domingo, 8 de septiembre de 2013

Después de media vida

No quiso o le costaba adaptarse a los tiempos que corrían. Es como si el cuerpo se le hubiese cansado antes que la voluntad pero, llegados a este punto, cuerpo y voluntad se tropezaron en el mismo trecho, angosto y sin salida. No sabía hacia dónde girar sus pasos y, sobre todo, no quería caminar. Un día, él se lo dijo a bocajarro, le dijo que ya no la quería, que no había otra mujer, pero que no la quería. Él, cada día, andaba menos por casa. Y ella no quería infringir los renglones torcidos de esa disciplina que lleva a no dudar y a no preguntar.

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Pero se cansó. Cuando él le dijo que quería otra vida lejos de aquella casa, un viento de rabia la tiró a ninguna parte. Se quedó quieta, sin saber qué decir, con los deberes hechos y la existencia vacía como una noche de tormenta. No preguntó por qué. Ya poco importaba. Salió de la casa, creía haber olvidado las llaves, pero no dio media vuelta para recuperarlas. Iba sin rumbo, extraviada en un huracán de sensaciones. No le dolió el tramo de vida que le quedaba por llenar, sino todas las horas muertas al lado de un hombre que la había amado.

Cuesta empezar de nuevo, se iba diciendo. Había consumido cuarenta años en el sitio equivocado y a la sombra de la persona errada, y tal vez le quedaran otros cuarenta años para consumar el total de su existencia. Algo había aprendido, desde luego: no quería oler el aliento de nadie que no la amara. Apretó los dientes, tal vez de rabia. Estaba sentada en un banco del parque. Se puso en pie y vio que podía caminar, empezó a no importarle qué dirección coger, no miraba atrás y tampoco sabía adónde ir. Pero era la primera vez que no le importó ir sola ni que la lluvia la mojara.

Al fondo, después de un trecho, había una luz. Se sentó a una mesa, pidió un café muy caliente. Un hombre la miraba. A través de la ventana vio el rostro de aquel hombre reflejado en el cristal. Era un hombre maduro, callado, con un silencio que le gustó. Sonrió sin saber por qué. Entre los objetos que llevaba en el bolso, comprobó que tenía las llaves de la casa. Las dejó sobre la mesa. Cuando se levantó para irse, las olvidó. Probablemente a conciencia. Cuando salía, el hombre la seguía observando. Y ella lo sabía. Pero no miró atrás.

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