jueves, 28 de febrero de 2013

Un oficio que se nos va

La crisis financiera y económica que nos ahoga –hay quien la denomina estafa- ha dilapidado de un solo golpe certero y efectivo una profesión con dos siglos de historia que ha escrito con desaciertos y efectividad la historia de la humanidad que como nunca, hasta ahora, se había hecho.

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Los primeros sorprendidos ante esta hecatombe, por absurdo que parezca, han sido los propios periodistas. Hay quien se pregunta todavía cómo pudo ocurrir y cómo hemos dejado que nos arrebaten un derecho –el derecho de informar-. Que no solo era nuestro patrimonio, sino el patrimonio de todos los ciudadanos. Pero no nos debería sorprender.

Durante todo el siglo XX hemos andado litigando de qué va esto del periodismo, si es profesión u oficio, y si merece el título de egresado universitario. Aún resisten, pese al paso del tiempo, las asociaciones de la prensa, que habían nacido como herramientas de beneficencia para echar una mano a un puñado de locos que morían de hambre pero que cada mañana nos traducían el diagnóstico de nuestra vida más actual y nos cotejaban un futuro difícil de dibujar en los manuales de historia que todavía no estaban escritos.

Los colegios profesionales aún no están consolidados, en algunas comunidades autónomas españolas ni se han creado, y su paraguas protector parece hoy tan frágil que cualquier viento sinuoso que puede tumbar de un soplo el tenderete que durante tantos años habíamos soñado como salvaguarda de una utopía ya desdibujada.

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lunes, 25 de febrero de 2013

Andalucía y el debate territorial

Nunca antes, hasta la semana pasada, todos los grupos parlamentarios, salvo el mayoritario, habían coincidido en plantear en el debate sobre el estado de la nación la necesidad de introducir cambios en la Constitución, aunque los objetivos de los partidos no sean coincidentes. El presidente del Gobierno, sin embargo, se apoyó en la necesidad de la estabilidad parlamentaria para bloquear el paso a todas las peticiones de reforma constitucional.

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El portavoz del PP, Alfonso Alonso, ironizó con el hecho de que estas propuestas de los diferentes grupos marchen en sentidos contrarios: “Unos para federalizar España, otros para refundarla y algunos directamente para disolverla”.

De cualquier manera, más allá de cualquier otro argumento y de este serio sentido del humor, el debate está y seguirá estando abierto. De hecho, mañana mismo el PSOE someterá a votación su propuesta de Estado Federal. Hay argumentos de peso. Los jóvenes no han votado la Constitución, ni los no tan jóvenes. Es decir, dos de cada tres españoles.

Además, el modelo territorial no existe en la Constitución. El Estado de las autonomías se ha desarrollado a través de los diferentes estatutos de autonomía, de forma bilateral. Constitucionalizar el modelo territorial evitaría conflictos de competencias y de financiación. A fin de cuentas, se trataría de dar estabilidad y crear un marco de encuentro permanente entre Estado y comunidades en el Senado. Con esta medida, se evitaría que muchos conflictos terminen, como terminan, desembocando en recursos ante el Tribunal Constitucional.

Parece a todas luces necesario avanzar en la descentralización efectiva del Estado para que España, también a nivel de comunicaciones, sea una malla y no sea radial. Hoy, aunque el 70% de la población del país vive en la periferia, ninguna de las grandes autovías que comunican la periferia está terminada. Y tampoco Sevilla y Valencia, la tercera y cuarta ciudad de España, están comunicadas por autovía.

El modelo federal podría ser la herramienta más útil para un desenlace final del modelo autonómico. Se trataría ahora de pasar de la fase de construcción a otra de cooperación institucional que desemboque en un modelo federal capaz de garantizar la igualdad en la diversidad de todos los ciudadanos de este país, el respeto a las singularidades y el refuerzo de líneas de actuación conjuntas con el objetivo compartido de crecimiento del empleo y la consolidación de nuestro modelo de bienestar social.

De entre los problemas históricos de los que España nunca ha logrado un consenso unánime, el territorial ha destacado siempre como uno de los primeros. En los últimos años, amenazados por una crisis que nunca agoniza, a los ciudadanos les cae sobre sus conciencias esa lluvia incesante de granizos de que este país no funciona: como el derroche económico de unas comunidades autónomas cargadas de funcionarios sin funciones, de empresas públicas infladas de humo, y castradas por las subvenciones indiscriminadas y los chanchullos que crecen como la mala hierba.

La verdad es que este discurso tremendista sobre nuestro sistema territorial se desarrolló con mayor virulencia cuando el PP habitaba en la oposición y su ámbito de poder territorial reducía su mapa considerablemente. Hoy, sin embargo, cuando su vara de mando gestiona tantas instituciones autonómicas su discurso ya no acusa indiscriminadamente a todas las comunidades autónomas, sino solo a Cataluña, Andalucía o Canarias.

Pese a todo, es obvio que se han cometido errores y disfunciones, a veces incluso graves, que persisten en nuestro sistema autonómico y que habría que ir abordando de lleno. Oteado el horizonte, las posiciones son marcadamente diferentes: separatismo catalán y vasco, federalismo socialista y atenerse a la Constitución por parte de los populares.

En consecuencia, no se dan condiciones para un debate constructivo. El gobierno ha encapsulado el problema y solo está atento al caso catalán y a la cuestión vasca. Pero el debate sigue abierto y seguirá hasta que se asuma definitivamente como un asunto inaplazable.

Y cuando esto suceda, Andalucía deberá ser de nuevo un elemento imprescindible y protagonista en el debate, como ya lo fue en los años setenta. Es más, si no ocurriera así, y Andalucía no ocupara ese papel de primera fila, el modelo territorial que se alcance mañana se parecerá muy poco a ese otro que nos ha dado los años de bienestar más largos de nuestra historia. En otras palabras, Andalucía debe seguir unida a la palabra autonomía, como elemento definitivamente vertebrador en este modelo territorial que ya comienza a dibujarse en España.

El papel que Andalucía debe ocupar en el futuro estado de las autonomías es el tema que hoy nos reúne aquí. Un año más, la Cadena SER y el grupo de investigación al que represento, queremos abrir un debate tan actual en el que ustedes pueden y deben participar.

Entre otros temas, abordaremos el desafío tecnológico del mundo digital y las redes sociales en Andalucía; los retos y el futuro de nuestras Diputaciones y nuestros ayuntamientos; el futuro de Andalucía según el prisma de los políticos; la presencia de andaluces por el mundo; y la cultura como hecho diferencial en el debate andaluz y la aportación de nuestra comunidad al panorama artístico español y mundial, así como las nuevas fórmulas musicales.

Periodistas como Montserrat Domínguez o Mar Barrera, cantantes como Hugo Salazar o David de María, escritores como Antonio Rodríguez Almodóvar, o directores de cine como Alberto Rodríguez, estarán hoy con nosotros para abrir un debate que espero les sea sugerente y enriquecedor.

Escuchen, pregunten, duden, saquen sus propias conclusiones. En definitiva, aprovechen el día. Pero, sobre todo, no se olviden de ser felices.

Intervención en el acto de inauguración de la jornada “Andalucía ante el debate territorial”
celebrada en la Facultad de Comunicación de Sevilla el 25 de febrero de 2013
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domingo, 24 de febrero de 2013

El sabor que deja leer un buen libro

Un fin de semana es un tiempo magnífico en febrero para pasear con un amigo por un cigüeñal próximo a Isla Mayor, entre los arrozales que anuncian el Coto de Doñana, pero también para sumirse en la profundidad de un libro cuyo autor nunca antes habías leído. Eso me ocurrió con El último encuentro de Sándor Márai, un escritor húngaro que había nacido en 1900 en Kassa, una pequeña ciudad húngara que hoy pertenece a Eslovaquia.

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Durante el régimen de Horthy en los años veinte se exilió a Europa, hasta que con la llegada del régimen comunista en 1948 se exilió definitivamente a Estados Unidos. Pocos meses antes de la caída del muro de Berlín, en 1989, se quitó la vida en San Diego, California.

Hay libros, como este, que parecen escritos para uno o, mejor dicho, escritos por uno mismo. Libros en los que te recuestas en las siestas todavía frías de febrero y te traen recuerdos de una vida que es tu propia vida, como extraídos de una memoria oculta que nunca has compartido con nadie. Libros en los que subrayas frases en muchas páginas con el pretexto de recobrarlas cualquier día por alguna razón que en ese momento ignoras. Hay libros, como este, para releer cuando no hay otro libro más necesario y reconfortante para el espíritu.

Sándor Márai escribe en esta novela: “Cuando se acaba el deseo de placer, ya sólo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonces sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”.

Alguna vez he sentido como propio este pensamiento, la sensación de que una parte de la vida la has consumido de golpe o, más bien, de golpe te das cuenta de que la vida se consume inevitablemente, y que los años, aun ausentes a la aguja del reloj que da vueltas siempre sobre el eje de la misma esfera, transcurren con una lentitud inmutable y una transparencia inútil de suceso inevitable.

Cierro el libro y no abro otro. Como después de beber una copa de buen brandy, como después de besar a una mujer que siempre soñaste como un sueño propio e inalcanzable, salgo a la terraza y pienso que los días son ya más largos y la nostalgia menos densa que antes, hace solo un mes. Y después camino sin rumbo pensando qué libro leeré más tarde, cuando el placer consumido de este último te pida de nuevo oler la tinta de otras páginas.
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jueves, 21 de febrero de 2013

Rajoy y el naufragio

A los políticos, conocidos los últimos escándalos, debería prohibírseles que cuadraran los Presupuestos Generales del Estado a su antojo. Pero también convendría encontrar procedimientos reglados para que no manejaran las metáforas a su antojo. Leo en la prensa una frase de Rajoy que me ha hecho salivar agua marina: “Hemos evitado el naufragio”. Y me he preguntado meditabundo y preocupado qué querrá decir con eso del naufragio.

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Primero, porque no creo que un presidente que ganaba tres sueldos disponga de tiempo libre, después de contar los billetes, para abrir un diccionario y buscar el significado de todas las palabras. Y más, un significado simbólico, como es el caso.

Y después, porque no recuerdo haberlo visto embutido en bañador en ninguna fotografía de prensa. Es posible –me atrevo a insinuar- que ni siquiera sepa nadar, con lo que el supuesto del naufragio le viene de oídas –más que de bebidas-.

Sin embargo, su antecesor, don Manuel Fraga, lució bañador de época con la crisis de Palomares. Y hasta creo recordar que José María Aznar también lució tipo, aunque él nunca creyó en ninguna crisis cuyo origen fuera su propio partido.

Se ve que Rajoy no ha leído a Rafael Reig, que inundó todo Madrid de agua y sabiduría creadora en una de sus novelas. Y se ve, sobre todo, que no sale a la calle. Así que no se percata de los maderos que flotan a contracorriente de un navío que se jodió hace unos años y que lo llamaron "burbuja inmobiliaria", y cuyas secuelas todavía hacen imposible la navegación hacia un futuro más prometedor.

No sale a la calle, así que no ve cómo muchos ciudadanos se agarran al flotador del patito que es su sueldo de mierda para llegar a final de mes, y cómo otros dibujan señales de socorro con la mano antes de que se los trague la marea del desencanto o del desahucio, y cómo algunos otros hacen señales de humo en las ascuas de un ERE inoportuno y no deseado. Rajoy no ve la calle porque no tiene ventanas con vistas en su palacio que den a la plaza central del desencanto colectivo.

Algunas veces, los periodistas quisieran saludarlo, sólo saludarlo. Ya ni se les pasa por la cabeza preguntar nada. La canalla siempre jodiendo, ya se sabe. Pero él no se deja. Ahora bien, para que nadie olvide quién es quien gobierna, se deja ver en la pantalla, como si fuese una nueva modalidad de rueda de prensa.

No sólo innova con el lenguaje. También con las herramientas de la comunicación corporativa. ¿Dónde habrá comprado este hombre a sus asesores de comunicación que le están rompiendo en pocas estacadas su perfil tan impreciso y huidizo? De los conocimientos sobre comunicación por parte de González Pons, prefiero no hablar. Si yo lo tuviese que examinar no podría salir del país en ningún mes de septiembre.

En este país, el único que sabe manejar las metáforas con acierto y sabiduría es El Roto. Él dibuja a un matrimonio que pasea por la calle. Ella mira los escaparates de su propia nostalgia y dice al marido: “¿Te acuerdas de cuando comprábamos?”. El marido, que mira para otro lado o hacia ninguna parte, responde sencillamente y sin titubeos: “No”. Eso es el naufragio. Que alguien se lo diga a Rajoy.
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sábado, 16 de febrero de 2013

El momento

Este hombre está apoyado en la barra del mismo bar de siempre. Ustedes ya lo conocen. Bebe un vaso de whisky. Sin hielo. Hoy el día está frío, y se puede permitir unos excesos. Así se expresa él. Unos excesos son dos o tres whiskys nada más. A veces, mira el vaso. Le gusta el color del whisky y la densidad del líquido. No tanto su olor. Pero le encanta sentir la sensación del alcohol en la boca. Tragos largos o cortos. Da igual.

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Siempre entra al local cuando la tarde mengua y las calles se tornan oscuras y desapacibles. Hay un tiempo que no es invierno ni primavera, y el verano queda todavía lejos para soñar con playas paradisiacas y días largos y alegres. Alguna vez se trae un libro y lo deja sobre la barra. Nunca lee. Como mucho, lo abre y hojea frases sueltas que ya leyó. Le gusta releer, volver a salir con antiguas novias y pedir siempre las mismas marcas. Es hombre de costumbres. Solo que, de vez en cuando, también abraza las aventuras del instante que cualquiera sueña. Él es un águila en protagonizar historias de libro o escenas de cine.

Ahora, por ejemplo, entra al local una mujer rubia, de ojos muy azules, de una estatura hecha a su medida, bien proporcionada, de una elegancia natural que le fascina. A él le gusta mirar a las mujeres fijamente, sin ningún propósito. Tampoco sabe por qué lo hace. Es un acto maquinal. Ella observa al hombre que también le gusta. Le gusta su aire informal de galán descreído, el libro que tiene sobre la barra que le añade un aire sensible de intelectual modesto, y unas manos grandes que ella ya imagina recorriendo su cuerpo sin su permiso y con agrado. No hay más. Las cosas suelen ocurrir así.

Ella ha entrado al bar. Se sitúa junto a la barra, a un metro de este hombre, y le dice al camarero que no sabe qué pedir. Él dice que opte por el whisky. Ella dice que apenas bebe alcohol. Pero él insiste en que, cuando hay algo que celebrar, lo mejor es el whisky. Además, aún hace frío, añade. Ella pide el whisky y le pregunta que qué hay que celebrar. Él sencillamente la mira sin intenciones, sabiendo que iba a ocurrir. Que me has conocido, le dice. Y tú también me has conocido, entiende ella. No, advierte él, yo ya te conocía. Solo te esperaba a que llegaras cualquier día.

La primera impresión de esta mujer podría haber sido la de que este hombre es un Casanova diferente, pero exhibe un halo natural en sus ademanes que la desorienta y comienza a perturbarla. Imagino que ahora después intentarás besarme, reta ella. Para nada, le asegura él. Nunca beso a las mujeres en los bares, delante de gente que conozco, con un camarero escrutando detrás de la barra el desarrollo de los acontecimientos. O sea, me quieres decir que no estás ligando conmigo. Tranquila, le dice él, te besaré cuando salgamos, con ese fondo musical que ahora oyes y que pronto se te antojará la melodía de un sueño propio. Y tú piensas que será así de fácil, duda ella. Nada hay escrito, corazón, apostilla. Por supuesto, dice él. Nosotros escribimos nuestras propias biografías, armamos nuestros sueños, cotejamos el horizonte más propicio. Entonces, saca un pilot de su americana y lo pone sobre la barra. Y eso, pregunta ella. Para que escribas lo que te va a ocurrir a partir de este momento, le dice él.

Y ahora me pedirás que salgamos, imagino, observa ella. Lo mira con un brillo en los ojos que no traía en la mirada cuando se conocieron hace solo unos minutos. Sí, será mejor cambiar de lugar. Yo pago, dice él. Cuando salen la noche no es tan fría ni tan oscura, se oye ya lejana una canción que no recuerda ninguno de los dos. Y ahora, imagino, es cuando me besarás, entiende ella. Él no dice nada, se acerca, la atrae hacia él y la besa. Le gusta su perfume, sus labios húmedos, el azul claro de sus ojos que brilla ahora con más intensidad. Y ahora te pediré que me acompañes a casa, imagino que es el próximo paso. En efecto, ahora te acompañaré al apartamento, dice él. Y cuando lleguemos, también te pediré que subas al apartamento a tomar la última copa. Así será, dice él. Es lo normal, no, pregunta. Y a ella la idea no le desagrada. Siempre lo haces así, le pregunta a él. No. Nunca. Solo hoy. Pretendes que me crea que soy la única que va a caer en tus redes de seductor de pacotilla. Bueno, allá adentro, cogiste el pilot y garabateaste, sin escribir, algo que flotaba en tu mente. Y qué escribí, pregunta ella. Escribiste lo que está ocurriendo, dice él. Desde luego, suspira ya excitada, vaya cara que tienes. Y pretendes que me crea que yo soy la única. Claro. Por supuesto que eres la única, confiesa él, con un tono más trascendente en la voz. Y ahora subiremos y me pedirás que nos acostemos y hagamos el amor, intuye ella. Bueno, ya es igual quien tome la iniciativa, no te parece, de aquí no escapa nadie, ni tú ni yo, no tendría sentido, dice él. Es más, me gustaría que tomaras tú la iniciativa, le dice él. Y ella, desconcertada y sonriente, calla. Se supone que también otorga. Los dos andan por la calle, sin prisas, sin cogerse de la mano, rumbo a materializar un sueño que nunca soñaron por complejo e inverosímil, por simple y completo. Pero ambos saben que lo que va a ocurrir esta noche no estaba dibujado en los astros, y que construir la vida a nuestro antojo, y sin otra previsión que inventar el momento, posiblemente sea la aventura más extraordinaria que nos depara un destino que nunca está escrito.
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viernes, 15 de febrero de 2013

Tu cuerpo

Tu cuerpo es la mariposa que revolotea mi vida incesantemente, es el agua que bebo con sed y sin sed, es el agua que me baña para calmarme la fatiga y la angustia. Tu cuerpo es el vino que necesito para sobrellevar la vida, el antídoto contra los horarios impuestos y las esperanzas truncadas. Tu cuerpo es el único paisaje que me pierde y me reconforta, que me ahoga y vivifica mi piel. Es sal y azúcar, abismo y vértigo, luz y sombra, fruta mordida. Por eso mis dientes buscan su olor a melocotón y a manzana, a agua de mar, poderosa y revuelta, y a agua de lago, tranquila y transparente.

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Tu cuerpo es la casa que habito incluso cuando no estás. Cuando sueñas vigilo tus ojos cerrados que esconden un mundo inexplorado, conservo tus manos incrustadas en las mías como piezas creadas para encontrarse y adherirse las unas en las otras en su justa medida. No puedo navegar por tus sueños cuando duermes a mi lado, porque despierto y observo tu cuerpo perfecto y ondulado, amoldado a mi cuerpo cansado de caminar sin rumbo, pero aquí recostado no necesito más calma que tu boca, ni más vida que la que me robas cuando respiras profundamente y te metes en mis pulmones como el mismo aire que respiro.

Quiero habitar tu cuerpo con mi cuerpo cuando abres los ojos, cuando todavía la luz del sol ignora si alumbrará un nuevo día. Entre penumbras buscas la mirada que te interroga, las manos que te llenan, los pies que juegan con tus pies siempre que me amas a esa hora en que el mundo duerme.

Quiero entrar en tu cuerpo y quedarme adentro para siempre, y desde allí abandonar la otra vida que tuve antes de conocerte, y decir adiós a los cielos que nuca más volaré, porque ahora tu cuerpo es el único paraje que quiero conquistar a cada instante, es el único paraíso que quiero explorar de punta a punta, empezar por tus orejas de espía y tu pelo de algas negras, avanzar por tu nariz viciada de adivinar el aroma de los vinos y tu boca especializada en besar labios no deseados, y moldear tu cuello de jirafa doméstica hasta desembocar en tus hombros atléticos y allí encontrar tus pechos de sirena que me zambullen en el océano del delirio, y agarrarme a tu cintura para no deslizarme por tus piernas antes de haber naufragado en tu sexo limpio y claro, abierto y jugoso como una breva madura y dulce. Ahí me quiero quedar hasta que amanezca y cuando amanezca cerraré los ojos para no ver la luz del sol, porque no hay otro desayuno que supla con su pulpa esta naranja que he tomado de tu cuerpo prestado para siempre.

Quiero entrar en tu cuerpo como quien entra en una habitación que ya conoce y cerrarla porque no hay intención de volver atrás, porque aquí dentro el mundo no existe ni tiene sentido. Me quiero quedar dentro de tu cuerpo hasta que la noche nos encuentre agotados de mordernos los ojos, exhaustos de absorber cada poro de la piel. No quiero pisar otra tierra que esté dos centímetros más allá de tu cuerpo, porque el mundo, lejos de tu piel, huele a monte quemado y a vainilla sin canela, y yo me he acostumbrado a los días con lluvia, a la tierra mojada que pisas cuando vuelves a casa, a tu pelo empapado de bailar bajo la lluvia, cuando ya nada importa sino abrazarte en mitad de la tempestad y beber el agua de la lluvia desde tu boca en cualquier tormenta.

Tu cuerpo es mi pasaporte y mi viaje, mi ciudad completa, la botella que bebo cada día, el libro que siempre tengo entre las manos y abro como si fuera un día nuevo o la posibilidad de cambiar todo por estar a tu lado, porque el mundo desde que te conozco tiene fronteras sinuosas y océanos abiertos al azar, pero yo me siento observando tu espalda mientras escribo estas palabras, te veo tendida en la cama esperando otro momento único y afuera las calles se diluyen, y las ciudades se tornan ríos intransitables, y los ascensores se detienen sin destino a mitad de su trayecto. Alguien llama a la puerta o al teléfono, recibo cartas que indican claramente mi dirección y quién es el destinatario, pero allá afuera no conozco a nadie desde que vivo dentro de tu cuerpo, como un huésped que se ha apoderado de tu vida y ha perdido su propia vida entre tus piernas entregadas. No quiero apagar la luz, porque mis ojos sólo ven un cuerpo en el que vivo libremente atrapado.
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miércoles, 13 de febrero de 2013

Jesús Carrasco: “Me he ido al campo porque yo soy de pueblo”

Ha sorprendido a público y crítica con su primera novela, Intemperie. Jesús Carrasco nació en Badajoz en 1972 y en 2005 se trasladó a Sevilla, donde vive. Desde 1996 trabaja como redactor publicitario, actividad que compagina con la escritura. Su debut en el panorama literario internacional ha causado sorpresa. De hecho, antes de su publicación en España, esta novela se ha editado en trece países. El relato es duro y lírico a la vez, de léxico rico y donde la naturaleza no solo es el escenario de fondo.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Ha entrado en el mundo de la literatura como el elefante en una cacharrería. ¿Le sorprende haber levantado tanta expectación?

—Pues estoy muy flaco para parecer un elefante. La verdad. No siento yo este escándalo que he formado. Me parece que le está pasando a otro.

—Trece países compraron los derechos de la obra en la Feria de Franckfurt, cuando no se había publicado aún en nuestro país. ¿Qué vieron en su libro?

—Me imagino que una historia humana y, como tal, puede resonar en cualquier persona de cualquier lugar.

Intemperie es un western ibérico. ¿No es demasiado arriesgada esta calificación?

—No es algo que yo haya dicho. Lo han dicho por mí. Bueno, puedo creérmelo o no. En todo caso, western es un esquema que podría servir.

—En el paisaje y en el modo de tratarlo recuerda a Delibes y en su aspecto más poético nos retrotrae a Cormac McCarthy. ¿Son sus referencias más cercanas?

—McCarthy, sí. Delibes, no tanto. A Delibes lo siento más cercano como observador del paisaje que como escritor. Aunque entiendo que haya un paralelismo porque los dos tratamos en este caso el mundo rural. Aunque él es mucho más prolijo que yo en el lenguaje.

Intemperie gira en torno a la idea de la dignidad. ¿Venderá muchos libros en un país donde cada día desayunamos con Bárcenas, Urdangarin y otros del mismo club?

—Pues quizás por eso, por ser algo que va a la contra en ese sentido. Pero, vamos, no sé si yo puedo aspirar a tanto.

—Cuando vivía en el barrio madrileño de Lavapiés leía mucha novela urbana. Sin embargo, a la hora de escribir, optó por el campo.

—Me he ido al campo porque yo soy de pueblo, y he escrito la única novela que podía escribir, que era rural.

—Sorprende su lenguaje rico y contenido. ¿Su trabajo como redactor publicitario le ayudó a poner los puntos sobre las íes?

—Por supuesto. Una semana para escribir una frase, un titular. En fin, me ha enseñado.

—“Un Delibes a la americana que arrasa con su primera novela”. ¿Comparte esa opinión?

(Ríe). No. Ni Delibes, como te decía. Si acaso, a la americana. He leído muchos escritores norteamericanos. Y que arrase, habrá que esperar un poco.

—Siete años le llevó escribir el manuscrito. ¿Le gusta jugar con las palabras o, como decía Borges, publica para no estar siempre corrigiendo?

—Las dos cosas. Podría estar corrigiendo eternamente. Pero hay un momento en que hay que parar.

—Se documentó para escribir el libro y se entrevistó con pastores y cabreros. ¿La modernidad aún no acabó con el oficio?

—Los cabreros que he conocido ya son cabreros jubilados. O sea, tienen cabritas para hacerse su queso. No he conocido pastores que vivan, digamos, muy bien de la ganadería.

—Algunas productoras han mostrado interés en comprar los derechos para llevar esta historia al cine. ¿Hay algo cerrado?

—No. Estamos en la fase de primeros contactos con interesados. Nada más.

—Después de Intemperie, ¿volverá a la ciudad o no abandona el mundo rural?

—Tengo otra novela entre manos que también se desarrolla en el mundo rural, pero con otros matices.

Publicado en el diario Córdoba el 4 de febrero de 2013
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martes, 12 de febrero de 2013

Desvaríos seniles

Colecciono conchas de mar y cuencos de cerámica artesanos de diferentes países, piezas de madera talladas, grabados, libros, pero también conservo, no sé por qué razón, recortes de prensa. En fin, páginas de periódico que anuncian noticias curiosas o sorprendentes, tristes o insólitas. Es un hábito del que no logro desprenderme y que me acompaña desde aquellos años en que opté porque el periodismo fuera parte imprescindible de mi vida.

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En general, son informaciones poco destacadas en los diarios, breves y desprovistas de todo elemento gráfico o tipográfico que las destaque sobre las demás. Al contrario, las encuentro en páginas pares, en el faldón de la página, metidas con fórceps y medidas con cuentagotas, extraviadas entre otros textos periodísticos que encabezan la página con títulos llamativos y otros elementos de titulación complementarios, con fotografías o infografías, con despieces. Son noticias mínimas que narran extravagancias o hechos que parecerían disparatados si no es porque son ciertos.

Un día, buscando documentación para un congreso, me tropecé con uno de estos textos que, con el tiempo, he podido comprobar que no es tan extraordinario ni sensacional. Ocurrió en una residencia de Manoteras (Madrid). Al parecer Isabel Pérez un buen día optó por llevarse a la madre del citado centro. Julia, de 85 años, así se llamaba la anciana, entró por su propio pie, porque todavía la edad no le impedía moverse tal como la voluntad así le requería.

Sin embargo, la última vez que Isabel fue a visitarla tenía una enorme dificultad para andar por el dolor que le producía un tobillo hinchado. No era la primera vez que la hija había encontrado a la madre en este lamentable estado, de manera que, llevada por el sentido común, escribió dos cartas de reclamación al centro, pero ya que la iniciativa cayó en saco roto, optó por poner una denuncia en un juzgado de guardia de la plaza de Castilla.

Los resultados de las pesquisas judiciales concluyeron que las personas encargadas de vigilar a los ancianos en al menos cuatro ocasiones entregaron a la madre las medicinas equivocadas y en otras dos ocasiones le faltó, tal vez por falta de presupuesto, el medicamento más necesario: el Sintrón. En la administración del centro, la respuesta era contundente respecto a esta carencia: no había repuestos en el almacén. El trato que sufrió la madre no acaba aquí.

Otro día, Isabel la encontró empapada en orín. En otra ocasión, atada con una soga a la silla para que no lograra extraviarse por las instalaciones del centro y tampoco diera quehacer a las trabajadoras mientras realizaban otras labores propias de su condición de criaturas diestras en la limpieza. Otra vez, en que el frío era el protagonista de una jornada invernal, la hija encontró a la madre sin abrigo tiritando en el salón de la televisión. Esta vez la respuesta del centro no dejaba lugar a dudas: las auxiliares titulares se encontraban de vacaciones y las suplentes no conocían a los residentes.

Isabel Pérez no fue la única persona en denunciar estos hechos. Por aquellos días, otros 214 familiares de residentes habían reclamado por escrito estas carencias y otros abusos. Pero el director del centro, aplicando como cierto el principio de Peter, ni corto ni perezoso, fue autista frente a este estado de los hechos. De manera que hizo circular una orden interna que determinaba reducir la cantidad y la calidad de la comida de los 300 ancianos del centro con el objeto de que todos pudieran contribuir con un leve esfuerzo de inanición a ahorrar del menguado presupuesto del que disponían para llegar a final de mes.

Ni que decir debo que no fue sólo Isabel Pérez la única persona que salió de la tal residencia acompañada de algún familiar. El director fue cesado de manera fulminante por la consejera de Asuntos Sociales que, por supuesto, no sabía nada del asunto. Cuando leí la noticia no entendí por qué no ocupaba un lugar destacado en el diario, pero ahora lo sé.

Desde entonces, me he tropezado con algunas noticias cuyo contenido no difiere mucho del antes citado, y es obvio que noticia es todo acontecimiento nuevo, novedoso. Incurrir en reiteraciones es cualidad de periodistas torpes y de segunda fila. En fin, los ancianos a fin de cuentas tienen goteras por todo el cuerpo y una píldora u otra no les van a aliviar de la soledad que sufren, que ya se sabe que no tiene tratamiento, ni de otra muerte que no sea la que dios les ha asignado. Desvaríos seniles.

Ahora he leído Arrugas, y ya sé dónde se inspira Paco Roca para escribir esas historias tan certeras y humanas. Una historieta de cómic que llega más allá de donde se quedó el periodismo: a describir con minuciosidad la puñetera realidad.
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lunes, 11 de febrero de 2013

Las gafas de Gandhi

Hace unos años leí en la prensa que algunas pertenencias del líder espiritual Mahatma Gandhi iban a salir a subasta. Entre ellas, sus míticas gafas redondas metálicas y las sandalias que llevó cuando predicaba la paz y la desobediencia civil por los caminos de la India. El lote lo complementaban un plato, un cuenco con una inscripción grabada y un reloj de bolsillo. Prácticamente éstas eran todas sus pertenencias.
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No supe quién había adquirido este patrimonio tan singular del líder hindú que ofertaba la firma helvética Antiquorum en Nueva York. Al fin pude saber que, aunque inicialmente el conjunto había sido valorado entre 20.000 y 30.000 dólares, finalmente el comprador, un hombre de negocios indio llamado V. J. Mallya, pudo adquirirlo por la astronómica cifra de 1,8 millones de dólares.

Como es lógico, la familia de Gandhi estaba indignada. Un biznieto, Tushar Gandhi, hizo lo imposible por evitar la venta. También el Ministerio de Cultura de India mantuvo reuniones con abogados para estudiar si era posible detener la subasta por la vía judicial. Ya en 1996, un tribunal dictó una orden con la que logró detener la subasta de unos manuscritos de Gandhi en Londres.

Aunque entiendo la actitud de la familia del líder indio y las acciones del Gobierno de India por recuperar un material tan simbólico para el país, más me atrae la figura del dueño de los objetos que los envió a subasta. Se trata de un coleccionista estadounidense llamado James Otis quien anunció que emplearía los beneficios para financiar programas contra la violencia, pero que también propuso donar esos objetos a India si el Gobierno adoptaba medidas políticas que “hagan a Gandhi sentirse orgulloso”.

Cuesta entender cómo este coleccionista dedicó años de su corta vida a localizar y coleccionar objetos inservibles de un ser a quien tanto admiraba y que nunca lo hizo con fines comerciales. Puedo entender la actitud de la familia y del Gobierno indio, pero me fascina esta otra vocación por recuperar en silencio un patrimonio que es un icono universal de sublevación y rebeldía.

En efecto, las gafas redondas, metálicas o de pasta, siempre fueron un símbolo contra el poder impuesto. James Joyce usaba gafas redondas de pasta, pero John Lennon, Ozzy Osbourne y Janis Joplin, por ejemplo, escondían su mirada en gafas redondas metálicas.

Las gafas metálicas con forma redonda y sin cristal también se pueden utilizar para el disfraz de época en cualquier carnaval de ocasión, a fin de imitar al científico o al hippy, como de vez en cuando también podemos detectar en algún que otro profesional del humor. Mi generación, secuela de la cultura beat y el movimiento hippy, adoraba las gafas redondas, icono de inconformismo y compromiso con una revolución que entonces soñábamos posible. Yo aún guardo mis gafas redondas de oro que mis padres me compraron cuando me fui a estudiar Periodismo a Madrid y que aún conservo como patrimonio deshecho de un pasado que se nos escapó apenas sin darnos cuenta.

Hoy se subasta todo. En la misma subasta en la que India perdió las gafas de Ganchi, se subastaba un reloj de pulsera Nastrix de oro, que perteneció al presidente John F. Kennedy, y que su viuda Jacqueline regaló después a su también marido Arsitóteles Onassis.

En junio de 2007 también se subastaron las gafas de John Lennon. Pertenecían a Junishi Yore, un productor japonés de televisión que fue traductor de los Beatles en 1966. Las gafas se subastaron con una nota manuscrita de Yore donde cuenta cómo se hizo amigo de Lennon y que antes de separarse John le dio sus gafas y éste unas tazas de cobre.

Las gafas redondas metálicas son icono de rebeldía, pero además cada par de lentes carga con su propia leyenda intransferible. Se dice que Gandhi regaló un mismo par de gafas redondas a un oficial del Ejército en los años treinta, y le dijo que a través de ellas había visto “una India independiente”.

Cuando Lennon fue asesinado en 1980 en Nueva York, Yore extrajo los vidrios de las lentes de acuerdo con una tradición japonesa que llama a que los vidrios sean removidos para que el alma pueda ver la vida después de la muerte. Las gafas de oro que yo conservo de aquellos años en que creíamos que la revolución era posible también tienen su leyenda pero yo no he sabido deletrearla todavía, porque dicen los sabios que mientras su propietario viva las lentes no permiten que otros ojos alcancen a ver el pasado y el futuro que esconden.
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domingo, 10 de febrero de 2013

Álvaro Campillo: “No podemos estar toda la vida reduciendo calorías”

Experto en Metodología Científica aplicada al Estudio de la Nutrición y la Obesidad, publica Toda la verdad sobre la dieta Dukan, un método para adelgazar y prevenir la diabetes, el Alzheimer y el cáncer. Álvaro Campillo es además cirujano y mago. Autor del libro Adelgazar para Ejecutivos (Plataforma, 2012). Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional Profesor Barea (2006 y 2008), el de la Cátedra Pfizer a la Innovación y Excelencia en Gestión Clínica (2007) y el Nacional de Investigación CTO-Ulysses (2009).

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—El método Dukan. ¿En qué consiste esta dieta?

—Consiste en reducir los hidratos de carbono que consumimos a lo largo del día. Se estructura en cuatro fases.

—No se pasa hambre, uno se siente guapo y pierde diez kilos en dos meses. ¿No resulta demasiado fácil?

—No es fácil porque el cerebro está enganchado a los hidratos y al reducirlos nos castiga durante la primera y segunda semanas. El azúcar es una droga, básicamente.

—¿Por qué la reacción tan feroz de los nutricionistas a este método? ¿Ven peligrar sus consultas?

—Sí. Exacto. De hecho, hay una dieta similar pero en base a sobres que tienes que ir a pagarlas a la consulta. Lo han hecho siete hospitales de España y lo avalan todos los endocrinos y médicos de España.

—Según usted, las dietas cetogénicas, bajas en hidratos de carbono e hiperproteicas, son las más saludables. Entonces, ¿por qué esa leyenda negra?

—Según la ciencia. No es mi opinión solo. Y la leyenda negra por la cetoacidosis se da en los diabéticos tipo uno muy evolucionados. Pero a una persona que no tenga el páncreas destrozado, no puede darle una cetoacidosis. Hemos mezclado los conceptos.

—La dieta Dukan es muy beneficiosa para los diabéticos porque mejora el control glucémico.

—No solo el control glucémico, sino que baja el colesterol malo y disuelve el bueno, y te baja los triglicéridos.

—Usted es cirujano, escribe sobre dietas para adelgazar y además es mago. ¿No hay ningún truco para adelgazar sin tener que privarse de tantos placeres cotidianos?

—No. Básicamente anestesiarte y estar dormido durante unas semanas.

—Publicó el libro en una editorial online, y el doctor Dukan le llamó para decirle que le había gustado. ¿Le ayudó a vender libros?

—Bueno, tampoco sé si se han vendido o no. Pero sí que evidentemente ayuda a nivel de publicitarlo.

—Los nutricionistas franceses acusaron a Dukan de divulgar una dieta fraudulenta. ¿Todo quedó en aguas de borrajas?

—Sí. Se ha resuelto el juicio. Los tribunales le han dado la razón a Dukan.

—¿Usted es capaz de asegurar que con su libro y la ayuda del médico de cabecera podemos adelgazar de forma y sana y sin renunciar a grandes cosas?

—Sí. Sí. Seguro. Es más. Hay que tener un poquito de disciplina, y al final no tanta. Y puedes incluso disfrutar de las comidas con los amigos y el disfrute de los fines de semana.

—Dice que las dietas basadas en reducir calorías y hacer ejercicio no son efectivas a medio plazo. A los seis meses se llega al estancamiento.

—Exacto. No es que lo diga yo. Es que los estudios lo demuestran. Por eso, es un problema para el paciente pero es una virtud para el que tiene una consulta particular. Porque te volverán.

—¿Por qué las dietas fallan y al final volvemos a recuperar los kilos perdidos?

—Porque básicamente reducen calorías. No podemos estar toda la vida así, salvo que estuviéramos en un campo de concentración o así. Y otras dietas que nos reducen no nos enseñan a comer. Este método en concreto sí que ayuda.

—Con la dieta Dukan, al menos una vez a la semana, hay que hacer un día completo de cetosis. Explíquese.

—Bueno, es tomar la mitad de tu peso, como mucho, en gramos de hidratos de carbono ese día. Con eso estamos quemando grasa todo el día y de forma muy potente. Ese día puedes tomar carne, pescado, setas, incluso queso y algo de embutido sin ningún problema.

—El cáncer solo se alimenta de azúcar. Le van a perseguir los pasteleros y dueños de confiterías.

—Puede ser. Ya hubo problemas en Estados Unidos con las azucareras y obligaron a poner recomendaciones de azúcar al día que no existen fisiológicamente. Lo ideal sería cambiar el concepto y que hicieran masa de pizza y panes bajos en hidratos de carbono. Y podríamos seguir disfrutando de estos alimentos que están muy buenos.

—Eso de hacer magia no lo aplica a la medicina. ¿Verdad? Lo digo para que no se confíen los más comodones.

—Lo uso más como cuestión psicológica para ayudar a los pacientes. Siempre ayuda el trato humano y cercano.

Publicado en el diario Córdoba el 28 de enero de 2013
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sábado, 9 de febrero de 2013

Una mañana de febrero

Aquella noche decidió no salir. No lograba olvidar a ese hombre. Era una mujer casada, moderna, madre de dos hijos, esposa ejemplar para la comunidad, parca en palabras, adicta a canciones edulcoradas que siempre le dejó un pie en la adolescencia que ya no recuerda. Ahora tampoco recuerda con exactitud cómo ocurrió. Pero sí sabe qué le atrajo de él. Su elegancia descuidada, su ironía inteligente, su mirada cautivadora, sus manos fuertes y suaves.

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Cuando lo conoció, sospechó que, como en otros casos, sería tema de una sola noche. Pero ella misma fue la primera sorprendida cuando comprobó que el tiempo no giraba a su favor, y que el olvido era nada más que una intención inútil. Se veían a deshoras. Lógicamente. Es decir, en aquellos horarios en que el mundo se duerme con su monotonía de maquinaria pesada.

Él la esperaba en su apartamento las mañanas acordadas y desayunaban frugalmente después de haber apagado el incendio interior que consumía a ambos. A él le gustaban los desayunos ceremoniosos. Primero, frutas variadas y zumo de naranja natural. Después café americano con huevos revueltos y bacon frito.

Ella recuperaba en pocas horas el tiempo muerto durante la semana, y esa sensación de huida o de proximidad le permitía sobrevivir durante unos días a una vida que se le hacía imposible. Durante algunos meses intentó engañarse y engañar a todos de que esa aventura pasajera no arraigaría en su vida, pero el paso del tiempo la fue convenciendo de que nada se puede hacer contra los seres que amas.

Fue sabiendo, poco a poco, que tampoco sus amigas más discretas habían escapado a aquella realidad. Y que los jueves, cuando salían de copas, libres por la ciudad, no buscaban la libertad soñada sino al pájaro que les daba calor en su nido. Sabía que el mundo estaba edificado sobre cimientos que todos pretendíamos ignorar y que, con solo escarbar unos instantes, la realidad se tornaba distinta.

Pero nunca pensó que eso le pudiera ocurrir a ella. Aquella noche no salió. Encendió la televisión sin la pretensión de prestar atención a la pantalla. Abrió una botella de Somontano y se sirvió una copa con generosidad. Había decidido contar al marido los motivos de su deslealtad con detalles minuciosos. Lugar, hora, motivaciones, dudas, sensaciones.

En ese momento sonó el teléfono. No conocía la voz de esa mujer, que aseguraba haber amado a su marido, pero que era un cabrón en toda regla, un hijo de puta, vamos, le dijo, te puso los cuernos a ti, después a mí, y ahora ni sé, mejor no imaginar, le dijo. Ella le creyó con lágrimas en los ojos.

Los detalles parecían certeros, la agenda cuadraba, su voz era propia de una mujer herida y vengadora. Antes de colgar le deseó suerte. Bebió un trago largo de vino y sintió en la garganta una sensación extraña de sentirse liberada de un pasado al que estaba encadenada. Después prestó atención a la pantalla, llenó la copa y esperó sin saber exactamente qué ni a quién.

Era media madrugada cuando oyó el cerrojo de la puerta, vio entrar al marido entre penumbras, algo feliz en una borrachera de cubatas baratos y con un olor insoportable a perfume de 40 euros. Le deseó buenas noches sin apenas mirarlo y cayó en la cama con un cansancio de años que le pareció el momento más acogedor de su existencia. Soñó que volaba, y después se vio corriendo entre viñedos viejos con olor a fruta madura.

Cuando despertó, el marido roncaba a pecho descubierto. Se duchó despacio, sintiendo la sensación nueva del agua que resbalaba por su piel. Vistió unos vaqueros, un jersey de pico, una blusa blanca, y salió a la calle con una alegría extraña que le dibujaba una sonrisa insinuante. Sonó el móvil. Era él, el otro. Le dijo que ya le llamaría. Que se verían otro día. O nunca. Que ahora no sabía. Que su marido estaba durmiendo y que ella paseaba sin rumbo. Él insistió en verla, pero ella se obstinó en andar sola las calles que siempre anduvo con alguien. Cuida de tu mujer, le dijo. Porque también era casado. Como suele ocurrir.

Después se sentó en una terraza, pidió un café doble, bien cargado, y agua mineral. Abrió el periódico que había comprado en el quiosco. Leyó algunos titulares sobre la corrupción que no le interesaban. Después miró el cielo azul y tuvo la sensación de que aquel día sería diferente a todos los que había vivido antes. Y no le dio miedo. Encendió un cigarro y siguió con la mirada las volutas de humo que se perdían en una mañana clara de febrero.
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miércoles, 6 de febrero de 2013

Las cartas de John Lennon

John Lennon nunca dejó de sorprenderme. Si él hubiese conocido estos tiempos de mansedumbre, con la que está cayendo, ya habría mostrado de manera sobrada su indignación y su furia. Ahora su amigo Hunter Davies ha recopilado 250 misivas para su publicación. En estas cartas encontraremos, posiblemente, rastros de una biografía que él no tuvo la oportunidad de escribir.

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Su muerte imprevista y estúpida tronó aquel año como si un terremoto interior nos removiera sin sentido las piezas de una existencia que cada vez entendíamos menos. Con su asesinato, todos empezamos a madurar y a morir un poco más deprisa, huérfanos de alguien a que también le desorientaba la vida y que, tal por esa razón, la cantaba con desgarro y ternura al mismo tiempo. Después no nos quedó nada, solo la sensación incoherente y frágil de una orfandad innecesaria y el sentimiento huidizo de haber trasgredido a sangre fría nuestra propia alma.

Cuando alguien se nos muere, también nosotros nos vamos un poco con ellos, sin dejar rastro en los otros, con el disimulo inútil de mostrar una coherencia que no queremos y una frialdad impropia de seres que encontramos la felicidad en una música que era una angustia ajena y prodigiosa. Su afrenta no fue otra que gritar cuando otros callaban, componer melodías eternas y encontrar en una mujer inteligente y fea todo aquello que el mundo le negó.

En una de esas cartas que ahora ve la luz, John le escribe a Paul McCartney: “¿De verdad crees que la mayor parte del arte actual ha surgido debido a los Beatles? No creo que estés ten loco, Paul. Por supuesto que cambiamos el mundo, pero trata de llegar hasta el fondo”.

Jesús Ruiz Mantilla ha escrito que los expertos llaman a esta carta La bronca de John, después del pepinazo que McCartney le propinó en el álbum Ram. No sé si cambiaron el mundo, pero sí nuestra adolescencia y nuestra juventud, y ya separados, seguíamos escuchando sus canciones irrepetibles e imperecederas, con la consciencia equivocada de que este mundo no hay quien lo cambie. Ahora, leyendo esta correspondencia ya sin dueño, sabemos que toda biografía es incompleta, pero puede ser también conmovedora después de tantos años.
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martes, 5 de febrero de 2013

El último viaje

Anoche preparó el equipaje. Libros, camisas, el bolso de aseo, algunas mudas. Ahora cierra la maleta. Siempre que lo hace mira en derredor por si olvida algo. Siempre olvida algo. Eso sí, pequeños detalles. Un bolígrafo, el desodorante, algún papel con anotaciones dispersas. Apaga el aire acondicionado, baja las persianas, observa hasta el último detalle. En la mesa deja una nota manuscrita. Está escrita con letra clara, grande, intencionada, con firma y fecha.

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En un instante se le agolpan los recuerdos, oye voces, siente otros abrazos. Ahora tiene que partir. No sabe adónde. Sólo es consciente de que esta etapa de su vida ha tocado a su fin. Acepta este hecho convencido, como quien cumple años o se levanta con premura y sin dudas para ir al trabajo. A nadie ha dicho a nada. A quién le podría importar su partida.

Desde luego, no es una decisión precipitada. Todo lo contrario. Lo lleva pensando desde hace años. Por las noches le costaba consumar el sueño. Se asomaba a la ventana y veía con precisión todo aquel mundo que desconocía y anhelaba. Vivía solo. Así lo había decidido desde que se divorció.

Desde entonces vivió una vida vulgar, con fiestas y amigos, con mujeres fáciles, con dinero sobrado. Pero a veces le faltaba el aliento, porque muchos años atrás había decidido postergar sus sueños para otra vida que nunca tendría. Ahora, por el contrario, le sobraban todas las comodidades alcanzadas, todos los privilegios reconocidos, todos los éxitos en el trabajo. Poco a poco su vida se fue reduciendo al encuentro con él mismo y a encontrar una solución a su desasosiego: la huida.

No había otra salida. Lo había pensado tantas veces que no cabía lugar a la duda. Tenía que alejarse de la ciudad, de los demás, de él mismo. Hay huidas definitivas, sin retorno posible. No es su voluntad la que lo empuja, ni las frustraciones acumuladas en los huesos las que lo llevan a adoptar esta decisión irreversible.

Es la salud. Una enfermedad que lo consume y lo mata poco a poco, que muerde incansablemente como una hormiga sus órganos vitales. Cuenta los días que le restan por vivir, pero no le duele esa suma de los días por venir, sino aquella otra de los días ya tachados que no vivió cuando aún la salud no era tema prioritario en su calendario.

De golpe se puso a anotar todos los sueños truncados, los viajes nunca realizados, las tardes vacías de cualquier invierno indigesto, las mujeres que lo abandonaron o que él no amó lo suficiente para retenerlas durante más tiempo. Se miró las palmas de sus manos intentando descifrar las incógnitas de su destino indeclinable, pero no halló más respuesta que un vacío inmenso que no le gustaba. Nunca lloró y tampoco lo haría ahora. Nunca buscó la tristeza o la melancolía y tampoco ahora caería en esos agujeros inevitables del corazón.

Ahora no sabía qué sueño elegir porque nunca tuvo más sueño que consumir un día detrás de otro, y le horrorizaba al final de su vida diseñar un itinerario atractivo que no compartiría con nadie. Buscó un pasaje en Internet sin prestar atención al destino. Daba igual uno u otro país. Sentado en el asiento del avión, ojeó el periódico y percibió que la vida fluye sin nuestra autorización, se derrama por todos los costados del mundo como una lluvia clara e intensa.

Escuchaba los murmullos de los otros pasajeros, las conversaciones entrecortadas, las risas, el bullicio de la vida a su alrededor. Supo de su enfermedad cuando los resultados de la revisión médica que ofrecía la empresa no fueron los de todos los años. Se trataba de una rutina, desde luego, no de una confirmación, pero los análisis anunciaban malos presagios.

Ahora no recuerda los pormenores. Nunca sufrió dolor, ningún síntoma anunciaba que su vida se extinguiera a pasos tan agigantados. Esta vez la flecha del azar le apuntaba de frente, no le dejaba un tiempo de reflexión o de dudas para preparar este último viaje. En ese momento los motores del avión comenzaron a perder potencia.

El aparato se había elevado sobre la pista casi medio kilómetro después de lo habitual. Por cualquier circunstancia, se activó el sistema de reserva en el motor derecho, hacia el que se escoró el avión instantes después de elevarse y antes de desplomarse al suelo. Cuando el avión se estrelló y estalló en llamas, él todavía contaba los días que su enfermedad le dejaría con vida.
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domingo, 3 de febrero de 2013

Manuel Rivas: “El mejor momento de la escritura es cuando escuchas los murmullos de las voces que se acercan”

Manuel Rivas publica Las voces bajas, su novela más personal. Es además un libro autobiográfico y, como tal, es un cántico a la vida, pero también contiene su lado doloroso. Es un homenaje a su hermana María y a la gente corriente, a las voces bajas de la calle. En cierto, es el libro en el que más se ha mojado. Su novela anterior, Todo es silencio, pronto estará en cartelera, y no duda de que esa relación promiscua entre cine y novela ha dado resultados excelentes. Él mismo lo dice así: “La literatura ha sido acunada por el cine”. Autor, entre otras obras, de El lápiz del carpintero (1998) y Los libros arden mal (2006). Ha publicado sus cuentos reunidos bajo el título Lo más extraño.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Esta es su novela más personal, más íntima. ¿Por qué ahora este libro, en un mundo que, como escribe Juan Cruz, el sentimiento es un objeto envuelto en papel de plata que se arroja a la basura?

—Yo lo escribí cuando tenía que escribirlo. Uno lleva distintas cosas en la cabeza, distintos pájaros en la cabeza. Y el libro está muy sobrevolado por pájaros, por cierto. Pero yo no respondo, por lo menos en lo que es cronológicamente, a una especie de estrategia como escritor. Me ha pasado muchas veces estar trabajando en una novela y meterse un libro de poemas ahí, poemas que incluso iba escribiendo a veces cuando estaba escribiendo la novela. Me arrastran los poemas. Aquí llega un momento en el que, como la fermentación, aflora y tenía que escribirla. Pero, por otra parte, te vienen ideas después de que el libro existe, que a priori no había reflexionado.

¿Y por qué este libro ahora? Puede haber motivos de fermentación personal. Uno va ya más allá de la mitad de la vida. Ritmos internos y necesidades también, incluso curativas a veces. Pero también tiene que ver con los tiempos que vivimos. Es un libro que tiene que ver mucho con el mundo de Las espigadoras de Millet, gente que está recogiendo lo esencial, digamos. Ahora lo pienso.

Viví como un proceso de reciclaje en el libro. La memoria depositada en la playa. Vas por el litoral y todos los días vas a ver qué echó el mar. Porque el mar además es un productor de signos. Aquí un poco lo que hice fue andar espigando, después de tener una sensación como de exceso y de despilfarro del lenguaje, de vivir una época de mucha grasa. Este es un libro de reciclaje, de la memoria en este tiempo, una respuesta de las cosas que uno ha visto. Les da la condición de necesarias en la vida. Porque al final aquí lo más necesario que hay son las historias, los cuentos.

Todos somos protagonistas, en cierta forma, de las Mil y una noches. Necesitamos cuentos. Este es un tiempo de lucha contra la maquinaria pesada de la Historia, un periodo en que está muy presente todavía el tiempo totalitario. Pero las voces bajas no solo responden a eso, sino que a veces dicen: “Hala, la Historia, déjala ir”. Y se quedan con sus cuentos, con sus zapatos de la infancia.

—También es un libro autobiográfico, que tiene su parte de cántico a la vida pero también su lado doloroso.

—Yo pienso, por ejemplo, en el primer recuerdo que aparece, que es un recuerdo de imágenes, pero también un recuerdo en el que solo hay una frase. El primer recuerdo es el primer miedo y mi madre conjura ese miedo con una frase: “Pero, tontos, teníais miedo a los gigantes y cabezudos. Eran los Reyes Católicos”.

Esa frase a mí me parece que es una síntesis beckettiana, elaboradísima, cada vez que la pienso. De urdido, de urdimbre, del dolor, del miedo, viene la puntada de la ironía. El libro todo lleva esa urdimbre, pero gracias a esa frase. Esa frase es como un embrión, como una célula madre, como germinal.

—Cuando escribía este libro, tuvo la sensación de ser un niño que descubre la vida y a los otros. ¿Siempre se vuelve a la infancia para reinventar el presente?

—Lo que pasa que, para mí, es vuelta a la infancia en parte. Es como un doble viaje, como un encuentro. Porque, por una parte, lo que se produce, en eso que llamaríamos nuestra cámara oscura, llámalo alma, memoria, esa zona secreta que tenemos, como la caja negra del avión, porque la memoria no está intacta, si no la reactivamos, si no la rescatas, se desvanece, se metamorfosea. ¿Qué pasa? ¿Quién escribe este libro? Un niño que se pone a andar y va despertando los sentimientos y los va descubriendo. Pero también alguien que viene de aquí.

Entonces, ese que soy yo ahora, la mirada de este otro que se encuentra con el niño, yo creo que, entre esas miradas, lo que forman es como una tercera persona, que es la que escribe el libro. Incluso, para ser más específico, hay una idea de Lawrence Ferlinghetti, que habla de la cuarta persona, que es el puente entre os pronombres personales singulares y plurales. Sería el yo y el nosotros. Hay una conexión. Y creo que hay alguien que escribe este libro y es quien establece esa conexión, que habla del yo a través de los otros.

—Su madre le aconsejó que buscara un trabajo donde no se mojase. Pero un periodista, que se hace en la calle, se moja con la lluvia, y se mancha con la tinta cuando se compromete. ¿Lo entendería su madre hoy?

—Sí. Bueno, ella vivió periodos así en que me descubrió mojado, incluso enfangado, y creo que se dio cuenta que estaba haciendo lo que tenía que hacer.

—El olor a tinta, a plomo. ¿No le puede la nostalgia ante todos estos síntomas claros que anuncian la agonía de una profesión centenaria como es el periodismo?

—Efectivamente. Yo no sublimo. No idealizo esos recuerdos. Igual que Proust tenía su magdalena, mi magdalena es ese olor a leche mezclada con plomo y con tinta. No lo idealizo pero también pienso que estamos creando un vacío que se va a llenar de cosas malas.

—Su novela anterior, Todo es silencio, pronto estará en cartelera. ¿Qué sensación tiene cuando otros manosean sus historias para llevarlas a la pantalla?

—Por una parte, me interesa y me gusta mucho el contrabando de géneros y de medios, y sobre todo el proceso de trasmigración que se da. Entonces, es verdad que a veces la relación cine-literatura puede ser empobrecedora, pero también es verdad que, a veces, en general, es muy enriquecedora y que se nutren mutuamente. La literatura también ha sido acunada por el cine.

—Su novela es también la intrahistoria de la gente corriente, de las voces bajas de la calle durante la dictadura. Pero es, además, un homenaje a su hermana María.

—Sí. Ella es verdad que aparece y desaparece. Es un personaje anfibio en la novela, pero es la que me lleva de la mano y realmente creo que yo sentí al escribirla una extraña obligación, aparte de que uno siente todo tipo de caídas, y se levanta y se cae al escribir. Pero, en el caso de María, sí que ella me llevó de la mano. Yo tenía como necesidad de sentir esa mano otra vez.

—La historia está narrada en primera persona, pero en algún momento pensó en optar por la tercera para poder situarse entre “lo individual y lo colectivo”.

—El yo a veces es demasiado pesado. Y hay momentos en que, cuando se pone un poco pesado el ego hay el peligro de que el ego deprede la historia. Entonces, yo creo que está bien que aparezca esa tercera persona que mantiene una distancia.

—“Este es el libro en el que más me mojé”, ha dicho. Por dentro. Por fuera ya ha sufrido varios chaparrones. ¿Con cuál se ha mojado más, o embarrado?

—Hombre, yo tengo una sensación de una cierta continuidad en las cosas, pero realmente, por tiempo, por pasión, por repercusión también y a veces por sobre exposición, fue el tema de Nunca mais y el Prestige. Porque además anteriormente existió la lucha contra el cementerio de residuos radiactivos que había en el Atlántico, que por suerte conseguimos cerrar. De alguna forma, para mí fue el preámbulo de la reacción cívica, psicológica, que hubo contra la catástrofe del Prestige.

—¿Y ahora qué escribirá?

—Bueno, estoy respirando, estoy escribiendo. Estoy con un libro de poemas en el que hablan las cosas, las cosas recuerdan las historias. Y con novelas. Porque, ahora mismo, me levanto y, depende del día, voy por un camino u otro. Estoy esperando a alguien que me lleve de la mano. Un personaje suficientemente persuasivo para que me decida por un camino. Uno de los mejores momentos de la escritura es cuando estás escuchando los murmullos de las voces que se acercan.

Publicado en el diario Córdoba el 26 de enero de 2013
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viernes, 1 de febrero de 2013

Enchufes a mogollón

Hay golfos –en el argot popular más conocidos como chorizos- que tiran a lo alto, como Urdangarín, Bárcenas y sus acólitos, y otros. Es decir, lo que se podría denominar golfos de primera fila, gran reserva, con pedigrí, delincuentes cum laude, etcétera. Dependerá siempre si usted es cinéfilo, catador exquisito, amante de canes o académico endogámico. Solo por poner algún ejemplo. Pero también hay caraduras del montón –y del motín, por supuesto-, lazarillos del momento, electricistas doctorados en el enchufe a mogollón, sinvergüenzas de andar por casa –ajena, eso sí-, sanguijuelas de chupan la sangre de las instituciones sin alcanzar la categoría de vampiros propios del celuloide, gente mezquina, a fin de cuentas, que hacen felices a muy pocos a costa de los demás.

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La exalcaldesa de Chipiona Dolores Reyes (PSOE) pertenece a este segunda categoría. Ahora la Audiencia de Cádiz la ha condenado a siete de años de inhabilitación por haber colocado en el Ayuntamiento de manera ilegal a 345 amigos y conocidos como personal laboral eventual entre 2000 y 2004. No me imagino si esta señora hubiese sido alcaldesa de ciudades como México DF o Tokio a cuántos advenedizos les hubiese solucionado la vida con su grande y generoso corazón. La susodicha contrató a dedo de manera masiva y sin proceso de selección de candidatos, sin consignación presupuestaria y obviando los informes en contra de la intervención municipal, que advirtió, al parecer, de la nulidad de las incorporaciones.

En Chipiona, que no es Nueva York –por si alguien se despista o nunca vio un mapa- , esta mujer debió contratar a primos segundos, compañeros de estudios, amantes de una sola noche, noctámbulos extraviados en sí mismos de una juventud ya marchita, votantes fortuitos, aduladores coyunturales, acreedores insobornables, etcétera, etcétera. Si no, no se entiende cómo tanto compromiso puede dejar exhaustas las arcas municipales. Yo siempre he pensado que es más rentable sentar en la alcaldía a criaturas solitarias, amigos de pocos amigos, gente de mal carácter a quienes cuesta acercarse, a gente saboría que nunca presta atención a esas demandas fortuitas e interesadas que acechan al poder. El problema radica, obviamente, en dónde ponernos a buscar a esta gente honrada. Que haberla, hayla. Pero a ver quién se pone a buscar gente con dignidad en tiempos en que la ética es más difícil de encontrar que un billete de 500 euros. Que haberlos, también los hay. Yo, una vez, vi uno y lo palpé con mis manos. Son de esas experiencias que sabes que no se volverán a repetir.
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