lunes, 30 de septiembre de 2013

Todo el tiempo del mundo

Abre esa botella de vino y ven a mi lado. Afuera la lluvia anuncia un otoño prematuro. Apóyate en mi hombro y cuéntame qué fue de la vida que derrochaste a borbotones. Ya sé que te despidieron del trabajo, un lugar que por otra parte te asqueaba, que solo era una panacea para optar por un futuro que diseñabas cada noche cuando las fuerzas se agotaban. Sé también que apenas puedes soportar el peso de una hipoteca desproporcionada respecto al sueldo que ya no es tuyo. Sé que él te abandonó cualquier tarde sin ninguna excusa, con el mismo argumento vacío con el que te embriagó durante todos estos años.

Pese a tanta burla del destino –qué desatino-, nadie logró arrancarte esa sonrisa sola y asustada que siempre me gustó de ti. Bebe ahora que no te queda nada más que mi hombro, como cuando yo te quería, y bebe sin pensar qué haremos mañana cuando amanezca, cuando vengan a demandarte las deudas que no te hicieron feliz y que ahora tal vez te sobran. No te da miedo el desahucio al que te someterán en años venideros, sino la sensación inútil de haber matado los años jóvenes con un hombre que no te amaba y la vida de escaparate que construiste cuando el frío de la noche aconsejaba resguardarse de una oscuridad inhóspita y prestada.

Tal vez se haya roto el futuro que imaginaste como el mejor regalo del destino, pero ahora que, apoyada en mi hombro, miras el fuego sin pestañear, sabes que no hay miedo a perder los sentimientos baladíes, que probablemente este revés del destino sea quizás -quién lo hubiera previsto- un número premiado en la rueda de la fortuna. De momento, bebe. Tengo más botellas en la bodega y tenemos tal vez –quién lo diría- todo el tiempo del mundo.
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domingo, 29 de septiembre de 2013

Victoria Camps: “La filosofía es lo contrario de la autoayuda”

Catedrática emérita de Filosofía moral y política en la Universidad Autónoma de Barcelona, Victoria Camps publica Breve historia de la ética. Con El gobierno de las emociones obtuvo el Premio Nacional de Ensayo 2012. Es autora además de Virtudes públicas, El siglo de las mujeres o La voluntad de vivir.

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Ha sido senadora independiente por el Partido Socialista, consejera del Consejo Audiovisual de Cataluña y ha presidido el Comité de Bioética de España. Actualmente es presidenta de la Fundación Víctor Grifols i Lucas.

—Dice usted que las grandes preguntas filosóficas no tienen respuesta. ¿Por eso el ser humano anda perdido?

—En parte, sí. Pero también anda perdido porque no sabe preguntar bien. Es muy importante preguntar bien y plantear bien las preguntas.

—La moral se ha entendido como la represión de los sentimientos. ¿Qué culpa lleva en ello la Iglesia?

—Bastante, porque los sentimientos se han visto como pasiones, algo que el individuo padece y que debe ser extirpado. Pero también la Iglesia ha fomentado algunos sentimientos, como el de vergüenza. Hay sentimientos buenos y malos.

—¿También los corruptos se rigen por sus principios éticos?

—Yo diría que no. Me parece que esto es un engaño. Los corruptos se rigen por su beneficio privado cuando deberían buscar el beneficio público.

—¿Por qué los ricos son felices con tanta miseria a su alrededor?

—Pues esta es una pregunta ancestral de la filosofía. ¿Por qué el tirano es más feliz que el hombre justo? Hay que preguntarse qué significa ser feliz y cómo se busca la felicidad.

—Me da la impresión de que los bancos se rigen por este principio: “Haz a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.

(Ríe). Justo lo contrario de lo que dice la ética. En parte, es cierto. Los bancos o algunos banqueros.

—Dígame qué virtud rechaza y con qué pecado se queda.

—¡Uf! Yo rechazaría la virtud de la humildad. Después de pasar por Nietzsche, creo que la humildad es difícil recuperarla. El significado no me gusta. ¿Con qué pecado me quedaría? Con muchos moderadamente.

—¿Tiene algún valor la ética en tiempos de miseria moral y corrupción política?

—Teórico, todo. Y práctico, parece que poco. Pero quizás es lo único que nos puede salvar finalmente. Por lo tanto, valor siempre sigue teniendo.

—En Alemania una ministra dimite porque plagió su tesis doctoral. ¿Entiende ahora por qué nuestros políticos no son doctores en nada?

(Ríe). El pasado católico, en nuestro caso, pesa mucho y el no haber pasado por la reforma protestante, y el haber tenido, en cambio, una contrarreforma. Eso nos lleva a no dimitir por nada.

—Usted entiende que la ética es cuestión de sentido común. Ahora comprendo por qué la gente no sabe de qué va el tema.

—De todas formas, Descartes decía que el sentido común era el mejor repartido. Habría que entender la ética de esta forma, como sentido común.

—La indignación es un sustantivo que define o debería definir este momento histórico. ¿Pero usted ve a la gente indignada?

—Yo veo a la gente muy indignada. Sí. Pero pienso que hay que ir más allá de la indignación. La indignación es un revulsivo, pero la indignación tiene llevar a algo, a alguna acción. Algo de eso se ha visto en el movimiento contra las hipotecas.

Breve historia de la ética. ¿Su libro puede servir al ciudadano como manual de vida o libro de autoayuda en tiempos de desconcierto social?

—A mí no me gustaría que se viera como un libro de autoayuda y, además, creo que a ningún lector que le guste la autoayuda le guste mi libro. Yo creo que la filosofía es lo contrario de la autoayuda.

—En filosofía decimos que la ética es la reflexión sobre la moral. Explíquese que me entere.

—Cuando hacemos esa distinción, las moral son morales concretas: la católica, islámica. La filosofía no se refiere, en concreto, a ninguna de estas morales, sino que reflexiona en general. Por qué distinguimos el bien del mal. Cómo fundamentamos esa distinción. Hace preguntas más profundas que van al fondo de las cosas y no es doctrinaria. La moral es más doctrinaria.

—En filosofía del lenguaje se analiza el lenguaje moral. ¿No estudiarán ustedes a Cela?

(Ríe). No querría acusar a nadie. Lo cierto es que cuando la filosofía estudia el lenguaje moral, ha hecho una filosofía excesivamente aséptica y no ha entrado en el fondo de la cuestión.

Publicado en el diario Córdoba el 12 de agosto de 2013
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sábado, 28 de septiembre de 2013

Negro

Después se quedó sola, mirando la pared vacía. No supo entonces que ese sería un paisaje recurrente al que siempre volvería. En la pared no había nada. Como en mi vida, solía decir ella. Le gustaba el minimalismo, la sobriedad, la huida del barroco. Apreciaba las palabras sencillas, sinceras, aunque dolieran, decía también. Pero no era así. En el fondo, sabía que a nadie le gusta descubrir las verdades a bocajarro, sin aditamentos ni curvas peligrosas. Prefería indagar en el alma humana y acercarse a la precisión del caos viéndolas venir, como si viajara por una ancha y recta autovía, y el precipicio, inevitable, se mostrara ante sus ojos amplio e irrenunciable.

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Un día desvió la mirada. A través de la ventana observó que las ramas de los árboles vencían la velocidad del viento. Aún no era otoño, pero la luz no tenía el brillo metálico de otros días. La gente paseaba como si el mundo fuera el mismo de ayer. Y eso la inquietó. Pero no quiso pensar más en ello. Abrió el armario y sacó un cuadro que conservaba de una vida anterior. Lo colgó en mitad de la pared. Aunque abstracto, se podía adivinar el verde de los bosques y el color arena de un cielo indefinido. Después se acercó a la ventana. Se dio cuenta de que prefería la naturaleza sin aditivos, sin interpretaciones.

Tantos años viviendo de los recuerdos no le habían sentado nada bien. Ese día se sintió con fuerzas para salir a la calle. No quedó con nadie. Se visitó como si hubiese concertado una cita previamente. Pero no. Solo había quedado con ella misma. Y eso le pareció sumamente atractivo. Había recuperado a la mujer que un día dejó de ser. Abajo, la tarde declinaba, y la noche anunciaba días imprevisibles. Cuando regresó a casa, había amanecido. Abrió de par en par todas las ventanas. Más tarde, antes de desnudarse y caer rendida en la cama, se preparó un café negro. Negro como la vida que dejaba atrás.
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sábado, 21 de septiembre de 2013

La casa

Me quedé esperando, pero tu voz no estaba con tus reproches continuos, ni tus manos acariciando la noche. Tampoco yo era el mismo. Los muebles, ubicados en distinto lugar, daban a la habitación un aura extraña, de lugar enigmático y desconocido. Sé que era el mismo espacio en el que nos quisimos, pero ahora alguien había alterado el equilibrio buscado entonces. No quise preguntar. Una mano invisible dotaba al lugar de un brillo innecesario y de una incomodidad patente. Me despedí con pocas palabras. A veces –bien lo sabes-, hasta sobran las palabras.

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Cuando bajé a la calle, una lluvia delgada y fugaz me despertó de una ausencia no buscada. Confirmé –ya lo sabía, es cierto- que todo tiene un fin. No me impresionó tu tacto torpe de amante reciclada, ni las palabras inoportunas con las que me agasajaste, ni tampoco la sensación sombría de que no conocía ni me interesaba la mujer nueva que ahora eras. Me impresionó tu casa, recargada de objetos inútiles, con una luz tenue que hería la claridad limpia del día, un brillo en los metales que delataba su vacío, y sobre todo no quise quedarme porque no sé si alguna vez estuve allí abrazándote, cuando eras tan joven que el amor no tenía grabada, como ahora, la fecha de caducidad.
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miércoles, 18 de septiembre de 2013

La noche

La noche tiene hoy el color indescifrable de la desidia, el color desordenado de la infamia. Busco la aritmética del éxito. Y solo hallo hojas quemadas alrededor. Cuando tus ojos alumbraban las sombras, no quería el sol de la mañana, y no me importaba tenderme a tu lado y descifrarte mis soledades, una a una, como si mi corazón fuera una alcachofa recién arrancada de la mata. La noche tiene ahora demasiados escondrijos a mis espaldas. Y el día es un océano bravo imposible de navegar.

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Me quedo a veces contemplando lo que fuimos, lo que ya nunca será. Sé que tú eras feliz aquí. No sé por dónde andarás que no te huelo ni por qué te fuiste, ni qué dolor exigirás a tu alma para poder olvidarme, ni qué dicha serás capaz de perseguir en los infiernos por tal de que el fuego invada cada célula de tu cuerpo. Mi infección, por el contrario, no encuentra diagnóstico ni paliativos. Tampoco el contagio es posible. Viviré al menos para contar que un día tú estuviste aquí, mirando el vacío de la noche, el hueco inexistente de la ausencia definitiva. Mientras tanto, ando huyendo del abismo, para no caerme, para saber que puedo existir sin ti, incluso sin mí.
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domingo, 15 de septiembre de 2013

El edén quemado

Antes nadie –o muy pocos- se quedaba mirando el dedo cuando el dedo señalaba a la luna. Ahora la luna apenas alumbra, o no la vemos, o nunca es de noche, o siempre es de noche y por eso no vemos. Nos han cambiado la vida como quien muda los muebles de sitio en la propia casa, y al final nos venden el estropicio como un cambio inevitable, como un bien para nuestra salud, como una medida necesaria para combatir el riesgo. Qué riesgo, cabría preguntarse ahora. El riesgo es lo que nos han dejado en las manos, en las manos vacías, un vacío de confusión donde la indignación y la furia no tienen cabida.

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Tenemos las manos vacías, y cuando nos tocamos el cuerpo, nos parece el cuerpo de otro; y cuando miramos el paisaje que es un erial, nos reprochamos la pérdida el edén quemado en un secuestro inevitable. Eso decían. Sabíamos que los montes arden con la sola intención, con la chispa del engaño, con la burla del juego retórico. Aún conservamos alguna postal de aquel paraíso que nos parecía frondoso y eterno, y ahora esquivamos sus rescoldos por miedo a que se nos incrusten en los sueños y no despertemos jamás.

Hay en todo esto una culpa que es nuestra, una vanidad hecha añicos contra el borde de la soberbia compartida. Después del naufragio apenas nos queda aliento para volver a empezar. Necesitamos ver cómo los últimos maderos se los traga el océano de la indiferencia para que un sutnami de orgullo nos devuelva la dignidad mancillada y los cojones que volaron con los billetes de quinientos euros que nunca vimos en nuestras manos vacías.

Nos queda, eso sí, la posibilidad remota de que todo no estalle en balde aquí al lado, mientras los cantos guerra anuncian la devastación de Siria. De hecho, los helicópteros calientan motores en el helipuerto militar de El Copero cada noche. Se les oye, pero se les ve. Y están aquí al lado. Se vislumbran escaramuzas de guerra.
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sábado, 14 de septiembre de 2013

Un día...

Un día se convenció de que tenía que cambiar. Pensó que su vida anterior no tenía alicientes. Se abrió una cuenta en las redes, que antes rechazaba, comenzó a publicar fotos mostrando unas piernas bien bronceadas, un canalillo de vértigo y un cabello suelto y salvaje. Hasta ahora había sido muy pudorosa. Rechazaba ese tipo de imágenes que ahora ella muestra de sí misma. Ahora publica algunas observaciones de su vida íntima que antes nadie tenía acceso a ellas. Ahora, también de vez en cuando, bebía un gin tonic poco cargado. Tonifica, piensa para sí, por fin me incorporé al mundo moderno.

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Abandonó los fines de semana encerrada en casa de los padres, y volvió al cuarto trastero ese empeño estúpido de encontrar al hombre de sus sueños. Sus ropas ya no eran tan recatadas, los perfumes eran afrodisiacos (los más afrodisiacos). No obstante, sugería más de lo que pretendía ofrecer, y en su mirada de oveja perdida los hombres creían encontrar el polvo loco de la semana. Y así fue. Al principio, le costó desvestirse, porque no solo dejaba al desnudo un cuerpo inmaculado y hermoso, sino también más de treinta años que no conocieron con frecuencia y desenvolvimiento los avatares impúdicos de la cama.

Se había revolcado nada más que con cuatro o cinco hombres, cuando comenzó a pensar que ninguno podría ser su hombre soñado. Y supo también que no estaba sola en aquel abrevadero de toros enardecidos por el sexo, sino que ese era el lugar común donde muchas otras mujeres acudían para apaciguar sus tormentos de pesadilla cada fin de semana. Se vio igual que las otras. O peor: no quería ser como cualquier mujer, sino distinta, como lo había sido antes de conocer los brebajes efímeros del placer gratuito.

Pero cuando de nuevo se encerró en su dormitorio los fines de semana, la vida se le quedó estrecha, y su vida anterior a esta estaba tan quemada que las cenizas del fracaso no le dejaban otear otras posibilidades. Fue ahí cuando alcanzó a entender que la vida podía ser fría y siniestra, incomprensible y absurda, pero también hermosa y fugaz. Pero sobre todo, que cada cual la debe amasar a su manera.
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martes, 10 de septiembre de 2013

Ella no es la misma

Tenía una belleza común. Cuando la vio por primera vez, no supo detectar el gracejo que escondía su sonrisa, ni se percibió del contoneo alegre de sus caderas, ni alcanzó a descifrar su paso fiero y seguro en el asfalto. Él andaba abstraído en otros menesteres más cotidianos: una nómina justa, una vida reciclada a menos, un futuro siempre en expansión pero que no se movía del mismo lugar. Ella, como quien dice, era una mujer diferente, pero siempre en una segunda lectura. A primera vista, no engañaban sus ojos, aunque tampoco derribaban ninguna muralla; no mordían sus labios, si bien insinuaban escaramuzas de guerra, y su pelo, algo desordenado, no se dejaba llevar por cualquier brisa sinuosa.

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El hombre se percató de su presencia nada más levantar la cabeza, y solo se atrevió decir: dónde coño estaba yo. Pensó primero que era de una belleza común, si bien tenía algo que no lograba descodificar del todo. Le hubiera dicho cualquier cosa por tal de escuchar su voz. No le dio tiempo. Ella salía del local cuando él se disponía a desplazar su artillería retórica. La siguió sin que ella adivinara sus pasos y conforme avanzaba la mañana y el sol imponía su imponente presencia, él reconstruía ya en la memoria un recorrido agotado. La vio subir la escalera y abrir la puerta del apartamento de la segunda planta.

A la mañana siguiente la esperó desde primera hora en la acera de enfrente. Volvió a seguirla y comprobó que su itinerario era otro. Y siempre era distinto. Eso sí, siempre bajaba a primera hora, y después paseaba por la ciudad observando el paisaje urbano. Dos horas después se recluía en su apartamento. Imaginaba que allí trabajaría. Por supuesto, no sabía en qué. En el buzón encontró su nombre. Solo su nombre. Sin apellidos. Entendió que antes de intercambiar algunas palabras con ella, debía estudiar su vida. Fue así como indagó en su pasado, en sus amistades, en sus gustos, en sus traiciones, en sus esperanzas.

Cuando la documentación le pareció suficiente, se dispuso a provocar el primer encuentro. Un día, sin buscarlo, se tropezó con ella, le sonrió, le pidió perdón. Le gustó su sonrisa, su voz dulce, como una magdalena empapada en el café, sus ojos de gorrión desconcertado y dócil. Él le pidió perdón o algo así. Ella le dijo que no se preocupara, que no era nada. Antes de salir del bar, le dijo ahora vuelvo o me encantó conocerte. No recuerda. Quiso volver pero, después de tantos meses de indagación persistente, temió que la mujer que él había construido tan concienzudamente en su imaginación con datos reales y precisos no se pareciera demasiado a aquella otra que él seguía cada mañana por media ciudad, temió que la realidad se pudiera desdoblar en dos mitades simétricas o siamesas y que, sin embargo, la una no fuera la otra, tan semejantes como aparentaban ser.

Así que, cuando subió a su apartamento, optó por no volver a verla, por cambiar fechas, datos, manías o lecturas de aquella biografía real y transformarla en otra muy diferente. Y una vez fabricada esa vida con trozos de la otra, se dispuso a buscar, en medio de la ciudad, a la mujer que había inventado. Siempre es mejor perder un tiempo buscando a una mujer que tal vez no exista, se dijo, que comprobar, en efecto, que aquella que tienes delante de ti no se parece en nada a aquella otra que habitaba tus sueños.
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lunes, 9 de septiembre de 2013

Ella no lo entiende

Claro, que ella no puede afirmar que, porque él no la llame o no venga a verla, todo se haya ido al traste. Le dijeron que andaba con otra, bueno, con otras. Y ella, que maneja las herramientas de la retórica como dios le da a entender, asegura que todos los hombres tienen o han tenido sus devaneos. Sin ir más lejos, le dice a la otra, tu novio se las trajo con conmigo, como bien sabes, o bien quiere ignorar, pero yo lo mandé a paseo, por supuesto después de un buen refregón. Y él qué te dijo, le dice ella a la otra, no te dijo nada, aunque tú sabías que él baila con cualquier falda que se mueve, hasta que la deja sin falda, por supuesto. La otra calla. No puede decir nada. Y ella insiste en que su hombre no es como todos. Lo es, sí, pero también algo distinto. Volverá, me preguntáis, claro que volverá. No se atreverá a dejarme así, con la ropa recién planchá, vamos, no estoy para bromas.

Es cierto que hace unas semanas, o tal vez un mes, o más, que me tiene así de los nervios, que ya apenas alcanzo a contar. Pero cuando venga se va a enterar, a la calle no sale hasta que se me olvide. Porque volver tiene que volver. Adónde va a ir un desgraciado como él, que solo yo lo puedo querer. Igual se ha confiado, o se ha perdido, es un poco despistado. Pero ese vuelve, como me llamo como me llamo. Ese vuelve o aquí pasa algo. Aunque pasar, ya ha pasado, eso sí. Y ahora qué le digo para que vuelva, o qué le digo cuando vuelva. Porque ni se me pasa por la cabeza que no lo haga. Yo no sé vivir sola, y él, que es como es, caerá en las manos de cualquiera. Pobrecito. No entiendo a los hombres. Ni él entiende que yo sufra mientras lo estoy esperando. Que ya se tarda. Porque si al menos supiera con quién anda, dormiría tranquila. Pero esa sensación es muy fuerte y no me deja. Y ni siquiera se le ocurre llamar para decir que no vuelve, claro.
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domingo, 8 de septiembre de 2013

Después de media vida

No quiso o le costaba adaptarse a los tiempos que corrían. Es como si el cuerpo se le hubiese cansado antes que la voluntad pero, llegados a este punto, cuerpo y voluntad se tropezaron en el mismo trecho, angosto y sin salida. No sabía hacia dónde girar sus pasos y, sobre todo, no quería caminar. Un día, él se lo dijo a bocajarro, le dijo que ya no la quería, que no había otra mujer, pero que no la quería. Él, cada día, andaba menos por casa. Y ella no quería infringir los renglones torcidos de esa disciplina que lleva a no dudar y a no preguntar.

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Pero se cansó. Cuando él le dijo que quería otra vida lejos de aquella casa, un viento de rabia la tiró a ninguna parte. Se quedó quieta, sin saber qué decir, con los deberes hechos y la existencia vacía como una noche de tormenta. No preguntó por qué. Ya poco importaba. Salió de la casa, creía haber olvidado las llaves, pero no dio media vuelta para recuperarlas. Iba sin rumbo, extraviada en un huracán de sensaciones. No le dolió el tramo de vida que le quedaba por llenar, sino todas las horas muertas al lado de un hombre que la había amado.

Cuesta empezar de nuevo, se iba diciendo. Había consumido cuarenta años en el sitio equivocado y a la sombra de la persona errada, y tal vez le quedaran otros cuarenta años para consumar el total de su existencia. Algo había aprendido, desde luego: no quería oler el aliento de nadie que no la amara. Apretó los dientes, tal vez de rabia. Estaba sentada en un banco del parque. Se puso en pie y vio que podía caminar, empezó a no importarle qué dirección coger, no miraba atrás y tampoco sabía adónde ir. Pero era la primera vez que no le importó ir sola ni que la lluvia la mojara.

Al fondo, después de un trecho, había una luz. Se sentó a una mesa, pidió un café muy caliente. Un hombre la miraba. A través de la ventana vio el rostro de aquel hombre reflejado en el cristal. Era un hombre maduro, callado, con un silencio que le gustó. Sonrió sin saber por qué. Entre los objetos que llevaba en el bolso, comprobó que tenía las llaves de la casa. Las dejó sobre la mesa. Cuando se levantó para irse, las olvidó. Probablemente a conciencia. Cuando salía, el hombre la seguía observando. Y ella lo sabía. Pero no miró atrás.
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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Huir de los sueños

Se quedó, como cada día, con la sensación negra de que la vida se le iba. Había cumplido ya los cuarenta y quería pensar, a su pesar, que la edad era un exorno innecesario en la mujer, una baratija de la que se puede prescindir en cualquier fiesta. Siempre lo quiso entender así, pero, la verdad, nunca logró ese difícil equilibrio que consiste en mirar el horizonte con la serenidad controlada. Después de todos esos años vividos a la refriega, sabía que nunca había logrado un minuto de sosiego en la batalla diaria. Se había dejado llevar por la ambición profesional, los hombres fáciles, las noches perecederas.

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Ahora que inauguraba otra década, ignoraba cómo cotejar las sensaciones, cómo domeñar los fracasos, cómo, en definitiva, y de una puñetera vez, enfrentarse a un vacío que se le abría por dentro y que la iba matando día a día. Supo que ya no le valían los recursos de ayer y que, a partir de mañana, se abría un túnel indescriptible que la conducía indefectiblemente a la oscuridad más absoluta.

Cuando despertó estaba sola en la cama. El olor de las sábanas le recordó que no había dormido sola y que el hombre, al amanecer, había desaparecido como un ensalmo. Se sometió a una ducha de agua fría. Después se sintió rejuvenecer con un café negro y ardiente. Cuando bajaba en el ascensor, solo pensaba que le gustaba su vida y nada más maquinaba cómo poder huir de los sueños que la atenazaban.
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martes, 3 de septiembre de 2013

Alimentos pasados de fecha

La crisis financiera y económica todavía no ha tocado suelo. Que se lo digan a los griegos, que ya pueden comprar alimentos pasados de fecha. Eso sí, por un precio más barato. Y por supuesto, este hecho no significa que sean peligrosos para la salud, tranquilizan las autoridades. Hace unos años, muy pocos, cambiábamos de coche y de vivienda, nos vestíamos de ricos recientes y le dábamos amparo a inmigrantes que no tenían donde caerse muertos. Ahora, qué duda cabe, los que nos vamos cayendo poco a poco somos nosotros. Tal vez intoxicados. Pero de vanidad.

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Los griegos no tendrán tiempo para vacilar, porque encontrarán en estantes separados y a precios reducidos alimentos que hasta ahora desechábamos por estar pasados de fecha. Es lo bueno que tiene ser rico: que todo les vale más caro pero también pueden ingerir, con toda tranquilidad, productos frescos, o al menos no caducados. Cuando se es pobre, sin embargo, se trata de no morir de inanición. Aunque los griegos deben aprender a identificar aquellos productos etiquetados con la indicación de “consumir preferentemente antes de… “. La Comisión Europea, no obstante, diferencia entre el consumo preferente y la fecha de caducidad, concepto este último aplicable a comidas muy perecederas.

En España, todavía, no es legal comercializar productos alimentarios que hayan rebasado la fecha de consumo preferente, como ya ocurre en Grecia. Pero todo es cuestión de tener paciencia. Si no, al tiempo. Las empresas ya pondrán empeño en imprimir en tamaño microscópico la fecha de caducidad en sus envases, frascos y latas de cualquier tipo. El negocio es el negocio. Además, a un pobre le debe dar igual morir intoxicado que morir por no probar bocado. Afortunadamente, y gracias a estas medidas, ya sabemos qué es una Europa de dos velocidades, se dirán muchos. La Europa bien alimentada y aquella otra que consume productos caducados. En fin, ver para creer. O dicho de otra manera: llegar aquí para esto. Los sueños de rico nunca trajeron un buen despertar. Por eso no logramos salir de esta pesadilla.
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Nada

No esperes que te venza la noche para pasar desapercibida ante los demás. No finjas que la soledad no te importa, si lo sigues echando de menos. No rompas con la rutina, cuando el valor no es tu fiel aliado. Nunca digas que borrarías todo el tiempo pasado, cuando el futuro es un puzle irresoluble.

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No me vengas con que puedes vivir sin su aliento, cuando mueres en cada esquina que te cobija. A estas alturas, cuando la edad echa raíces y te empujan hacia la tierra con un ritmo lento y pertinaz, buscando su origen y su destino, no puedes caminar indiferente obviando los matices irresolubles de la felicidad. Siempre hay, justo a tu lado, una mesa vacía a la que sentarte para observar el paisaje. Y en esa quietud que no encuentras, hay también una serenidad deseada que no te empuja sin buscarla.

Después, cuando cruces la esquina y te adentres en esos parajes donde no conoces a nadie, todo te parecerá nuevo e innecesario, y volverás a la misma fuente para observar tus ojos reflejados en el agua estancada, y pedirás el mismo vino de cuando éramos jóvenes y el tiempo nos parecía infinito y la vida un milagro portentoso. El vino no era exquisito. Es cierto. Pero en cada trago adivinarás los paréntesis indescifrables de la adolescencia y el primer beso que se cruzó en tus labios como un tornado invisible.

A la vuelta, en esta otra calle, está la casa, los árboles que te dieron sombra, los discos que ya no escuchas, el perro que no te ladra, la chimenea sin fuego. A la sombra del árbol, está él, sentado, leyendo otros libros. No te espera, pero sabe que cualquier día verá tu perfil al fondo, distinto, difuminado en la luz blanca de la mañana, cuando el día, como cualquier día, se abre ancho y monótono. Y tú sabrás, al verlo, ahora sí, que nunca entendiste nada.
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lunes, 2 de septiembre de 2013

Aleix Saló: “El humor tiene que ser el medio y el fin frente a la crisis”

Autor de viñetas de actualidad, Aleix Saló publica Europesadilla. Alguien se ha comido a la clase media, un libro crítico y divertido que nos adentra en un territorio “en el que ni Dios sabe por dónde van los tiros”. Además, ha publicado Españistán: este país se va a la mierda (2011) y Simiocarcia: crónica de la Gran Resaca Económica (2012), que han vendido más de 80.000 ejemplares. También es autor de trabajos de animación, como Ratzinger Z, sobre la visita del Papa a Barcelona, o los videos promocionales de Españistán y Simiocracia.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Su libro se titula Europesadilla. No me diga que Europa no le deja dormir.

—Creo que ahora mismo no nos deja dormir a nadie. La pregunta es cuándo nos despertaremos de esta pesadilla, cuándo saldrá el sol.

—Habla en su libro de un país ficticio, Jodidonia, donde la clase media es víctima de vampiros con traje.

—Sí, verdad. Y lo jodido, de Jodidonia, es que estamos siguiendo su trayectoria paso por paso. Y se ve en el libro. Invito a verlo.

—Habla usted de un parásito al que llama “vampirus ibéricus”. Después de dejarnos sin sueldo y sin piso, ¿también nos chuparán la sangre?

—Ya llevan muchos años chupándonosla. Lo que pasa es que ahora parecía que la sangre nos sobraba. Ahora que hay poca sangre, nos dejan anémicos.

—El vampirus ibéricus es una especie “mediocre e incapaz de tener éxito en la vida”. Es decir, que no hay modo de quitárnoslos de encima.

—Y el problema no es quitárnoslos de encima, sino que entre ellos se quiten de encima unos a otros. Cuando pides que desaparezcan ciertas empresas públicas, digamos de dudosa utilidad, es como pedirle a según quién que éste despida a su mujer o despida a su cuñado.

—La Eurozona es, según usted, un engendro político al estilo Frankenstein. Vamos, que no tiene ni pies ni cabeza. O bien, la cabeza de uno y los pies de otro.

—Exacto. Y eso la convierte en un ser bastante aberrante, de caminar errático y gestión muy complicada.

—Su libro despliega un formato influido por el video que se aleja un tanto del cómic tradicional.

—Hay quien dice que hago ensayos ilustrados. No me importan mucho las etiquetas. Como doy prioridad al mensaje, pongo el dibujo al servicio del contenido. Aun así, no podría prescindir de los dibujos. Mi trabajo no sería el mismo.

—Dice usted que la globalización se está rifando una hostia y la clase media lleva todas las papeletas.

—Ya la recibimos, de hecho, esa primera bofetada de las desindustrializaciones de los 90. Lo que pasa es que, estando como estábamos, dopados de crédito, no nos dolieron esas bofetadas. Ahora duelen el doble.

—¿Por qué los recortes se aplican de forma tan chapucera y siempre para que paguen los mismos?

—Por lo que te contaba. Cuando es el propio vampiro el responsable de ejercer tales recortes, deja su núcleo de congéneres bastante más intacto. Y tiende a tocar antes sectores sensibles como educación o sanidad.

—Hay corrupción, se sabe quiénes son los corruptos, pero no hay mecanismos para castigarlos. ¿Esto seguirá siendo siempre así?

—Espero que no. Lo bueno de Europa es que nos puede obligar a contagiarnos de lo mejor del norte, mientras los del norte se contagian de lo mejor nuestro, que también lo tenemos. Y no hay que olvidarlo.

—¿Existe un paralelismo, como usted sugiere, entre la hegemonía mundial y el lugar donde se ubican los edificios más altos del mundo?

—Al menos así lo vi, tal como lo retrato en el libro. Yo creo que es una indirecta de Oriente. Que en los últimos diez años los mayores edificios del mundo estén en Asia, concretamente.

—El corto Españistán fue un éxito en la red, con más de cinco millones de visitas. ¿La venta de libros para por la red?

—Digamos que no tanto la venta, pero la promoción de cualquier cosa tiene que estar en la red. Si algo no está en la red no existe. Es la nueva tele.

—En situación de crisis, ¿la gente vota a la derecha porque está en estado de shock o porque no se entera de nada?

(Ríe). Pues cada vez distingo menos entre polos ideológicos. Al menos en este país, donde creo que el PSOE tiene poco de socialista y el PP tiene muy poco de liberal.

—¿El humor, como usted hace, es una herramienta útil para salir indemne a estos tiempos de crisis?

—El humor tiene que ser a la vez el medio y el fin mismo de nuestra forma de enfrentarnos a esta situación.

Publicado en el diario Córdoba el 11 de julio de 2013
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