Este hombre que escribe en un cuaderno versos reiterativos de amores extraviados, no se enamoró nunca. Sus metáforas son acertadas y evocadoras. Pero les delata un tamiz de impostura que ellas no detectan ni por asomo. A ellas les gusta su estética de poeta solitario y desvanecido. Imaginan sus recorrido por dormitorios varios y fríos y suntuosos y dispares que les agotan la imaginación. Ellas le atribuyen unas cualidades de galán exitoso que nunca vieron en otro hombre y se obsesionan con un pasado que desconocen y que es mucho más triste de lo que cualquiera de ellas alcanza a soñar.
Él no las engaña. Sencillamente sus versos arden de una pasión que nunca habitó su vida, sus días fueron monótonos y las tardes vacías, sin poemas y sin mujeres, sin lujuria y sin pecados. Su vida –aunque él no lo dice ni tampoco lo niega- es una suma de lugares comunes y vulgares, de horizontes inalcanzables y de viajes rotos. No hay nada en él que a ellas las pudiera enzarzar en un coito idealizado e inabarcable. Sin embargo, ellas prefieren soñar y dejarse llevar por sus versos de casanova sin funciones, sin currículum que validar en las noches de algarabía y desenfreno, de amante emérito sin noches de alcoba y sin dolor ni despecho por un amor extraviado e huidizo.
Nada hay en él de esa verdad que ellas inventan a su antojo y capricho. Él mismo comienza a sospechar que hay una distancia imprudente entre su imagen sobrevalorada y su identidad misma. Acaso las imágenes dolidas de sus palabras, el tono melancólico de frases entrelazadas sin otra intención que evadirse con la escritura de una vida desorientada y desaprovechada, la luz que desprenden esos versos que nacen sin intención y provocan sentimientos hondos en ellas, a él le turban, le inquietan, le hacen desandar el camino emprendido por miedo a que sus tendencias desbocadas deriven en amores sin fin, en relaciones perversas y ansiadas, en desvaríos que lo conduzcan al abismo que solo en sueños deseó.
Está por abandonar las palabras que tan delicadamente ordena en sus cuadernos, está por volverse mudo frente a un deseo colectivo que ignora cómo solventar, sin que su dignidad de hombre destruido sea el hazmerreír de tantas lectoras que duermen con sus versos incendiarios y mueren cada noche solas en una cama ancha hecha para él también y de las que huye por miedo a que la vida sea tan parecida a su lírica de laboratorio. Un día de estos, está por coger sus cosas y partir a otro lugar donde la mujeres no hagan de la literatura el más dulce y enigmático de sus sueños.
Acaso nunca sabrá que ese lugar no existe.

Él no las engaña. Sencillamente sus versos arden de una pasión que nunca habitó su vida, sus días fueron monótonos y las tardes vacías, sin poemas y sin mujeres, sin lujuria y sin pecados. Su vida –aunque él no lo dice ni tampoco lo niega- es una suma de lugares comunes y vulgares, de horizontes inalcanzables y de viajes rotos. No hay nada en él que a ellas las pudiera enzarzar en un coito idealizado e inabarcable. Sin embargo, ellas prefieren soñar y dejarse llevar por sus versos de casanova sin funciones, sin currículum que validar en las noches de algarabía y desenfreno, de amante emérito sin noches de alcoba y sin dolor ni despecho por un amor extraviado e huidizo.
Nada hay en él de esa verdad que ellas inventan a su antojo y capricho. Él mismo comienza a sospechar que hay una distancia imprudente entre su imagen sobrevalorada y su identidad misma. Acaso las imágenes dolidas de sus palabras, el tono melancólico de frases entrelazadas sin otra intención que evadirse con la escritura de una vida desorientada y desaprovechada, la luz que desprenden esos versos que nacen sin intención y provocan sentimientos hondos en ellas, a él le turban, le inquietan, le hacen desandar el camino emprendido por miedo a que sus tendencias desbocadas deriven en amores sin fin, en relaciones perversas y ansiadas, en desvaríos que lo conduzcan al abismo que solo en sueños deseó.
Está por abandonar las palabras que tan delicadamente ordena en sus cuadernos, está por volverse mudo frente a un deseo colectivo que ignora cómo solventar, sin que su dignidad de hombre destruido sea el hazmerreír de tantas lectoras que duermen con sus versos incendiarios y mueren cada noche solas en una cama ancha hecha para él también y de las que huye por miedo a que la vida sea tan parecida a su lírica de laboratorio. Un día de estos, está por coger sus cosas y partir a otro lugar donde la mujeres no hagan de la literatura el más dulce y enigmático de sus sueños.
Acaso nunca sabrá que ese lugar no existe.
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