domingo, 30 de septiembre de 2012

Petros Márkaris: “No estoy indignado. Estoy furioso”

El escritor griego Petros Márkaris (1937, Estambul) recupera al comisario Kostas Jaritos en su última novela, Con el agua al cuello (Tusquets, 2011), donde este debe enfrentarse al asesinato de Nikitas Zisimópulos, un antiguo director de banco, degollado con arma blanca. Como escenario de fondo, una Grecia al borde de la quiebra. Licenciado en ciencias económicas en Viena y Stuttgart, ha sido guionista y autor teatral. A los 55 años, cambió su vida: optó por escribir novelas policiacas. Del cine aprendió el ritmo trepidante con que están escritas.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Tiene un aire de jesuita desclasado que probablemente ni él sepa de dónde le viene. Habla con tal entusiasmo que cuesta pensar que viva en un país que está al borde del vacío. De vez en cuando abre los brazos para expresar la magnitud de su sorpresa o de sus argumentaciones y es por estos gestos tan expresivos que cualquiera podría alcanzar a pensar que el púlpito del párroco o el escaño del parlamentario le habrían venido en su vida como anillo al dedo.

Un buen día, el comisario Jaritos se le tropezó en la vida y pensó que era un buen personaje para protagonizar sus historias. Tiene un aire común al Carbalho de Vázquez Montalbán: también cínico, de buen comer, de mal carácter y políticamente incorrecto.

Se considera un escritor griego, pero no un ciudadano griego. Ser guionista le ayudó a estructurar sus novelas no capítulos literarios sino como secuencias de cine. Esta técnica le ayuda a atrapar al lector hasta la última línea y ahí lo deja hasta que publica otra novela.

La crisis financiera que atraviesa Europa y concretamente Grecia no lo tienen indignado sino furioso. No entiende la actitud de los intelectuales y solo explica su silencio porque piensa que no entienden la profundidad del conflicto. Es forofo de la Selección Española de Fútbol, de la buena mesa, de la vida. Y dice que nunca escribirá novelas de amor, porque no sabría cómo hacerlo. Mientras tanto, sus novelas policiacas le sirven también para describir el infierno social que viven los griegos y que ha sabido plasmar con tanto realismo en su última obra.

—Leo en la solapa del libro que nació en 1973. ¿Cuánto le ha pagado a la editorial por esta errata que le devuelve la juventud vivida?

—No he pagado nada pero estoy muy contento porque de alguna manera mi edad virtual, según la novela, es muy parecida a la realidad virtual en la que ha estado viviendo Grecia en las últimas décadas.

—De cualquier manera, a su edad real, ¿teme al paso del tiempo?

—No tengo ningún miedo sobre la muerte o sobre la vida futura. Me han pasado muchas cosas en la vida, así que puedo afrontar el futuro con mucha experiencia que he adquirido.

—La novela policiaca es hoy novela social. No solo en Grecia. También en España y Latinoamérica. ¿Por qué esa coincidencia?

—Ha habido un cambio radical desde 1989. La razón para esto es que en muchas partes del mundo occidental la globalización de las finanzas tuvo como efecto colateral la globalización de la delincuencia, del crimen. Porque, realmente, lo que había era un déficit muy grande en la novela social. Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un retroceso social. Y entonces estas cosas ocurrieron a la vez. El dinero empezó a ser muy importante ligado a todo el mundo del crimen y a la vez era muy importante para la sociedad otra vez.

Hoy en día hay gente en todo el mundo que está trabajando para la mafia pero que no sabe que está trabajando para ellos. Porque son gente que cobra su salario, que paga su Seguridad Social, que está en blanco de todo, pero que está trabajando para la mafia sin saberlo. Esto se ha convertido en un problema muy grave y además se ha convertido también en algo político. Entonces, la novela policiaca se convirtió en novela social pero en novela política también. El primero que demostró que la novela policiaca podía ser novela política fue Vázquez Montalbán.

—Recupera en esta novela al comisario Kostas Jaritos, que se enfrenta al asesinato de un antiguo director de banco, pero esta vez en una Grecia ahogada por la crisis. ¿Logra inspirarse con la que está cayendo?

—Una vez le dije a un periodista alemán: “Vivir en Grecia en esta situación es vivir en el infierno, pero para un escritor de novelas policiacas es el paraíso”.

—Con esta obra ha obtenido el VII Premio Pepe Carbalho. Percibo algunos aspectos comunes entre Carbalho y Jaristos: cínicos, amantes de la buena mesa, incorrectamente políticos, muy pegados a la realidad.

—A mí me gustaría añadir otra característica: que ambos tienen muy mal carácter, muy mal humor. Hay diferencias en la forma de reaccionar, pero la ira, el enfado, son los mismos.

—Como en la obra de Montalbán, en la suya también abundan las referencias gastronómicas: tomates rellenos, suvlakis, café griego.

—Es el Sur.

—No sé si mira con cinismo o escepticismo el panorama de la crisis actual. Lo digo por la frase que cierra el libro: “En Grecia, los enchufes todavía salvan vidas”.

(Ríe). Sí. Eso lo dice Adrianí al final. Es una mujer muy práctica Adrianí. No es cínica, es muy realista. Esto es algo muy del Sur. Es totalmente del Sur y es algo que los europeos del centro y norte de Europa no entienden.

—A mí me recuerda otro dicho: "Hay que cambiar algunas cosas para que todo siga igual".

—Sí. Sí. Es lo que dice Adrianí. Los contactos, los enchufes, funcionan y salvan vidas. Desde el punto de vista de los alemanes es ayúdate a ti mismo y entonces a lo mejor Dios te ayuda también. Y entonces la actitud de los alemanes es tú estás solo, búscate la vida. Nuestra actitud es que siempre hay alguien ahí para ayudarte,

—Nació en Estambul, de padre armenio y madre griega. Se formó en Austria. Pero se considera un escritor griego…

—Soy un escritor griego, pero como persona no soy griego.

—Explíquese.

—Soy un escritor griego y Grecia es el país de mi idioma, pero Grecia no es mi país de origen. Yo realmente lo que no puedo es entender este país de la madre patria. El término este no lo puedo explicar ni lo puedo entender ni puedo abarcarlo, porque mi madre patria no es Turquía. Grecia tampoco es mi madre patria. Solo tengo una ciudad patria, por decirlo así, que es Estambul. Es decir, yo no tengo una madre patria. Tengo una ciudad patria que es Estambul.

—Entonces, cuando lee en la prensa que Petros Márkaris es un escritor griego, ¿le molesta?

—No me importa porque yo escribo en griego. Me gusta escribir en griego y me gusta que los griegos lean mis novelas, que les gusten y que me paren por la calle para hablar conmigo.

—Entre otros autores, tradujo a Brecht, pero este escritor también ha influido en su obra como autor de novelas policiacas.

—Brecht era un gran aficionado a la novela negra, pero ahí termina la similitud, porque Brecht era un aficionado enorme a las novelas policiacas inglesas y yo no soy fan de estas novelas. Entonces ahí termina el parecido entre ambos. Pero, por otra parte, he aprendido mucho de Brecht.

Las tres principales cosas que he aprendido son, en primer lugar, que el escritor tiene que mantener una distancia entre él mismo y sus personajes, que el escritor no puede involucrarse emocionalmente, sino que tiene que ser un buen observador, y que el autor tiene que aprender a descartar y a separar esas cosas que nos parecen normales en la vida simplemente porque otros eventos anormales son los que nos hacen considerarlos normales.

—Me recuerda, de algún modo, cuál debe ser la actitud del periodista cuando observa la realidad.

—Con una gran diferencia. Cuando un escritor habla de estas cuestiones, a diferencia de un periodista, tiene que llevarlas siempre al extremo. Porque ése es el paso que da realmente el escritor. Es buscar las consecuencias… Porque realmente es una situación extrema que un asesino vaya por ahí decapitando banqueros. Y en la próxima novela la situación extrema es que el asesino lo que hace es asesinar a evasores fiscales.

Los periodistas dicen que la evasión fiscal en Grecia es muy grande y el escritor lo que hace es decir que la única forma de conseguir que la gente pague impuestos en Grecia es empezar a matar a evasores fiscales. Eso es llevar la situación al extremo.

—Aunque la pregunta parezca una broma, el escritor no asesina a banqueros pero sí puede parecer que incita a asesinarlos.

—Por ejemplo, en mi próxima novela, donde el asesino mata a evasores fiscales, el editor ha puesto en la contraportada: “Esta novela no es un ejemplo a seguir “. (Ríe).

—Ser guionista de cine le ha influido a la hora de construir novelas. Sobre todo en el ritmo. Por eso escribe capítulos cortos, para hacerlos más dinámicos.

—Realmente en mis novelas los capítulos no son capítulos literarios sino secuencias de cine, que es el principio del cine siempre. Yo escribo secuencias de películas, no escribo capítulos de libro en sentido literario. Eso supone una gran diferencia. El segundo elemento es que siempre intento iniciar una novela con una imagen, no con una narración.

—Comienza con una imagen para que después la historia fluya por sí sola, sin tener nada previsto o premeditado.

—Necesito la primera imagen y luego el primer capítulo. Realmente no sé lo que va a ocurrir. O sea, voy escribiendo capítulos y voy averiguando lo que va a ocurrir. En mi próxima novela yo mismo no averigüé quién era el asesino hasta que estaba ya bastante avanzada la novela. Y entonces me dije: “¿Quién es el tipo este sangriento que está haciendo todas estas cosas?” Entonces, a partir de cierto momento, ya lo averigüé y supe quién era.

—¿Ha logrado averiguar por qué Jaritos sólo lee diccionarios y en especial el Dimitrakos?

—Está en la segunda novela de esta trilogía. En Defensa cerrada está la explicación.

—Grecia ha cambiado considerablemente desde que ingresó en la Unión Europea. Igual que ocurrió en España o Portugal. ¿Piensa que ese cambio ha beneficiado a estos países o de alguna manera también los ha despersonalizado?

—No puedo hablar de España y Portugal. El problema, por lo menos para Grecia, es que entramos en una realidad virtual de riqueza, de bienestar. El problema es que los griegos no tenían una cultura de riqueza, una cultura de bienestar. Sin embargo, la cultura de la pobreza sí que la conocíamos bien y sabíamos cómo era.

Al cambiar esta cultura, abandonamos la cultura de la pobreza que había pero todos los atributos positivos que tenía de realismo, de cuestiones morales, de decencia, de dignidad, eso se abandonó. Lo dejamos atrás porque pensamos que eso pertenecía a la cultura de la pobreza no de la riqueza. Entonces, llegamos a este mundo de riqueza virtual totalmente desnudos. Y ahora estamos viendo el resultado de eso.

—Es decir, con la crisis económica también estamos sufriendo una crisis de valores.

—El problema de la crisis financiera también conlleva una crisis de valores morales. Esto es algo que los griegos y los políticos griegos no entienden todavía. No vamos a conseguir superar la crisis financiera si sólo nos enfrentamos a la crisis financiera. Hay que abordar las otras crisis también. Hay una crisis de valores, una crisis de estilo de vida que solo puede solucionarlo la cultura. Las finanzas no van a poder solucionar esta crisis.

—Los inmigrantes, los parados, los pensionistas, la desesperanza. Usted describe la situación en su novela mejor que los periódicos cada día. Se ve que le preocupa profundamente cómo están desactivando la sociedad del bienestar social.

—Soy muy pesimista. Por dos razones. Estoy convencido que estamos destruyendo todo lo que hemos conseguido desde la II Guerra Mundial. Y soy muy pesimista porque este proceso va a dar lugar a una lucha muy agresiva, incluso brutal. Realmente, estos políticos estúpidos no se dan cuenta que están prendiéndole fuego al mundo. No lo entienden.

—Sin embargo, frente a esta situación, los ciudadanos no se manifiestan en las calles. Es más. Votan a la derecha.

—En primer lugar, la gente está en estado de shock. Es algo que ha sido tan rápido que todavía no se han recuperado. Están empezando a recuperarse ahora.

—A Jaritos no le gusta el fútbol, pero no sé si Márkaris se entusiasma cuando juega la Selección Española.

—Jaritos no es Márkaris. En la final, toda Grecia estaba en la calle apoyando a la Selección Española.

—Según usted, al lector griego le gusta más leer novelas de amor que policiacas.

—Ahora los griegos están leyendo muchas novelas policiacas.

—Se lo decía, porque igual le tienta cambiar de género.

—Me resulta imposible. No sabría cómo escribirlo. (Ríe).

—Su afición por la novela policiaca le vino a una edad tardía pero efectiva, a los 55 años. ¿Qué le influyó?

—No fue ningún cambio. Simplemente, Jaritos me llegó un poco tarde en la vida.

—Hablábamos antes de los ciudadanos, pero tampoco los intelectuales han alzado la voz ante esta situación de crisis de manera clara y contundente.

—Ocurre lo mismo en Grecia. No puedo explicarlo. La única explicación que puedo imaginarme es que los intelectuales todavía no se han dado cuenta de lo profunda que es la crisis y que tienen que reaccionar ante ello. No puedo encontrar ninguna otra explicación. Está pasando lo mismo en Grecia, no sólo aquí.

—La última pregunta no es tal. Es una afirmación. Le encuentro muy indignado con todo lo que está pasando.

—No estoy indignado. Estoy furioso.

Publicado en el diario Córdoba el 20 de noviembre de 2011
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sábado, 29 de septiembre de 2012

La belleza de India Martínez

Uno escucha a India Martínez por primera vez y sabe que nunca oyó una voz igual. Y luego la ves actuar, y sabes que en el escenario la rodea una magia que todo lo puede y todo lo diluye. Pero aquí a tu lado, esta mujer administra una belleza difícil de describir. Tiene los ojos color café, pero su belleza viene de adentro, de una mirada fulminante que no precisa objetivo alguno para desintegrarlo sin intención alguna en décimas de segundo. Absténganse incautos. Perfora con la mirada hasta lo más recóndito del alma.

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La voz también le viene de adentro, de las mismas vísceras. Así que, cuando canta, no sabes bien cuándo el llanto o la risa le salen del corazón o de más abajo. Tiene unos labios que conducen al abismo y una sonrisa tierna de pastel a media tarde regado de ron añejo.

Arriba, en las tablas, es un pájaro que se escapa de las manos y vuela a su antojo a ras de nuestras cabezas, porque sabe que allá donde el cielo se pierde ella puede abrazarlo. Pero aquí a mi lado, hablando de su vida por vivir y de su obra creciente, ella muestra unas manos que siempre señalan al frente y una presencia de criatura satisfecha que deja al descubierto cualquier sospecha o intención ajenas.

No se puede decir que su piel es de melocotón, porque nunca vi melocotón igual. Es lo que tiene la vida. Que después la escuchas en sus canciones, y la memoria te devuelve en su voz la imagen de una mujer que todo lo puede y todo lo cambia.

Si el futuro no es de ella, es que probablemente el futuro no exista. Es lo que bueno que tiene conocerla en estos tiempos de crisis: saber que el riesgo lo esconde ella, y no la prima, como nos repiten maliciosamente a diario. Basta con escucharla para saber que el paraíso está a la vuelta de la esquina, pero también para advertir que es inalcanzable.
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viernes, 28 de septiembre de 2012

Una sola noche es suficiente

No le quedó otro consuelo que pensar que todo había sido un sueño. Lo quiso pensar tantas veces que la imaginación no alcanzó a más escaramuzas cuando el tiempo, contundente como piedra, le dio a entender que no se puede abrir una roca con la sola sospecha de esa posibilidad. A partir de entonces, aceptó los demás días como una prolongación inexplicable de la desdicha y con el convencimiento tardío de que la felicidad es tan embriagadora como aquella droga cuyo dopaje necesitamos para cruzar sin tropiezos la vida que queda por vivir.

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Hasta entonces había agotado una existencia sin estridencias y en abundancia, pero ciertamente también sin otros alicientes que no estuviesen al alcance de cualquiera. Supo a partir de entonces que la diferencia entre los seres humanos va más allá de las propiedades materiales y que algunos objetos o personas inalcanzables cualquier día entran en tu vida sin otro aviso que la sorpresa. Cuando la conoció, pensó eso mismo: que nadie podría tener entre sus brazos tanta belleza.

Ya no recuerda los pormenores porque el alcohol adormece la memoria y despabila los engaños más recónditos. Sabe que comenzaron a hablar sobre hechos cotidianos o intrascendentes: no para de llover, mañana será otro día igual, me gustaría cambiar de oficio, ahora mismo me gustaría estar en tal lugar.

Hablaron también del porvenir: esos viajes nunca realizados, aquel paisaje que nunca vimos, esa anécdota siempre útil en estos litigios. Después se adentraron en temas más personales: películas que no les gustaron, libros que nunca leerán, el tiempo que corre inexorable. Y antes de darse cuenta, habían bebido varias copas bien cargadas y se encontraban desentrañando los riesgos del amor libre, las traiciones pesarosas, los amores truncados, la vida por vivir.

Él lucía una timidez bien dominada que combinaba con rasgos de humor y algunas lecturas propicias para vencer momentos nunca imaginados. Lo que nunca pudo ni tan siquiera sospechar fue que una mujer como aquélla clavara sus ojos y sus intenciones en un tipo como él: ni grueso ni delgado, ni alto ni bajo, ni inteligente ni imbécil; es decir, un tipo normal, sin más encanto que sobrevivir sin demasiados rasguños a los reveses de la vida.

Ella, sin embargo, era desenvuelta y alegre, con una picardía invulnerable que ponía a cualquier hombre a raya. Tenía una belleza mundana y difícil, pero sobre todo sobrecogedora y única: un pelo enroscado y suave, ojos de gacela indomable, manos suaves como algunos sueños y una piel en la que estaba de más cualquier equipamiento para deslizarse desde sus hombros hasta sus rodillas y perderse por un tiempo en cualquier recoveco de aquel cuerpo aún por descubrir.

Sin saber cómo, ella le dijo que si le pedía ir a su apartamento iría, pero tenía que ser convincente en sus argumentaciones y después no derrapar con técnicas vulgares y conocidas por los acantilados del amor. Se lo dijo más o menos, o incluso fue más cursi o más romántica, porque a él ya la memoria empezó a fallarle desde ese mismo momento. Recuerda, eso sí, que después abría la puerta de la casa y la invitaba a una copa, y que mientras tanto ella se había descalzado y tendido en el tresillo, y que hablaba de los hombres, de su inexperiencia y de sus celos, etcétera.

A partir de aquí los recuerdos se le ensombrecen todavía más y nunca llegó a saber qué le dijo para convencerla de su eficiencia amatoria o nunca lo quiso adivinar, así que se puso manos a la obra y a resolver con buena letra esta asignatura que siempre creyó pendiente.

Sus técnicas y conocimientos sobre el particular debió reservarlos para otra ocasión en la que él pudiera conducir el timón del barco con menos virajes que en aquella tormenta incontrolada. Ella lo llamó al tresillo como el sargento llama a la tropa, y le ordenó aquí y luego allí, y después se dejó llevar por los impactos contundentes de las armas enemigas. No dejó de oír balaceras imparables durante toda la noche y él, como el soldado primigenio en la guerra, se dejó llevar allá donde mayor resguardo hallaba y donde menos dolieran las heridas de la contienda.

De golpe despertó, se encontraba solo en la cama y con un dolor de cabeza que no pudo doblegar durante toda la jornada. No había ni rastro de la mujer, sólo un halo de perfume en las sábanas que le ayudaron a reconstruir la mejor noche de su vida. No quiso entrar en detalles que le hicieron esbozar una sonrisa cómplice ni tampoco buscó las causas que motivaron un litigio de tan alto nivel, ni tampoco buscó en la memoria rincones concretos de un cuerpo que ya nunca lograría olvidar.

En su partida, a saber a qué hora, no dejó nombre, dirección o número de teléfono. Había sucedido con tal imprevisión y fortuna, que él sólo podía decir que no fue un sueño y que para algunos regalos, como fue aquella noche, antes de aceptarlos, convenía estudiar con detenimiento su manual de uso. Porque después nadie puede reclamar daños, perjuicios ni que le devuelvan el objeto intacto de sus desvaríos.
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jueves, 27 de septiembre de 2012

Cualquiera se cansa

Mira uno la vida desde la ventana y le da pereza abrir las puertas y salir a la luz o a las tinieblas. Todo depende como se mire. Si ahora miramos el mundo sin telescopio, vemos un paisaje que abruma en lontananza y aquí al lado buscamos las ascuas del fuego apagado y del futuro que nos dibujaron y fabricaron a la medida, sin brechas y sin vacíos significativos.

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Y ahora, del golpe, nos da la impresión que alguien nos vendió gato por liebre, que aquel traje hecho a medida nos viene estrecho para esta crisis, le quedan cortas las mangas y el color se ha desteñido en por momentos.

Miramos afuera y los días se insinúan sinuosos y hostiles, y la noche es un pantano de dudas y deudas sin solución posible. Y es así que vamos pasando las páginas de los periódicos buscando un titular que no está y una noticia que alguien ha usurpado de sus páginas sin nuestro consentimiento.

No hay respuesta que apague nuestras convulsiones internas ni que infle la nómina como si fuera un chicle. No hay respuesta a este momento de incertidumbre. Porque nadie dice nada ni sabe de esta verdad que nos asoma al cataclismo, ni le pone nombre a las mentiras en las que queremos seguir creyendo.

Ahora sabemos que la sociedad del bienestar se va al carajo, ahora sabemos que nunca fuimos ricos ni lo seremos nunca más y que los inmigrantes han comenzado a regresar a sus países porque no se quieren comer nuestra miseria.

Sabemos también que la Embajada de Estados Unidos en Madrid mostraba un especial interés por el expresidente del Gobierno José María Aznar. Y él que pensaba que Bush le amaba con fruición y desinterés, como si aquello fuera un amor de primavera. Menos mal que los papeles secretos del Departamento de Estado nos mostraron las dudas que Aznar tenía sobre la entereza y capacidad de Mariano Rajoy de conducir a este país por el camino de la unidad nacional, tal como él lo hubiera hecho sin pestañear, aunque se le metiera un enjambre de abejas en el ojo.

Eso es Cataluña para Rajoy: un enjambre de abejas locas que no saben a dónde ir. Para Aznar, todo este país es un manicomio, sobre todo después de cuanto ha acontecido a las puertas del Congreso. De ahí la frase de Aznar que ahora se me viene a la memoria y que entonces nos hizo esbozar una mueca que no llegó a tal porque se nos quedó la sonrisa congelada: “Si veo a España desesperada quizá tendría que volver a la política”.

Uno se cansa de tanto mesías enano y con bigote, inflado de vanidad y escaso de conocimiento. No sé qué tiene este país que amamanta con sus ubres a tantos salvapatrias y después nos los pone en la poltrona para abrir un paréntesis vergonzoso en nuestra historia más reciente.

Sabíamos que éstos eran malos tiempos para la lírica, pero estos otros que empezamos a pisar son malos también para bolsillos propios y ajenos. Nadie nos salva de morder este fuego que alguien atiza sin contemplaciones desde otra finca a la que no tenemos acceso.

Lo peor es que los periódicos se han quedado mudos y no atisban a anunciar las catástrofes previsibles porque andan preocupados midiendo su ideología interna. No les preocupa ya tanto qué piense o sienta el lector, como tampoco les preocupa de qué materia están hechos sus periodistas, porque hoy la profesión son piezas desconectadas entre sí y componen un puzle que nadie acierta a componer de modo que todo tenga sentido.

Este periodismo programado y de declaraciones que vive una vida frugal y efímera morirá pronto a nuestros pies, cuando ya todos volvamos a calzar alpargatas y sepamos definitivamente que los derechos humanos, sean cuales sean, del trabajador o del menor, de la mujer o del gay, hay conquistarlos cada día, porque si no alguien vendrá a arrebatárnoslos. Porque los lobos hoy habitan las ciudades y han dejado los montes libres para las liebres y los jilgueros.

A veces, todos nos cansamos de soñar, porque los sueños, como las nubes, vienen y van sin rumbo, y los días grises nos devuelven una nostalgia que habíamos desechado en el paragüero y que ahora necesitamos sin titubeos y sin compasión.

Después, sin embargo, la mañana anuncia un día luminoso y de pronto olvidamos que el invierno es fugaz y que, pese a todas las circunstancias esquivas que nos atenazan, no nos queda otro remedio que salir a la calle a gritar o a beber, a saber que los malos tiempos tienen los días contados y que sólo depende de nosotros enderezar la curva del camino.

A veces, miro la primera página del periódico y no encuentro la noticia que buscaba, y sé que, en parte, también yo soy culpable que no hallar el titular que quiero y que otros como yo no hemos escrito. Porque todos sabemos y hemos olvidado que algunos titulares deben ser colectivos e indelebles.
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domingo, 23 de septiembre de 2012

Antonio Skármeta: “Chile es un país rico gracias al cobre nacionalizado por Allende”

Antonio Skármeta (Antofagasta, Chile, 1940) publica Los días del arcoíris, obra con la que obtuvo el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América 2011 y en la que cuenta cómo el general Augusto Pinochet perdió el plebiscito que pensaba que lo iba a catapultar al poder hasta sus últimos días. Sin embargo, la campaña del “No” logró quebrar el miedo que los chilenos almacenaban en los tuétanos de sus huesos durante quince años de dictadura. El libro está escrito con una prosa limpia y un mínimo de recursos narrativas que no esconden la voz personal del escritor.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Sus novelas han sido traducidas a 35 idiomas. Hoy vive dedicado solo a la literatura. El baile de la Victoria obtuvo el Premio Planeta en 2003 y fue llevada al cine por Fernando Trueba. Con El cartero de Neruda alcanzó un éxito mundial y su versión cinematográfica obtuvo cinco nominaciones al Oscar. Reconoce que, en el fondo, el protagonista de esa novela es él mismo, pues utilizaba los versos de Pablo Neruda para seducir a su primera novia.

Publicó su primer libro cuando era flaco, tenía pelo y era joven. Ahora, unos años después, la deforestación capilar, algunos kilos de más y las ganas de tragarse la vida al por mayor le otorgan un aire de hombre bueno del que no reniega. Ríe a cada instante y su trato, que no se sabe si lo aprendió de la diplomacia o de la literatura, es fácil y grato.

Le hubiera gustado ser bailarín o basquebolista, pero aquí también el peso le gastó una mala jugada. Así que optó por la bohemia y las chicas, y una cosa y otra lo llevó inevitablemente a la escritura, que lo absorbió por completo y de donde no quiere salir para nada.

Considera consolidada la democracia en Chile, y piensa que “Chile es un país enormemente rico gracias al cobre nacionalizado por Allende”, quien para él fue un presidente de inmensa dignidad y una figura heroica. Ahora no sabe qué va a escribir. Todavía anda detrás del arcoíris.

—El plebiscito convocado por Pinochet es el telón de fondo de Los días del arcoíris. ¿Piensa que Pinochet, de algún modo, se vio obligado a convocar este plebiscito, empujado por los propios poderes fácticos que él defendió?

—Las razones son porque es inevitable que se produzcan coyunturas en que ya no puede seguir gobernando en las mismas condiciones de poder absoluto. La resistencia se organiza, los sindicatos se reestructuran, los movimientos cívicos se hacen más expresivos, la gente se arriesga, va conquistando espacios de libertad. Entonces, se encuentra con una situación social de gran presión que al desgaste de años de represión va en alza el ansia de libertad de la gente. Eso es un motivo.

Segundo motivo. Una dictadura no puede permanecer en el mundo contemporáneo, como está tramada la globalidad, largo tiempo impunemente con una política represiva donde no se exprese la voluntad de la ciudadanía, porque esto daña los negocios internacionales. Entonces, ya el aislamiento de Chile en este contexto comenzaba a ser perjudicial precisamente para los exportadores.

Chile es un país que vive de las exportaciones. Había ya en la gente de derechas más moderna, en el empresariado, la sensación de que la democracia era un terreno más propicio para el modo contemporáneo de hacer negocio que una dictadura. Ésas son dos cosas que pueden a Pinochet.

La tercera es que en 1980 escenificó un plebiscito y allí hizo aprobar una Constitución donde pensó que esa Constitución le iba a permitir gobernar hasta el último día de su vida. Esa Constitución de 1980 donde él se llevó los votos se la hizo aprobar por un 79-80 por ciento. Según esa Constitución, él preveía un tránsito a la democracia que consideraba un plebiscito en 1988. Entonces, se ve compelido a hacer este plebiscito que cree que va a ganar con toda facilidad.

Todos estos dictadores se dejan aconsejar por colaboradores que los adulan, que los encierran en una cápsula de cristal. Ésa es la suma de motivos por los que el plebiscito tiene lugar. Escenifica el plebiscito, y para darle el tinte democrático que tiene que tener, y éste es el tema de mi novela, abre la televisión, abre estos quince minutos y por esa rendija destapó la fantasía, la imaginación, el humor, las ganas de libertad, el ansia de los chilenos de sacudirse de la grisura, de la mediocridad. Y a mí me pareció tan atractivo que esta campaña fuera la gota de agua que rebasaba el vaso y nos llevara a los chilenos a la libertad y luego a la democracia de la cual hoy disfrutamos, que me pareció una historia digna de contársela al mundo.

—Pinochet dijo: “Yo o el caos”. Pero triunfó la campaña del “No”. La gente estaba cansada de vivir asustada y el miedo entonces, como la alegría a veces, se quebró por todos lados.

—Es el embrujo del arte. La campaña del “No” fue hecha por publicistas con corazón de artistas. Y esto se debe a lo siguiente. Inmediatamente después del golpe, en Chile no había cine. Creo que durante todos los años de la dictadura se habían hecho tres o cuatro películas si acaso. En cambio, en el exilio se hicieron más de doscientas.

Los cineastas jóvenes que querían hacer cine en Chile, que querían expresarse, los actores, tenían que vivir de algo, y entraron en las empresas de publicidad. La publicidad prosperó en Chile. Entonces, trabajando en la empresa publicitaria para publicitar artículos comerciales, los artistas aprendieron el lenguaje conciso del mensaje publicitario, la síntesis, el poder de emocionar instantáneo.

Si a eso le agregas que cuando se les presenta la ocasión a los demócratas llaman a los mejores publicistas y les dicen: “Amigos, ésta es la ocasión de su vida. Ustedes son grandes artistas y además conocen el lenguaje publicitario. Hagan la campaña”. Entonces esta cooperación de publicistas y la colaboración de todos los actores, pintores, bailarines, todo lo que hay en esa campaña del “No” hacen de eso una obra de arte que toca a los chilenos, los conmueve y, sobre todo, eso que tú señalabas, a los indecisos, a los que tenían miedo del caos, de que pudiera venir la anarquía o algún régimen comunista en Chile. No, vino una democracia y una democracia muy buena, muy sólida, que le dio estabilidad, progreso económico a Chile en los últimos años.

—La campaña del “No” quiso transmitir “alegría, humor y ansias de futuro. Tenían ustedes la sensación en aquel momento de que algo se quebraba.

—En aquel momento se percibió así. Lo que pasa es que la sociedad bulle por todos lados expresando su inconformidad, sus ansias de cambio, eso alcanza para desplazar a una dictadura. Pero para desplazar a una dictadura hace falta una unidad muy amplia y esa unidad tiene que ser aceptada políticamente. Y aquí está la gracia.

El gran talento que tienen todos los partidos que quieren confrontar al dictador, desde derechistas democráticos hasta la izquierda, pasando por el centro, los democratacristianos, los socialdemócratas, los socialistas. Es un espectro tan amplio que se refleja en el arcoíris. Es muy bueno que esa unidad de lo diferente permite un “no” rotundo. Lo único que faltaba era la gotita, el mover a los que estaban distraídos con esa campaña de televisión. Eso ya explota.

—La segunda línea argumental de su novela se centra en Nico, un estudiante de Secundaria que, con ingenuidad y ternura, cuenta lo que ocurre su alrededor.

—Esto es para mirar desde una perspectiva distinta los años de la represión. Nico, que es afectado por la represión, porque su padre es detenido y lo tiene que buscar para rescatarlo en lugar desconocido donde está, lo hace desde el lenguaje de los jóvenes. El tomar esa perspectiva narrativa explica que uno desideologiza un poco la literatura, la hace más espontánea, la hace más humana. Los jóvenes son muy idealistas, muy flexibles y están dispuestos a poner el cuerpo por sus sentimientos. Tienen a veces ese coraje imprudente que anima a una sociedad.

—Sorprende el arranque de la novela: “El miércoles tomaron preso al profesor Santos. Nada de raro en estos tiempos. Sólo que el profesor Santos es mi padre”.

—Se llama ese arranque in media rex, o sea, ya transcurridos los acontecimientos. Es claro, conciso, preciso, para que sea una auténtica invitación al lector a convivir con el personaje que cuenta. Mi literatura es eso, una invitación a una convivencia.

—Después de un periodo de tiempo en que ha gobernado el centro izquierda en Chile, se produce un vuelco cuando el centro derecha alcanza el poder sin traumas. ¿Es un síntoma de que la democracia está bien asentada en su país?

—Yo apoyé la coalición de centro izquierda. Ahora está tan consolidada la democracia que se puede permitir en estos momentos el lujo de la curiosidad y de probar un acento distinto. El país está muy orientado hacia el centro, entonces hay una cierta unanimidad en todos los actores políticos acerca de cómo se conduce la economía del país y todo lo otro son asuntos ya de valores y de matices, y ahí la discusión es muy intensa pero en general se logran acuerdos muy amplios entre gobierno y oposición.

—Pinochet murió sin que pudiera culminar su juicio y fuera condenado. ¿Le hubiera gustado otro final que no éste?

—Me hubiera gustado que hubiera tenido la salud suficiente y no esa melancólica demencia que convenció un poco fingiendo y que después lo atrapó tan fuertemente. No fue posible. Ya sabemos la historia de Pinochet. Fingió en una primera etapa una enfermedad que no tenía y luego se encerró en sus fueros que él mismo se había dado y murió allí en el hospital militar en un proceso que siempre se veía que iba a ser eterno.

—Pinochet viajó poco, casi nada. Garzón logró retenerlo unos días en Londres. ¿Cómo vio la actuación del juez Garzón en aquel momento?

—Me pareció notable. Yo creo que los derechos humanos son universales. Está la Declaración Universal de los Derechos Humanos y sus violadores deben ser perseguidos sin que rijan para ellos las leyes específicas de cada país. Sobre eso hubo un tremendo debate en Chile, por supuesto. Ahora, hay que decir siempre que en política los grandes avances democráticos van siempre contaminados con transacciones y retrocesos. Esas son las proporciones de cómo los países avanzan.

—Han sido exhumados los restos de Salvador Allende para esclarecer su muerte. Cómo perciben hoy los chilenos a su expresidente.

—A mí me pareció un político de inmensa dignidad, de estatura. Me pareció que su proyecto político de llegar a un socialismo democrático por las vías legales, nacionalizando las riquezas del país, de lo cual se ha beneficiado Chile enormemente, porque Chile es un país enormemente rico gracias al cobre nacionalizado por Allende.

Ahora Chile es el gran país de las exportaciones. En otro tiempo le costó la vida, ahora es curioso que esos mismos empresarios no lo aplaudan. Yo creo que su proyecto era viable y que, de haber prosperado, se podía parecer mucho, tal vez con un énfasis de un estado protector y más igualitario, a lo que tenemos hoy.

Si se hubiera concretado la alianza de la izquierda con el centro, la alianza socialista con la demócrata cristiana, que fue la que le dio estabilidad a Chile. ¿Qué hubiera pasado si lo hubieran dejado gobernar? No se lo dejó. Para mí es una persona de gran dignidad y una figura heroica dentro del concepto de la mayoría de los chilenos.

—Cine, televisión, teatro, docencia diplomacia, novela, cuentos. ¿Qué palo no piensa tocar?

—Hay uno que no puedo. Me gusta mucho ser bailarín, pero aquí los kilos me juegan en contra desde muy joven. Y la otra cosa que me hubiera gustado ser es basquelbolista. Y aquí también los kilos me jugaron en contra y no solamente eso sino que ya en mi juventud me comenzaron a interesar las chicas y con las chicas también la vida bohemia. Y después ya vino el vicio mayor que fue la escritura. Me absorbió todo.

—En todas sus novelas se respira una prosa ágil, preñada de metáforas y guiños de humor y de ternura. Parece que escribe como habla y como si no pudiera esconder que es usted.

—Yo creo que caracteriza a los autores que logran una comunicación internacional. Tener un timbre, un tono, una voz, que es lo primero que llega al lector, una atmósfera familiar, una manera de implicarlo que puede tener que ver con el temperamento mismo, que puede que no sea algo estrictamente de técnica literaria, aunque la técnica literaria es fundamental. Solamente que en el escritor ya avezado, experimentado, la técnica literaria es casi un ejercicio espontáneo. No tiene que pensar cómo hacer la cosa bien, si la llevamos menos bien le va saliendo bien porque el ritmo ya lo tiene. Lo ha cultivado tanto que sabe llevarlo el tacto a lo que la historia le va pidiendo.

—Un día le dijo a su padre que quería ser escritor, y él le respondió: “Para ser escritor tienes que escribir por lo menos un cuento a la semana”. ¿Fue el primer consejo que recibió como escritor?

—En cuanto a mí, yo ya a los nueve años estaba llenando cuadernos y a los 17 ya le dije a mi padre que quería ser escritor, y mi padre, en vez de mandarme al psiquiatra, como se hacía con todos los que querían carreras artísticas, extravagantes, al contrario, me abrazó y me dijo: “Ten entonces una ética de trabajo con la escritura. Escribe un cuento por semana y yo te lo paso a limpio”. Y así completé mi primer libro de cuentos. No lo publiqué. Era un libro de aprendizaje.

—¿Pero lo conserva?

—Uno de los cuentos de esos momentos entró en mi primer volumen publicado, un cuento que se llamaba Entre todas las cosas lo primero es el mar. Ese cuento, en una primera versión, pertenece a esa etapa de narrador de 17 o 18 años.

—Se ha descrito así: “Yo sigo siendo un chico pop con un cuerpo de que no me conviene”. Y después también se ha descrito de esta otra: “Publiqué mi primer libro cuando yo era flaco, tenía pelo y era joven”. ¿Cualquiera tiempo pasado fue mejor?

(Ríe). No, no. Cada tiempo es pleno. Cuando un escritor opta por la sensualidad, por la vitalidad, por la expansión, por el movimiento, le conviene más un cuerpo joven que un cuerpo tranquilo.

—Usted utilizó poemas de amor de Pablo Neruda para conquistar a su primera novia. O sea, con el tiempo uno acaba descubriendo que el verdadero protagonista de El cartero de Neruda es usted mismo.

(Ríe). Yo escribí un libro que se tituló Neruda por Skármeta donde cuento minuciosamente todas nuestras historias, así que remito a todos los lectores a ese libro. Pero es verdad que los lectores echamos mano a las experiencias concretas que hemos tenido para darle verosimilitud, emocionalidad a los protagonistas que el escritor inventa. Uno acude a esa emoción porque la conoce y la conoce tanto que poniéndola en ese personaje puede ser comunicativa y yo creo que en lo que puse del cartero de Neruda habrá mucho de mi espontaneidad adolescente, sobre todo mi adoración por la poesía de Neruda.

—Y lo escribió como una deuda que le debía al poeta.

(Ríe). Bueno, es una broma.

—Lo que usted hizo con los poemas de Neruda lo intenté yo con su libro. No sé si estoy en deuda con escribir algo sobre usted.

—Bueno, espero que usted lo haga bien.

—La familia del dictador se ha quedado sola. Ya nadie quiere a Pinochet. Como un klínex. Usado y tirado.

—Claro. Porque, una vez desprovisto de la cápsula protectora, quedan expuestos a los procedimientos de la justicia que investiga y que pese a que él mismo dictó una ley de amnistía con la cual protegió a muchos colaboradores, incluso a su propia familia, muchas cosas quedaron en evidencia que ya no son solo violación de derechos humanos sino algunos delitos económicos. Entonces eso ha caído sobre la familia.

Pero políticamente es interesante que el pinochetismo prácticamente está marginado de la vida chilena. Todos los actores políticos se han ordenado políticamente. Un nieto de Pinochet se presentó como candidato independiente por la comuna más rica de Chile, invocando el buen nombre de su padre, y tuvo una votación ínfima. No salió elegido.

—¿Qué escribirá ahora?

—Yo ahora ando detrás del arcoíris.

Publicado en el diario Córdoba el 17 de julio de 2011
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domingo, 16 de septiembre de 2012

Un otoño calentito

Tendremos un otoño caliente. Pero los datos son fríos. Tan fríos que deberían dejar a cualquiera congelado, aunque no es así. Si así fuera, esto ardería. Las estadísticas son frías y exactas. Por ejemplo, cada día son más los jóvenes que ni estudian ni trabajan. Vamos, como en aquel chiste en que uno preguntaba: “¿Tú bebes o trabajas?”. Y el otro respondía: “Yo bebo. Del trabajo me echaron”.

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Y no pasa nada. Así nos van las cosas. Los más afectados por estas cifras son sobre todo los mayores de 25 años. Después, los jóvenes de entre 20 y 24 años. Estos informes que precisan la realidad adivinan también que la crisis es más cruel con los adultos menos formados.

Este otoño nos rescatarán, definitivamente. Suena a cuento de hadas. ¿O es un verbo incorrecto y mal utilizado? Portugal fue rescatada hace año y medio, en abril de 2011. Pero los portugueses, al parecer, han perdido ya toda esperanza.

En 2012 les subió el IVA hasta el 23 por ciento, les subió el impuesto de la renta, les subieron las tarifas médicas y les subieron los transportes públicos. Todo, pese a que ha cumplido las condiciones del rescate sin brecha alguna. Pero los ciudadanos del país vecino, cada día más pobres, miran sin esperanza a un futuro vacío.

Hay epidemias que se contagian sin remisión posible. Una de ellas es la del pesimismo. Dicen los sindicatos que este otoño será caliente. Pero yo veo el ambiente muy templado. La gente está jodida, pero no está harta. Si no, no se entiende.

Algunos andan todavía en estado de shock, según los analistas más luminosos. Habrá que darles un aviso en la entrepierna para que despierten. Porque aquí cuando acabe la siesta, no conoceremos a este país de como lo han dejado.

Están los ánimos todavía muy templados para que este otoño sea tan caliente. Cuánto me gustaría equivocarme. Las cifras desafinan, pero aquí nadie canta. La fiesta todavía no ha empezado y los cubitos de hielo empiezan a derretirse, pero muy lentamente.

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Élmer Mendoza: “El tráfico de drogas no se va a acabar”

Élmer Mendoza (Culiacán, México, 1949) es uno de los escritores más reconocidos en su país y allende sus fronteras. Vuelve a España con nueva novela, La prueba del ácido (Tusquets, 2011) en la que recupera al zurdo Mendieta, un personaje tal vez sacado de su propio perfil, aunque él prefiere pensar que no se parecen en nada y menos aún en “ese sentido fatalista que tiene de la vida”. Este detective investiga el asesinato de una bailarina de striptease llamada Mayra Cabral de Melo, a quien Mendieta había conocido meses atrás.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

El libro no es solo una novela negra sino un informe pormenorizado sobre los bajos fondos del narcotráfico, un relato en el que la utilización del lenguaje es la principal herramienta a la vez que una estructura exigente que no deja al lector indiferente. Piensa Mendoza que el narcotráfico no tiene fin, porque, donde el ser humano no encuentra una alternativa de trabajo digno, la corrupción se abre camino a sus anchas.

Es un hombre educado, sonriente. Su timbre de voz es bajo, la barba desaliñada de poeta consumado, un humor a prueba de falsos chistes y una mirada de hombre de mundo que no deja de sorprenderse del momento que le ha tocado vivir. Viste de oscuro, con chaqueta gris de pata de gallo, tiene una altura que le gusta a las mujeres y una ternura que ellas valoran en lo que vale.

Piensa que la novela mexicana vive un momento único y que dejará a la humanidad alguna que otra obra maestra. Él no quiere perderse la oportunidad de participar de este momento de gloria. Desde agosto, es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y entiende que el español cada vez “tiene que ser más fuerte y más claro”. Su primera obra, Mucho que reconocer, le solventó todas sus dudas: sería escritor. Después vinieron El amante de Janis Joplin, Cóbraselo caro o Balas de plata. Trabaja ahora en dos obras. En una de ellas, por supuesto, el protagonista es el zurdo Mendieta. La historia sigue.

—“El narcotráfico no se va a acabar”. Lo dice usted. ¿Le puede el pesimismo?

—Bueno, no es el pesimismo. Es una realidad, porque yo veo muy difícil que acaben los adictos. Y veo muy difícil también que un negocio muy lucrativo, si lo legalizas, significa que vas a cambiar de status y significa que eso se va a abaratar. Yo no creo que a nadie le convenga. Entonces, realmente, sin ser pesimista, no creo que se termine el tráfico de estupefacientes.

—La periodista mexicana Lydia Cacho asegura que en varias décadas el tráfico de personas será un negocio más rentable que el tráfico de drogas o de armamento. ¿Comparte ese futuro negro que ella vaticina?

—No lo había pensado así, pero sí tengo informes de que ahora el tráfico de personas se está convirtiendo en el delito más grave. Lo que pasa es que no sé qué tan rentable es, pero si Lydia lo dice, Lydia que es muy estudiosa, debe tener sus razones y no me queda nada más que adherirme a ella.

—Probablemente lo más grave es la fascinación que los narcos producen en los jóvenes: no descartan ser sicarios, visten sus camisetas, niños de doce años ya están fichados como delincuentes.

—Sí. Eso es muy grave porque ellos, digamos, se han convertido en una convención que los jóvenes quieren seguir. Porque es una región donde no hay empleos y donde los empleos legales son pésimamente pagados. Digamos que el sueldo mínimo debe ser así como cuatro euros, y hay quien vive con eso. Entonces, la opción de hacer un trabajo lucrativo como delincuente siempre lo seducen.

Aparte está toda la épica que implica andar armado y andar armado la posibilidad de traer un buen auto y un buen auto significa que puedes subir a una chica hermosa, pues significa que todos los que verán que hace eso lo van a admirar. Y, bueno, los hombres muchas veces son capaces no solamente de cambiar su reino por un caballo, sino de cambiar un momento de admiración, quince minutos de fama, por lo que sea.

—El narcotráfico ha ido evolucionando con los años. Se han incorporado mujeres a sus filas. También niños. Se va adaptando a la sociedad.

—Sí, se va adaptando y también las condiciones económicas que no permiten otra salida. A mí lo que me parece muy interesante es la incorporación de las mujeres porque las mujeres son como el elemento más importante de la cultura, porque son el instrumento de transmisión de una generación a otra. Entonces, ahora que ellas se están incorporando a actividades delictivas, realmente tenemos que confiar en que Dios nos coja confesados, porque eso va a evolucionar y va a evolucionar de una manera muy fuerte, y pienso que muy violenta.

—Ahora publica La prueba del ácido. Podríamos decir que, a su modo, es una novela negra, pero sobre todo es una cámara fotográfica que retrata los bajos mundos del narcotráfico.

—Eso no lo puedo evitar. Aparte de todos los intereses que tengo en relación a la utilización de instrumentos narrativos contemporáneos, me seduce lo que vive la gente, lo que la gente experimenta, lo que la gente tiene, el que tiene esperanza espera, y toda esa parte emocional tan complicada que es la vida actual de las personas me seduce. Y son parte importante de mi novelística actualmente.

—Lo que más me sorprende del libro es el tratamiento del lenguaje con su incorporación de habla popular pero también, como escribe Rosa Mora, porque es de “rabiosa modernidad”. ¿La vida de una novela está en el lenguaje?

—El lenguaje es muy importante y el instrumento fundamental, y creo que en mi novelística es capital la utilización del lenguaje; es decir, conseguir darle estatura a una forma de contar y utilizando ciertas expresiones. Pero yo también creo que hay una estructura con aspiración de influir de otra manera en el lector, una estructura exigente, una estructura que no permite que el lector se distraiga y, desde luego, lo otro pues es la carga social que las historias tienen.

—Sicarios, antihéroes, balaceras, traiciones, sangre una complicada trama que logra desenrollar con un humor a prueba de bombas. Valga el símil.

(Ríe). Sí. Bueno, es que el humor a veces creo que permitirá a mis lectores no caer en el tremendismo ni pensar en las desesperanzas, en los problemas que estoy contando, sino que son situaciones que si todos participamos terminaremos por resolverlas a nuestro favor.

—Recupera en esta novela la figura del zurdo Mendieta. No sé por qué veo en el detective algunos rasgos autobiográficos. Su amor por la música, una visión nostálgica y cínica de la vida, su capacidad de sobrevivir a los reveses del destino.

—Cada vez me lo dicen más y yo creo que terminaré por, al menos, meditarlo y por aceptarlo. No creo que Mendieta tenga mucho de mí pero, si tuviera algún rasgo, espero que no sea ese sentido fatalista que tiene de la vida, sino todo lo contrario, o sea, como una capacidad implacable de enfrentar la realidad y no darse jamás por vencido, sea lo que sea que lo que se tenga que hacer.

—La novela mexicana, según usted, está viviendo un renacimiento espectacular, en gran medida gracias a la violencia del narcotráfico.

—Bueno, sí, la violencia se ha convertido en un territorio narrativo que no existía y creo que muchos escritores, incluyendo al maestro Carlos Fuentes, están entrando al territorio, y creo que eso tiene que llegar a una meta que es la meta de la escritura no de una sino de varias obras maestras, que yo espero no equivocarme en eso. Porque también hay libros de no ficción pero mandados por periodistas que son extraordinarios y que se convierten en material de información para nosotros, de tal manera que los novelistas no tendrán ninguna excusa a la hora de tratar un tema, digamos, a medias porque careciera de información. Yo espero poder participar en una época de la literatura mexicana que quede para siempre.

—Mientras México se muere en una sangrienta guerra civil, el mundo intenta sobrevivir a una crisis sin precedentes. Las revueltas árabes, el 15-M en España o los vándalos del Reino Unido son algunos síntomas. ¿Cómo se ve desde México este paisaje desolador y confuso?

—Pues no dejamos de ponerlo dentro del mismo paquete que nos entró y que nosotros estamos viviendo porque, como quiera que sea, allá dicen que si a Estados Unidos la tos, a nosotros nos da la gripe completa. (ríe). Y creo que nosotros también estamos sufriendo los empates de la crisis, y sí nos impacta muchísimo lo que pasa de este lado, sobre todo en Inglaterra y aquí, porque de alguna manera son países modelos, son países, digamos, con un nivel cultural, con un nivel de vida deseable para nosotros, y no aceptamos la explicación fácil de que pudiera ser el gran fracaso del capitalismo salvaje, sino que tiene que haber cosas y esas cosas son los errores humanos, y los errores humanos los cometen los que dirigen los países, y estos países que he mencionado tienen que ser cuidadosos porque nosotros estamos en el fondo y es una experiencia brutal la que vivimos todos los días. Yo creo que sería muy doloroso no poder visitar países que nos gustan mucho y que vemos que están iguales o peores que nosotros.

—También la crisis ha golpeado tremendamente a Estados Unidos.

—Se está acabando. Sí. Ese país tiene la deuda más grande, más gorda de todos.

—Usted dirige programas de fomento a la lectura con niñas violentadas, en prisiones para jóvenes y en colegios con estudiantes que muestran “tendencias delicuenciales”. ¿Todavía le queda tiempo para intentar cambiar la vida?

—Claro. Porque yo no soy solo, y no he ganado un status intelectual para quedarme en casa. Yo tengo que ir ahí, tengo que hablar con otras personas con esa aspiración de que se puede, que es posible, que seguir el camino de la legalidad es largo pero termina uno por tener estabilidades emocionales, estabilidad económica y, bueno, una serie de cosas que siendo delincuentes pues la vida es corta.

—En agosto fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. ¿Es el único lujo que se permite, además de los habanos y algún tequila?

(Ríe).No. Me permito otros lujos, pero ha sido una sorpresa para mí que me hayan nombrado miembro y, de verdad, tengo muchos deseos de hacer el trabajo que me corresponde. Curiosamente, desde que me han nombrado, no he parado en casa viajando todo el tiempo, pero lo tengo en la cabeza y creo que me gustaría mucho contribuir a conseguir información para explicar el español, que cada vez tiene que ser más fuerte y más claro.

—Sus narraciones son intensas y concentradas. Su lectura no es fácil y el lector requiere concentración. ¿No teme que por el camino se le pierda alguna admiradora embrujada?

—No, claro que no, porque prefiero apostar como siempre a mi lector ideal que es un ser inteligente, curioso, muy acucioso en el sentido de que no se da por vencido y que, bueno, termina por querer concluir mis novelas.

—Su lenguaje y su ironía –tal vez humor negro- a veces concluyen en sabias sentencias sobre el lugar del hombre en este mundo. ¿Lo escucha en la calle o lo lleva por dentro?

—Pues yo creo que lo aprendo en las lecturas, lo escucho en la calle, lo aprendo en los poetas y de pronto sale, surge así, ésa es la magia de hacer literatura, tiene esos pequeños momentos. Yo no le encuentro mayor explicación más que surge y hay que ponerlo.

—Se crió con sus abuelos en plena naturaleza. Ya entonces aprendió a imaginar y a soñar. ¿No le gustaba ya entonces cómo era este mundo?

—Sí, sí me gustaba, pero era más fascinante el otro, el mundo mágico, el mundo donde había fantasmas, donde había sombras móviles, donde había sueños y donde, por ejemplo, el que traía los juguetes en la Navidad, el 6 de enero, no siempre llegaba, y entonces era como otra manera de vivir la niñez. Eso me encanta porque además las ocasiones en que me ha ayudado a vivir momentos de mi vida son innumerables. Que yo me puedo quedar en una carretera y voy a pedir ayuda a los que viven cerca y son campesinos, y entonces yo sé cómo hablarles y siempre me ayudan y se sorprenden y dicen: “Habla como nosotros”. (Ríe).

—En 1978 se autopublicó su primer libro, Mucho que reconocer. ¿Fue entonces cuando decidió definitivamente ser escritor?

—Fue ese año, 1978, que después de hacer un ejercicio muy extraño, una experiencia que nunca había tenido –yo soy un hombre muy disciplinado en relación a mis horas de sueño-, estuve una noche completa, más o menos de las 11.30 a las 6 de la mañana, escribiendo cosas y, cuando terminó, dije: “¿Esto cómo lo he conseguido? ¿Qué me pasó?”. Y como era lector, dije, voy a ser escritor. Y a partir de ahí.

—Dijo usted algún día: “Soy escritor más bien en relación conmigo mismo que con el mundo”. Hoy nadie lo diría.

—Pero ¿por qué eres tan cobarde? (Ríe). Tú tomas la decisión de lo que quieres ser. Ya lo sé que en este tiempo las circunstancias son las que te ponen y que en mi país el 90% de las personas trabajan en trabajos que no les gustan, pero yo trabajaba en algo que me gustaba y lo dejé. Yo lo asumo como mi destino y ahí estoy. Y creo que no me he equivocado. No sabía al principio el esfuerzo brutal que tenía que hacer, pero cuando me di cuenta, dije, ya estoy en esto y lo tengo que hacer. Y tardé veinte años en conseguir lo que estaba buscando.

—Usted figura en La Reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte como personaje. ¿Soñó alguna vez con ser un personaje de ficción?

—Jamás (ríe). Me gustan mucho las circunstancias en que sale el personaje de La Reina del Sur y, bueno, de pronto me trae preguntas como ésta, porque uno mete los dos pies cuando estás creando en la ficción, tienes que entrar todo porque moverte dentro de esas leyes implica que hay una entrega absoluta. Pero cuando eres personaje estás igual, pero es de otra manera, eres un poco espectador. Es una distinción grande para mí.

—El azar también desempeña un papel trascendente en su novela, en la anterior también. Tal vez el azar pueda enderezar nuestras vidas.

—Yo creo que sí. Hay un timing que tu conducta que te conduce tarde o temprano a ese instante que es único y que obliga o te induce o te requiere tomar alguna decisión que no habías pensado, que temías tomarla, y esa decisión te va a llevar a situaciones, podíamos decir, diferentes. Es lo que a mí me ha pasado. Entonces quizá yo creo en ese principio y, bueno, recién me entero que también lo estoy utilizando en el absurdo Mendieta.

—¿Volverá el zurdo Mendieta?

—Tengo interés en escribir otra novela con Mendieta y estoy trabajando en un proyecto sobre Edward James, que era un mecenas del grupo de los surrealistas. Por ejemplo, uno de sus protegidos más importantes fue Salvador Dalí. Lo tengo como personaje porque él creó en la selva mexicana un jardín surrealista que es un sitio alucinante. Lo he visitado algunas veces, y más que tomar notas lo que anoto son percepciones del sitio.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de octubre de 2011
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jueves, 13 de septiembre de 2012

Falsarius Chef: “No están los tiempos para muchas estrellas Michelin”

Desde 2007 publica un blog de cocina que tiene miles de visitas diarias. En su último libro, Grandes éxitos de la cocina para impostores, reúne recetas con botes, latas y congelados que no dejarán indiferente a nadie. Amenazado y perseguido por los académicos de la gastronomía, sin embargo es capaz de sorprender a sus comensales con dos tonterías de supermercado. Falsarius Chef siempre esconde su auténtico rostro, como un auténtico bandolero que reparte recetas con justicia para tiempos de crisis.

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—Cocina de impostores para sorprender y engañar a nuestros invitados. ¿Le parece bonito?

(Ríe). Me parece no solo bonito. Me parece divertidísimo. Casi la mitad del placer de esta cocina está en engañar a las visitas. Sobre todo si son pelmazos. Que los hay.

—“Las mafias internacionales de chefs quieren matarme”. ¿También los cocineros nos han engañado, además de los banqueros?

—Hombre, matarme no diría yo, pero herirme gravemente, seguro. ¿Que si nos han engañado? Hombre, con las cosas de comer no se juega, pero con el dinero mucho menos.

—Con sus recetas pretende sacar todo el partido a la cocina de supermercado. ¿La mejor solución para la crisis?

—Ésa y acabar con los banqueros.

—La cocina impostora solo necesita latas, botes, congelados, cosillas del súper y hambre. O sea, que no es cocinero quien no quiere.

—Efectivamente. Todos llevamos un cocinero dentro. Lo que pasa muchos aún no lo sabemos.

—Escribió una novela llena de cocineros famosos, rubias despampanantes y latas asesinas. ¿No se le fue la olla?

(Ríe). Yo creo que nunca la he tenido. Por eso hago cocina impostora.

—No publica una receta hasta que no la coteja con varias cobayas humanas. ¿No se le quedó nadie en el camino?

—Mucha gente me dice que le he cambiado la vida con mis recetas. Yo siempre digo que me conformo con no habérsela quitado.

—¿Cita algunas marcas para que la edición le sea más rentable?

—No. Las cito porque me las pide la gente. Pero, bueno, bienvenida sea la publicidad gratuita, que están las cosas muy “achuchás” para las empresas, y hay que echarles una mano.

—Para tiempos de crisis, usted imposta la fórmula de Juan Palomo: “Yo me lo guiso, yo me lo como”.

—No nos queda otra. Me temo. No están los tiempos para muchas estrellas Michelin.

—¿Le perdonarán algún día los chefs tradicionales que esté enseñando a cocinar a todos los que siempre fuimos unos inútiles?

—Mucha gracia no les hace.

—¿Esos chefs tan conocidos, además de mucho nombre, tienen mucha jeta?

—Los muy conocidos, no. Los que van a rebufo de los muy conocidos, muchos sí.

—“Voy mucho a los supermercados porque me inspiran”. ¿A eso dedica el tiempo libre?

—Sí. Básicamente. Los supermercados son los museos de arte moderno del siglo XXI.

—Tiene platos inspirados en Obama, Sarkozy, la tía Julia de Vargas llosa, Uma Thurman. ¿Le inspiran los famosos?

—Me divierte hacer recetas con famosos. Y a la gente le gusta.

—Esta noche ceno con Sacarlett Johanson. Écheme una mano en el menú.

—¿La mano no puede ser con Scarlett Johanson en vez de con el menú? (Ríe).

—Le tiene manía al microondas. ¿Cuestión de principios?

—Es un aparato inútil, maléfico. Le tengo manías.

—Los López no teníamos una receta hasta que usted la inventó. Gracias en nombre de la familia.

(Ríe). Era de recibo hacerles una receta a los López. Hay tanta gente extraña por ahí con recetas propias.

—“La receta perfecta sería aquella que la haces en nada y queda maravillosa”.

—Sin duda. Y que encima fuera barata.

—Los cordobeses son buenos comensales. Hágales una receta con dos tonterías.

—Abrir unas sardinas de lata, quitarles las espinas, darles un golpe de plancha por los dos lados con un chorrito de limón, un poquito de sal gorda, sacarlas y un hilillo de aceite de oliva. Quedan muy ricas.

Publicado en el diario Córdoba el 15 de agosto de 2012
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martes, 11 de septiembre de 2012

El futuro en una tartera

Sandra Peralta aparece hoy en las primeras páginas de los diarios portando una tartera y un cartel que reza: “Menos tupper. Más maestros. Más libros”. Y una frase con la que se puede aupar al pódium de las mejores entrevistadoras de este país. Dice ella que solo quería preguntarle a Esperanza Aguirre si llevaría a su hijo al colegio con un tupper de comida para recalentar.

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En esa frase aparentemente ingenua se esconde el mapa mejor dibujado de la España que está naciendo. Con esa sola frase nos ha descrito la topografía de un mundo que se cae arañado por la melancolía soberbia de que otros tiempos fueron mejores.

Si la pregunta es buena, me gustaría conocer la respuesta de la presidenta de la comunidad de Madrid, en la que el cinismo más brillante hubiera brillado como perla única, solo comparable a la perla de John Steinbeck, de mejor recuerdo y prosa por supuesto.

En esa expresión indignada de una madre desesperada que friega suelos para sobrevivir veo reflejada la sombra de una España que vivió sueños de porcelana y que la despertaron nada más amanecer para habitar una tierra cuarteada de desempleo y de pérdida de autoestima. Y sobre todo, de diferencias sociales que se abren como meandros en un río que desemboca sin freno en el mar de la desesperanza y del descontento.

Las tarteras y lo que llenan las tarteras simboliza la mayor brecha social abierta desde aquellos tiempos incautos y hermosos de la Transición. De ahí estos lodos. Quién hubiera imaginado entonces que una tartera sería la metáfora de la pobreza, el estandarte de la desigualdad, el símbolo inequívoco de que todos los sueños tienen caducidad.

Se nos ha caído el futuro como hoja de otoño, una hoja que imaginamos perenne pero que ahora nos agachamos y recogemos amarilla y muerta y que sacudimos con una esperanza mustia por si aún le quedara algún latido de vida intacto.

Veo a esta mujer con una tartera en la puerta de un colegio y me sobrecoge un espasmo frío y ajeno, porque no sé cómo decirle que la vida se puede inventar de nuevo, a pesar de todo.

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lunes, 10 de septiembre de 2012

Elsa Punset: “La vida es una elección entre amor y miedo”

Elsa Punset, hija de Eduardo Punset, dirige el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional. Ahora publica Una mochila para el universo. 21 rutas para vivir con nuestras emociones. En este libro aspira a dar respuestas a preguntas que cualquiera se ha planteado o se puede plantear en la vida: ¿Cuánto debe durar un abrazo? ¿De qué sirve llorar? ¿Qué podemos hacer para cambiar nuestra suerte? ¿A partir de qué edad empezamos a mentir? La autora escruta en estas páginas una ruta de las emociones humanas y aconseja qué hay que meter en la mochila para que el viaje no se torne circular: un laberinto sin salida posible.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Otro libro de autoayuda. ¿Tan mal nos ve?

—No puedes cambiar ni transformar nada que no comprendas. Con lo cual necesitamos comprender siempre. No es que os vea mal, particularmente mal.

—Dígame ingredientes imprescindibles que deba meter en la mochila para optimizar mis emociones.

—Pues tienes que meter con lo que nacemos todos, que es creatividad, y que la perdemos a lo largo de la vida, alegría, amor, curiosidad. Y tienes que dejar sacar todos los lastres que no te sirven.

—“Tú puedes mandar en el cerebro hasta el último día de tu vida”. ¿Eso lo saben los terroristas, los directivos de Bankia o los que se han forrado con el ladrillo?

—La vida es una elección entre amor y miedo, y el miedo es también aterrorizar al otro, hacer daño al otro, es no cuidar del otro. Tú decides qué haces con lo que tienes.

—Entre el miedo y el amor. ¿Pueden llegar a ser nuestra mayor seña de identidad?

—Yo creo que no tenemos otras. Es lo que nos distingue. La vida es una elección.

—“Dos terceras partes de nuestra vida las pasamos cotilleando”. En España igual superamos esas estadísticas.

—No. Es la misma para todos. Es la única manera de poder navegar por las redes sociales tan grandes en las que vivimos.

—¿Por qué le importa más a un hombre que a una mujer que le rayen el coche?

—Porque los hombres se identifican menos con las personas que con las máquinas y los sistemas. Es una cuestión evolutiva.

—¿Existe la mala suerte?

—Puede existir un poco de mala suerte en la vida de las personas, y no sabemos si es azar o destino. Pero la mayor parte de lo que nos pasa no se debe ni a la mala ni a la buena suerte. Se debe a tu actitud.

—¿Las redes sociales logran reemplazar a un buen amigo?

—No. Cumplen funciones distintas. Las redes sociales te conectan, amplifican las ideas, pero no reemplazan la intimidad emocional que te da un amigo.

—A veces, las emociones negativas pueden ser muy útiles. ¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, la ira puede ser el germen de la justicia social, pero tiene que estar bien expresada.

—“Creo que estamos yendo hacia un mundo mil veces mejor”. ¿No lo dirá por el momento actual?

—Sí, también. Esto está muy calculado. A largo plazo, esto va mejor. Somos cada día más justos, cada día más empáticos. Lo que pasa es que hay pequeños baches. Estamos en un pequeño bache, pero recordemos que la crisis puede ser una oportunidad. Como dicen los chinos. No lo deberíamos llamar crisis. Lo deberíamos llamar baches.

—“Ningún sentimiento es más determinante para la vida que el amor”. ¿También aquí tenemos déficit?

—Sí. Hemos dado demasiada importancia a elementos que no son tan determinantes.

—Ganar 13.000 euros al año aumenta la felicidad un 2 por ciento, mientras que un amigo feliz la potencia un 12 por ciento. Y nosotros preocupados por la crisis.

—Es que eso es verdad solo por encima del nivel de supervivencia. Somos muy distintos los humanos por debajo del nivel supervivencias o por encima. Y esto hay que dejarlo claro también, porque si no parece un cachondeo. Por encima del nivel de supervivencia, el nivel afectivo, el amor de los demás, es más importante que el dinero. Quiero decir que el amor es más importante.

Publicado en el diario Córdoba el 27 de agosto de 2012
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domingo, 9 de septiembre de 2012

Inocencio Arias: “Al próximo presidente hay que exigirle que hable inglés”

Cuenta con una de las carreras diplomáticas más destacadas de la historia reciente de este país. Así lo cuenta en Los presidentes y la diplomacia. Me acosté con Suárez y me levanté con Zapatero. Inocencio F. Arias viaja en estas páginas por la política internacional española de los últimos años para reseñar y analizar los errores y aciertos, las anécdotas por supuesto también, de los cinco presidentes de la democracia, desde Adolfo Suárez hasta José Luis Rodríguez Zapatero.

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—El subtítulo de su libro reza así: Me acosté con Suárez y me levanté con Zapatero. ¿No eran demasiados en la cama?

—El título está destinado a llamar la atención, pero quiero dar a entender mi sorpresa porque Zapatero fue el peor de los cinco presidentes en política exterior.

—¿No le hubiera gustado haber compartido estos momentos actuales de desconcierto?

—Bueno, son para un economista, y yo no lo soy. Pero he intentado ser siempre fiel al Gobierno y habría trabajado.

—¿Cómo ve ahora a España en el mundo con la que tenemos dentro?

—Mucho mejor que hace 35 años, pero peor que hace 12.

—Usted fue director general del Real Madrid. Habrá respirado con el adiós a Pep Guardiola.

—Es una buena noticia para el Madrid. Mala para el fútbol.

—Después del desfalco de Bankia, de los safaris del Rey y de los juegos de manos de Urdangarin, la imagen que la prensa internacional tiene de este país no es la mejor.

—No. Ha sido mejor hace 12, 14 y 18 años. Con todo, no es pésima. El Rey, por ejemplo, sigue teniendo un gran prestigio en el exterior.

—Suárez ha sido el más seductor de los cinco presidentes.

—Sin ninguna duda. Sobre todo, en las distancias cortas.

—¿Lo veía en la mirada de las señoras?

—En la mirada de las señoras e incluso de los caballeros. En la de las señoras, ciertamente.

—Calvo Sotelo fue el presidente más culto de todos y el más irónico. Desde luego, se reiría por dentro.

—Era con diferencia el más culto y el que tenía un sentido más irónico de las circunstancias y de los acontecimientos.

—“Todos los presidentes han estado a la altura, menos Zapatero”. ¿No es muy duro con Zapatero y demasiado benevolente con Aznar?

—No. Aznar defendía unas ideas, que se pueden aprobar o no, pero me revienta que se le acuse en base a falsedades y a patrañas. Y en lo tocante a Zapatero, no fue un desastre, como dicen los peperos, pero fue el menos preparado, el más flojo y el que menos se encontraba a gusto en el circo exterior.

—“En la vida de nuestro rey hay un antes y un después del elefante”. ¿A cuál de tantos elefantes se refiere?

—Me refiero a ir a cazar en un momento en que irse a cazar no es el más adecuado. No porque cazara elefantes, sino por el hecho en sí con la que estaba cayendo.

—¿Fue Felipe González el mejor embajador de España en el extranjero?

—No. El mejor embajador de España ha sido el Rey por varias razones. Es una persona muy respetada y ha estado más tiempo que Felipe González. Pero Felipe fue muy respetado. También lo fue Aznar.

—Ninguno de nuestros presidentes sabía hablar inglés. ¿Por qué no les propuso veranear en Gibraltar y de paso reivindicar el Peñón?

—El que fuesen ido a veranear a Gibraltar hubiese sido una bajada de pantalones, pero al próximo presidente que venga después de Rajoy hay que exigirle que hable inglés o al menos que lo entienda.

—Ve a Rajoy en Europa como un dirigente serio. ¿No le percibe demasiado optimista para el currículum que lleva?

—Sí. No es irrealista, pero le veo levemente optimista.

Publicado en el diario Córdoba el 11 de agosto de 2012
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sábado, 8 de septiembre de 2012

Javier Reverte: “De Córdoba me gustan los caracoles y sus mujeres”

Novelista, poeta, periodista y viajero apasionado. Diez años después de publicar Los caminos perdidos de África, vuelve al continente africano con Colinas que arden, lagos de fuego. En este caso, narra su viaje por el lago Tukana, en el norte de Kenia, por el lago Tanganika, en Tanzania, o Chitambo, la pequeña aldea donde murió David Livingstone y donde fue enterrado su corazón. Un relato cargado de humor y sensibilidad, de sensualidad y de épica.

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—Como usted dice, África es como una mala mujer de la que te enamoras. Uno siempre acaba volviendo.

—Sí. Si estás muy enamorado. Por mucho daño que te haga, vuelves y vuelves. Los hombres somos un poco masoquistas.

—Desde niño ya soñaba con África. ¿Encontró allí las tierras de sus sueños o bien otras muy diferentes?

—No. Era mejor de lo que yo soñaba. África siempre te da más de lo que tú esperas.

—Un lugar donde conviven la belleza y la miseria. Esa es su magia y su desgracia.

—Es tan real como la vida. Nosotros somos seres que crecemos en la esperanza y morimos de una forma horrorosa. África te ofrece esa cara y cruz. Es lo más parecido a la vida.

—Cruzó andando ilegalmente el parque Selous. No le atacaron búfalos ni elefantes, pero sintió el peligro. ¿Qué pasó?

—Bueno, un búfalo surgió de pronto caminando por la espesura, y no hay otro animal más peligroso que un búfalo solitario. Pero llevábamos para protegernos una mujer armada. Y no hay mejor defensa que una mujer.

—Viaja sin móvil ni ordenador. Solo con libretas y bolígrafos. ¿Se siente así más integrado en el ambiente?

—Sí, porque estoy lejos de aquí. Yo, cuando me voy, lo que quiero es escaparme lo más lejos posible de España. Y si tuviera un móvil o un ordenador, estaría en casa.

—Viaja para escribir. Sospecho que también buscará esa sensación de estar solo en mitad del mundo.

—Sí. Es una sensación muy gratificante. Cuando estás solo y cien kilómetros a la redonda no hay nadie, te identificas mucho con la naturaleza. Te sientes parte de la naturaleza.

—El libro recoge dos viajes. El primero, desde Nairobi hasta el lago Turkana. El segundo, la ruta entre Dar-es Salaam y el lago Tanganika. ¿Por qué?

—Buscaba dos lagos que no conocía, y muy diferentes entre sí. El Turkana es como un espectáculo del fin del mundo; y el Tanganika, una explosión de vida bulliciosa.

—Usted viaja caminando y viviendo donde viven los africanos. Un viaje como hace veinte siglos.

—Sí, pero con menos gente. Porque hace veinte siglos llevaban una caravana de 200 porteadores. Y yo iba solo. Bueno, con un grupo de amigos.

—Recorrió el lago Tanganika a bordo del transbordador Liemba, construido por los alemanes en la II Guerra Mundial, y que inspiró La Reina de África.

—El Liemba es un barco mítico, un barco con leyenda. Y yo, entre otras cosas, soy, como escritor, un perseguidor de leyendas.

—Viajó también a la aldea de Zambia donde murió David Livingstone. Es muy de mitos. ¿Qué sintió frente al monolito levantado en su memoria?

—Él quiso que su corazón fuese enterrado en África, justamente debajo de donde se alzó ese monolito. Pues sentí que el aire de ese lugar era el mejor sitio para enterrar el corazón de un hombre que tuvo un grandísimo corazón.

—Tanzania es su país preferido del continente africano. ¿Qué tiene que le falta a otros?

—Tiene una naturaleza portentosa, muy variada, que un poco te resume todas las naturalezas de África, y tiene gente llena de generosidad y de hospitalidad.

—Después de haber escrito su trilogía sobre África, vuelve diez años después. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

—Muy poco. La miseria sigue siendo atroz. Quizá en el centro de las ciudades hay un parque automovilístico algo mejor, pero África sigue siendo un continente superexplotado y un continente lleno de miseria. Sigue igual.

—Su próximo viaje será al río Yangtsé, el poderoso río azul que atraviesa China. ¿Qué espera encontrar allí?

—Me gusta mucho navegar los ríos, porque los ríos crean vida y discurren a través de la vida. Y espero encontrar sobre todo seres humanos sobre los que escribir.

—¿Y por Córdoba no se da una vuelta?

—Córdoba me gusta mucho. He estado muchas veces. Dentro de Andalucía, Córdoba es lo más elegante. Los caracoles me vuelven loco. Además, tengo relación familiar con Córdoba, porque mi mujer es hija de cordobeses. Y las mujeres cordobesas son bellísimas. De Córdoba me gustan los caracoles y sus mujeres.

Publicado en el diario Córdoba el 31 de julio de 2012
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viernes, 7 de septiembre de 2012

Nadie debe dimitir por tener esas tetas

Es curioso este país. A mí nunca deja de sorprenderme. Una concejala de Los Yébenes (Toledo) lo primero que piensa es en dimitir porque todo el pueblo, primero, y todo el planeta después, la ha visto masturbarse en un video exquisito para hacer algo más feliz a su amante. Sin embargo, en estos últimos años hay quienes han dejado las arcas vacías en bancos, ayuntamientos y comunidades autónomas, y a ninguno le ha dado por poner su cabeza cerca de la guillotina. Se ve que aquí no hubo revolución francesa. Vamos, que nunca revolución. Más bien al contrario.

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En fin, que esta buena señora, después de recapacitar, dice que para qué va a dimitir, si aquí nadie lo hace. Y menos por enseñarle las tetas al público. En todo este asunto hay algunos aspectos que sorprenden.

La crónica publicada por El País señala que el video estaba destinado a su marido. Sería la primera vez que ocurre. O es que los matrimonios se están modernizando a marchas forzadas. Es más creíble y real la versión que muestran otras noticias, que aluden a un joven de 27 años amante de fútbol.

Es más probable porque solo a un gilipollas de esa edad se le ocurre por despecho hacer de su vida un circo. Y sobre todo, porque después de advertir los internautas la nada escabrosa imagen de una mujer atractiva simulando un orgasmo de amor, las propuestas de seducción le lloverán como maná del cielo.

Tampoco entiendo por qué Olvido Hormigos olvidó –valga la redundancia- la experiencia de Scarlett Johanson, que corrió la misma suerte al mostrar a su novio un culo de pera bien proporcionado que se había fotografiado de espaldas en el cuarto de baño cuando se vio reflejada en el espejo.

Se ve que a algunas mujeres esto de llevar en el móvil su intimidad intacta debe ser como sentirse más segura en caso de incendio emocional. Y sobre todo no entiendo que una mujer madura y atractiva, que además es un personaje público, agasaje a su amante con tan desproporcionado botín, cuando la posibilidad de que hiciera un buen uso de este material escapa a todas luces.

De todas maneras, cualquiera de nosotros puede jugar a recordar y revivir el amor de juventud porque el olvido todo lo puede y todo lo borra, pero no es la primera vez que antiguas parejas hacen públicos documentos íntimos de aquellas relaciones rotas.

A mí me parece bien que Olvido no dimita y me jode que incluso se le haya pasado por la cabeza esta posibilidad, como si hacer el amor al hurtadillas o fotografiarse con menos ropa que Tarzán fuese pecado en un país en el que todo es pecado menos defraudar miles de millones de euros a Hacienda.

Del mismo modo que también tendría que estar penado el que concejalas que son mujeres enteras se líen con estos mequetrefes que tendrán pelotas para jugar al fútbol pero no para entender que el amor, como el odio, se deben administrar con más inteligencia.

Un último apunte con dos puntos seguidos. Primero. Esperanza Aguirre ha defendido en internet la intimidad de Olvido. Por fin le escucho algo con lo que estoy de acuerdo (entre nosotros, creo que ya sabe quién es Saramago).

Segundo. La exministra socialista María Antonia Trujillo ha escrito en las redes que la concejala debe dimitir por no saber administrar su vida privada. Solo puedo deducir cuando leo una barbaridad de este tipo que algunas mujeres nunca soñaron –o nunca tuvieron la oportunidad- con tener un amante que las despistara por unos instantes de la realidad.

Bueno, os dejo que voy a ver si pillo a la crisis en bolas y os la muestro tal cual es, que ya es hora.
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martes, 4 de septiembre de 2012

Yolanda Sáenz: “Soy contraria a las máquinas de comida en los colegios”

Yolanda Sáenz de Tejada publica el libro Errores y horrores de una mamá primeriza, donde investiga la conducta infantil aplicando el juego para conseguir buenos hábitos. Diseñadora y escritora, cuenta además con una amplia trayectoria en el campo de la poesía y de la pedagogía de la salud. Autora, entre otros libros, de El camino del sueño, un libro para aprender a dormir bien; Tacones de azúcar, premio Internacional de Poesía Sial 2008; Poemas desde mi ombligo, o ¡A jugar!, escrito en colaboración con el doctor Eduard Estivill.

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—Su libro describe y da soluciones a los problemas más comunes de todas las familias con niños. ¿Así andamos todavía?

—A todas las familias no les da soluciones, porque algunas saben más que yo. Y sí. Estamos en cambio continuo y necesitamos siempre soluciones.

—Estas experiencias reales que comparten millones de madres en todo el mundo, aunque las cuentas con humor, no son tema se risa.

—El humor tiene que estar con nosotros. Es fundamental.

—Los manuales sobre pautas de educación son frecuentes. ¿Qué aporta su libro que le faltan a los demás?

—Aporta el humor, que es importante. Reírnos de nosotros mismos para solucionarlos. Y aporta la historia y la solución inmediata.

—Usted aplica el juego como herramienta para conseguir buenos hábitos en los niños.

—Sí. Efectivamente. Utilizo el juego porque, para inculcar buenos hábitos, la forma más rápida que hay de hacerlo a un niño es a través del juego.

—Las empresas deberían facilitar la conciliación entre la vida familiar y laboral con el teletrabajo o la jornada continua. Pero con la que está cayendo el momento no es el mejor.

—Siempre el momento es bueno y necesario. Si una persona está satisfecha emocionalmente, rinde el triple.

—Usted alerta a las madres del peligro de acudir a internet para informarse de todo lo relacionado con la salud de un bebé. ¿Tan mal está la cosa en la red?

—Alerto de que no entren en foros no científicos y aconsejo que entren en foros científicos.

—El título hace referencia a las mamás primerizas. ¿Pero dónde dejamos a los padres?

—Yo soy mamá y hablo de mamás. Y el próximo que voy a sacar será de papás.

—“No se puede dejar al colegio esta responsabilidad”, porque los padres pasan por dar ejemplo.

—Eso es fundamental. Los educadores están para afianzar los hábitos que adquirimos en la casa; y los padres, para educar en valores.

—En una buena educación con los hijos hay que conjugar la disciplina y el amor. ¿Pero qué me dice del tiempo, que posiblemente sea el ingrediente que menos valoramos y más necesitan los hijos?

—En el tiempo yo tengo que buscar la excelencia y la excelencia se consigue con tiempo de calidad. La cantidad no sustituye nunca a la calidad, pero sí es fundamental que encontremos la calidad y la calidad es que tú, cuando termine el día, sepas que has estado con tu hijo un espacio de tiempo.

—En el libro aborda también el tema de la obesidad. Usted se muestra contraria a las máquinas expendedoras de comida en los centros escolares.

—Sí. Totalmente contraria a las máquinas de comida basura.

—“Las madres podemos levantar empresas cambiando un pañal”. ¿No se le ha quejado la CEOE?

—No (ríe). Yo lo he hecho y lo sigo haciendo. Y no se me ha quejado nadie.

—La crisis económica ha dejado al descubierto la pérdida de valores con los que nos educaron.

—Sí, porque la escasez económica saca lo peor de nosotros y tenemos que luchar contra eso. Es muy importante que a nuestros hijos les enseñemos que lo peor de nosotros nunca es malo.

—Acaba de estrenar una compañía de espectáculos que se llama Taconeando Poemas. Además, publicará este año la novela Cada gota de tu vida y el poemario Diario de un desembarco. La pregunta es inevitable: ¿De dónde saca tiempo para sus hijas?

(Ríe). Son libros que llevan escritos ya bastante tiempo, porque yo no publicaba desde 2010. Entonces, bueno, llevo todo un año de relax para mis hijas.

Publicado en el diario Córdoba el 24 de mayo de 2012
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lunes, 3 de septiembre de 2012

Adela Muñoz: “Harían falta muchos antídotos contra el veneno del amor”

Adela Muñoz Páez es catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla y vicedirectora del Instituto de Ciencia de los Materiales del CSIC-US de la capital hispalense. Su formación como investigadora la realizó en la Universidad Tecnológica de Eindhoven (Holanda) y el laboratorio de SRS, Daresbruy (Gran Bretaña), del British Research Council. Ahora publica Historia del veneno, un recorrido insólito desde la cicuta al polonio a partir de los envenenamientos más célebres.

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Historia del veneno. ¿Está en condiciones de asegurar a sus lectores que sobrevivirán a la lectura de este libro?

—Sin duda. Pero espero que se envenenen un poco con el gancho de la historia y un poquito con la química también.

—El cloro es responsable de que nuestra esperanza de vida se multiplique por tres. O sea, que lo más sano es beber agua del grifo o tragarse media piscina en verano.

—Mejor, el agua del grifo, porque está calculada la cantidad exacta imprescindible para matar todos los gérmenes y que no se alteren sus propiedades. La piscina podríamos beberla, pero es un poco más desagradable.

—Aunque, según usted, en el siglo XXI beber aguas que no estén limpias sigue siendo la primera causa de muerte en el mundo.

—Desafortunadamente, porque en África y en grandes zonas de Aisa mueren muchísimas personas, fundamentalmente niños, porque con el agua se están ingiriendo los gérmenes que les causan muchas enfermedades. Y digo desafortunadamente porque tenemos la tecnología y el conocimiento para que eso no sucediera.

—Se dice que hay amores que matan. Igual es cierto que en el amor hay algún elemento tóxico.

—Sí. Esa es una de las cosas que me estaba planteando, porque algunos síntomas de las hierbas alucinógenas no se diferencian mucho de la parte más virulenta de un envenenamiento.

—Si cada veneno tiene su antídoto, ¿por qué no inventan uno contra las secuelas del amor?

—Porque es un envenenamiento muy complejo. Me parece que harían falta muchos antídotos.

—Siempre pensé que doblar el gorro por envenenamiento era una muerte noble. Así murieron reyes y emperadores. Pero al parecer en España no existe esta tradición. ¿Es que somos más brutos?

—Quizás es que escribimos menos, porque los ingleses, que fueron envenenadores conocidos, lo dejaban todo anotado. Aquí, si mataban a algún rey, no lo dejaron escrito y quizás también somos más brutos, posiblemente.

—¿Cuál sería el veneno más soez?

—Muchos. El cianuro, quizás.

—¿Existen estadísticas de cuántos seres humanos se fueron al otro mundo por haber ingerido veneno? ¿O siempre hablamos de muertos ilustres?

—Existen estadísticas en Francia y en Inglaterra en lo que se dio en llamar la Época de oro del envenenamiento, en la primera mitad del siglo XIX. Por supuesto, estadísticas de los casos que se conocieron y que hubo condena.

—¿Existe algún fundamento para que todos pensemos que las mujeres se dan más maña en este arte de decirnos adiós con la pócima justa?

—Lo que es muy evidente es que en las muertes por otras causas –armas de fuego, armas blancas- son infinitamente más numerosos los casos en los que actúan hombres. En las estadísticas a las que me refería antes, las mujeres condenadas era en torno a un 60 por ciento.

—Hitler y Sadam Hussein utilizaban el veneno a lo grande. Es decir, ordenaron el uso de gases tóxicos.

—Sí. Sadam Hussein usó talio para matar a sus enemigos de alto nivel, pero usó gasarín, que da lugar a una muerte terrible, para matar a los kurdos. Sí. Por supuesto que tenía depósitos de gases tóxicos.

—Cleopatra se hizo morder por un áspid. Madame Bovary tomó una dosis de arsénico. ¿Tienen las mujeres una especial inclinación a despedirse de este mundo con métodos más dulces?

—No lo sabría decir. Tengo datos estadísticos de que, por ejemplo, muchos químicos y farmacéuticos han usado cianuro, lo cual es sorprendente porque el cianuro no da una muerte dulce precisamente.

—¿Qué veneno es el que menos huella deja en el cuerpo del cadáver?

—Un enema de agua destilada. En general, los venenos que tienen metales pesados son mucho más fáciles de detectar que otros que no lo tienen.

—¿Es Fidel Castro uno de aquellos políticos al que han intentado asesinar más veces?

—Posiblemente sí sea el que más veces han intentado matar.

Publicado en el diario Córdoba el 26 de junio de 2012)
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