martes, 19 de mayo de 2015

Sin palabras

Después le dijo adiós. Qué otra cosa podía hacer. Se había acostumbrado a los encuentros efímeros y esperados, a los momentos intensos, a los lugares más insospechados, donde nadie les pudiera encontrar. Había diseñado una agenda a prueba de bombas y de detectives. Allí no la podrían reconocer. Él se burlaba de este baile de infidelidades, de esa otra vida que pretendía juzgar pero que apenas aceptaba a regañadientes.

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Después de todo, se decía, es su vida. En cualquier caso, también le atañía a la suya. Pero ella nunca se planteó cambiar su rol social, ni dejar atrás la comodidad que le otorgaba un marido discreto y un matrimonio rentable y cómodo. Añadir a su existencia otro hombre, era un placer que en nada empañaba su estampa de esposa eficaz y agradecida. El marido vivía más allá del bien y del mal, entregado a sus empresas y a sus beneficios fiscales, y ella completada la escena con una sonrisa de oreja a oreja, y le esperaba sin pasión antes de que él llenara el hogar de frases hechas y abrazos vacíos.

No le gustaba ese fluir obsceno de cada día y se desvivía, con desmayo, por aquel otro hombre que vivía ajeno a las dudas de la piel y al tránsito ordinario de otros intereses que no le desvelaron ni una sola noche. Ella nunca quiso pensar que un día se fuera sin decir adiós, como ella hacía al final de cada encuentro. No podía pensar que un día cualquiera él no acudiera a la cita, o que excusara su ausencia porque otra mujer le amarraba las tentaciones. Lo pensó una sola vez, pero la imagen se le quedó encallada en el corazón, como un pájaro con las alas rotas.

No lo llamó por miedo a que fuera verdad, por miedo a que todo se rompiera como una porcelana sin que apenas rozara el parqué. Tuvo miedo a que su vida cada día se pareciera más a su propia vida. Buscó en alguna parte otra imagen que borrara la anterior, pero un sentimiento baldío se había empotrado en lo más hondo de sus vísceras. Cuando ella escuchó el móvil, quiso advertir en su voz la mueca del engaño y la impostura. Ya no había espacio para otra esperanza que no fuera reciclando las herramientas de una relación oxidada, y eso a ella sencillamente no le gustaba. No respondió a su llamada, y ese silencio se le metió tan hondo que las palabras se le extraviaron para siempre quién sabe en qué lugar. Acaso donde nadie habita.

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