viernes, 15 de mayo de 2015

Mujer cansada

Ella sabe que mañana es un término abstracto, que el tiempo no se detiene en las agujas de un reloj, que nada comienza ni concluye, que todo acto no un movimiento centrífugo, sino que todo anda a su antojo, disperso y ajeno a su entorno y su voluntad. Ella sabe que nada es causa ni consecuencia, que cualquiera de nosotros gira en torno a nuestro eje ausente a los días y a las noches, a los precipicios y a las demoras, a las derrotas asumidas y a la felicidad siempre en ciernes.

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Ella está donde nadie nunca estuvo, respirando el aire podrido de las ciudades contaminadas, amaneciendo sola en apartahoteles vacíos, o acompañada en moteles del extrarradio urbano de hombres solos que huelen a perfumes caros y a melancolía oxidada. Alguna vez, busca otros espacios verdes y laberínticos. Le gusta adentrarse en parajes de donde otras mujeres huyen y sentirse allí sola y completa, y dejarse llevar por sentimientos que no entiende pero que la seducen, hasta que se cansa de los abrazos repetidos y de un amor escaneado y artificioso que no se asemeja en nada al de sus sueños.

Y entonces huye sin prisas, sin decir adiós, pidiendo disculpas por los destrozos sensoriales que a ellos aqueja como una maldición. De vez en cuando, se tropieza con un hombre sencillo, que lee, ama el whisky de malta, los vinos de reserva, la naturaleza si no es en exceso, el jazz, los paseos al atardecer, el sexo bravo e íntimo, la libertad. Entonces opta por quedarse allí un tiempo, arropada a su sombra, escuchando el rumor del viento en otoño, hasta que él un día despierta y ella lo ve haciendo el equipaje, lo ve sonriendo y feliz, lo ve sabiendo que se va, y a ella no le importa, lo besa por última vez, y sabe que de nuevo ha de comenzar a rehacer su vida. Cuando lo ve salir, sonríe, con algo de esfuerzo, tal vez también con algo de cansancio.

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