domingo, 29 de julio de 2012

Vila-Matas: “Con la crisis se ha extendido un desánimo que cada día va más en aumento”

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ha publicado estos días su novela más novelesca de los últimos años, con la pretensión de desmarcarse de su obra anterior, Dublinesca. Aire de Dylan nace de un cuento de Antonio Tabucchi recogido en el libro Pequeños equívocos sin importancia. Como el escritor italiano, investiga en la realidad para crear otra realidad paralela, lamenta su pérdida y le interesa de su obra, sobre todo, esa mezcla de poesía y reflexión, y su sensibilidad siempre fuente de inspiración.

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Es un hombre alto y educado, que camina lentamente y habla con un timbre de voz bajo, como si temiera que las palabras ordenasen las frases por sí solas. A medio metro del periodista, Vila-Matas se desprende de ese aire de autosuficiencia o pedantería que le otorgan algunas fotografías, y sorprende su cercanía y amabilidad.

Está dotado de un humor inteligente que sabe administrar con justicia y sabiduría. Ha sido muchos escritores y uno solo al mismo tiempo. Le gusta cambiar de registros, mezclar ensayo y novela, arriesgarse por el simple placer de degustar el sabor del riesgo. Es capaz de darle mil vueltas a una frase hasta encontrarle el envés que a los demás nos pasa desapercibido.

Piensa que esta crisis ha extendido en la sociedad un cierto desánimo que cada día más va en aumento y que incluso teme que vaya a sancionar a la alegría. No le gusta que lo califiquen como escritor vanguardista, sino más bien moderno. Moderno sencillamente. No le gusta escribir para llorar o sufrir. Le parece un tópico.

Prefiere indagar y divertirse innovando. Le gustaría escribir un libro para el que ya tiene título, un título perfecto, y algunos párrafos: Archivo General del Fracaso. Mientras tanto, avanza esta novela, que no es poco, y que tal vez solo sea un anticipo.

—Su novela parte de un cuento de Tabucchi en el que la viuda de un escritor se queda sola y arroja su último manuscrito al fuego.

—Sí. Pero no estoy seguro. Es decir, existe el cuento y es cierto que hay una viuda en un cuento que no pasa casi nada, y al final no sé si lo tira al fuego o simplemente –lo que sí me quedó grabado- es que ella dice: “Pobre hombre”. Cuando se queda sola después del funeral. Claro, es un cuento que se presta a muchas interpretaciones y está en el libro Pequeños equívocos sin importancia. Hasta ahí todo. Lo del fuego ya tendría que volver a haber leído esto para asegurarlo.

—Habrá sentido su fallecimiento, porque usted se siente deudor y admirador de su obra. De hecho, 'La dama de Porto Pim', que usted califica como un Moby Dick en miniatura, fue su libro de cabecera.

—Sí. Bueno, La dama de Porto Pim, pero también toda su obra en general. Lo he seguido desde el principio. Era una persona que, de ser amigo suyo, se le quería mucho. Es curioso porque hoy en el avión he estado leyendo el libro de viajes que ha publicado ahora Anagrama, que lo he comprado en el aeropuerto, y me he dado cuenta de que la primera vez que lo leías, estando él con vida, y como después cabía la posibilidad de seguir leyéndolo.

Y otra cosa. El apellido Lancastre de la novela es el apellido de su mujer, María José de Lancastre. Lo digo porque se ha sabido ahora cuando ha aparecido el nombre de la mujer en la prensa. Ella hizo una biofotografía de Pessoa. Y entonces quería que el personaje de Lancastre remitiera a Bob Dylan por sus muchas personalidades, como a Pessoa.

—Admira de Tabucchi su imaginación y su capacidad para investigar en la realidad y llegar a una realidad paralela. ¿De algún modo le ha ocurrido o le ocurre a usted también?

—Siento que sí, que en este sentido es el punto común que teníamos y por eso escribí estas líneas. Pensaba que era un mundo común el nuestro, era nuestra forma de presentarnos ante el texto. Y en cuanto a la admiración, se lo escribí en un e-mail que le envié sabiendo que estaba enfermo, le expresé toda mi admiración por él, aparte de toda mi amistad y cariño.

Quería que supiera mi incondicional admiración hacia lo que ha hecho. Su obra me interesó siempre por esta mezcla de poesía con lo reflexivo, esa sensibilidad muy especial con la que yo conectaba y ha sido siempre fuente de inspiración. Siempre que entro en contacto con textos de Tabucchi, quizás entro en contacto con el descubrimiento que hice de este autor en su momento. Me devuelven vibraciones muy importantes en mi obra.

—En esta novela quería desmarcarse de 'Dublinesca' y, antes que seguir mezclando narrativa y ensayo, ha preferido jugar sobre todo a una carta. 'Aire de Dylan' es la más novelesca de sus novelas de los últimos años.

—Claro, porque es donde no mezclo narrativa con ensayo, sino que realmente juego esta carta a la narrativa que, bueno, no es una carta extraña para mí porque, en definitiva, tantos libros de los años 80 y 90, como Hijos sin hijos o Suicidios ejemplares, son libros en los que intervenía más la carta exclusivamente narrativa. Por lo tanto, no he hecho nada más que volver a una actividad que ya había hecho.

Me he querido desmarcar de Dublinesca, pero no significa que me desmarque del todo. Creo que escribo una obra en la que todo está conectado, lo que no significa que, claro, he tratado de desmarcarme sobre todo de las connotaciones muy culturales que tenía Dublinesca. Y aquí las connotaciones culturales son más suaves.

—Vilnius, su protagonista, se dedica a la búsqueda de una cita de Scott Fitzgerald y a completar su 'Archivo General del Fracaso'. Como dice en el libro, ¿es la muerte el fracaso humano por excelencia?

—Lo digo casi como un chiste, como una cosa irónica. Se me ocurrió mientras escribía sobre el fracaso, que si hay un fracaso máximo siempre es este.

—Dice usted que ha sido bastantes escritores diferentes, pero en su novela escribe también que haber logrado una voz de muchas variantes, pero inconfundible, como Kubrick en el cine, acota la libertad, pero uno termina por tener miedo cada vez que ensaya cosas nuevas.

—Sí. Se trata de poner por delante también la idea de la valentía, el no conformarse con lo realizado, intentar ser dueño de la técnica más que en mis comienzos, como es lógico, intentar ir por el camino salvaje, por atreverme por otros caminos y, en definitiva, es una idea de valentía. Una forma de introducir un poco la sombra del cuerno, que decía alguien, en la literatura. Jugármela un poco. Por el riesgo también y por el atractivo del riesgo. En definitiva, por divertirse también, porque también si hay miedo, también uno está muy entretenido.

—“Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien”, esa frase atribuida a Scott Fitzgerald en la película 'Tres camaradas', funciona a modo de estribillo en un texto que tal vez fue canción o cuento en su origen pero que acabó convertida en novela. La frase obsesiona a Vilnius, pero me da la impresión que también a Vila-Matas.

—Sí. La frase durante años pensé que era mía. Primero, de Scott Fitzgerald. Después me acostumbré a ella. A veces, la citaba o a veces la pensaba cuando llegaba el crepúsculo, y al final alguien me preguntó si era mía o de Scott Fitzgerald en una entrevista colectiva en internet. Entonces, claro, yo sabía que era de Scott Fitzgerald, y me pregunté: “¿Estoy tan seguro de que sea de Scott Fitzgerald? Tendría que indagar más a la hora de contestar”.

Y entonces me di cuenta de que era muy difícil y inicié una investigación sobre el origen de quién pudo escribir realmente esa frase. Nada más iniciada, me di cuenta de que lo más obvio no era tan obvio y que no era tan claro que hubiera sido Scott sino que había ocho guionistas en esta película que querían intervenir, y luego de la imposibilidad de llegar a acceder a la verdad. Abrí una investigación pero la investigación se presentaba como difícil, ardua. Buscaba el origen de la frase, en definitiva.

Me remontaba al origen del significado de esa frase. Quién debió ser el primero. Ni siquiera debió ser el primero el guionista de Hollywood del año 33, sino que viene de lejos. Entonces, esto podría haber sido perfectamente solo el tema de una novela, la indagación de una verdad que no se alcanza. Si me hubiera presentado en Hollywood a investigar esto, no hubiera averiguado seguramente nada pero, suponiendo que alguien me dijera que alguien le había contado algo de aquel despacho de guionistas que en el año 33 acuñó la frase, tampoco podría estar muy seguro de que debería seguir la investigación.

—El tono ensayístico de otras novelas da paso aquí al género negro y rinde homenaje al drama shakespereano. Dice que se dejó llevar y que solo sabía que iba a parecerse a Hamlet.

—Solamente sabía esto porque creía que era necesario, trabajando como trabajaba en la oscuridad, avanzando cada día, dejando que aflorara lo que tuviera que salir, pero al mismo tiempo prefería tener como un faro que me iluminara en esta especie de noche de la creación a que fuera Hamlet, sabía que la historia que iba a contar tendría siempre puntos paralelos. No necesariamente muchos puntos paralelos.

También sabía que la obra de teatro no iba a imitar a la historia que yo contaba o al revés, mi historia no iba a imitar a Hamlet, sino posiblemente la que iba a contar, que era una historia sucedida en la historia real, acabaría no imitando a Shakespeare, más bien la vida no imita a ningún actor teatral por muy famoso que sea sino que va por otro lado. Y en esta novela también va por otro lado.

—En literatura, como en la vida, acepta todas las tendencias, salvo las totalitarias. ¿No le da la impresión de que cada vez más estamos abocados al pensamiento único?

—Bueno, sí. Sorprende la falta de humor, también el que nadie sea capaz de escuchar opiniones estéticas de otra persona para no conformarse con su propio gusto. Da la impresión además de que con la crisis se haya extendido un poco, cierto desánimo que cada día va más en aumento. Se contagia un desánimo general, y alguien que quiera emprender algo, una aventura interesante en la vida cotidiana, parece que va a ser mal mirado, porque no es tiempo para alguien que tenga entusiasmo por hacer algo. Este contagio es muy peligroso, porque llegará un momento que parece incluso que va a ser sancionada la alegría.

—Dice usted que no hay nada menos autobiográfico que una autobiografía.

—Sí. Una autobiografía es una impostura., porque hay otra voz. Hay siempre otra voz que innecesariamente deforma la vida real.

—¿Es su novela más verdadera que una autobiografía real? De hecho, se identifica con Lancastre, el escritor muerto. Pero admite que también hay algo de su adolescencia en ese juego de tensiones entre Vilnius y Lancastre.

—Bueno, es la propuesta de una biografía lateral de un personaje. Si haces una autobiografía lateral de alguien, puede llegar a decir más la verdad que en una autobiografía central sobre él. Una mirada esquinada puede dar más datos reales que una hecha desde el punto de vista central.

—Vilnius tiene aire de Bob Dylan. Julie Bennnett decía que “la gran fuerza de Dylan ha sido no estar nunca donde se le esperaba”. ¿Le ocurre a usted igual? ¿Ha logrado ser una persona y muchas al mismo tiempo?

—Sí. Y al mismo tiempo lo critico en Lancastre, dentro de la novela, que es como una forma de satirizar también mi personaje y mi trayectoria. Al mismo tiempo, alguien me ha preguntado además quién era Julie Bennett. Tiene razón, porque yo leí la frase pero no sé quién es tampoco Julie Bennett. La frase es muy apropiada para este tipo de propuesta que hago yo porque es una imitación también de no estar donde se me espera, si se me espera en algo muy dublinesco y metaliterario, para decir repite e insiste. Ha sido siempre así como he actuado en general en mi obra.

Piglia decía que, cuando se publica un libro mío, tiene interés por saber qué he hecho, porque sabe que habrá una propuesta nueva de algún tipo, qué es lo que se le ha ocurrido ahora. Esa es un poco la gracia de lo que hago, que por lo general todavía no estoy apoltronado que yo sepa, sino que todavía estoy en movimiento.

—Como dice, comenzó el libro a ciegas. Cambiaba de registros por el puro placer de hacerlo, pero sin embargo está muy bien cerrado. Usted mismo dice que es “de los libros más aéreos y a la vez más compactos que he hecho”.

—Está muy bien cerrado porque del borrador hubo varias versiones y eso me permitió ir ajustando todos los capítulos hasta llegar a una pieza. Es decir, una cosa es que se escribiera dejando que saliera lo que tuviera que salir y la otra es que después he ajustado todo lo que tenía. Según un consejo de una cosa que decía Lobo Antúnez, que cuando tienes el borrador, no busques más porque ya todo está en el borrador.

Bueno, está bien como idea. Es decir, una vez que uno ha terminado el borrador de la novela, no hace falta que piense que le falta algo, sino que allí ya tiene todo el material, porque para algo ha estado escribiendo un año aquello. Si en un año no sale lo que había ahí, tiene material pero a partir de ahí se ha de trabajar. Entonces, lo que hice fue establecer los capítulos en orden de cómo se desarrolla la historia, que es lenta en su despliegue, porque se trata de alguien que no quiere volver a escribir. Está arrepentido de haber escrito.

Lo que pasa es que las cosas que va presenciando y los acontecimientos le llevan a tener que contar aquello, ya que estaba previsto que lo contaran los jóvenes protagonistas, que sería la biografía del padre de uno de ellos. Pero ya que no lo van a hacer ellos, finalmente se ve obligado a hacerlo él.

—Siempre se dice que es usted un vanguardista. Pero no sé si le gusta ese calificativo.

—Hombre, me gustan mucho las vanguardias históricas. Y me encuentro cómodo cuando me siento libre en la narración. Yo creo, por lo que voy hablando con algunos críticos, que, en realidad, soy moderno. Sería previo al posmodernismo. Moderno simplemente.

—Lo cierto es que le gusta innovar y divertirse mientras lo hace.

—Sí. No tengo reparos en decirlo. Es decir, se escribe también para, de alguna forma, uno pasarlo bien en el trabajo, en lo que hace. No se escribe para llorar o para sufrir. Si me lo puedo ahorrar… A veces me han preguntado: “¿Usted necesita sufrir para escribir algo?”. Me parece un tópico.

—Porque al final, son suyas las palabras, “la inspiración literaria es una cuestión de codos y puños en el escritorio”.

—Desde luego, no soy el primero que lo dice esto. Es una cuestión de momentos de inspiración que son gloriosos pero que al cabo de un año más que muy pocas veces he tenido suerte. De modo que todo el resto son momentos que van de relleno pero que consisten en trabajar el texto para que tenga condiciones mínimas para presentarlo.

—Borges escribió un libro con un título genial: 'Historia universal de la infamia'. ¿No le gustaría escribir uno titulado 'Archivo General del Fracaso'. También es genial y encuentro similitud entre ambos.

—Yo creo que se me pasó por la cabeza. Era una idea que tenía de hacer un libro con este título. Sí. Creo que sí. Lo que ocurre es que era muy difícil el hacer un Archivo General porque se trata de coger caso por caso. Hay fragmentos de la novela que escribí que no aparecen en el libro que son fragmentos en los que Vilnius se dedica, en Barcelona, por la tarde, a cazar caso por caso en la calle para incluirlos en el Archivo.

Y lo que ocurre es que esto no iba muy bien para el ritmo de la historia, porque traba demasiado la historia. Entonces me daba demasiado espacio el Archivo. Pero están escritos los que él se dedica a archivar. Transeúntes, personas a las que incluso les imagina la historia, pero que él va archivando con datos en un café. Sí. Es verdad que es un título magnífico.

—¿Pero la idea ya la ha descartado definitivamente?

—Creo que no. Seguramente no.

—En otros momentos de crisis, como el actual, los intelectuales se hacían oír, alzaban su voz contra las injusticias colectivas. Parece como si hoy ese compromiso se hubiese diluido en nuestra sociedad.

—Hay un poco la idea de que la aparición de intelectuales en la prensa no necesariamente va a transformar nada ni cambiar nada. No da la impresión de que esto sea decisivo ni que necesite el pueblo la intervención de intelectuales. Al mismo tiempo, me gusta mucho el comportamiento cívico que tenía Tabucchi. Le costó tener que exiliarse en Italia.

Mi posición política hasta hoy siempre se entrevé en la voz que habla y en el punto de vista, creo que muy libre, desde el que conecto con el lector. Y por otra parte, no sé si hay muchos intelectuales en España. Si tú vas a Inglaterra, nadie hace caso de lo que dice un escritor. Está el mito de que el escritor es un intelectual, que sabe todo lo que ocurre y que sabe todo lo que va a pasar. Es lo que ocurría con Octavio Paz. Siempre sabía lo que iba a ocurrir en el mundo, lo que había que hacer.

Da la impresión de que nadie les hace caso, que tendrían que hacerse valer por ellos. Sí. Pero esto es hablar de forma colectiva y siempre me cuesta mucho preguntarme quiénes son ellos. Soy muy consciente que sería ideal un país con intelectuales muy activos. Como Manuel Azaña, por ejemplo.

—Javier Cercas ha escrito: “Escribir es un oficio extraño. En lo esencial, consiste en complicarse la vida. Para aprenderlo, hay que olvidarlo a diario”. ¿Comparte esta opinión?

—La primera parte, sí. La segunda no la entiendo. Debe tener un malestar con algo en concreto que desconozco.

Publicado en el diario Córdoba el 15 de abril de 2012
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viernes, 27 de julio de 2012

Nadie entiende este mundo

Cierro la puerta entreabierta para que el aire no monte huracanes, navego por las orillas del mar por miedo a las profundidades desconocidas, me bebo la botella medio llena por miedo a la duda, no miento aunque siempre cuento la mitad de la verdad, invento mis propias ficciones porque la gente cree cuanto estima necesario y no todo lo que es cierto, oigo y archivo el dato, me gustan las primaveras indeseadas y los otoños anticipados, observo al perro como el peor amigo del hombre, sobre todo si el perro no es tuyo, y ladra y te moquea los pantalones y además lo protege la ley.



Leo novelas que no se venden, autores que no entiendo pero cuya musicalidad me apaga la animadversión a los poetas inútiles, busco la noche como el héroe se apega al peligro, camino con prisas para que nadie se apresure a delatarme, esquivo las miradas para no sentirme seducido, miro al cielo en los semáforos en rojo mientras los vehículos trepan por las avenidas con la prisa de una parturienta, evito las colas en los cajeros de las grandes superficies, busco los taxis donde sé que nadie se parará si alzo el brazo en gesto de socorro, miro los escaparates cuando no tengo un euro para adquirir ni un caramelo, huyo de las fiestas de Navidad y de Fin de Año, detesto los homenajes y los agasajos, los cumpleaños felices y las jubilaciones, las celebraciones con confeti y la Coca-Cola sin gas o sin ron, lo mismo da.

El solomillo, ni pasado ni mitad y mitad; el gin tonic, cargado, por favor, como la vida, por favor; el café, caliente que pela; algunas señoras, como el café, con perdón; los catecismos, todos cerrados; las botellas, abiertas, para que el vino se vaya oxigenando; la puerta cerrada, como la boca, para que no entren moscas, ni moscardones que, por cierto, abundan; la casa propia, con luz, con libros y con vino, por si ella llega tarde o no llega; los veranos, como tienen que ser, con calor; los inviernos, como tienen que ser, breves; tu rostro, siempre cerca, por si no encuentro un espejo cuando me despierte por las noches; el día, sin demasiadas sorpresas y con dinero, y, como es lógico, uno detrás de otro. No me gustan las cosas amontonadas y en desorden.

No asumo otra responsabilidad que la de estar vivo e inventar la vida a cada instante, subirme a los árboles sin el permiso del público, husmear en los nidos de los gorriones por si el avaro hubiese escondido allí su tesoro, no buscar otra fortuna que vulnere el derecho a sentirme feliz en mi propio pellejo, el único traje que nunca me cambio ni repongo, que asumo como un rasgo de identidad al igual que mi sombra y mi hipoteca. No asumo otra sospecha sino la de agotar cada hora como si fuese la última loncha de jamón de este plato colectivo que es este planeta, verde y azul, intoxicado y bello, diverso y disperso como mis sueños, acogedor e insólito como una muchacha enamorada o no enamorada, da igual.

Cruzar la frontera sin pasaporte, callar cuando los otros hablan, escuchar aunque no te interese lo que se dice, escuchar hasta que acaban con tu paciencia, y sales, evitas un portazo, pero dejas la puerta a su antojo, el portazo como consecuencia se hace inevitable, todos despiertan con el portazo porque todos dormían y nadie escuchaba, todas las conferencias y las homilías son aburridas, aunque nadie lo reconoce, todos callan y todos duermen, ése es el problema, que todos duermen, mientras otros cantan, recitan, sermonean, bailan en el escenario, se sacan conejos de la manga, una rosa sin olor del ojal, un mitin sin improvisación, una despedida sin excusa, un billete de avión sin avión y sin viaje.

Mientras escribo, se han derretido los cubitos de hielo en el vaso de whisky. Va a ser cierto esto del cambio climático. Pero si bebo y dejo de escribir, igual se me congelan las palabras. Y no se pueden hacer dos cosas a la vez. Desde luego, este mundo no hay quien lo entienda.
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miércoles, 25 de julio de 2012

Ernesto Ekaizer: “Hay varias estafas en esta crisis”

El escritor y periodista Ernesto Ekaizer analiza en su último libro, Indecentes. Crónica de un atraco perfecto (Espasa, 2012), la disolución ética y la desfachatez moral que ha llevado a España y a Europa a una crisis sin precedentes, y que él califica de "estafa". En su último trabajo desvela los nombres de los autores intelectuales, económicos y políticos que ha llevado al país a esta encrucijada de difícil salida.

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Sobre la actual política del gobierno es contundente: “Si seguimos por el camino de la llamada austeridad, me temo que nos queda un largo trecho”. Sobre la intervención de Bankia es aún más explícito, y augura que, si los políticos son capaces de cubrir un agujero de 23.465 millones de euros, el peligro es claro: “Si esto se consuma, nuestra existencia misma como país está en cuestión”.

Periodista de larga trayectoria, obtuvo en el año 2000 el Premio Ortega y Gasset por sus trabajos de investigación sobre el caso Pinochet. Es autor de cinco libros: José María Ruiz Mateos, el último magnate; Banqueros de rapiña; Vendetta; El Farol, la primera condena de Mario Conde; y Yo, Augusto. En la actualidad, participa en programas sobre actualidad política en Radio Nacional de España, Televisión Española o Antena 3 Televisión.

—Leo en la portada de su libro: "Por qué lo llaman crisis cuando es estafa". Dígamelo usted.

—Hay varias e importantes estafas en esta crisis. Las más evidentes: las que se lo llevaron crudo en cajas de ahorro, comunidades autónomas, empresas y bancos. Los que dieron el dinero, como la Comunidad Autónoma Valenciana de Francisco Camps y la Alcaldía de Rita Barberá, o la de Baleares de Jaume Matas, y se lo dieron a la trama Gürtel de Correa y Cía, o a Iñaki Urdangarín. Pero la estafa mayor es la justificación del desmantelamiento del Estado de Bienestar, los recortes en sanidad y educación, en base a una premisa falsa.

—De qué premisa habla, sea explícito hombre.

—Pues la de que somos un país periférico y manirroto que despilfarró las finanzas públicas hasta 2007, el umbral de la crisis. Es fácil desmontarlo. En 2000, la deuda pública bruta española representaba el 59,3 del Producto Interior Bruto. Siete años después y creciendo a lo loco, esa deuda se redujo en más de veinte puntos, hasta llegar al 36,2. Y no le digo si tomamos el indicador quizá más relevante que es la deuda neta, que se rebajó en 2007 hasta el 26,5% del PIB.Toma castaña. Ya quisieran Alemania y Francia deudas públicas de esta proporción. Y eso que por la crisis ha subido 35 o 40 puntos desde 2007 y ahora está en el orden del 70%. Aun así, diez puntos largos por debajo de la alemana o francesa.

—Entonces por qué tanto escándalo con la deuda pública española.

—Porque, claro, si pones el énfasis en la deuda privada (familias, empresas y bancos), ¿cómo justificas ante la opinón pública el recorte de la sanidad y la educación y la brutal paralización de la inversión pública? Majo, tienes que criminalizar a los funcionarios y a las instituciones públicas. Este es el “relato” importado desde Alemania.

—¿Por qué subraya tanto Berlín en sus comentarios?

—Lo diré con una analogía. Hay una gran ventrilocua. Se llama Angela Merkel. Ella habla sin que se le muevan los labios y la voz sale de sus muñecos o marionetas. Los gobernantes de la periferia europea. Unos por imposición, como Zapatero, y otros por convicción, como Rajoy. La que habla, hágame caso, es ella.

Indecentes. Así titula su libro. ¿Caben todos en 190 páginas?

—Son una menos: 189. Cabe bastante. Hasta ahora había escrito cinco libros. La media deben ser 700 páginas. Y sabe. Cuando escribí, en 1994, Banqueros de rapiña fueron 538 páginas. Reconózcame que fue pedazo de título sobre Conde, Javier de la Rosa y sus muchachos. Bueno, a lo que iba. He escrito una medida de 700 o 750 páginas. Pero, la radio, el programa de Juanra Lucas [RNE “En días como hoy”], me ha enseñado a disciplinarme en aquello de Gracíán, de que lo bueno si breve dos veces bueno. Y aquí tiene usted una narración completica en 189 páginas. La idea es que el lector se lo beba como un vaso de agua. Pero agua pura. De la naturaleza a sus ojos.

—Intenta desmontar en su libro la teoría de que la crisis era imprevisible. Pero era previsible. ¿Verdad?

—En el relato, uno de los hombres que se esforzó por abrirle los ojos hasta a Alan Greenspan, el famoso Maestro, el entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (banco central), lo explica muy bien. Se llama William White, economista canadiense al frente del servicio de estudios más completo del mundo, el del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, banco de bancos centrales. El me dice: “Los intereses creados es el otro gran motivo que explica la razón por la que nadie quiso escuchar: la cantidad enorme de dinero que hizo mucha gente durante estos años. A nadie le interesa preguntar si un ciclo alcista puede durar o cuestionar su lógica cuando puedes ganar gran cantidad de dinero”.

—Según usted, Zapatero se lo preguntó a David Taguas, responsable de la Oficina Económica del Presidente, en octubre de 2006. Y el economista le advirtió al presidente.

—Sí. Para más señas es el 31 de octubre de 2006. El presidente le invita a acompañarle en helicóptero a la fábrica que tiene Nissan en Ávila. Y a bordo le pregunta cuánto tiempo de boom económico le queda. Por la inercia, un año, le advierte Taguas, que propone un “aterrizaje suave”.

—¿Pero dónde estaban el ministro Solbes y el gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez? ¿O qué hacía Rodrigo Rato al frente del Fondo Monetario Internacional? ¿Mirar a la playa?

—Zapatero, con el respaldo de Solbes y Fernández Ordoñez, escribe una neolengua a lo George Orwell en su famoso libro 1984. En ese diccionario se prohibe el uso de la palabra “crisis”. Cuando el Congreso del PSOE nombra, en julio de 2008, a Octavio Granado, responsable de economía y empleo, lo primero que éste hace es coger a Zapatero y decirle: “No me sigas negando la crisis, presidente”.

En cuanto a Rato, durante la gestación de la crisis, entre 2004 y 2007, tiene la cabeza en otras cosas. La auditoría de la Oficina de Evaluación Independiente (OEI) del FMI no puede ser más dura con su gestión. “El mensaje general fue de continuo optimismo”. Y en cuanto a los gobernadores Jaime Caruana, cuando nace la burbuja inmobiliaria y de crédito, y Fernández Ordoñez, que la había criticado desde la oposición, ambos practican lo que llamo una política de homicidio negligente. Practican la peor de las negligencias. La que es voluntaria.

—Si se hubiesen tomado medidas a tiempo, ¿habríamos evitado el naufragio?

—En el capitalismo la crisis es recurrente. Sin embargo, no estamos en una crisis o recesión cíclica más o menos frecuente. En España lo que ha estallado es una triple burbuja: crédito, inmobiliaria y bursátil. La de crédito estalla por la crisis financiera iniciada en agosto de 2007 en Estados Unidos. Y como tenemos una deuda exterior neta de casi un billón de euros, en su mayor parte contraída por el sector privado (bancos y empresas) se produce un cortocircuito con descargas violentísimas.

Por supuesto, el Banco de España de Caruana y el de Fernández Ordoñez podían frenar la expansión del crédito y haber exigido más capital a los bancos para disuadirles. Ya lo solía hacer Mariano Rubio. Pero es que Caruana y Fernández Ordoñez bailaron, como las cajas y bancos, al ritmo de la orgía especulativa.

—Esta es una crisis sin precedentes desde la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. ¿Hay futuro?

—Depende de lo que hagamos. En Japón, una crisis similar por la acción devastadora de esta extraña criatura que yo llamo triple burbuja, algo que suele darse una vez en un siglo, como la Gran Depresión de los años treinta, duró, por errores de política, veinte años. Todavía se sienten sus efectos. Y si seguimos por el camino de la llamada austeridad, me temo que nos queda un largo trecho. La devastación es enorme. En España. Mire lo que pasa en Grecia, Portugal e Irlanda. El euro se derrumba. Ladrillo por ladrillo.

—Dígame por qué los ciudadanos siempre pagamos la factura de una fiesta que otros disfrutaron.

—Porque tenemos orejeras, como los caballos. Pero a ellos se le ponen porque tienen una vista extraordinaria, panorámica, y requieren concentración en ciertos trabajos. Y entonces nos tragamos lo que nos echan. Indecentes busca a través de un relato, de escenas y diálogos inéditos, aguzar la vista. Es el comienzo para plantear que no se pague la factura.

—¿La presidencia de Hollande en Francia puede ayudar a romper esta disciplina de austeridad que nos ahoga?

—Todo lo que diga ahora Hollande está en función de las elecciones legislativas del próximo 10 y 17 de de junio. El partido socialista necesita ganar. Y ganará porque la derecha heredada de Sarkozy está hecha unos zorros. Hollande no cuestiona la austeridad sino que quiere acompañarla de “crecimiento”. Pero nadie sabe qué quieren decir los políticos cuando hablan de crecimiento. Será quizá eso: decrecimiento.

—Dígame algo para convencerme de que es normal que ninguno de los autores indecentes de este atraco perfecto esté en la cárcel.

—Si los ciudadanos lo impiden, este atraco va a ser imperfecto, como el desastre en el que termina el atraco al hipódromo de la película de Stanley Kubrik conocida en español con el nombre de Atraco perfecto. Pero depende de nosotros. Los políticos son capaces de cubrir un agujero de 23.465 millones de euros (¡3,9 billones de pesetas, oiga!) en Bankia negándose a formar una comisión de investigación. Si esto se consuma, nuestra existencia misma como país está en cuestión.

Publicado en el diario Córdoba el 17 de junio de 2012
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martes, 24 de julio de 2012

Raquel Martos: “No puedes reírte de nada si no puedes reírte de ti”

Periodista, creativa, escritora y guionista. Colaboradora del programa El Hormiguero, dirigido por Pablo Motos en Antena 3. Los besos no se gastan es su primera novela. Ha participado además en los libros No somos nadie y No somos nadie 2, y junto con Laura Llopis escribió La chica que se quería quemar a lo bonzo. Aunque se declara tímida por naturaleza, sin embargo sabe afrontar una entrevista como si fueran un montón de besos.

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Los besos no se gastan. Por el título pensé que se trataba de un libro de autoayuda.

—Pues me dicen que se trata de un libro de autoayuda. Yo tampoco lo pensaba. Pero parece que sí.

—Las protagonistas de su novela, Eva y Lucía, sueñan con hacerse famosas. ¿Ese era también su sueño?

—No. Pero un día le dije a un maestro mío de la radio que presentía que algún día lo sería.

—Dice usted: “Soy tímida por naturaleza”. ¿Qué hacía entonces cuando quería besar a un hombre?

—Cerrar los ojos y dejarme llevar.

—Su novela no es solo para mujeres. ¿Qué podemos encontrar allí los hombres?

—Una historia de seres humanos que os va a encantar.

—Cuando Pablo Motos la fichó, dejó su pasión aparcada: la radio. ¿Le puede la nostalgia o se ha acostumbrado ya al éxito?

—Me gusta la tele más que el éxito y espero que la radio me espere.

—Su primer beso no fue como esperaba. ¿Se equivocó de hombre o por el cine intuía otras técnicas más depuradas?

—Me tocaba darlo. Era un trámite.

—Se siente contenta de que la gente se ría con lo que escribe. ¿En tiempos de crisis la risa es buena terapia?

—El humor nos salva de lo malo y los mejores chistes salen en los velatorios. Y eso me han enseñado de pequeña a mí.

—Los besos no se gastan. ¿Está convencida?

—Estoy segurísima. Yo tengo todavía un montón para dar. ¿Tú no? (Insinuante).

—Yo también, pero no le toca a usted entrevistarme ahora (ríe). Dice que es besucona. ¿De ahí el título de su novela?

—El título habla, más que de besos, de afectos. Pero sí. Soy besucona.

—Dígame en cinco segundos cinco tipos de besos.

—El beso casto. El beso de complicidad. El beso de pasión. El beso de despedida. Y el beso de quiero fundirme contigo.

—Dígame alguien a quien le gustaría besar que no sea un actor conocido.

—Me gustaría mucho besar a José Luis Sampedro.

—Los besos “quizá sea lo único que no puedan recortarnos”. ¿Está segura?

—Estoy segura. Ni la Merkel ni nadie. Ni los mercados.

—“Si hubiera sido valiente, hubiera sido actriz”. ¿Su vocación frustrada?

—No. Una de ellas. La de la comunicación era la grande.

—¿Los políticos dejarían de ser gente triste si se besaran entre ellos en vez de engañarnos a nosotros?

—Pero si no se ponen de acuerdo, cómo se van a besar.

—La risa nos salva. ¿Se ríe de usted misma?

—Mucho. No puedes reírte de nada más, si no puedes reírte de ti.

—¿Se atreverá a besarme cuando acabemos esta entrevista?

—Por supuesto. ¿Lo dudas?

—Entonces, ya no tengo más preguntas.

—Yo tampoco.

Publicada en el diario Córdoba el 9 de julio de 2012

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domingo, 22 de julio de 2012

Álvaro Pombo: “Yo no soy fiestero. Nunca iría al Día del Orgullo Gay”

Álvaro Pombo (Santander, 1939) publica El temblor del héroe (Destino, 2112), una novela sobre los mecanismos del engaño, estrategia ultrajante cuando se trata de relaciones entre desiguales, entre profesor y alumno. El libro es, según su propio autor “una banalización del mal que caracteriza nuestro tiempo”. Plagado de referencias literarias y filosóficas, su estilo es preciso y denso, tenso y vibrante, y en él tienen cabida la culpa y el arrepentimiento, la confianza y la traición, el valor y la cobardía, el vacío que deja la jubilación después de una vida plena, pero también un final melodramático que rompe el sentido de la existencia.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Este escritor santanderino bautizó su método literario como "psicología-ficción". No escribe. Dicta a un amigo. Por eso su narración es mitad oral y mitad escrita. Después lee en voz alta. Relee. Pega y corta. Hay un montaje. Al final, el manuscrito adelgaza más de la mitad. Le gusta la contención para evitar “una reflexión desparramada”. Aunque también ha escrito novelas muy largas, advierte.

Asegura que los homosexuales y las feministas carecen del sentido del humor. Por esta razón le acusan de homófobo, pero él se defiende y se define como “guasón” en un país que hay “muy poco sentido del humor”. Piensa que la figura del intelectual hoy ha cobrado otras formas y que por esta misma razón su voz no se oye entre tanto barullo. Tarda año y medio es escribir una novela y en este proceso le apasiona sobre todo la invención, ese momento de la construcción del relato en el que un hombre se queda a solas consigo mismo en mitad del universo retando los designios de Dios.

Si no hubiera sido lo que es, no le importaría haber encarnado a Clint Easwood. No es bohemio. Fue uno de los primeros ciclistas urbanos de Madrid. Es cristiano y gay militante. No es nada fiestero, por eso nunca iría al Día del Orgullo Gay. Es también un ser solitario. Defensor del Voluntariado en el Proyecto Hombre, académico, candidato al Senado por UPyD. Poeta. En fin, un ser poliédrico.

Cuenta con tantos premios literarios, que la lista se haría extensa. Entre otras novelas, ha publicado El héroe de las mansardas de Mansard (1983), El metro de platino iridiado (1990), La cuadratura del círculo (1999) o La fortuna de Matilda Turpin (2006).

El temblor del héroe es una novela sobre la cobardía y la indiferencia, sobre la insensibilidad ante el dolor ajeno. En fin, su novela es un diagnóstico de la sociedad española actual, de esta crisis no solo económica sino también de valores.

—Yo suelo decir que cuento historias. Pero no se puede decir del todo que sea un diagnóstico, porque como diagnóstico sería muy incompleto, y no me corresponde a mí realmente ni a los autores de ficción hacer diagnósticos, aunque los hagan a veces. Tenemos, por ejemplo, ahora un caso reciente que es interesante, un novelista que es aficionado a dar continuamente diagnósticos sobre lo que pasa, que es Günter Grass. Y unas veces le sale mejor que otras. Porque, claro, no habla en calidad de analista de conceptos. Habla en calidad de un yo que prefiere su opinión. Y eso es, a veces, complicado.

Yo no pretendo eso, pero sí es cierto que reflejo el espíritu del tiempo en ese momento. Y es un tiempo muy agitado, un tiempo en el que estamos todos, de alguna manera, empobrecidos y asustados, y andamos como resbalando por la superficie de las cosas, en gran medida. Quiero decir, por ejemplo, que los nuevos medios animan a resbalar por la superficie de las cosas, a ver mucho de todo pero quizás no a ver las cosas en profundidad. A veces, quiero decir. No es que yo tenga una fórmula buena para decir cómo hay que hacerlo. No sé cómo hay que hacerlo. Es esa novela, realmente lo que se plantea es una situación humana que termina mal. Eso es quizás lo más exacto.

—Tal vez no sea un diagnóstico como tal, pero el escritor, al ser observador de la realidad, muchas veces refleja sin pretenderlo el tiempo que le ha tocado vivir.

—Sí creo más bien en el significado que indirectamente pueda desprenderse, independientemente de la trama y del libro. Yo sí creo que hay una visión que el lector percibe.

—Su personaje principal, Román, un profesor universitario ya jubilado, no tiene a nadie, y no se atreve a comprometerse, a ayudar a los que están a su alrededor. ¿La jubilación deja tal vacío en el ser humano?

—La jubilación puede ser un problema para mucha gente, sí. Román ha sido profesor, y los profesores, los hombres públicos, lo que dicen rebota en sus oyentes, y se ve así reflejado. En el momento en que un profesor deja de ejercer, no tiene respuesta. He visto a muchos a los que la jubilación les ha ido muy mal, porque toda su vida era trabajar, y mucha gente se muere. Porque es muy difícil recomponer el proyecto vital que uno tenía durante muchos años.

En el caso de mis personajes, a quien le ha afectado malamente la jubilación es a Román, que era el que en un momento dado ejerció una influencia, digamos heroica, sobre sus alumnos, una influencia beneficiosa porque les animó. Aparte de enseñar contenidos, una de las grandes cosas que puede hacer un profesor con sus alumnos es animar a la gente, animarles a ser lo que ellos quieran ser. Yo creo que eso es una gran función de los educadores en el sentido amplio de la palabra.

Y resulta que Román fue un hombre que animó a los jóvenes pero que se ha desanimado de él y ha convertido el deseo de saber en una especie de curioseo. La voluntad es recia y requiere de una especie de integridad de intención, y uno que se empeña en saber cosas puede terminar la vida no habiéndolas sabido por fin del todo. Román se ha quedado a la mitad.

—Héctor irrumpe en la vida de Román. Un periodista digital, mileurista, que gana lo suficiente para mantenerse. Y con un futuro como el de tantos jóvenes de hoy.

—Es un caso muy corriente de periodista que se le ha ocurrido hacer unas entrevistas a personajes que él llama inactuales. Y se le ocurre hacerle una entrevista a Román y luego se hacen amigos. Héctor es un personaje que tiene un poco la estructura del perro apaleado, que se queda con quien es amable con él. Lo más destacable de mi personaje es su apego a Bernardo, que fue quien le desorientó. Uno no puede desorientar a la gente, sobre todo cuando se trata con gente muy joven, con gente que está en situación de aprender cosas.

—Como le decía, el perfil de Héctor es el de muchos jóvenes de hoy. Claro, el final de su libro es desgraciadamente dramático.

—Sí. Y se puede decir que es un puro melodrama. Afortunadamente, esa no es la suerte que corren la mayoría de la gente, pero sí hay una situación muy dramática y muy complicada hoy en día. Para la gente joven pero también para la gente que tiene 45 años y de repente le viene un ERE y se queda en la calle. En este caso es una persona joven pero podría ser una persona de una edad aún más difícil que la juventud. Alguien que tiene 45 años y una hipoteca.

—Sus novelas son muy psicológicas. Usted mismo bautizó su método literario como “psicología-ficción”. ¿Tanto le preocupa el mundo interior de sus personajes?

—Yo lo he dicho eso alguna vez. Más o menos sí explica un poco cómo es mi técnica. Claro, es ficción. Son análisis de personajes pero son personajes inventados. Entonces, la idea es cuánta cantidad de verdad o de verosimilitud contienen los personajes inventados. Pues ese es un tema que se puede discutir. ¿Verdad?

—Usted escribe, como su admirado Henry James, dictando. Dicta, lee en voz alta, reescribe. Usted dice: “La oralidad le sienta de cine al relato”. ¿Cuál es su proceso de escritura?

—Yo dicto a un amigo. El problema es el siguiente. Yo hago un tipo de narraciones que está a medio camino entre las narraciones orales y las narraciones escritas. Y yo empecé a dictar en un momento en el que trabajaba en el Banco Hispanoamericano y tenía que tener preparada una novela porque nos dieron una beca, de las becas de don Ricardo de la Cierva, que era una beca de las que llamaban de creación literaria. Y eran 500.000 pesetas.

Yo me presenté a esa beca y me la dieron. Pero tenía que terminar una novela. Y entonces, como venía muy cansado del banco, y entre pitos y flautas, llegaba a casa a las cinco, me encontraba realmente muy cansado para conseguir teclear, y pensé que adelantaría si tuviera alguien a quien dictar. Y así lo hice. Y después descubrí que esa fórmula me servía, por ejemplo, para hacer diálogos con mucha rapidez, con mucha frescura, y entonces seguí haciendo esto.

—¿Y transcribe o graba sus dictados?

—No. Antiguamente transcribía a máquina. Ahora tenemos un ordenador, pero el ordenador es mucho mejor. Una novela como esta seguramente tiene el doble de páginas en su original, que se van quitando luego. Se va añadiendo y quitando cosas. Hay un montaje. En ese montaje, por ejemplo, el ordenador es maravilloso. Pero antiguamente era muy laborioso.

—El temblor del héroe es una novela breve, condensada, a fin de evitar “una reflexión desparramada”.

—Bueno, yo he escrito novelas muy largas también. Pero yo estoy preocupado ahora por la enorme cantidad de palabras y de imágenes. Yo estoy preocupado por concentrar un poquito más el tiro, como se decía en la mili. También es una preocupación teatral, por decirlo así. Ver todas las cosas, digamos, en una especie de teatralización. Ahora hay una moda que son los microrrelatos. A mí no me parece que todo eso vaya a funcionar. Yo no llego a tanto.

—He leído que es usted homófobo. Y debo confesarle que me extrañó.

—No soy homófobo. Soy de los primeros personajes que escribió sobre la homosexualidad y sobre el amor homosexual en España con respeto. Lo de homófobo es que tenemos en España muy poco sentido del humor y yo soy guasón. Pero a mis queridos hermanos no se les puede hacer ninguna broma. Les pasa como a las feministas. No aceptan ni una sola broma. Son muy dogmáticos.

—No es bohemio. Fue uno de los primeros ciclistas urbanos de Madrid. Es cristiano y gay militante. Un ser solitario. Defensor del voluntariado en el Proyecto Hombre, académico, candidato al Senado por UPyD. Desde luego, un perfil poliédrico.

—Yo creo que quizás sean unas cosas con más intensidad que otras. Por ejemplo, la participación en política activa y la participación en el Proyecto Hombre durante siete años están en mi conciencia muy unidas. Es hacer un servicio a la ciudad en que vivo, a la polis. Tengo un sentido muy asentado de que hay que comprometerse con las empresas, digamos, colectivas. No solo con las propias empresas.

Realmente lo de senador me daba igual. Lo que quería era que tuviera visibilidad UPyD. No es que me dé igual lo de los senadores, no es esa la discusión. La discusión es que me han utilizado para dar visibilidad al partido. Empezamos desde muy abajo hace cuatro años y entonces convenía dar visibilidad a UPyD, y yo lo hice de esa manera. Forma parte un poco de la idea que yo tengo de que de alguna manera hay que colaborar por el bien de la ciudad.

—Usted ha denunciado en distintos momentos la paralización intelectual de España. ¿No le llama la atención que con la que está cayendo que nadie alce la voz?

—Yo creo que la función del intelectual ha cambiado mucho. Hoy en día hay otras formas de participar. Esa figura ha desaparecido. Esa figura de los años 60: Sartre, el mismo Günter Grass. Pero no es porque hayamos todos abdicado. Por ejemplo, un gran intelectual hoy en día en España es José Antonio Marina. Yo no creo que haya una abdicación. Yo creo que la figura del intelectual ha cobrado otras formas hoy en día.

—¿Ha influido internet en estos cambios? Las redes son horizontales. Da la sensación de que nadie sabe más que nadie. Pero eso es falso.

—Es una cosa evidente. Para bien y para mal, todo el mundo entra ahora en la red y da su opinión, y entonces se produce, posiblemente, una especie de barullo. La sensación que tiene uno hoy en día es la sensación de barullo. Quizás las obras literarias se escapan un poco del barullo. Pero realmente la sensación que hay ahora es de confusión y de barullo. Pero eso no quiere decir que no haya intelectuales serios en España en este momento trabajando. Yo no lo creo de ninguna manera. Pero sí creo que es muy importante la función de los medios de comunicación.

—Tarda año y medio en acabar una novela. Ya metido en el libro, lo que más le apasiona es la invención.

—Producir ese objeto que puede ser un libro. Eso es muy interesante hacerlo. Una vez que está hecho, uno pierde el interés y pasa a otra cosa. Es muy interesante el proceso de construcción de una cosa. Una vez que se ha terminado hay que ir a otra cosa. Empezar de nuevo.

—En determinada ocasión, en respuesta al cuestionario Proust, dijo que, si no hubiera llegado a ser quien es, le hubiera gustado ser Clint Eastwood.

(Ríe). ¿Y a quién no? Clint Eastwood debe estar por los ochenta ahora. Por lo menos. Está muy fuerte y está haciendo unas películas espléndidas. ¿Quién no quisiera ser Clint Eastwood?

—Dijo usted: “Hemos perdido la fe y el sentido del bien y del mal”. ¿No le llamó monseñor Rouco?

—No. No. Piensa que estoy perdido para todas las clases de este mundo. La Iglesia Católica piensa que estoy perdido para la fe cristiana. El Papa Benedicto XVI dijo recientemente en España que solamente se puede ir a Jesús a través de la Iglesia. Y yo, por ejemplo, he discutido siempre esa idea. Yo creo que se puede ir a Jesús desde muchas perspectivas, todos ellas válidas sí son serias, claro. Pero yo creo que dentro de la Iglesia reformada hay muchas formas que no pasan necesariamente por la institución de la Iglesia. Vamos, es una opinión que tengo.

—Ha dicho también: “La democracia fue posible gracias a Franco. Sí, en España quizás se vivía mejor”. Debería explicarse.

—Franco ayudó a que se formara una clase media más sólida de la que había en España antes de la guerra. La España que yo conocí cuando era un niño, que era la España de la posguerra, era una España que necesitaba más renta per cápita. Y eso se consiguió durante el franquismo. Hubo una clase media en esa época que creció y que funcionó. Eso dio lugar a que después se derrocara el franquismo. El franquismo hizo posible su propio derrocamiento. Es eso lo que yo quería decir.

—Usted siempre ha reivindicado el mundo gay. Tanto que Mendicutti dice que es un pre-gay. Pero también ha sido muy crítico con fiestas como el 'Día del Orgullo Gay' o de términos como matrimonio gay. Hasta tal punto que ha propuesto entrar otra vez en el armario. ¿Se han banalizado demasiado algunas conquistas sociales?

—A mí sí me parece que se ha banalizado. Cuando se empezaron a hacer esas manifestaciones en América, había una causa muy noble, que era la causa de defender los derechos de los homosexuales. Esa causa se ha defendido noblemente en España también. A mí me parece que el Día del Orgullo Gay no contribuye excesivamente a la mejora de la situación.

A mí me parece, sin embargo, que el cambio de legislación y la igualdad de los derechos sí son buenos, sí son importantes. Pero ha habido algo de banalización. Lo vemos todos. Yo es que no soy fiestero en ese sentido. No iría nunca. No soy fiestero. Es una especie de alegría forzada. Hay una cuestión de visibilidad también, que se comprende.

Publicado en el diario Córdoba el 1 de julio de 2012
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lunes, 16 de julio de 2012

El hombre de sus sueños

La mujer le vio desenfundarse la gabardina, desajustarse el nudo de la corbata, pedir un whisky doble, con hielo, por favor. Sentado en un taburete y apoyado en la barra, ella observó en su semblante una mirada que conocía, una postura de estar de paso por el lugar y tal vez por su propia vida.



Advirtió ciertas similitudes con el hombre de sus sueños. Pero aquel amante onírico no tenía un rostro concreto ni un perfil determinado. Eran imprecisos sus pasos por el parqué de la casa, sus abrazos tiernos y rudos a la vez no se parecían a los de ningún otro hombre. Por esta razón, siempre le costó cerrar una relación de compromiso firme, porque siempre la imprecisión de ese hombre soñado no se ajustaba con las concreciones que le ofrecía la realidad.

Así que ahora que observa a este hombre que bebe whisky a largos tragos, con la mirada puesta en ninguna parte, ausente del instante que ella recrea, sospecha que tal vez se trate del mismo hombre que vuelve cada noche a sus sueños sin que tampoco se aperciba de estos hechos que ella le imputa.

Pero es en los sueños donde ella recrea a este hombre con una imprecisión que le atrae y perturba a la par: un rostro desdibujado que no acertaría a confundir con el de este hombre que no se percata de su presencia, unos ademanes lentos y estudiados de cazador retirado, y una elegancia discreta que no descuida detalles básicos.

Se ha sentado a su lado, ha pedido otro whisky, también doble, por favor, le ha pedido fuego para encender un cigarrillo pero él le dice que no tiene fuego, que no fuma, que aquí tampoco se puede fumar, y cuando ella escucha su voz la reconoce como la del hombre de sus sueños.

Le gusta el tacto de su piel cuando le estrecha la mano, y sus ojos profundos de un verde aceituna le advierten de otros años más benignos con toda probabilidad bien aprovechados en aquellos quehaceres que ella siempre fue dejando de una vez para otra, hasta que un buen día frente al espejo sintió que el tiempo de la vigilia debía llegar a su fin. Pero no todos los propósitos se materializan con el mismo empeño e ímpetu que con el que se proyectan, piensa.

La vida se fue diluyendo a su lado sin que ella fuese capaz de atraparla hasta ahora que, mirando a este hombre, sabe que cualquier momento es propicio y único para dar un viraje a una biografía con tantas páginas en blanco. El hombre, por el contrario, encuentra en esta mujer una luz diferente, una naturalidad que echó de menos en otras mujeres más avezadas en estas estrategias del corazón.

Le gusta verla beber cuando se aproxima el vaso a los labios y sorbe un trago muy corto de whisky, como si en su vida lo hubiese degustado. Ella le dice que, en realidad, es la primera vez que bebe whisky. Y él le sugiere que pida otra bebida. Pero ella insiste en que un día es un día y que la primera vez es la primera vez.

La noche es clara. Ella quiere fumar afuera. Él la acompaña con el vaso en la mano. También él enciende un cigarrillo. Solo por acompañarla. No le gustan las mujeres que fuman ni las mujeres que huelen a tabaco ni los besos con sabor a nicotina. A ella, en todo caso, no le importa que los hombres beban y sus besos sepan a whisky y farra y noches intensas, ni que en un determinado momento se muestren tiernos y atrevidos como en los sueños en los que ella anda como Pedro por su casa.

Pero este hombre no pretende seducirla. Al menos hasta ahora, piensa ella. Y piensa bien. El hombre había entrado al local para tomar una copa antes de volver a casa después de un día sin novedades. Los días sin novedades le mataban. Estaba acostumbrado a resolver los problemas irresolubles, a prolongar las horas del día por miedo a cualquier final inesperado. Pensaba que la existencia era fruto del azar y que su misma brevedad era un claro síntoma de la belleza de estar vivo. Eso le dice a ella.

La mujer se ha acostumbrado al timbre de su voz, a su humor espontáneo y diferente, a sus citas de escritores que no conocía, a los relatos de viajes que nunca imaginó. De vez en cuando, ella se queda mirándolo fijamente, ensimismada en sus palabras, pensando que no era posible que todo fuera tan fácil, que ella y él estuvieran allí, frente a frente, solo a un paso de materializar tantas ilusiones aplazadas. Fue entonces cuando cerró los ojos y se sintió confundida. Y al abrirlos ya no supo si entraba en un sueño o si volvía a la realidad de todos los días.
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viernes, 13 de julio de 2012

Cada rabo con su cereza

En este país le están poniendo su rabo a cada cereza. Anda cada cual a su aire bailando al son que se le antoja, de modo que es difícil diferenciar una fruta de otra, un problema de un capricho, la buena fe de la mala leche. Siempre hubo un botón para cada ojal, y un ascua para cada sardina. Ahora, cada día, nos venden las cerezas sin rabo.



Las cerezas sin rabo son mercancía de segundo orden. En los restaurantes más prestigiosos siempre sirven de postre cerezas con rabo, postre único donde los haya. Una cereza sin rabo es como una feria sin dineros o como un verso sin poeta, si se quiere ser más literario.

Las cerezas sin rabo se venden a más bajo precio en los mercados. España es un país en el que las cerezas han perdido su rabo, y ahora que nos hemos percatado, andamos todos buscando los rabos extraviados de la desdicha. El rabo en la cereza es como el rabo en el ser humano: o se tiene o no se tiene. O se tienen cojones o no se tienen. Y al carajo las metáforas.

Las cerezas sin rabo son una metáfora de España. Anda ahora todo desteñido con las expectativas que nos ofrecen la crisis económica y la crisis de valores. Dos por una, como en las grandes superficies. Nadie se atreve a dar una mano de pintura a la fachada de casa con este ir y venir de gentes por todas partes.

Yo llevo ya unos días poniendo el rabo a cada cereza. El problema radica, no obstante, en los rabos que nos meten cada día. Nos levantamos con la prima de riesgo y nos acostamos con el riesgo de la prima, pero sin la prima, haciendo el primo mientras el gobierno intenta traducir los números primos que descifra a su modo, siempre en perjuicio de los débiles, sin otro prisma que prime en sus observaciones a la hora de descuartizar ya moribundo a este país acorralado.

Ahora sé, gracias a Rajoy, de la utilidad del sueldo de tanto funcionario, de las pagas extras de Navidad con las que soñamos viajar a Brasil para beber uvas fermentadas la Noche Vieja metidos en tus brazos como niños indefensos. Sé ahora que los desempleados y parados de este país lo serán para siempre, que crecerán los desdichados incapaces de gritar quién debería pagar todo estos desvaríos y que no fueran siempre los mismos. Ahora sé que a los pensionistas les hemos prolongado la vida y le hemos achicado el sueldo y la felicidad que buscaban para apagar sus últimos días.

Ahora sé que la sociedad del bienestar era la utopía que llegamos a oler como cuando cruzamos la calle y nos llega a la nariz el aroma del pan recién horneado. Sé también que todo no se puede quedar así, que ya no estamos indignados, que posiblemente estemos hasta los cojones y hasta los ovarios, según quién. En fin, que la siesta se acabó y nos han echado de la cama y andamos extraviados en nuestra propia identidad de hijos desheredados.

Éstos no son tiempos para andárselas con chiquitas, pero tampoco se entiende muy bien en qué andarán metidos los trabajadores de este gremio y del otro para no entender que la situación que se atraviesa nos atañe a todos, incluso a quienes gozan en tiempos de estrecheces de unos sueldos que no se justifican ni por la mucha o muchísima responsabilidad en sus puestos de trabajo o de su acomodo laboral.

Hay que aprender a comprar cerezas con rabo para que no nos vendan el rabo por liebre. Andan estos tiempos tan confundidos que a menos que te descuides te ponen el rabo en el autobús, en la empresa, en la nómina, en la cama.

No están los tiempos tampoco para ir arrastrándose por las paredes eludiendo al enemigo o al frívolo. Que de todo hay en el mercado de Dios. Aunque la Iglesia mire para otro lado cuando la prensa sacude el pasado de los pederastas y la Iglesia oculta y justifica a los pederastas y a los maricones que juraron o prometieron evadirse del sexo, como si eso fuera posible. Anda el mundo con los rabos en alza, sin saber cada cual qué rabo es el suyo o a qué rabo atender, ahora que todos tienen la vocación encendida.

Como digo, las cerezas son ahora la metáfora de España. En cualquier parte te venden las cerezas sin rabo, y así andan los rabos por ahí sueltos. Éste es un país de rabos sin dueño que buscan su cereza extraviada o confundida. Llevamos ya cada cual unos meses, o años tal vez, poniendo los rabos a nuestras cerezas por miedo o previsión a que nos vendan otros rabos que no sean los nuestros y no les vengan a las cerezas como una prolongación natural de la vida.

Así que lo mejor será no desesperar frente a circunstancias ajenas. La vida nos ofrece la posibilidad de comer otras frutas, pero todo postre que se precie siempre viene sujeto a su rabo. Después, claro, cuando despiertas del sopor que genera toda buena celebración, encuentras los supermercados ahítos de cerezas sin rabo, de cerezas de baja calidad que maduran sin fortuna.

Andamos ahora todos poniendo el rabo a las cerezas, no solo por una cuestión estética, que también lo es, sino sobre todo porque después de todo no nos gusta encontrar rabos revueltos por doquier, como si éstos fueran tiempos de rabos sin atar. Y ahí es donde siempre acabamos, en la duda y en la convicción de si todo en esta vida hay que hacerlo con el rabo entre las piernas o si hay que tener rabo suficiente para hacer frente a las inclemencias que nos ofrece el momento, que no son pocas.

En fin, allá cada cual con su rabo, en este tiempo que nos están enculando bien y a medida. A ver si espabilamos de una vez antes de que los últimos sueños solo alcancen a ser esa pesadilla que nadie quiso advertir en ese horizonte que otros nos robaron para siempre.
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