jueves, 31 de enero de 2013

De vergüenza

La vergüenza se extiende como una mancha de tinta indeleble por toda la piel de toro de este país de charanga y pandereta. Los caraduras –aceptemos la metáfora o eufemismo como un gesto de bondad o indiferencia hacia quienes no merecen gesto alguno de benevolencia- se multiplican en estas tierras como melones y sandías en verano. La mayoría, eso sí, están cucos. Pero esos precisamente son los peligrosos.

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Cómo la gente que no tiene vergüenza se atreve a gestionar una crisis económica y financiera, a menguar los sueldos de los funcionarios cada vez que se rascan la ceja, a condenar al paro eterno a los desempleados, a privatizar servicios públicos que hemos pagados entre todos. Y lo dejo aquí ya para no mosquearme demasiado.

Las cuentas secretas de Bárcenas no son un escándalo, sino una vergüenza nacional. Como escribe Iñaki Gabilondo, con esos apuntes de cuaderno y otros papeles secretos enchironaron a Al Capone. Al parecer, Rajoy cobró 25.200 euros anuales durante once años. Prebendas semejantes llegaron también a los bolsillos de Cospedal, Rato, Mayor Oreja, Arenas, Acebes y Cascos. Ellos niegan estos pagos, obviamente. Faltaría más.

Independientemente de lo que digan los jueces en su día, suena a verdad una estructura financiera que, en palabras también de Gabilondo, "se parece demasiado a la mafia". Hay tanta verdad aparente en este aparato económico tan increíble y dislocado, que nadie alcanzaría a imaginarlo ni a inventarlo sin atisbos de realidad. Lo grave de este escándalo, por asombroso que nos parezca, es que huele a que es cierto. De ahí nuestra sorpresa y nuestra indignación al mismo tiempo.

Cuando los norteamericanos supieron que Bill Clinton se las traía con una becaria, no les jodió tanto el tema en sí como que su presidente les mintiera. A algunos también les jodería que la becaria no se la hubiera mamado a ellos y otros probablemente aplaudirían que su presidente echara una canita al aire. Hay de todo en este planeta verde.

Pero a mí me jode que esta gente se lleve el dinero y que luego además lo niegue. Me joden las dos cosas por igual. Y sobre todo que, después, hechas las cuentas, decidan bajarme el sueldo otra vez para aliviar la injusticia común. ¿Serán mamones? Aunque llevan razón.

Los mamados somos los ciudadanos que no nos movemos ni nos indignamos o enfurecemos por estos negocios sucios a los que ya, por cotidianos tal vez, hasta comienzan a parecernos naturales y legítimos y también comienza a molarnos que se forren delante de nuestra jeta y después se froten las narices. ¿También consumen coca?

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