sábado, 27 de diciembre de 2014

Canijo de Jerez: "Prefiero escribir canciones que pagar a un psicólogo"

Paró Los Delinqüentes y se fue a Australia para inspirarse. Allí se tropezó con las musas que buscaba. La lengua chivata es el fruto de aquel encuentro. Un disco garrapatero. A Canijo de Jerez le gusta, sobre todo, componer canciones. El dinero que ahorra en psicólogos lo gasta en vino y en chicharrones, que le inspiran más. El resultado está para bebérselo, incluso sin chicharrones.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

FOTO: Miguel Ángel León

- La lengua chivata. Doce canciones que nacen de donde más duele. ¿Le puede la melancolía?

- La melancolía es necesaria para componer canciones. Soy una persona muy alegre, pero a la vez también me gusta la nostalgia, los atardeceres, el otoño. Y de donde hay dolor, se sacan canciones.

- El disco cuenta anécdotas e historias inspiradas en lo que le ha pasado en los dos últimos años. ¿Tanto inspira la realidad?

- La realidad a veces supera a la ficción. Nada más hay que poner el telediario al mediodía para ver que estamos rodeados de casos cotidianos que nos inspiran para hacer letras de canciones.

- De Lenguas urbanas a La lengua chivata. ¿Por qué cambió el título?

- Porque me gusta más la palabra chivata. Es más andaluza y representa mejor lo que son las redes sociales.

- Tanguillos, reggae, bulerías, rock andaluz. ¿Un disco más flamenco que rockero?

- Más garrapatero, que es la palabra que etiqueta a nuestra música y a la música que se hace con el corazón.

- Compone las canciones a su estilo de Jerez de la Frontera. ¿En una mano la guitarra y en la otra el catavinos?

- Por supuesto. Y el plato de chicharrones en medio.

- Su single Hola, buenos días es una declaración de principios. Reírse al amanecer. Dejar las penas en el andén. ¿Un aviso a navegantes en tiempo naufragios?

- Hay que saber viajar aunque la brújula no funciones. Aunque la brújula esté perdida, hay que tirar para adelante.

- Su canción Anda Levanta es la sintonía de Canal Fiesta Radio. ¿Para que la escuchen también albañiles y marujas?

- Sí. Es una canción para todos los públicos. Eso es lo bonito de Canal Fiesta, que es una cadena especializada para todos los tipos de edad. Sin fecha de caducidad.

- El disco se cierra con una nana, un coro de niños, incluidos sus sobrinos. ¿Nunca deja la mente tranquila?

- Esta cabecita loca siempre está inventando algún plan donde desenvolverme. Qué mejor que las canciones. Prefiero escribir canciones a pagar un psicólogo.
- En Vieja rata mentirosa incluye una estrofa de Miguel Benítez: “Si eres un hombre, no compres enchufes”. ¿Lo dice por alguien?

- Es una canción universal, que tiene varios significados y cada uno que lo entienda a su manera. La mía es una canción de desahogo que la escribí en un momento de agobio y de enfado. Pero no soy así en mi vida cotidiana.

- Colaboran con usted Nita de Fuel Fandango, Macaco, Chiquetete, Mario Díaz o Juanito Makandé. ¿No le gusta cantar solo?

- No me he considerado nunca un buen cantante. Soy más compositor que letrista. Me gusta que mis canciones queden lo mejor vestidas posible, y entonces intento rodearme de amigos para que me pongan el corazón blandito.

- Paró Los Delinqüentes y se fue un mes a Australia. ¿Qué buscaba tan lejos?

- La inspiración. Las musas. Las encontré, por supuesto.

- De Los Delinqüentes aprendió, entre otras cosas, a aguantar mejor las resacas. ¿Qué hará ahora con tanto tiempo libre?

- Pues componer canciones. Siempre estoy escribiendo canciones y con los colegas.

- Canta de todo. Pero a la hora de beber, ¿un jerez o un montilla?

- Depende de la ciudad en la que esté. Cuando voy a Córdoba, me gusta ir a El Caballo Rojo y me tomo un montilla, que me encanta. Y cuando estoy en Jerez, pues un fino de Jerez. Y cuando estoy en La Rioja, pues un riojita.

(Publicado en el diario Córdoba el 20 de noviembre de 2014)
leer más

Yo, que nunca amé

De vez en cuando me gusta leer o releer textos de la periodista argentina Leila Guerriero. Me gusta cómo explica qué es, para ella, el periodismo narrativo. Y qué es necesario saber o ser para ser buen periodista y qué otras tantas cualidades son prescindibles para escribir una crónica con fuelle. A ella le gusta citar a los autores que ama. Prácticamente en todos coincidimos. Hojeando estos días Zona de obras, un libro en el que recopila ensayos, conferencias y columnas, encuentro un fragmento del escritor norteamericano Barry Hannah del que subrayo esta frase: “Yo, que nunca amé salvo demasiado”.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La he vuelto a leer y releer, la he memorizado, la he anotado en ese libro que nunca publicaré y que contiene frases de otros autores, párrafos que hubiese deseado que fuesen míos, fragmentos inconexos, únicos, duros y frágiles al mismo tiempo. “Yo, que nunca amé salvo demasiado”. Repito estas palabras que ya son mías, que siempre lo fueron y alguien, tal vez un escritor norteamericano, me robó en un descuido, mientras bebía o miraba sus ojos, o hacía ambas cosas al mismo tiempo. Miraba los ojos de esa mujer y sus ojos me llevaron inevitablemente a esta frase.
La leo y me veo a mí y a ella frente a frente, y a un lado un escritor llamado Barry Hannah que nos mira y escribe en una servilleta la frase que me ha expropiado sin decir palabra. Sale del bar, y yo sigo mirando a esta mujer, pero ya no hay magia entre ambos. Tampoco sé si la hubo. Es como si a la noche le faltara una sola frase, una frase sola, abandonada en una servilleta de papel, apócrifa, inútil ya para siempre.
leer más

viernes, 26 de diciembre de 2014

Yo, que nunca amé

De vez en cuando me gusta leer o releer textos de la periodista argentina Leila Guerriero. Me gusta cómo explica qué es, para ella, el periodismo narrativo. Y qué es necesario saber o ser para ser buen periodista y qué otras tantas cualidades son prescindibles para escribir una crónica con fuelle. A ella le gusta citar a los autores que ama. Prácticamente en todos coincidimos. Hojeando estos días Zona de obras, un libro en el que recopila ensayos, conferencias y columnas, encuentro un fragmento del escritor norteamericano Barry Hannah del que subrayo esta frase: “Yo, que nunca amé salvo demasiado”.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La he vuelto a leer y releer, la he memorizado, la he anotado en ese libro que nunca publicaré y que contiene frases de otros autores, párrafos que hubiese deseado que fuesen míos, fragmentos inconexos, únicos, duros y frágiles al mismo tiempo. “Yo, que nunca amé salvo demasiado”. Repito estas palabras que ya son mías, que siempre lo fueron y alguien, tal vez un escritor norteamericano, me robó en un descuido, mientras bebía o miraba sus ojos, o hacía ambas cosas al mismo tiempo. Miraba los ojos de esa mujer y sus ojos me llevaron inevitablemente a esta frase.

La leo y me veo a mí y a ella frente a frente, y a un lado un escritor llamado Barry Hannah que nos mira y escribe en una servilleta la frase que me ha expropiado sin decir palabra. Sale del bar, y yo sigo mirando a esta mujer, pero ya no hay magia entre ambos. Tampoco sé si la hubo. Es como si a la noche le faltara una sola frase, una frase sola, abandonada en una servilleta de papel, apócrifa, inútil ya para siempre.
leer más

jueves, 25 de diciembre de 2014

Me duele esta mujer

Un día, Francisco Porrúa –ese gran conversador, primer editor de Rayuela y de Cien años de soledad, padrastro que fue Rodrigo Fresán, ahora fallecido- le comentaba a J. Ernesto Ayala-Dip una frase de Jorge Luis Borges: “Me duele una mujer en todo el cuerpo”. Dice Ayala-Dip que esta es la única frase soberbiamente tórrida y sensual del escritor argentino. Y más –habría que añadir- viniendo de un hombre tan feliz con las letras y tan fracasado con las mujeres. No solo es así. Es también una de sus frases más enigmáticas, en el conjunto de una obra cuyo enigma nadie ha logrado dilucidar en su totalidad.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Leo esa frase y me cuesta imaginar cómo era esa mujer, recostada contra el diván, fumando un cigarro en pipa, mirando sin pestañear las calles oscurecidas de un Buenos Aires que nadie ha retratado con palabras cóncavas y certeras, esperando a nadie en una noche sin lluvia. Al lado está Borges, sentado tieso como un profesor a punto de romper con su lección magistral, pensando si esta mujer le escuchará cuando truene una frase enigmática y sensual que ahora se le viene a los labios sin haberla digerido lo suficiente. La mujer mira a Borges, a quien no conoce de nada. Pero esa frase se le ha atascado en la garganta. Ella no sabría decir por qué.

Cuando de nuevo mira el sillón, Borges no está. Tal vez nunca estuvo. Y esta mujer no entiende. Tal vez lo soñó, se dice. Sabe que está condenada a perseguir a este poeta por los sueños como si fueran calles desiertas de un Buenos Aires del que nadie ha escrito. Pero en ningún lugar nadie pronuncia esa frase desdichada y tremenda que contiene un mundo, el mundo que desde entonces ella anda soñando y donde nadie habita. Ahora quiere olvidar esta frase para poder vivir. Ella no lo sabe, pero Borges nunca logró olvidarla (la frase, claro). En frente hay una pared de ladrillos muertos, sin paisajes, que nadie mira.
leer más

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Los terrores de la Navidad

Para quienes no amamos estas fechas por razones obvias, John Updike y Edward Gorey publicaron en 1993 en Estados Unidos un libro que a mí no me hubiera importado firmar: Los doce terrores de la Navidad. Updike es un escritor nortemaricano que los tenía bien puestos y un clásico de la narrativa del siglo XX. Gorey, un ilustrador excéntrico que siempre encontró un equilibrio inquietante entre el humor ácido y la ternura o, como diría Carlos Zanón, también es el tipo al que Tim Burton le debe mil cervezas.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Este libro tan pequeño y oportuno lo tenemos ahora en tiendas y librerías para deleite de quienes nos gustaría quemar con fuego y palabras precisas estas celebraciones de la nostalgia repetida. En sus páginas reconoceremos a un Papá Noel con “un extraño olor a ron”, que cobra el paro once meses al año y que extrañamente vive en el Polo Norte, donde nadie querría vivir, que se pasa en vela toda la noche volando por el cielo para repartir regalos a niños que ni los merezcan, un hombre sin dirección plausible, tal vez, como dicen los autores de este opúsculo, una tapadera siniestra de una estafa internacional.

El libro recuerda también a los ayudantes de Papá Noel, esos elfos sometidos a condiciones laborales de explotación, el árbol de Navidad, horroroso en campo abierto e indescriptible en mitad del salón, los renos, los repetitivos villancicos, que vuelven y vuelven a volver por Navidad, los programas especiales, el miedo a que los Reyes Magos hayan perdido nuestra dirección, a que ella la haya olvidado para siempre, las devoluciones en enero de los regalos que nunca quisimos.

Después de todo, como escriben Updike y Gorey estas fechas son “el humillante descenso al cuarto de calderas del mercantilismo”. En fin, compra este libro y regálalo a quien más quieras. Después de unos dulces de harina dulce y amazacotada viene bien como digestivo. Para entonces igual es ya año nuevo y tenemos doce meses para olvidarnos de estos días inclementes y llenos de vacíos imponderables.
leer más

jueves, 18 de diciembre de 2014

Jorge Zepeda Patterson: "Ser decente y respetuoso equivale a ser un fracasdo"

La belleza de Milena y de Marbella fue su tragedia. Protagonista y escenario de Milena o el fémur más bello del mundo, novela del periodista y escritor mexicano Jorge Zepeda Patterson, con la que ha obtenido el Premio Planeta de 2014. Economista y sociólogo, fundó y dirigió la revista Día Siete. También fue director fundador de los diarios Siglo 21 y Público en Guadalajara y director de El universal. En 2013 publica la novela Los corruptos.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

FOTO: Miguel Ángel León

- Así empieza su novela: “No era el primer hombre que moría en brazos de Milena, pero sí el primero que lo hacía por causas naturales”. Como el arranque de un buen reportaje.

- Y, sin embargo, es novela que, a veces, es más dura, más bella, que la propia realidad.

- Ganar el Premio Planeta sin ser apenas conocido en España no es muy usual. ¿De veras le sorprendió?

- Absolutamente. El primer mexicano en 63 años en llevarse un sopetón. Constituye una reivindicación para las letras mexicanas a esta larguísima omisión.

- Dicen de usted que es la versión latina de Stieg Larsson. Yo creo que usted escribe mejor y además no come sándwiches.

- (Ríe). Mis personajes, cuando hacen el amor, no equivale a lavarse los dientes, como en las novelas suecas. En todo caso, sería un Larsson latinomediterráneo.

- A veces hay que acudir a la novela para emocionar. Se ve que se le quedó corto el periodismo.

- No lo sustituye pero sí es complementario. 40.000 mujeres introducidas a España cada año por tratantes es una estadística. Meterse en la piel de Milena y experimentar lo que ella noche tras noche, como lector de novelas, es una experiencia que no nos deja siendo los mismos.

- Su novela aborda la trata de blancas. Su compatriota Lydia Cacho piensa que en dos décadas el tráfico de personas será el negocio más lucrativo del mundo.

- Dicho por un traficante, una droga se vende una sola vez y es rentable. Mientras que una mujer se puede vender todas las noches y es mucho más rentable.

- A Milena la obligan a prostituirse en la Marbella de los Gil y Gil. ¿No encontró mejor paraíso fiscal?

- (Ríe). Marbella es un poco como Milena. Debe su tragedia a su belleza. Un tarro de miel atrae avispas de todos los confines en las que se cuelan avispones venenosos, por supuesto.
- Corrupción en México. Corrupción en España. ¿Hay solución?

- La corrupción se ha generalizado por la demolición de los códigos morales y éticos, producto de esta cultura del éxito rápido, del cinismo, del triunfo a partir de la riqueza y de lo que se exhibe. Ser decente, respetuoso, equivale, para esa cultura, a ser un fracasado.

- Letizia Ortiz fue becaria suya cuando vivía en México. ¿Le ha llamado para felicitarle?

- Le he mandado la novela de Milena con una dedicatoria personal que data de los años en que nos conocimos trabajando en México.

- ¿Le sorprendió ese cambio tan fulgurante de becaria a reina?

- Lo que diría es que el gremio perdió a una buena periodista. España encontró a una reina.
- Su novela no es precisamente amable. ¿A la medida de los tiempos que corren?

- Pero es una historia esperanzadora. Milena representa la lucha que el ciudadano de a pie puede tener frente a los poderes abrumadores de los demonios sueltos.

- Dice usted que las novelas escandinavas son como los muebles de Ikea. ¡Menos mal que nos las dan ya armadas!

- (Ríe). Muebles de Ikea en el sentido de que son eficientes, útiles, y a todo el mundo les gusta. Pero para el sabor latino les falta cachondería a sus novelas.

- Lo decía antes. La belleza de Milena también fue su perdición. ¿Por qué siempre ocurre en la realidad y en la ficción?

- No siempre es así. La belleza física es también un activo en la sociedad en la que vivimos. A veces se convierte en tragedia y a veces en una bendición.

- El periodismo que conocimos está en la UCI. ¿Cree que algún día lo subirán a planta?

- (Ríe). Sí. Estoy convencido. La sobreabundancia de información basura, pseudoinformación, infoentretenimiento, obligará a regresar a los periodistas profesionales a generar información creíble, sólida, pertinente.

- ¿Qué escribe ahora?

- Voy a hacer una trilogía con este tema, con los personajes que aparecen en Milena. Éste es el segundo volumen. Se leen en sí mismos. Son novelas burbuja, digamos. Pienso hacer todavía una tercera.


(Publicado en el diario Córdoba el 28 de noviembre de 2014)
leer más

Marian Izaguirre: "El mejor paisaje es el sitio donde hemos sido jóvenes"

Marian Izaguirre dio a la imprenta su primera novela, La vida elíptica, en 1991, con la que obtuvo el Premio Sésamo. En 2013 publicó La vida cuando era nuestra, traducida a seis lenguas. Con Los pasos que nos separan, su última novela, el camino conduce ahora inevitablemente a la felicidad. Una historia de amor que recorre los hechos más convulsos del siglo XX.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

FOTO: Miguel Ángel León
- Una historia de amor con un recorrido por algunos de los hechos más convulsos del siglo XX. ¿Ésa es la sinopsis de su novela?
- Sí. Podría ser esa. Pero además podría ser otras cuatro o cinco. Podría ser la inexperiencia. Podría ser la relación intergeneracional. Podría ser la cara menos amable de la maternidad.
- “Nunca buscas el perdón de los demás, sino el propio”. ¿Tan solos estamos?
- No. Lo que pasa es que yo creo que si los demás te perdonan y tú no te has perdonado, no tiene ningún valor. Si te perdonas tú, aunque no te hayan perdonado los demás, vale para todo.
- Quería hablar de los amores no reglamentados. ¿Qué le atraía del tema?
- Bueno, es lo que está detrás de la cortina. Es lo que no vemos, lo que no nos atrevemos a enseñar. Son parejas que se rompen y amores clandestinos. Y al mismo tiempo son cosas que pasan todos los días a nuestro alrededor.
- Pero también quería hablar de la vida que conoció en los años 70.
- Gloriosos tiempos, sí. Yo era joven en los años 70. Y la verdad es que yo creo que el mejor paisaje que tenemos cada uno de nosotros es el paisaje del sitio donde hemos sido jóvenes. No hay otro mejor.
- Dos planos temporales: el Trieste de 1920 y la Barcelona de finales de los 70. Dos épocas, como grietas, en el tiempo. Una Trieste que sufría las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y que no iba a encontrar todavía su destino unos años después. Y una Barcelona cuando acababa de morir Franco y que estaba en los inicios de la Transición y que, sin embargo, a pesar de que soplaban aires de libertad, todavía no se sabía de dónde venían.
- Le fascinó Trieste, el antiguo puerto del imperio austrohúngaro. ¿Qué encontró?
- Una ciudad especial, pero una ciudad subjetiva. Objetiva sí, bella, llena de historia. Pero también subjetiva, algo que tenía que ver conmigo. ¿Por qué? Porque es una ciudad portuaria, como en la que yo he nacido, porque es una ciudad mediterránea, como la Barcelona en la que yo he vivido. Tenía muchas cosas mías, porque su esplendor tiene que ver con los principios del siglo XX, que es lo que ocurre en ambas ciudades: en Bilbao y en Barcelona. Miras esos edificios y parece que acabas de salir de casa.
- La felicidad atraviesa la novela. Dice usted: “La felicidad es un pacto con la vida”.
- Exactamente. Lo creo así. Creo que solamente consigues ser feliz, cuando consigues pactar contigo, con los demás, con los acontecimientos, con los errores. Hay una frase de Marguerite Duras que dice: “No existen los errores. Solo existen actos extraños”. Yo creo que llegar a esa conclusión es empezar el camino de la felicidad.
- El arte es otro eje de su novela. La Anunciación de Antonella de Messina es una virgen sin aire espiritual ni maternal.
- Está la leyenda. Es una virgen que lee. Por lo tanto, no es una mujer convencional y, sin embargo, su rostro es el de una mujer normal. Pero además levanta la mano y parece que quiere apartar al ángel.
- Dice usted: “La identidad se construye a veces sobre las pérdidas”.
- Es cierto. Nos construimos sobre lo que hemos perdido, sobre lo que hemos dejado atrás, sobre la parte de nostalgia o la parte de peso que llevamos del pasado. Y nos construimos con más cosas, pero con las pérdidas también.
- También cobra un protagonismo especial en su novela el poeta Gabriel d’Annunzio, inspirador de la escenografía fascista de Mussolini.
- Es que es un estrambótico. Es un personaje que daría juego para una novela entera, pero lo que pasa es que es al mismo tiempo aversivo y fascinante. En la novela lo pretendía como un personaje muy secundario, referencial y, al final, como era tan megalómano, ha cogido terreno y ha acabado en un papel de secundario de lujo.
- Su anterior novela La vida cuando era nuestra se publicó en ocho países. ¿Ésta correrá igual suerte?
- Hombre, esperemos. No lo sé. Cada novela es un mundo y cada novela tiene su propio camino.

(Publicado en el diario Córdoba el 16 de diciembre de 2014)
leer más

martes, 16 de diciembre de 2014

Antonio Muñoz Molina: "Yo quería contar la duración del amor"

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) vuelve con su libro más sincero. Más natural, dice él. Como la sombra que se va narra los días en Lisboa del asesino de Martin Luther King, James Earl Ray, la misma ciudad a la que viajó el autor en 1987 buscando inspiración para concluir la novela que le consagró: El invierno en Lisboa. Ambas tramas se entrecruzan, a través de más de 500 páginas, en una obra diferente que indaga en la conciencia del asesino y que, al mismo tiempo, es una declaración de amor. Un libro que no se recrea en su fugacidad romántica, sino que indaga en su permanencia inquebrantable: “Yo quería contar la duración del amor”.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

FOTO: Miguel Ángel León

Viste, como casi siempre, jersey de cuello cerrado y redondo azul marino, vaqueros, barba cerrada bañada de canas. Tiene unas manos frágiles de pulsar el teclado del ordenador, la mirada amiga, la voz teñida de una melancolía que le puede. Su tono es bajo. A veces, ríe, apoyando con ese gesto sus argumentaciones. El éxito no le ha cambiado. Tal vez por esa razón se haya atrevido con este nuevo libro, un libro sincero, natural. Un libro que es un giro en su obra. O un punto y aparte. En él habla del asesino de Luther King, pero sobre todo habla de él. De no estar dotado para la mala vida, ni para el alcohol o las drogas. “No hay creatividad en el alcohol ni en las drogas. Es una leyenda”, confiesa.

En esta novela cuenta cómo escribió aquella otra, El invierno en Lisboa. Narra qué puede sentir un hombre que es el asesino más buscado del mundo. Cómo un hombre puede vivir cada noche con ese secreto en su alma. De fondo, en estas páginas se escucha a los grandes del jazz. El libro es un examen de conciencia. Una parada de postas en un camino ancho y, en parte, aún también por escribir. El recuerdo de Juan Carlos Onetti también está aquí, su amor por el escritor y su gratitud personal. Un libro que vale la pena leer mientras él escruta en su interior por dónde tirará ahora, hacia ese otro libro que ya estará naciendo dentro de él y que él mismo no sabe cómo ni qué será.

- ¿Qué le atrajo del asesino de Luther King, James Earl Ray, para escribir una novela sobre él?

- El misterio, la extrañeza, de que hubiera una conexión de este personaje con Lisboa. Parece que son mundos distintos. Por una parte, está él, está el mundo de Luther King, Estados Unidos y todo eso. Y por otro, Lisboa. Y de pronto, imaginar a ese personaje en Lisboa.

- Una novela escrita desde el interior de la conciencia de un asesino. ¿Es posible entender por qué alguien actúa así?

- Yo creo que es posible entender hasta cierto punto. Es decir, a no ser que una persona diga algo y lo diga sin mentir es muy difícil saber. Y en este caso específico, es realmente difícil saberlo porque este hombre nunca confesó de verdad nada. Es decir, salvo cuando se declaró culpable para evitar la silla eléctrica, inmediatamente después dijo que él no había sido. Nunca reconoció abiertamente lo que había hecho. Entonces, hay un espacio ahí de conjetura y de misterio. ¿Por qué lo hizo? No se sabe. Probablemente era un racista acérrimo, era un hombre lleno de resentimiento, tenía mucho odio hacia los negros. Era muy racista, pero en la clase a la que él pertenecía había mucha gente así. Pero él fue el que hizo eso, no fue otro.

- El libro es también una declaración de amor. ¿Su libro más sincero? ¿Dónde más se desnuda y confiesa interiormente?

- Yo creo que sí. Más sincero, más natural. Hacer un autorretrato, mirar a la cara. Decir: este soy yo. Eso no era un propósito. Eso fue saliendo por una especie de necesidad de honradez, de mostrar de verdad cómo es la vida de uno y qué lugar tiene la literatura en la vida. En la literatura generalmente lo que se celebra es la desdicha por encima de la alegría, y se celebra la fugacidad romántica frente a la duración. Yo quería contar la duración del amor.

- Como la sombra que se va es, sobre todo, un libro distinto.

- Es un libro que se iba haciendo solo. Me iba encontrando posibilidades y, en vez de descartarlas, seguía. Entonces tú, leyendo el libro, vas viendo cómo se va haciendo. El mecanismo, la maquinaria del libro, está a la vista. Tú ves cómo el libro va derivando de una cosa a otra. A mí ese hecho de ver cómo un libro se va haciendo él casi solo, a la vista del lector, creo que es una cosa que tiene cierto poder para quien le gusten esas cosas.

- Lisboa es el escenario que une las dos tramas de su libro, el escenario de su segunda novela, El invierno en Lisboa, en la que usted era, fantásticamente, el pianista.

- (Ríe). Claro. Es que uno piensa que los libros son autobiográficos cuando cuentas cosas que han pasado. Pero, a veces, son más autobiográficos todavía cuando inventas cosas que no te han pasado. Por ejemplo, Ray inventaba siempre que él se dedicaba a la marina mercante. ¿Por qué se inventaba eso? ¿Qué clase de sueño había ahí? Ese sueño es la antítesis de su propia vida. Era un hombre de tierra adentro en una prisión. Entonces se imagina como alguien que va en la libertad de los barcos. Y, claro, si tú inventas a un protagonista que es pianista, y él es funcionario del Ayuntamiento de Granada, precisamente porque es funcionario, se inventa a un pianista. Para compensar.

- Escribe usted en el libro: “Tan incompetente en el matrimonio como en los amores furtivos, tan poco dotado para la vida administrativa y familiar como para el trastorno metódico de las noches en los bares”. Un retrato demasiado duro. ¿No?

- Es lo que hay. Las cosas son como son. Y es así. Yo conocí a gente que estaba dotada para la mala vida. Y después me he alegrado de no estar dotado para la mala vida, porque ese es un sistema de tu cuerpo que te dice: “Yo no estaba dotado para drogarme, ni para llevar una vida creativa”. Yo no estaba dotado para eso. Yo necesito una vida muy regular y mi psicología es muy frágil. Yo me siento perdido en seguida. Entonces, yo no servía para una cosa ni para otra. Y no pasa nada por reconocerlo. Aquellos años, tú te acuerdas, parecía que salir por la noche era algo más que salir por la noche, era como una declaración de principios. Y no. Era perder el tiempo.

- El alcohol, ese aliado insidioso, aparece una y otra vez en las páginas de su libro. Beber era entonces tarea literaria. ¿Dejó de serlo para siempre?

- Hombre, afortunadamente. Es que yo creo que eso son mitos románticos muy peligrosos que hacen mucho daño y que, curiosamente, no se acaban nunca. Es como, en el mundo de la música, las drogas. No hay creatividad en la droga ni en el alcohol. Es una leyenda. Pero te puede hacer mucho daño porque te lo crees. Pero estábamos tan llenos de estereotipos. Tener salud nos parecía que era de derechas. Una cosa ridícula. Porque además no eras creativo. Yo, para escribir, necesito toda la fuerza de mi cabeza.

- Floro Bloom, Burma. ¿Los nombres deben ser mágicos para que la historia parezca real?

- Claro. Los nombres son importantísimos, ¿sabes? Hay una poesía en los nombres. Cuando encuentro un buen nombre para un personaje, me pongo muy contento. Y a veces de un personaje, por ejemplo Floro Bloom, la gente dice que es un homenaje a Joyce. ¡Qué va a ser un homenaje a Joyce! Es el sonido. Que suena bien. Y luego dices: Bloro y Bloom son equivalentes. Pero yo no me daba cuenta. Parece que cuando hay un buen nombre el personaje existe más. Tú dices: Alonso Quijano. Y parece que está delante de ti. Sansón Carrasco. Tremendo. Sin que nos demos cuenta, te hablo del lector, el nombre te atrae la presencia del personaje.

- Cuando escribía El invierno en Lisboa le atraían los músicos de jazz. Dejó su ritmo en aquellas páginas, su desasosiego. Conoció a muchos de los grandes. ¿De aquel recuerdo conserva más luz o más sonido?

- La música es tan visual como sonora. Tengo la suerte de que no solo recuerdo, sino que lo veo y lo vivo. Porque eso sigue formando parte de mi vida, incluso más que entonces. Tengo la suerte, en Nueva York, de que al lado de mi casa hay un club de jazz extraordinario y entonces muchas noches me voy a la barra, tomo algo escuchando a los músicos y digo: “Joder, qué suerte”. Me acuerdo una vez que había un señor sentado a mi lado y me dice: “Qué buen sitio este. Cuando ahorro me vengo de Texas aquí. ¿Y usted de dónde viene?” Le digo: “Yo de aquí a la vuelta de la esquina”. Y dice: “Joder, qué suerte”. Ese romanticismo sano de la música para mí sigue siendo muy importante.

- En 1987 viajó por primera vez a Lisboa para escribir su novela. ¿Cómo intuyó que aquel era su escenario? ¿Buscaba Lisboa o, como escribe, “una Granada con mar”, o solo “un impulso visual”?

- (Ríe). Uno, cuando está escribiendo, parece que hay un instinto que te dice qué es lo que necesitas. Yo había escrito una gran parte de la novela. Los personajes tenían que ir a Lisboa y yo sentía que, si escribía esa parte sin ir a la ciudad, la novela no iba a estar bien. Era la intuición de la necesidad absoluta de que, para que la novela pudiera existir y tener consistencia, yo tenía que ir allí.

- En ese viaje hay reproches a su forma de actuar, las llamadas que no hizo a su mujer para preguntar por un hijo recién nacido. Pero también el viaje es el primer paso a una huida posterior, a otra vida posible.

- Claro, claro. Recuerdas que hay un capítulo en el que yo cuento otro regreso a Lisboa unos años más tarde. Sí, de algún modo, la ciudad está relacionada, en primer lugar, con esa huida virtual, pero tú verás que en la novela no hay reproches nada más que a mí. Pero sí, de algún modo, la ciudad, por diversas razones, casi todas casuales, ha ido teniendo una presencia muy relacionada con los episodios distintos de mi vida. Igual que la tiene cuando vuelvo en 2012 a encontrarme con mi hijo, que es otra cosa que está en el origen de la novela. De pronto, el caer en la cuenta de eso, estar allí para ver a mi hijo que cumple 26 años. Y dices: “Joder, si yo estaba aquí la primera vez que vine”.

- En el libro solo está su voz. Ni la de sus hijos, ni la de la primera mujer, ni la de Elvira.

- Tenía que ser así. No es una investigación. Es una confesión. Es un examen de conciencia. El examen de conciencia se hace a solas.

- “El trabajo ha sido siempre mi remedio más poderoso contra la angustia”. ¿Angustia de la propia existencia?

- Una cosa de carácter. Yo tengo un carácter que me angustio mucho. Es la mala suerte que tengo, que con mucha frecuencia siempre tienes ansiedad, tienes dificultades y, en circunstancias muy difíciles, a mí el trabajo me ha ordenado la cabeza.

- Después de cinco meses de escritura, puso punto final a El invierno en Lisboa. Aquella vez sintió “una gran ligereza, una alegría tranquila”. ¿Solo aquella vez?

- En cada libro es distinto. Por distintas razones. En ese libro era una sensación de haber terminado muy clara. En este, por ejemplo, terminas pero eres consciente de que es un primer borrador y tienes que seguir trabajando. En aquel, cuando terminé, ya sabía que había terminado. Por ejemplo, me pasó una cosa muy curiosa cuando terminé Todo lo que era sólido, que terminé sin alegría. Porque pensé: “En menudo lío me he metido”. Pero cuando mandé las últimas correcciones de esta novela sentí cierto alivio, pero luego dices: “Joder, qué carácter tan difícil”. He pasado tanto tiempo en terminar y luego no te alivia tampoco, porque ya estás pensando en otra cosa.

- Volviendo a King. Dice de su asesino: “Lleva consigo en secreto la monstruosa distinción de ser el criminal más buscado del mundo”. ¿Es esa imagen la que seduce al escritor?

- Bueno, es muy seductora. Una persona que va por la calle y que lleva un secreto terrible. Eso me pasó cuando estaba escribiendo Plenilunio. Tú vas por la calle y te vas cruzando con gente y nadie sabe quién eres. Tú estás mintiendo continuamente. No hay una zona de tu vida que no sea mentira. Hay un momento en la novela, que es completamente inventado, claro, en el que Ray está con una prostituta y le cuenta en inglés lo que ha hecho. Pero, claro, la prostituta no se entera. Pero él lo está contando. Cómo es llevar ese secreto. Es un enigma tremendo.

- El invierno en Lisboa cambió su vida. Después cambiará de vida. Todo eso ocurre demasiado rápido.

- Demasiado rápido, sí. Porque es muy complicado. Lo miras retrospectivamente y te preguntas cómo has podido mantener la cabeza en su sitio. También cambias y en medio de todo eso trabajar a diario y procurar hacerlo lo mejor que puedes. Es una complicación.

- Un solo encuentro con Juan Carlos Onetti, del que no anotó la conversación, los detalles del encuentro. ¿Sigue admirándolo con la misma devoción?

- Aparte de la admiración por la obra, hay el amor. Hay escritores a los que amo. Me pasa con Cervantes. Me pasa con Proust. Hay otros que los admiro y no los amo, porque no siento cercanía. Philip Roth no me inspira amor. Y en Onetti además está la gratitud personal. El hecho de haber sido acogido y defendido por su generosidad cuando yo era muy joven. Eso para una persona joven tiene un valor tremendo. En la novela no digo quién fue. Félix Grande, a quien yo no conocía, me llamó un día a Granada y me dijo que fue a casa de Onetti y tenía mi novela en la mesa de noche y le dijo que tenía que leerla. A mí eso me llenó de felicidad.

- “Me gustaría contarle a mi hijo cosas sobre mí mismo que no le he contado nunca. No podía decírselas cuando era niño y ahora que es adulto no sé cómo hacerlo”. Igual haber escrito este libro es el comienzo de una gran amistad.

- (Ríe). Bueno, una confesión está hecha para eso. Yo hablo en el libro de un paseo por Bruselas con mi hijo mayor, y fue una de esas cosas que tienen que pasar en la vida. Es muy importante esa relación con los hijos, el preservar el amor y la confianza. El ver que un hijo es una persona independiente de ti es una cosa extraordinaria. Y eso está compensado con los lazos de ternura que en nuestra cultura, por suerte, no se pierden. En Estados Unidos, un hijo se vuelve un extraño para sus padres inmediatamente. Y para nosotros esa posibilidad de mantener esos lazos respetando la independencia mutua es un tesoro.

- Como usted escribe, cuando un libro se cierra, las historias tienen un porvenir que ya no se cuenta, lo que ocurre con las vidas después de esos relatos. ¿Sabe por dónde irá su vida después de esta novela?

- Literariamente, no lo sé. Uno de los hilos conductores de un libro es que no se sabe dónde hay un final. En la literatura hay un final y en las películas, pero la vida cuándo se termina. El libro lo he terminado, aunque ahora cuando lo leo en voz alta digo: “Aquí tenía que haber quitado esta frase, este adjetivo sobra”. Es decir, que todavía queda un poco de trabajo, pero ya de lo que venga después no tengo ni la menor idea. Cero. No sé nada.


(Publicada en el diario Córdoba el 13 de diciembre de 2014)
leer más

domingo, 7 de diciembre de 2014

Ignacio Martínez de Pisón: "Lo que ha quedado en España del mundo sefardí es la expulsión"

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) vuelve con su novela más ambiciosa –no sabe si la mejor- y más extensa -600 páginas-, encabezada con un título que algún día tal vez estuvo de moda: La buena reputación. Un relato que indaga en la herencia que los personajes reciben del pasado, en el sentimiento de pertenencia y, sobre todo, en la necesidad de encontrar un lugar en el mundo. El escritor es rotundo al afirmar que lo que ha quedado del mundo sefardí es su expulsión y califica esta como “una de las grandes pérdidas de la historia de España”. Éste es el tema del libro. Melilla, una de las ciudades donde transcurre esta historia.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Foto: Miguel Ángel León

Viste vaqueros y camisa clara con las mangas vueltas. Se muestra sereno en sus ademanes, mide sus respuestas y es sobrio en sus sonrisas, que también muestra. En su última novela vuelve a la familia y a la mujer como recursos narrativos. Le atrae el mundo judío por lo que tiene de exótico. El libro incluye hechos históricos poco conocidos, como los 80.000 italianos de Mussolini que combatieron en la guerra civil o los judíos sefardíes con los que Franco simpatizó de modo discreto, pese a que la banca judía de Tetuán financiara el paso de las tropas nacionales por el Estrecho.

Aunque vive en Barcelona, no soporta “la tabarra inaguantable” de los independentismos y asegura que no recurre a la ficción en sus novelas porque no tiene tanta imaginación “como para inventar más de lo que la realidad le ofrece”. Entre otras novelas, ha publicado además María bonita (2000), El tiempo de las mujeres (2003), Dientes de leche (2008) o El día de mañana (2011). También es autor del ensayo Enterrar a los muertos (2005) y del libro de relatos Aeropuerto de Funchal (2009).

- Su protagonista, el sefardí Samuel, encarna el sentimiento de pertenencia y la ambigua relación entre el mundo judío y España. ¿Todavía hoy es así?

- Bueno, ahora ya en Melilla quedan muy pocos judíos. Pero, efectivamente, sigue habiendo una comunidad judía que se siente, por un lado, judía y, por otro lado, española. Y además ha sido así siempre. Pensemos que también muchos judíos que acabaron en Tesalónica en el siglo XVI seguían manteniendo, aunque parezca un rito, la llave de su casa de Toledo. O sea, que realmente ese sentimiento de pertenencia nunca se rompe.

- ¿Qué quedó de aquel mundo sefardí en España?

- Lo que ha quedado, yo creo, ha sido la expulsión. Es decir, realmente eso fue un atraso para la historia de España y fue una herida de la que tenemos que seguir lamentándonos, porque quinientos y pico años después creo que es una de las grandes pérdidas de la historia de España.

- De vez en cuando algunos escritores conocidos publican novelas sobre el mundo judío. ¿Qué les atrae?

- Bueno, a mí me resulta muy exótico el mundo judío español y al mismo tiempo debo reconocer que me atrae el mundo judío porque el humor, el cine, la literatura que más me gustan en buena parte están hechos por judíos norteamericanos. Y no solo norteamericanos, también de Argentina y de otros sitios, pues hacen probablemente la mejor literatura y el mejor cine. O sea, que también tengo ese interés, esa afinidad por el mundo judío.

- En su última novela vuelve al tema de la familia. ¿Qué encuentra en ese escenario que tanto le inspira?

- Lo que busco es que el lector se puede reconocer en el personaje. Es decir, no quiero crear un mundo distante, remoto y que pueda fascinar por su rareza. Lo que quiero es precisamente que el lector se introduzca en la vida de una familia y la termine considerando como suya. Y eso con este tipo de historias creo que se puede conseguir.

- Melilla, donde se desarrolla parte de su novela, dice usted que es “como una historia del mundo comprimida”, escenario de los grandes conflictos del siglo XX.

- Cualquier punto que seleccionemos en cualquier ciudad, en cualquier pueblo, puede reflejar toda la historia del mundo, toda la historia de Occidente. Y en el caso de Melilla con más fuerza, porque es una ciudad fronteriza, porque es una ciudad entre dos continentes, es una ciudad con una complejidad cultural y religiosa y lingüística, y por ahí han pasado muchas historias y los ecos de esas historias se han quedado. Por ejemplo, toda la represión de los judíos a lo largo de los siglos y a lo largo del siglo XX en particular. Algo de eso también hay en las persecuciones de los judíos que buscaron refugio en Melilla o que a través de Melilla intentaron salir hasta el estado de Israel.

- Recoge en su libro algunos hechos históricos poco conocidos, como los 80.000 italianos de Mussolini que combatieron en la guerra civil o los judíos sefardíes con los que Franco simpatizó de modo discreto.

- Sí. Es que me gusta indagar en rincones de la historia de España que no han sido escritos todavía. En primer lugar, porque así evito caer en los clichés. Y en segundo lugar, porque también creo que eso enriquece ese panorama que a lo largo de una serie de novelas estoy dando. Porque a mí lo que me gusta es contar el siglo XX, la segunda mitad del siglo XX, y quiero contarla desde diferentes sitios, desde diferentes voces y desde diferentes puntos de vista.

- Volviendo a los judíos sefardíes. El paso de las tropas nacionales por el Estrecho en 1936 lo financió la banca judía en Tetuán. Sin embargo, Franco nunca reconoció el estado de Israel.

- Son muchas las ambigüedades y las contradicciones en el trato de Franco con respecto a los judíos y nunca acabarás de saber por qué ese antisemitismo suyo cuando al mismo tiempo él había tenido muy buena relación con los judíos sefardíes. Pero siempre se portó con mucha ambigüedad con respecto a los judíos. Hasta el último momento mantuvo su retórica antisemita.

- En su novela, el eje sobre el que gira la narración son ellas, las mujeres. Ya ocurría también en María bonita y en El tiempo de las mujeres.

- Porque contando una época, la segunda mitad del siglo XX, la mujer es la que tiene un cambio mayor. Es decir, que el papel del hombre no varía demasiado a lo largo de esos 50 años. En cambio, el de la mujer evoluciona, es el que más crece o el que más se desarrolla. Y quizás por eso el protagonismo histórico de la segunda mitad del siglo XX es femenino.

- Una familia marcada por el origen judío de su progenitor. Pero luego todo escapa al azar o al destino.

- Siempre hay como un destino que va persiguiendo a los personajes y que ellos intentan rehuir o acaban cumpliendo ese destino. Sí que hay como un destino que está escrito, que incluso ellos lo perciben. Esa necesidad de regresar al pasado, a su infancia, a la ciudad de origen. Hay como una orden, como una necesidad superior a ellos que les lleva atrás. Y quizás por ello la novela tiene esa estructura circular, que en el fondo nos transmite también esa necesidad de que el destino está por encima de la libertad de los personajes.

- Ana Karenina comienza así: “Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas cada una a su manera”. Pero los escritores preferís a las segundas.

- Lo que nos interesa es precisamente lo que hace diferente a una persona o una familia: el conflicto. Y no es que la felicidad no sea interesante, lo que no es interesante es ser iguales. A un novelista le interesa, le fascina, seguramente, esa búsqueda, buscar la diferencia, la complejidad del ser humano.

- La buena reputación. ¿Cómo se le ocurrió un título así en tiempos como éstos?

- Ya. En tiempos de mala reputación, ¿no? Pues, bueno, precisamente porque la buena reputación es uno de los objetivos, de las aspiraciones, de la clase media. A mí me gusta escribir sobre la clase media. Y en la buena reputación hay un toque irónico en esa expresión, pero al mismo tiempo hay algo de verdad, que la gente también lucha por tener buen nombre, la gente se esfuerza y se sacrifica por seguir teniendo buen nombre entre los convecinos.

- Ésta es su novela más extensa, más ambiciosa. ¿También la mejor?

- Es que eso ya no lo sé. Yo puedo decirte cuáles son las peores de las mías, pero entre las que más me gustan ya no sabría elegir. Yo sé que tengo algunas muy malas que ya las he terminado borrando de mi bibliografía, pero de las que me gustan no me atrevo a elegir entre ellas. En todo caso, las que me gustan son las que he escrito solamente en los últimos diez años.

- Ante la descolonización de Marruecos, Samuel ayuda a los judíos que lo desean a instalarse en el recién creado estado de Israel. ¿Halló mucha documentación sobre este éxodo, una operación clandestina, y bastante desconocida, montada por los servicios secretos judíos?

- Curiosamente, como fue una operación tolerada por el régimen de Franco, organizada por unos servicios secretos y encima en una época en la que había censura, la verdad es que en la prensa local salió cuando se abortó por el naufragio del Pisees. Y lo poco que he podido encontrar ha sido un libro donde se cuenta esa historia y algunos testimonios donde se habla de eso. Pero, la verdad, yo creo que es una historia muy bonita que alguien tendría que investigar de verdad, si pudiera ser con archivos israelíes.

- La comunidad judía de Melilla era poderosa. ¿La familia que usted se inventa, en el fondo, es también muy real?

- No. Las familias mixtas todavía no eran tan habituales como ahora, por ejemplo. Era bastante insólito que hubiera familias mixtas y gentiles. Pero al mismo tiempo, tratándose de una ciudad como Melilla, con tanta presencia militar y tanta presencia judía, pues llegó un momento en que esos matrimonios mixtos se dieron. Pero yo no pretendía hacer un estereotipo judío melillense. Lo que pretendía era mezclar y exponerlos al choque.

- Ésta es una novela de personajes. Según usted, el mayor triunfo de un escritor es construir buenos personajes. ¿Lo ha conseguido?

- Bueno, creo que algunos personajes de esta novela son poderosos y gente que ha leído la novela me habla más de un personaje que de otro. Por algún motivo, hay dos personajes que parecen cercanos y reales, y el lector tiende a identificarse con uno o con otro. Pero siempre uno busca afinidades con algún personaje, lo cual quiere decir que a lo mejor son de carne y hueso.

- Hablando de familias y de identidades, usted nació en Zaragoza y vive en Barcelona. ¿Cómo lleva estos aires de independencia que no acaban de tomar forma?

- Pues para mí es una tabarra inaguantable. O sea, creo que los depositarios de los derechos son los ciudadanos y lo que de verdad tiene que buscarse es solucionar los problemas de los ciudadanos y no crear problemas nuevos, de difícil solución, en nombre de los derechos del pueblo de Cataluña. Los buenos políticos son aquéllos que resuelven problemas y no los que crean nuevos problemas.

- Ésta es una novela río. Cada vez más se inclina por el realismo. No solo usted. ¿La realidad se impone?

- Yo no tengo tanta imaginación como para inventar más de lo que la realidad me proporciona. Lo bueno de la realidad es que es muy compleja y muy fecunda, y que me proporciona muchas historias muy buenas. Cuando escarbas en una ciudad, o escarbas en una familia, o escarbas en la vida de alguien, van saliendo historias que valen para la literatura. Probablemente, cualquier vida es buena, cualquier vida es una novela en potencia. Solamente hace falta conocer el punto de vista y contarlo. Y lo que hago es contar vidas y convertirlas en novelas.

- Su lenguaje es conciso, austero, sin excesos retóricos. ¿Es la mejor herramienta para atravesar más de 600 páginas?

- Bueno, sí. Cuando te consideras un narrador, el lenguaje se subordina un poco a la propia historia y eso seguramente facilita que se pueda leer una novela tan larga.

- Le gustaría escribir la gran comedia humana de la España de la Transición.

- Sí, pero con pequeños personajes. Sí me gusta contar esa época, pero no con grandes personajes. No sacaría a Adolfo Suárez ni a Felipe González, ni sacaría al Rey Juan Carlos. Pero sí sacaría, a través de familias de clase media, de familias normales, la historia de todos.

- ¿Ambición, reto o ambas cosas?

- Es una ambición y es un reto, pero es una ambición y un reto en los que estoy metido ya desde hace años., porque desde Carreteras secundarias, en el año 96, pues más o menos estoy metido en eso.
leer más

sábado, 6 de diciembre de 2014

Ausencia

No le dije que se fuera, solo que nuestra relación no iba bien, que no iba a más, que se había alagado en un lugar incierto. Le dije, claro, que la quería, que siempre la quise, que no la olvidaría. Pero que quería estar solo. Me miró sin sorpresa, adivinando la soledad que me estragaba el alma. Ella no dijo nada. Como siempre, no dijo nada. Le gusta dejar hablar a los otros. Ella no niega. Tampoco afirma. Siempre igual. Aquella vez tampoco dijo nada. Subió la escalera, entró en su habitación y preparó un bolso con algunos objetos personales. Cuando salió no dijo adiós. Fue la última vez que la vi.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Dejó la casa vacía con su ausencia. No me costó acostumbrarme a la nueva situación de soltero enfermizo. Hacía tiempo que la deseaba. Por la mañana escribía sin desmayo y, a la hora del almuerzo, salía a beber solo y sin descanso. No la echo de menos pero, a veces, cuando el sol se pone y el viento empuja sin piedad los cristales de las ventanas, una sensación extraña me devuelve una sombra imprecisa que identifico, sin defecto, con su cuerpo volátil de gacela enjaulada.

Entonces, no puedo evitar preguntarme por dónde andará, que habrá sido de ella, con quién matará las noches inmisericordes de otras navidades muertas. Y pienso también, cuando vuelva, porque volverá algún día, si lograré acostumbrarme de nuevo a su solvente presencia, a sus cenas frugales, a su sonrisa hipnótica. Me preguntará, presumiblemente, qué fue de mí todos estos años. Y yo, oyendo el viento ya manso, le diré que, después de todo, no pude olvidarla. No me creerá. Me parece lógico. Y eso es lo que más temo.
leer más