lunes, 30 de septiembre de 2013

Todo el tiempo del mundo

Abre esa botella de vino y ven a mi lado. Afuera la lluvia anuncia un otoño prematuro. Apóyate en mi hombro y cuéntame qué fue de la vida que derrochaste a borbotones. Ya sé que te despidieron del trabajo, un lugar que por otra parte te asqueaba, que solo era una panacea para optar por un futuro que diseñabas cada noche cuando las fuerzas se agotaban. Sé también que apenas puedes soportar el peso de una hipoteca desproporcionada respecto al sueldo que ya no es tuyo. Sé que él te abandonó cualquier tarde sin ninguna excusa, con el mismo argumento vacío con el que te embriagó durante todos estos años.

Pese a tanta burla del destino –qué desatino-, nadie logró arrancarte esa sonrisa sola y asustada que siempre me gustó de ti. Bebe ahora que no te queda nada más que mi hombro, como cuando yo te quería, y bebe sin pensar qué haremos mañana cuando amanezca, cuando vengan a demandarte las deudas que no te hicieron feliz y que ahora tal vez te sobran. No te da miedo el desahucio al que te someterán en años venideros, sino la sensación inútil de haber matado los años jóvenes con un hombre que no te amaba y la vida de escaparate que construiste cuando el frío de la noche aconsejaba resguardarse de una oscuridad inhóspita y prestada.

Tal vez se haya roto el futuro que imaginaste como el mejor regalo del destino, pero ahora que, apoyada en mi hombro, miras el fuego sin pestañear, sabes que no hay miedo a perder los sentimientos baladíes, que probablemente este revés del destino sea quizás -quién lo hubiera previsto- un número premiado en la rueda de la fortuna. De momento, bebe. Tengo más botellas en la bodega y tenemos tal vez –quién lo diría- todo el tiempo del mundo.

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