miércoles, 27 de mayo de 2015

El tiempo

El tiempo, por momentos, se diluye en sí mismo, se simplifica en una sola expresión. El tiempo, cuantificado, cabe en el capítulo de una enciclopedia, en el instante de una noche que se reduce a cenizas a la mañana siguiente. El tiempo nunca es un recuerdo ni un anhelo, nunca está si bien tampoco deja de ser. Se circunscribe a una palabra y abarca toda una vida, con sus secuelas y sus abrazos, con sus fracasos y sus dudas. El tiempo se queda a una lado cuando nos olvidamos de él, se muestra chiquito a un lado, callado como un perro, siempre a la espera como un perro.

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De vez en cuando ladra al viento, y sabemos en su actitud de vigía insobornable que el tiempo a veces es huracanado y abre ventanas y rompe árboles, y en su carrera por ir a ninguna parte deja a su paso una cadena de catástrofes sin cálculo. Nadie se atreve a medir su intensidad ni a reducir su área de influencia, pues en esa tierra de nadie, donde el tiempo no existe, no se mueve el mar, ni las hojas de los árboles transforman las mañanas de un otoño cualquiera en un espacio sin identidad. Allí, donde el tiempo no habita, la soledad impone su presencia de dama trastornada. A lo lejos, alguien, que no dice su nombre, camina por el vértice de la sospecha, ese lugar que todos arrasamos para guarecernos cuando la noche avanza inexorablemente como una manta de fuego acabado.
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domingo, 24 de mayo de 2015

El viaje

Una mañana cualquiera, como hoy, despiertas y ves el día grande y arrebatador, como una mujer tendida a tu lado. Te vistes sin prisas, desayunas con generosidad, bajas a comprar el periódico, aunque ya sabes de qué va la cosa. Hoy quieres perderte, sin decir adiós a nadie, sin saber exactamente por qué. Quieres andar sin rumbo, o subir al coche y poner kilómetros de por medio. De vez en cuando, no importa navegar mirando al horizonte, donde todo es azul y monocorde, donde nadie sabe quién habita, si habita alguien.

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El viaje tiene la incertidumbre de la lectura y la pasión de las mujeres que se conocen a las tres de la madrugada y te persiguen de bar de bar y acaban desayunando contigo en un hotel de carretera o en un motel extraviado en el extrarradio de la ciudad. El viaje, en realidad, comenzó mucho antes, tal vez esa tarde lluviosa donde no sabías a donde ir y te quedaste solo y aplastado bajo la pantalla de plasma soñando historias que no te eran propias.

Lo grave es que esas tardes se repiten, y una con otra van conformando tu propia biografía, que rechazas por inicua y sórdida. Una mañana cualquiera, sin embargo, como puede ser hoy, sabes que un taxi te espera abajo del edificio. Te cargas del equipaje mínimo, dos libros, una botella de pisco, el teléfono, para que nadie piense que te fuiste de este mundo, y te abres a ese otro sueño postergado que se oxida en tus entrañas como un queso que fermenta en la bodega.

Un rato más tarde, consciente de la decisión adoptada, ignoras dónde amanecerás mañana ni con quién. Y esa sensación sombría y sensual te hace olvidar esa otra media vida que dejaste somnolienta y desorientada, como un periódico leído y arrugado, en el sillón relax de todas aquellas tardes vacías.
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viernes, 22 de mayo de 2015

La vuelta

Estoy aquí sin vosotros, que es como decir que os necesito. ¿Algo que añadir? La respuesta es vuestra. Estoy aquí porque quiero, pero os echo de menos. ¿Es eso una debilidad o un pecado? Es posible. Soy propenso a ambas tendencias. Pero que nadie sufra insomnio. La felicidad siempre me espera en la última esquina. Estas palabras no son un SOS de desesperación, sino una carta de bienvenida. Pronto estaré con vosotros.

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< Mientras tanto, no lo negaré: fui feliz. Me quisieron a su modo. Y me gustó. Porque supe que mi lugar es el mundo: ese estrecho espacio que nos separa a unos de otros. Cuando te vas, dejas algo de ti aquí, y en cualquier otro lugar. Y, a fin de cuentas, eso es la vida: un vagabundear por las esquinas para saber quién te acoge en su casa. Cuando hablo de una casa grande me acuerdo de mi familia, de todos ellos, de aquella casa grande en la que éramos felices. Ellos, muchos de ellos, ya no están. Mi hermano Paco, sí. Seguro que me espera. El problema de la vida es que no tiene territorio. Y eso tampoco me disgusta. Dejo en Ecuador a algunos amigos y muchos recuerdos. Y eso es un legado enorme. Igual al facturar el equipaje me cobran 120 dólares más, por sobrepeso. Es lo que tiene la nostalgia. Temprano o tarde, acabas pagando. En mi caso, no me importa. Ya sé que la nostalgia pesa. Y no la voy a dejar en cualquier parte.

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martes, 19 de mayo de 2015

Sin palabras

Después le dijo adiós. Qué otra cosa podía hacer. Se había acostumbrado a los encuentros efímeros y esperados, a los momentos intensos, a los lugares más insospechados, donde nadie les pudiera encontrar. Había diseñado una agenda a prueba de bombas y de detectives. Allí no la podrían reconocer. Él se burlaba de este baile de infidelidades, de esa otra vida que pretendía juzgar pero que apenas aceptaba a regañadientes.

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Después de todo, se decía, es su vida. En cualquier caso, también le atañía a la suya. Pero ella nunca se planteó cambiar su rol social, ni dejar atrás la comodidad que le otorgaba un marido discreto y un matrimonio rentable y cómodo. Añadir a su existencia otro hombre, era un placer que en nada empañaba su estampa de esposa eficaz y agradecida. El marido vivía más allá del bien y del mal, entregado a sus empresas y a sus beneficios fiscales, y ella completada la escena con una sonrisa de oreja a oreja, y le esperaba sin pasión antes de que él llenara el hogar de frases hechas y abrazos vacíos.

No le gustaba ese fluir obsceno de cada día y se desvivía, con desmayo, por aquel otro hombre que vivía ajeno a las dudas de la piel y al tránsito ordinario de otros intereses que no le desvelaron ni una sola noche. Ella nunca quiso pensar que un día se fuera sin decir adiós, como ella hacía al final de cada encuentro. No podía pensar que un día cualquiera él no acudiera a la cita, o que excusara su ausencia porque otra mujer le amarraba las tentaciones. Lo pensó una sola vez, pero la imagen se le quedó encallada en el corazón, como un pájaro con las alas rotas.

No lo llamó por miedo a que fuera verdad, por miedo a que todo se rompiera como una porcelana sin que apenas rozara el parqué. Tuvo miedo a que su vida cada día se pareciera más a su propia vida. Buscó en alguna parte otra imagen que borrara la anterior, pero un sentimiento baldío se había empotrado en lo más hondo de sus vísceras. Cuando ella escuchó el móvil, quiso advertir en su voz la mueca del engaño y la impostura. Ya no había espacio para otra esperanza que no fuera reciclando las herramientas de una relación oxidada, y eso a ella sencillamente no le gustaba. No respondió a su llamada, y ese silencio se le metió tan hondo que las palabras se le extraviaron para siempre quién sabe en qué lugar. Acaso donde nadie habita.
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sábado, 16 de mayo de 2015

Sobre la brevedad de la vida

El cielo trae nubes negras y un hilo sol refulgente. Atrás, en las horas muertas, el amanecer anunciaba un día desquiciado. Nada traen las horas después para festejar que no sea el transcurrir del tiempo, piadoso, dócil, como un mar en calma. Ella se mira frente al espejo e imagina la juventud desvaída. No como fue, sino como la soñó. Mira la mañana sucia, y la ve azul. Todo pronóstico en ella conlleva el pecado de la impostura, el desafío de asimilar el engaño como si fuera la verdad. No le importa falsificar esas pequeñas cosas de la vida, si con ello construye desafíos inviables que ella ve reales. No son propósitos concretos, sino ilusiones vagas.

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Después de todo, dichas planificaciones le han permitido sobrevivir hasta el momento y los pronósticos apuntan a que el resto de su vida no será muy diferente. De vez en cuando, eso sí, le sobra un gesto de ternura, necesita un abrazo aprisionado, una noche de desenfreno y una mañana de arrepentimiento y tozudez. Pero ese pizco de reproche que no es tal, le da vida hasta otro momento de desvarío. En eso –seamos objetivos-, se nos parece bastante. Solo que nosotros sabemos que los excesos nos ayudan a cruzar de acera en acera, a evitar los atascos obligados y a saber que la brevedad de la vida es el único impuesto que todo ciudadano se cobra a regañadientes.
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viernes, 15 de mayo de 2015

Mujer cansada

Ella sabe que mañana es un término abstracto, que el tiempo no se detiene en las agujas de un reloj, que nada comienza ni concluye, que todo acto no un movimiento centrífugo, sino que todo anda a su antojo, disperso y ajeno a su entorno y su voluntad. Ella sabe que nada es causa ni consecuencia, que cualquiera de nosotros gira en torno a nuestro eje ausente a los días y a las noches, a los precipicios y a las demoras, a las derrotas asumidas y a la felicidad siempre en ciernes.

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Ella está donde nadie nunca estuvo, respirando el aire podrido de las ciudades contaminadas, amaneciendo sola en apartahoteles vacíos, o acompañada en moteles del extrarradio urbano de hombres solos que huelen a perfumes caros y a melancolía oxidada. Alguna vez, busca otros espacios verdes y laberínticos. Le gusta adentrarse en parajes de donde otras mujeres huyen y sentirse allí sola y completa, y dejarse llevar por sentimientos que no entiende pero que la seducen, hasta que se cansa de los abrazos repetidos y de un amor escaneado y artificioso que no se asemeja en nada al de sus sueños.

Y entonces huye sin prisas, sin decir adiós, pidiendo disculpas por los destrozos sensoriales que a ellos aqueja como una maldición. De vez en cuando, se tropieza con un hombre sencillo, que lee, ama el whisky de malta, los vinos de reserva, la naturaleza si no es en exceso, el jazz, los paseos al atardecer, el sexo bravo e íntimo, la libertad. Entonces opta por quedarse allí un tiempo, arropada a su sombra, escuchando el rumor del viento en otoño, hasta que él un día despierta y ella lo ve haciendo el equipaje, lo ve sonriendo y feliz, lo ve sabiendo que se va, y a ella no le importa, lo besa por última vez, y sabe que de nuevo ha de comenzar a rehacer su vida. Cuando lo ve salir, sonríe, con algo de esfuerzo, tal vez también con algo de cansancio.
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miércoles, 13 de mayo de 2015

Tampoco está tan mal

Cuando cierre la puerta y el ruido de afuera no esté, cuando se haya sentado sin mirar a la calle, sin luz en la habitación y con el sol puesto en el horizonte, no se sentirá solo, sino sereno, dueño de un espacio limitado y propio, desde donde alcanza a descifrar la vida exterior sin aspavientos y sin derrotas. La vida, vista con distancia, se dice a veces, es un paisaje interactivo que cualquier puede modificar a voluntad propia.

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Se queda meditativo, en silencio. Le gusta pensar que el mundo gira a su alrededor y que él no presta atención; que el mundo se rompe o se disuelve y que ese hecho transcendente no cambiará su existencia; que más allá de cualquier especulación, ama sus rutinas, sus vacíos, sus esperanzas incluso. Mañana cuando amanezca, si es que amanece –sonríe ante sospechas que considera posibles y, como consecuencia, no descartables-, se vestirá despacio, midiendo los detalles de su atuendo. Como para ir de fiesta, se dice. Pero no irá a ninguna fiesta.

Andará decidido el camino de cada día, viendo que los días se repiten inevitablemente y que, detrás de toda posibilidad, acecha su contraoferta. La posibilidad de que algo ocurra o no es la fuente de la que bebe su filosofía, piensa. Y lo piensa ya sentado, viendo cómo el camarero se acerca con una bandeja y en la bandeja una copa de aguardiente y un vaso de agua, herramientas imprescindibles para llevar adelante cualquier empresa compleja como su propia vida, se dice, tomando el vaso y confirmando que esto es así, que esto se acaba, que aquí nadie se queda después de la fiesta. Bien mirado, piensa, tampoco está tan mal.
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martes, 12 de mayo de 2015

Un cuerpo exhausto

El hombre sube la ancha avenida con una parsimonia disimulada. Anda con pasos cortos y seguros, mirando el empedrado de las aceras y los árboles mustios. El tráfico es denso a esa hora en que los ciudadanos abandonan fábricas y oficinas y se dirigen a sus hogares con un cansancio perpetuo y una alegría cansada e servil. El hombre observa el flujo de los automóviles, la ciudad iluminada de rótulos que anuncian productos inútiles y fiestas caras y efímeras. A veces, se sienta en un banco, solo para pensar, y deja pasar las horas sin que nada le importe. Luego, se echa la mano al bolsillo de la chaqueta buscando unas monedas. No las cuenta. Sabe que habrá para un par de tragos.

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Los bares, a esa hora, tienen aroma a hogar desvaído, olor a aceite viejo y quemado, una luz amarilla de otra década anterior, y el camarero viste ademanes de trabajador fijo y asalariado, de bajo sueldo y muchos trienios en el negocio. Atiende a la clientela con formas aprendidas de muy atrás como si ya no le importara el tiempo transcurrido ni la edad que le rompe los huesos. El hombre mira al camarero sin mucho entusiasmo, como si le conociera desde siempre. El hombre coge el vaso de la barra, bebe un trago de vino rojo y barato, y pone en el mostrador el precio exacto de la consumición.

Afuera, comienza a caminar por calles ya vacías y oscuras. Ha dejado a su izquierda la amplia avenida que divide la ciudad en dos mitades injustas y desiguales. Abre la puerta del bloque en que vive. La escalera cada vez le parece más empinada e intransitable a sus años. Mientras sube agarrado a la baranda, sabe que un día de estos no podrá con sus propios pies. El sabor agrio del vino le devuelve la sensación repetida de que la vida ya le parece demasiado larga para un cuerpo tan exhausto.
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lunes, 11 de mayo de 2015

Momentos que nunca se olvidan

No importa su edad. Aparenta una juventud que ya vivió y que, tal vez, haya pretendido olvidar y no pudo. No quedan huellas en su rostro de un dolor consumado y consumido. Tiene una placidez en la mirada de mujer madura y serena, y un viento salvaje en sus insinuaciones que solo quien la conoció años atrás acierta a comprender cómo se puede vivir a su sombra sin que su presencia te destruya.

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Vive sin entender cómo la vida fraguó sus esperanzas en un tiempo remoto que no es de nadie y sin poder diseñar otro tiempo venidero que no sucumba al primer vendaval del deseo. Arrinconada en dudas indescifrables, cada noche se promete arremeter contra la tempestad que el destino le depara. Es entonces cuando los recuerdos le pueden y una sensación densa de sentirse aplastada contra la tierra la detiene en el último momento.

Ese hombre que está a su lado la observa con la sensación confirmada de que no nunca conoció mujer como ella, y ella sabe que, pese a sus deseos incontenibles, cruzará sola las calles esta noche, como tantas noches, huyendo de otras noches en las que fue feliz y evitando que en su rostro ardan los últimos rescoldos de aquellos momentos que nunca logró olvidar.
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miércoles, 6 de mayo de 2015

Lugares que no existen

Este hombre que escribe en un cuaderno versos reiterativos de amores extraviados, no se enamoró nunca. Sus metáforas son acertadas y evocadoras. Pero les delata un tamiz de impostura que ellas no detectan ni por asomo. A ellas les gusta su estética de poeta solitario y desvanecido. Imaginan sus recorrido por dormitorios varios y fríos y suntuosos y dispares que les agotan la imaginación. Ellas le atribuyen unas cualidades de galán exitoso que nunca vieron en otro hombre y se obsesionan con un pasado que desconocen y que es mucho más triste de lo que cualquiera de ellas alcanza a soñar.

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Él no las engaña. Sencillamente sus versos arden de una pasión que nunca habitó su vida, sus días fueron monótonos y las tardes vacías, sin poemas y sin mujeres, sin lujuria y sin pecados. Su vida –aunque él no lo dice ni tampoco lo niega- es una suma de lugares comunes y vulgares, de horizontes inalcanzables y de viajes rotos. No hay nada en él que a ellas las pudiera enzarzar en un coito idealizado e inabarcable. Sin embargo, ellas prefieren soñar y dejarse llevar por sus versos de casanova sin funciones, sin currículum que validar en las noches de algarabía y desenfreno, de amante emérito sin noches de alcoba y sin dolor ni despecho por un amor extraviado e huidizo.

Nada hay en él de esa verdad que ellas inventan a su antojo y capricho. Él mismo comienza a sospechar que hay una distancia imprudente entre su imagen sobrevalorada y su identidad misma. Acaso las imágenes dolidas de sus palabras, el tono melancólico de frases entrelazadas sin otra intención que evadirse con la escritura de una vida desorientada y desaprovechada, la luz que desprenden esos versos que nacen sin intención y provocan sentimientos hondos en ellas, a él le turban, le inquietan, le hacen desandar el camino emprendido por miedo a que sus tendencias desbocadas deriven en amores sin fin, en relaciones perversas y ansiadas, en desvaríos que lo conduzcan al abismo que solo en sueños deseó.

Está por abandonar las palabras que tan delicadamente ordena en sus cuadernos, está por volverse mudo frente a un deseo colectivo que ignora cómo solventar, sin que su dignidad de hombre destruido sea el hazmerreír de tantas lectoras que duermen con sus versos incendiarios y mueren cada noche solas en una cama ancha hecha para él también y de las que huye por miedo a que la vida sea tan parecida a su lírica de laboratorio. Un día de estos, está por coger sus cosas y partir a otro lugar donde la mujeres no hagan de la literatura el más dulce y enigmático de sus sueños.

Acaso nunca sabrá que ese lugar no existe.
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martes, 5 de mayo de 2015

Sin confesiones

Tiene un aire de mujer asustada que desdice de sus frases rotundas y sus gestos decididos. Camina mirando al frente, con la certeza entredicha de que no hay otra salida posible. No le disgusta que el futuro ande tan lejos y el pasado tan próximo, porque ella elude los entuertos previsibles y los virajes los toma a su antojo, conforme le vaya el día. Tiene una facilidad contagiosa para improvisar situaciones y romper compromisos.

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Es puntual en las citas, pero se divierte con los retrasos programados, porque detrás siempre hay una posibilidad remota de que la disculpa sea el inicio de una buena amistad. No quiere más. Prefiere un revolcón improvisado y a tiempo que un hogar trasnochado. Después de todo, se dice, es lo que queda cuando la fiesta se acaba. No le queda espacio en el bolso para ideas confusas, ni tiempo en la cabeza para maquillajes innecesarios.

Si por ella fuera, todo sería más fácil en la cama ni en el postoperatorio en el que la postran los hombres. Prefiere una noche vacía a una declaración inevitable, y un polvo inesperado a una ceremonia programada. Cuando la noche inunda la ciudad y apaga la luz del dormitorio, duerme con una placidez que ningún hombre entiende. Pero eso a ella ni le preocupa ni la distrae de otros sueños que no confiesa a nadie.
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sábado, 2 de mayo de 2015

Paisajes

Se queda quieta observando el paisaje que se pierde tras los cristales. El tren es su transporte preferido. Le gusta sentarse junto a la ventana y dejar la mirada extraviada en a lo lejos, en un punto indefinido que nunca más volverá a ver. No le importa. Le gusta sobre todo detenerse en los colores al atardecer. Los rojos anaranjados de un sol en declive; los verdes diversos de los olivos jóvenes, de los pastos marchitos y las hierbas salvajes, de los naranjos cansados y los pinos mediterráneos que se pierden a los lejos; el color de ceniza de la tierra próxima, el rojo marrón de las colinas, el gris del horizonte desvaído.

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Tienen estas imágenes efímeras la fragilidad de la vida en movimiento, el tiempo que los ojos no logran descifrar, la sensación sutil de que todo es quebradizo y pasajero. Tienen los viajes una sensación de caducidad que a ella le abruma y le despiertan un sentimiento de abandono que la dejan postergada en un limbo que desconoce y que al mismo tiempo le fascina. Aquí sentada, abandonada a toda sensación, sabe que el final de todo viaje es una vuelta al interior de cada uno, a ese lugar indescifrable del que no hay escapatoria posible.
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