los días monótonos, los días hieráticos, la ambición soterrada de que será el último intento fallido por esconder las armas en cualquier batalla que no es la que buscamos. Pero la historia siempre se repite con ese mecanismo perfecto de reloj cuya aguja gira inexorablemente sobre el mismo eje a fin de repetir las mismas horas y andar el mismo itinerario, aunque, ya lo sabes, el tiempo no es el mismo, si bien es la misma aguja que gira sobre la misma superficie y señala la misma hora. Pero el tiempo es otro, y la mujer es otra, pero trae la misma tristeza incólume como si fuera una prenda recién planchada que te ofrece como si fueses el primer amante a quien se la ofrece. Y tal vez sea así, porque en cada entrega hay un principio y unos nuevos propósitos. Incluso su tristeza parece nueva, pero no lo es. La has reconocido en ella y también en otras mujeres que miran con la misma ternura de yeguas olvidadas y dan con su piel un paraíso ya descubierto pero deshabitado y frío, que necesita calor y dedicación, que necesita aislarlo de otras humedades y de otras dudas atrincheradas en el software de su conciencia.

Tienen estas mujeres la necesidad consolidada y la responsabilidad íntima de pedirte otra noche a tu lado, aun cuando saben que ésta o la otra serán la última, porque somos ambos dos criaturas solitarias que vagan por la ciudad sin rumbo y que se esconden en la noche acechando otra alma gemela que las distraiga de los trasiegos de la existencia y de los pormenores de sus obligaciones mínimas. Tienen estas mujeres una mirada profunda pero también lejana, difícil de encontrar si las buscas con ahínco, porque tampoco ellas se ven si se miran al espejo. Eso sí, perciben un vacío en el globo ocular que no saben si es producto de la vista cansada, o de la vida cansada, o del cansancio de vivir sin encontrarse en el espejo cuando se miran o después cuando cierran los ojos e intentan huir de los sueños advenedizos que les dicen quiénes son y que después olvidan con la primera ducha torrencial que cae sobre su piel como el linimento del olvido que las cubre por otra jornada en la que apagan de nuevo su vida.

Te abrazan con violencia descontrolada que pretenden emular con la pasión pero que más se parece a la melancolía propia de una hembra destrozada. Y su dulzura tiene brumos acumulados en la piel con los que tus dedos tropiezan e impiden que las retengas por más tiempo, como si hubiesen nacido para ser libres pero quisieran quedarse asimismo adormecidas sobre tu pecho, acurrucadas al calor que no tienen y buscan cada noche en cualquier cama, como si no les importara llenar esta u otra habitación, o posiblemente saben a ciencia cierta qué habitación abandonaron un día contra sus propios pronósticos pensando que todas las habitaciones son iguales y todas las camas tienen el mismo calor soñado de aquellos días en que fueron felices.

No les importa engañarse y engañarte, porque saben sobre todo que la vida cabe en una película de Hollywood o en una novela romántica o en un viaje que se consumió con la misma premura con la que se toma un desayuno. Y de esa brevedad malinterpretada e indigesta se nutren a diario para no morir del todo cada noche cuando te encuentran bebiendo en los bares, buscando los ojos que ahora te miran y que sabes que pronto o tarde te mirarían con el objeto primero de arrebatarte una sola noche en mitad de este inmenso y desordenado almacén que es la pura y puñetera existencia.

Hoy esta mujer trae la belleza nueva del último intento, la necesidad de robarle al desengaño todas las migajas de desprecio que conserva desde entonces, desde aquel día gris en que se desdobló su vida por senderos irreconciliables. Te aman con ese amor volátil de quien no cree en el amor, ni falta que les hace, porque ya han aprendido de los efectos narcóticos de los sentimientos y de los intentos múltiples que abocan en el desengaño. En fin, no es ahora el lugar ni el momento de transgredir esta felicidad esporádica que ofrece el encuentro, porque sobre todo saben que de estos momentos está construido el puzle de su felicidad.

En cualquier caso, siempre quedan los amores verdaderos y las mujeres auténticas. No siempre te acompañan cuando la vida se hace difícil o te extravías entre sueños ajenos que no buscas, pero tú sabes que están ahí, presentes como el aire, aunque no las ves, pero las sientes como si fueran tu propia sombra. Un día se acomodaron en tu corazón con la pretensión de no huir jamás, porque hay destinos ineludibles y obligados. Se sentaron a un lado de tu vida, siempre esperando, vigías de sueños ensordecedores que te arrastraban a un vacío inescrutable. Siempre estaban allí donde no las buscabas y donde nunca sospechaste que te pudieran esperar, dotadas de una paciencia sin brechas, con media sonrisa de complicidad que siempre aceptabas, con una serenidad que a veces extraviabas en los bolsillos del pantalón entre klínex y monedas sueltas y papeles con anotaciones y llaves que no abrían ninguna puerta.

Fueras adonde fueras te seguían sin preguntas, porque sólo les interesaba estar a tu lado, en cualquier rincón del mundo porque tú eras su mundo y, a fin de cuentas, el entorno lo transformaban ellas a su antojo, y tú las dejabas, pintaban los paisajes con colores cálidos y alargaban los días como si soplaran un globo de chicle en el que cabe la vida condensada. Después te llenaban el vaso de vino y te lo daban a beber en sus labios, y te susurraban palabras que no debes repetir por pudor y que nunca se borran de la memoria. Y nunca se cansaban de ir contigo a la ducha o a la cama, de sentarse contigo a la barra de cualquier bar y de leer contigo los mismos libros cuando las noches se prolongan con éxito más allá de toda especulación. Te aman sin advertencias y sin compromisos, sin tarjetas de crédito y sin horarios, sin números clave y sin números de la suerte, porque cuando te abrazan a cualquier hora se lo juegan todo, porque no pretenden ganar ni perder, sino jugar, nada más que compartir contigo la mirada del mundo.

No saben cómo te encontraron. Generalmente, hay un momento fugaz que transforma e ilumina sus vidas para siempre. Te dicen que te aman con palabras que no esconden aristas, generosas en adjetivos y en noches que nunca olvidan y que tú tampoco alcanzas a olvidar, ni pretendes hacerlo, por supuesto. Te ofrecen una complicidad compacta como una olla de acero, como un contrato blindado, como un río cuyos límites los ojos no alcanzan a definir. Más allá, en el horizonte, siempre te esperan, sentadas a la sombra de un árbol que sobrevive al cambio climático, a las tertulias radiofónicas, a los vendavales falsos de la actualidad. Traen un silencio frágil en sus manos que necesitas y que te ofrecen sin nada a cambio, no como si fuera una mercancía, sino como un regalo desinteresado que ya esperabas. Te ofrecen su vida sin aditivos, sin especias, sin especulaciones, sin alfombras, sin protocolos, sin intereses bancarios, sin crisis financieras, sin dudas, sin teatro, sin fechas, porque traen todo el tiempo del mundo para que te lo bebas de un solo trago.

Y tú, sin lugar a dudas, bebes con ellas hasta que la madrugada se rompe como un vaso cuando estalla a tus pies, y es ahí ya cuando las palabras han cumplido su función primera y ahora abren paso a dos cuerpos que se buscaron desde mucho tiempo atrás y que siempre que se encuentran se reconocen con una necesidad que alivia nuestra existencia y reconforta como el chocolate caliente o como la luz del sol después de una prolongada tempestad. Es aquí donde descubres todas las posibilidades de la tristeza, donde quisieras estar cuando ya se han ido, donde siempre vuelves para no vagar sin rumbo por las aceras de cualquier ciudad que desconoces. Es aquí y ahora donde te quieres quedar, lejos del ruido de las calles que ignoras y de otros ojos que te buscan y que rehúyes.

Quieres quedarte para siempre mirando sus ojos y oliendo su piel, tendido mientras ella te inventa y te descubre con sus dedos, sin prisas y convencida de que no quiere otro paisaje que esta habitación donde no tienen cabida la tristeza ni la sospecha remota de que el tiempo pueda tener bordes como las mesas, cerraduras como las puertas, orillas como los ríos, olvido como los hombres. Sabes que ella conoce todas las posibilidades que ofrece la tristeza, por eso la tritura como si fuese una fruta y la tira al aire para que se esparza por la tierra y la tierra la engulla y se pierda para siempre. Y así lo hace, sin palabras, midiendo un momento eterno que la memoria nunca logrará doblegar ni confundir.

Estas mujeres son bellas como los sueños que buscas y se volatilizan cuando nace el día, pero sólo tú sabes que algunos sueños se pueden atrapar con las manos y degustar con el paladar y recordar para olvidar a aquellas otras mujeres advenedizas que un día se metieron en tu vida por cualquier razón que desconoces y que ahora ríen y aman con tristeza.
leer más