sábado, 29 de septiembre de 2012

La belleza de India Martínez

Uno escucha a India Martínez por primera vez y sabe que nunca oyó una voz igual. Y luego la ves actuar, y sabes que en el escenario la rodea una magia que todo lo puede y todo lo diluye. Pero aquí a tu lado, esta mujer administra una belleza difícil de describir. Tiene los ojos color café, pero su belleza viene de adentro, de una mirada fulminante que no precisa objetivo alguno para desintegrarlo sin intención alguna en décimas de segundo. Absténganse incautos. Perfora con la mirada hasta lo más recóndito del alma.

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La voz también le viene de adentro, de las mismas vísceras. Así que, cuando canta, no sabes bien cuándo el llanto o la risa le salen del corazón o de más abajo. Tiene unos labios que conducen al abismo y una sonrisa tierna de pastel a media tarde regado de ron añejo.

Arriba, en las tablas, es un pájaro que se escapa de las manos y vuela a su antojo a ras de nuestras cabezas, porque sabe que allá donde el cielo se pierde ella puede abrazarlo. Pero aquí a mi lado, hablando de su vida por vivir y de su obra creciente, ella muestra unas manos que siempre señalan al frente y una presencia de criatura satisfecha que deja al descubierto cualquier sospecha o intención ajenas.

No se puede decir que su piel es de melocotón, porque nunca vi melocotón igual. Es lo que tiene la vida. Que después la escuchas en sus canciones, y la memoria te devuelve en su voz la imagen de una mujer que todo lo puede y todo lo cambia.

Si el futuro no es de ella, es que probablemente el futuro no exista. Es lo que bueno que tiene conocerla en estos tiempos de crisis: saber que el riesgo lo esconde ella, y no la prima, como nos repiten maliciosamente a diario. Basta con escucharla para saber que el paraíso está a la vuelta de la esquina, pero también para advertir que es inalcanzable.

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