miércoles, 13 de mayo de 2015

Tampoco está tan mal

Cuando cierre la puerta y el ruido de afuera no esté, cuando se haya sentado sin mirar a la calle, sin luz en la habitación y con el sol puesto en el horizonte, no se sentirá solo, sino sereno, dueño de un espacio limitado y propio, desde donde alcanza a descifrar la vida exterior sin aspavientos y sin derrotas. La vida, vista con distancia, se dice a veces, es un paisaje interactivo que cualquier puede modificar a voluntad propia.

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Se queda meditativo, en silencio. Le gusta pensar que el mundo gira a su alrededor y que él no presta atención; que el mundo se rompe o se disuelve y que ese hecho transcendente no cambiará su existencia; que más allá de cualquier especulación, ama sus rutinas, sus vacíos, sus esperanzas incluso. Mañana cuando amanezca, si es que amanece –sonríe ante sospechas que considera posibles y, como consecuencia, no descartables-, se vestirá despacio, midiendo los detalles de su atuendo. Como para ir de fiesta, se dice. Pero no irá a ninguna fiesta.

Andará decidido el camino de cada día, viendo que los días se repiten inevitablemente y que, detrás de toda posibilidad, acecha su contraoferta. La posibilidad de que algo ocurra o no es la fuente de la que bebe su filosofía, piensa. Y lo piensa ya sentado, viendo cómo el camarero se acerca con una bandeja y en la bandeja una copa de aguardiente y un vaso de agua, herramientas imprescindibles para llevar adelante cualquier empresa compleja como su propia vida, se dice, tomando el vaso y confirmando que esto es así, que esto se acaba, que aquí nadie se queda después de la fiesta. Bien mirado, piensa, tampoco está tan mal.

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