jueves, 17 de enero de 2013

Puede ocurrir esta noche

Viene a este bar cada noche para verla a ella. Nunca le dice nada. Porque cree en los hechizos, en el amor a primera vista, en las utopías que nunca se apagan, en la última oportunidad que nunca se pierde y tampoco se cumple. Una manera de no tirar la toalla y también un método para no sucumbir al fracaso. A él le gusta sentarse a la barra siempre en el mismo taburete. Desde ese lugar dispone de un ángulo privilegiado que abarca todo el local. De manera que, cuando llegue, será objeto de una vigilancia exhaustiva y constante.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Él observa primero sus andares: sinuosos, como si no pisara el parqué, al ritmo que mueve sus caderas, de unas medidas perfectas, piensa él. Después sube la mirada y se detiene en sus pechos, discretos y altos, piensa también. Y más tarde ausculta su mirada de pájaro enjaulado, y sus labios de inevitables sensaciones. No hay que decir que, sin más, vuelve la mirada al vaso y bebe un trago largo para apaciguar la fiebre del amor. Esta mujer tiene fuego en los ojos, le dice al camarero, que es amigo de confianza en estos trances. El camarero, que ya sabe de qué va la historia, le responde: el fuego lo tienes tú en la entrepierna y no sabes cómo apagarlo.

Ella se sienta al otro lado de la barra. El camarero se dispone a servirle otro gin tonic. Qué ginebra, pregunta. La misma que él, obviamente, le dice sin titubeos. Él siempre bebe lo mismo, dice ella. Siempre lo mismo, contesta el camarero. Y siempre se sienta en el mismo lugar, pregunta ella. Siempre en el mismo lugar. Y espera a alguien, se atreve a preguntar ella. Siempre a la misma mujer, responde el camarero. Pero yo siempre le veo solo, dice. Y a este paso le seguirá viendo solo, dice el camarero. Esa mujer nunca viene por aquí, pregunta ella. Viene todas las noches, como usted, dice el camarero. Está ahora aquí, pregunta ella. Siempre que usted está aquí, ella está también, es inevitable, responde el camarero. No me extraña, debe tener el móvil saturado de números de teléfonos de otras mujeres, dice ella. El móvil sí, dice el camarero, pero la vida no.

El camarero no insiste en detalles para no romper el embrujo que, como cada noche, se repetirá sin apenas variantes. Ella le mira sin pretenderlo. Le gusta su aire informal de donjuán extraviado, su soledad cómoda de hombre que no quiere compromisos, su aire de amante olvidadizo que mira sin ambición desde su atalaya cerrada a cal y canto. Ella bebe por él. Nunca bebió, pero ahora piensa que es buena estrategia para no sucumbir del todo a sus encantos. El problema es que al cuarto gin tonic ya no está para más avanzadillas en esta guerra sin cuartel y sin balacera. Nunca le gustaron las guerras frías, las guerras en que ambos bandos se vigilan sin tregua y sin asomo de hacer uso de sus cañones.

Ella llama al camarero, le pide otro gin tonic y le pregunta: cuántos se ha bebido ya él. Seis o siete, ya ni llevo la cuenta. Pues dile que no beba más, carajo, dice ella sin saber de dónde le salen las palabras. No sabe acaso que el alcohol y el amor son incompatibles, pregunta al camarero. No entiendo. Que cuando estás borracho no se te empina, carajo, dice ella. Siempre que bebe le gusta adornar las frases son palabras soeces, con versos incompletos de poetas que algún día leyó, le pone media sonrisa para que el miedo se le diluya por dentro y mira con descaro y ternura al mismo tiempo. Cuando él pasa a su lado para ir al baño, ella lo para con la mano en su hombro. Una pregunta, hombre solitario, le dice ella: tú follas o no follas, que la noche se acaba y a mí no me cabe ni un gin tonic más. Así que mea, paga, que te espero afuera. Y no me digas que no, le advierte, que he gastado una fortuna en ti, he perdido toda la paciencia y me he hecho adicta al alcohol. Así que vuelve pronto y borra de mí toda duda y toda deuda esta noche.

Él la mira con sorpresa y sin palabras. A ella le conmueve su aturdimiento de espía espiado. Pero sabe que a los hombres les reconfortan las palabras eficaces. Le pone la mano en la cara y acerca sus labios a su oído, y le dice: Y no te preocupes si no te levanta, que yo sé cómo hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario